LITERATURA SOBRE LA COLONIA
Por Jorge Eduardo Lenard VIVES
En julio del año pasado, se publicó en este blog un artículo referido a la literatura “de” la Colonia Galesa del Chubut; es decir, referido a la creación literaria generada por los mismos colonos. En esta nueva nota se pretende hablar de la literatura “sobre” la Colonia; en otras palabras, de las obras cuyos argumentos se basan en las vicisitudes de los primeros pobladores galeses. Dado que es numeroso el material escrito al respecto, en especial en los géneros ensayístico y poético, y atento a la brevedad del espacio disponible (y del precioso tiempo de los amables lectores); se analizará sólo la narrativa de ficción que recuerda la gesta colonizadora.
Al principio, el tema inspiró a los autores locales; luego pasó a ser objeto de la atención de escritores de nivel nacional. También se debe resaltar que las primeras menciones a la Colonia fueron en el género breve, el cuento; y más tarde se introdujo en la novela. Otro aspecto destacable, es que esta ficción tiene una fuerte apoyatura en la Historia; al punto que, muchas veces, cabalga una sobre la otra, casi indiferenciadas.
Entre los cuentistas que dedicaron algunas de sus creaciones a la Colonia, puede encontrarse a Virgilio Zampini, con su narración “Las Tijeras”; a Oscar Camilo Vives, en “Andad y reconoced la tierra” y “La inundación”; a Virgilio González, con relatos, por ejemplo, como “Etta”, que recuerda la visita de la pandilla de Butch Cassidy al Valle; y a Gwen Adeline Griffiths de Vives, cuyo cuento “Tiempo de verano de mi niñez” fue publicado por el Consejo Federal de Inversiones en el volumen “Cuentos de nuestra tierra”, de 1982. Todos esos autores pulsan un tono costumbrista e intimista. También Fernando Nelson se refiere a la Colonia, aunque con matiz fantástico; como sucede en el cuento “El espectro de las gemelas”.
En el género novelístico, la obra por antonomasia sobre la colonización es “El riflero de Ffos Halen”, de Carlos Ferrari. Finalista en el concurso del diario La Nación del año 2001, fue traducida al galés y publicada en Gran Bretaña; siendo elegida la “novela del mes” en el país de Gales, en julio del 2004. Además de lo ameno y cautivante de su relato, “El riflero” logra mostrar el espíritu y la esencia de la Colonia; que se deja entrever en las palabras de Gladys, la narradora:
“Hablo, por ejemplo, de aquellos colonos que dotados apenas de una rústica pala, sumaron sus brazos a muchos otro para abrir los canales de riego o banquear las márgenes del río cada vez que estaba a punto de desbordar. Pienso también en tantas mujeres ignoradas, las que parían a sus hijos en las fría penumbra de las casas de adobe, improvisaban comidas a partir de casi nada o rezaban en silencio por un hijo enfermo...”
Y luego, al sintetizar sus experiencias, casi al final de la novela:
“Hoy es un hermoso día de octubre. No se si volveré a ver una primavera. (...) Pero eso no me angustia. He vivido ya lo suficiente como para poder decir que fui testigo de una epopeya mansa y silenciosa, sin claudicaciones. Puedo decir también que el deseo de Randall está cumplido. Las tradiciones galesas se siguen cultivando con todo amor en esta tierra”.
Otro escritor que refleja la vida de la Colonia es Roy Centeno Humphreys, en novelas como “El Evangelio y don Eduardo”, “Go Patagonia!, dijo Edwin” y “La sobrina”. Esta última obra muestra la llegada al valle de colonos e inmigrantes años después del primer desembarco, que se sumaron a quienes ya se encontraban aquí; y su proceso de enraizarse a la tierra. En las últimas páginas del libro, la protagonista ensaya un resumen de su vida que pinta estas circunstancias:
“Wynneth sentía tras ella muchos ciclos cumplidos. Los olvidados juegos con su hermano Rhydderich en la chacra de Rhyl, el duro momento de su separación de la familia, la fea experiencia de vivir con su tía Evelyn y los años de soledad entre las casas de los Williams y los Morgan hasta que había aparecido el bwgam trayéndolo al galope a un tal John Perkins. Recordaba la funcionalidad fantástica de su querida Tehue, la tablita de Wendolyn, que fue después la tablita de Bill Pata Larga y que antes de un par de años sería también la tablita de alguien que podría llamarse Giuseppino Perkins Galante”.
Recientemente, la temática sobre la Colonia rebasó el ámbito valletano y es objeto de la atención de escritores de diversos puntos del país. Algunos son artistas regionales: tal es el caso del comodorense Ángel Uranga, quien publicó, y presentó recientemente en Gaiman, su “Diario apócrifo de un riflero”. Otros son “del norte”, como Susana Biset, cordobesa, autora de “Almas desnudas”; y Mónica Soave, la creadora de “El botón de nácar”, de Buenos Aires.
