Lo he recorrido infinidad de veces.
Todo me es familiar,
conozco cada recodo y cada arbusto,
el aroma de sus plantas
los canales de riego
y el murmullo apagado del agua
corriendo en busca del surco
que dará vida al sembradío.
El grito de alerta del tero,
el estridente canto del hornero,
quebrando la monotonía
en la tarde serena.
El sol dibuja un abanico de luces
al colarse entre las hojas de los álamos
que bordean al camino.
El paisaje parece la entrada misma al Paraíso.
De pronto, como un rayo,
un recuerdo me invade
y truena fuerte en mi corazón;
entonces vuelvo a percibir la calidez de su mano,
a contemplar esa sonrisa hermosa
dibujada en su rostro,
el brillo de sus ojos al devolverme la mirada,
la alegría vital de compartir,
escuchar, disfrutar,
vivir,
por sobre todas las cosas.
Pero de pronto así como vino se desvaneció;
ya no está ahí.
Involuntariamente, con movimiento lento
mis ojos buscan inútilmente su mano.
¿Qué colores traerá esta primavera a mi corazón desteñido?
¿Quién dibujará sus pies junto a los míos en la arena húmeda?
¿Qué luz iluminará nuevamente mi alma oscura sumida en tanto dolor?
¿De dónde sacaré fuerzas para ahogar el grito
que la angustia profunda acerca a mi garganta?
El camino amigo no entiende de penas.
Solamente me regala su paz,
su tesoro más preciado.
Y yo guardo en él mi mejor recuerdo,
como ella lo hubiera querido…
LA PARTIDA
En la partida de ajedrez que relato, mi contrincante es la vida; los alfiles mis hijas; los caballos, mis amigos; las torres son mis pensamientos desbordados por la realidad y los peones, los proyectos de vida.
La partida está perdida.
Luego de una jugada magistral
la vida me dio un jaque doble
después de mi movida obligada
y ante mi desconcierto,
con decisión firme, mi oponente toma la dama sin inmutarse.
Impávido ante la última jugada observo el tablero
inclinado definitivamente en mi contra.
Luego ya mis movimientos no son pensados
sino resignados a las pocas posibilidades
que mi adversario concede
mientras jaquea constantemente al Rey.
Los alfiles con quienes compartimos los cuatro cuadros centrales
están desprotegidos y no encuentran espacio para desplazarse;
sus diagonales están bloqueadas por las propias piezas de color.
Los caballos no hallan un cuadro
donde puedan tapar esa amenaza constante
las torres no pueden defender al Rey porque están bloqueadas.
Observo cómo los peones en los que había basado
mi estrategia de juego
están siendo eliminados uno a uno por mi contrincante.
Presiento, impotente, que ella tiene una jugada pensada de antemano
para cualquier movimiento que realice.
En un momento de profunda angustia e impotencia
con movimiento suave empujo lentamente al Rey
dejándolo en forma oblicua sobre el tablero,
casi a punto de caer sobre él abandonando la partida.
Pero un momento de reflexión me invade
y vuelvo a dejarlo sobre el cuadro;
decido continuar
y será hasta el final,
ya no tanto como parte del juego
sino para observar sus movimientos, analizar y aprender.
Comprendí que mi oponente tiene sobre mi una superioridad increíble:
que para alcanzar la meta tengo que perder aún muchas partidas,
que es parte del juego, y que tenía que ser así.
Entiendo que aunque esta partida se pierda
todavía habrá otras que valdrá la pena jugar.
Reclino entonces mi cuerpo sobre el respaldo del asiento
y espero con atención
hasta la última jugada…
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