HE ELEGIDO EL FONDO
Por Olga E. Cuenca
He elegido el fondo. Ha sido una tarea relativamente fácil. No era tan así unos meses atrás. En aquellos días las letras brincaban en agradable desorden. Eran muchas las palabras que esperaban por ellas. Venía luego la ardua tarea de encontrar el marco que las acompañara.
Llevo minutos mirando la tela. Descubro su trama hecha de finos hilos virtuales que se acomodan, unos horizontal y otros, verticalmente. La concentración hace que por momentos aparezcan sombreados y pálidos campos sobre el lienzo.
La mirada se conforma con esa visión luminosa.
Dónde estoy yo? Dónde?
En qué lugar de este cuerpo quieto me oculto?
Inspiro. Parpadeo. Las piernas se afirman sobre la alfombra y hacen girar levemente la butaca. Las manos se acercan al teclado.
Espacio. Espacio... Una larga tecla para el silencio.
Sin aviso, como si se tratara de una conversación nunca interrumpida, la pregunta sucede: cómo soltar tantas emociones?
Las heridas cicatrizan. Las caricias ... pasan?
Sufro de un anegamiento de recuerdos. Las vertientes que encausan mis días traen vívidos momentos del pasado. Son los horarios, los cuartos, las personas, las palabras, los aromas,
la luz en el ángulo exacto en que se talló un hecho de la infancia; la foto que sobrevoló la adolescencia en blanco y negro y casi se desdibujó entre los palos de un arco en Valcheta y bajo el águila de Las Chapas, cuando el viento era niño para Mario y para Esther que ni soñaban con ser abuelos.
Es extraño. Hay preguntas para las que no quiero hallar respuestas. Un sacudón las traslada a otra orilla.
Creo que empiezo a entender ...
Napa por napa ... Soy tierra ... una pizca de ella. Decantando la sal.
Soy parte de aquella que hoy llena de burbujas el rosal.
Llevo minutos mirando la tela. Descubro su trama hecha de finos hilos virtuales que se acomodan, unos horizontal y otros, verticalmente. La concentración hace que por momentos aparezcan sombreados y pálidos campos sobre el lienzo.
La mirada se conforma con esa visión luminosa.
Dónde estoy yo? Dónde?
En qué lugar de este cuerpo quieto me oculto?
Inspiro. Parpadeo. Las piernas se afirman sobre la alfombra y hacen girar levemente la butaca. Las manos se acercan al teclado.
Espacio. Espacio... Una larga tecla para el silencio.
Sin aviso, como si se tratara de una conversación nunca interrumpida, la pregunta sucede: cómo soltar tantas emociones?
Las heridas cicatrizan. Las caricias ... pasan?
Sufro de un anegamiento de recuerdos. Las vertientes que encausan mis días traen vívidos momentos del pasado. Son los horarios, los cuartos, las personas, las palabras, los aromas,
la luz en el ángulo exacto en que se talló un hecho de la infancia; la foto que sobrevoló la adolescencia en blanco y negro y casi se desdibujó entre los palos de un arco en Valcheta y bajo el águila de Las Chapas, cuando el viento era niño para Mario y para Esther que ni soñaban con ser abuelos.
Es extraño. Hay preguntas para las que no quiero hallar respuestas. Un sacudón las traslada a otra orilla.
Creo que empiezo a entender ...
Napa por napa ... Soy tierra ... una pizca de ella. Decantando la sal.
Soy parte de aquella que hoy llena de burbujas el rosal.
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