La Colonia ofrece abundante material para el narrador de ficción. La variedad de personajes que pueblan su entorno, la existencia de episodios reales con ribetes casi fabulosos, la problemática psicológica del arraigo y el desarraigo, las manifestaciones culturales y el fervor espiritual, son elementos que, bien combinados por un escritor que les agregue el condimento de su arte, pueden dar lugar a perdurables expresiones literarias.
Al principio, el tema inspiró a los autores locales; luego pasó a ser objeto de la atención de escritores de nivel nacional. También se debe resaltar que las primeras menciones a la Colonia fueron en el género breve, el cuento; y más tarde se introdujo en la novela. Otro aspecto destacable, es que esta ficción tiene una fuerte apoyatura en la Historia; al punto que, muchas veces, cabalga una sobre la otra, casi indiferenciadas.
Entre los cuentistas que dedicaron algunas de sus creaciones a la Colonia, puede encontrarse a Virgilio Zampini, con su narración “Las Tijeras”; a Oscar Camilo Vives, en “Andad y reconoced la tierra” y “La inundación”; a Virgilio González, con relatos, por ejemplo, como “Etta”, que recuerda la visita de la pandilla de Butch Cassidy al Valle; y a Gwen Adeline Griffiths de Vives, cuyo cuento “Tiempo de verano de mi niñez” fue publicado por el Consejo Federal de Inversiones en el volumen “Cuentos de nuestra tierra”, de 1982. Todos esos autores pulsan un tono costumbrista e intimista. También Fernando Nelson se refiere a la Colonia, aunque con matiz fantástico; como sucede en el cuento “El espectro de las gemelas”.
En el género novelístico, la obra por antonomasia sobre la colonización es “El riflero de Ffos Halen”, de Carlos Ferrari. Finalista en el concurso del diario La Nación del año 2001, fue traducida al galés y publicada en Gran Bretaña; siendo elegida la “novela del mes” en el país de Gales, en julio del 2004. Además de lo ameno y cautivante de su relato, “El riflero” logra mostrar el espíritu y la esencia de la Colonia; que se deja entrever en las palabras de Gladys, la narradora:
“Hablo, por ejemplo, de aquellos colonos que dotados apenas de una rústica pala, sumaron sus brazos a muchos otro para abrir los canales de riego o banquear las márgenes del río cada vez que estaba a punto de desbordar. Pienso también en tantas mujeres ignoradas, las que parían a sus hijos en las fría penumbra de las casas de adobe, improvisaban comidas a partir de casi nada o rezaban en silencio por un hijo enfermo...”
Y luego, al sintetizar sus experiencias, casi al final de la novela:
“Hoy es un hermoso día de octubre. No se si volveré a ver una primavera. (...) Pero eso no me angustia. He vivido ya lo suficiente como para poder decir que fui testigo de una epopeya mansa y silenciosa, sin claudicaciones. Puedo decir también que el deseo de Randall está cumplido. Las tradiciones galesas se siguen cultivando con todo amor en esta tierra”.
Otro escritor que refleja la vida de la Colonia es Roy Centeno Humphreys, en novelas como “El Evangelio y don Eduardo”, “Go Patagonia!, dijo Edwin” y “La sobrina”. Esta última obra muestra la llegada al valle de colonos e inmigrantes años después del primer desembarco, que se sumaron a quienes ya se encontraban aquí; y su proceso de enraizarse a la tierra. En las últimas páginas del libro, la protagonista ensaya un resumen de su vida que pinta estas circunstancias:
“Wynneth sentía tras ella muchos ciclos cumplidos. Los olvidados juegos con su hermano Rhydderich en la chacra de Rhyl, el duro momento de su separación de la familia, la fea experiencia de vivir con su tía Evelyn y los años de soledad entre las casas de los Williams y los Morgan hasta que había aparecido el bwgam trayéndolo al galope a un tal John Perkins. Recordaba la funcionalidad fantástica de su querida Tehue, la tablita de Wendolyn, que fue después la tablita de Bill Pata Larga y que antes de un par de años sería también la tablita de alguien que podría llamarse Giuseppino Perkins Galante”.
Recientemente, la temática sobre la Colonia rebasó el ámbito valletano y es objeto de la atención de escritores de diversos puntos del país. Algunos son artistas regionales: tal es el caso del comodorense Ángel Uranga, quien publicó, y presentó recientemente en Gaiman, su “Diario apócrifo de un riflero”. Otros son “del norte”, como Susana Biset, cordobesa, autora de “Almas desnudas”; y Mónica Soave, la creadora de “El botón de nácar”, de Buenos Aires.
La Colonia ofrece abundante material para el narrador de ficción. La variedad de personajes que pueblan su entorno, la existencia de episodios reales con ribetes casi fabulosos, la problemática psicológica del arraigo y el desarraigo, las manifestaciones culturales y el fervor espiritual, son elementos que, bien combinados por un escritor que les agregue el condimento de su arte, pueden dar lugar a perdurables expresiones literarias.
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