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martes, 5 de octubre de 2010

EL POEMA DE HOY

"ROMERÍA"

de Juan Huenuan Escalona


Conociendo la poesía de Juan Huenuan Escalona, escritor chileno de enorme talento, he festejado de antemano al recibir su libro, aún inédito, Romería. Y al internarme en sus páginas me he sentido doblemente gratificada, no sólo por lo que en él se lee, sino –y además- por los silencios que concentra. Y es ahí, en ese juego del decir, del sugerir y el callar, donde encontré un profundo acento de autenticidad poética.
Hallé en él no pocas respuestas, o, al menos, ciertas pistas para dilucidar incógnitas que producen desasosiego. Visiones ancestrales que provienen del dolor –personal y colectivo- y que aparecen contundentes con su grito de rebeldía y de impotencia.
He leído estas romerías con hambre y sed de buena poesía. Y sentí la conmoción de estar frente a lo auténtico, porque a la convocatoria del autor han concurrido fantasmas, revelaciones, miedos, vértigos, sueños y realidades. Y se han ido convirtiendo en lacerantes sensaciones que tocan hondo al lector. Y que también alivian.
Baudelaire decía que: "Todo auténtico poeta esconde a un crítico". Y no hay crítica más contundente que la que se ejerce sobre la propia obra, cuando el poeta logra ese fundamental desdoblamiento y se observa desde cierta distancia, con ojo alerta.
Sin duda, esa ha sido su mirada, porque no hay en este libro una sola palabra superflua.
Celebro la aparición de Romería, tan vitalmente equilibrado, tan poderoso. Poesía pura.

Julia R. Chaktoura



De "Romería", adelantamos el poema:

VASIJA DEL ESPÍRITU



a la Machi Margarita Carmona Curín, mi bisabuela




Estoy en el centro.

La viuda acechada de instrumentos rústicos,

en fuego y tierra dispuesta,

soy espejo que refleja la otra orilla.



Larga como el nacimiento de un profeta,

pinté de blanco mi rostro

y bailé el rito de la sanación.



Soy la vasija del espíritu

que ve entre las astillas y los cueros

y persisto al mastín que me desprecia:



tiempo e ignorancia ensañados

con el credo que pretende

mis ofrendas.



Soy espejo que refleja la otra orilla

y el amor de los que plantaron

en la cumbre de la tierra.


Juan Huenuan Escalona


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viernes, 1 de octubre de 2010

LA NOTA DE HOY





LOS DOS LAGOS


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES



En 1953, Juan Goyanarte publicó la novela “Lago Argentino”, una obra de aristas cortantes, símbolo de una Patagonia inhóspita, implacable, feroz; cuyos personajes no piden ni dan perdón, viven y mueren en su ley. Treinta y cuatro años después, Rodolfo Peña mostraba, en “Los pájaros del lago”, otro Lago Argentino. El escritor santacruceño presenta una región acogedora y atrayente; sus actores exhiben rasgos humanos que los suavizan ante los ojos del lector. Esta diferencia entre dos novelas con un mismo tema, el poblamiento de las costas de la enorme masa acuosa donde muere el glaciar Perito Moreno, se refleja en el desarrollo de las respectivas tramas. “Lago Argentino”, continuamente recuerda la desolación y el aislamiento de la zona:

“En esta Patagonia,” dice uno de los protagonistas, “todo es áspero y salvaje. La tierra se eriza a cada momento, con su acompañamiento de tormentas, de ciclones, de fríos bestiales, para arrojar de su superficie al hombre temerario que tiene la osadía de querer domesticarla para arrancarle su savia. El hombre se prende al suelo, como un piojo. El hombre cría uñas y garras, su piel se hace rugosa, peluda, su boca se transforma en una ventosa capaz de chupar jugo de las piedras... Y la tierra se sigue agitando, rabiosa...”.

En cambio, Peña -sin retacear las referencias a la rigurosidad del clima y del terreno de la región-, utiliza un lenguaje de tono sosegado:

“En ese rincón privilegiado de la provincia de Santa Cruz, sobre la margen norte del imponente lago Argentino, albergue de multiformes témpanos viajeros que el viento del oeste y el oleaje consecuente empujaban lenta, inexorablemente hacia el extremo oriental del gran espejo de agua, la tarde transcurría con el sol brillando a pleno y sólo una brisa agradable acariciando la vieja tierra que todavía guardaba lugares cuajados de ese misterio que únicamente da la eternidad no violada por el hombre”.



Como su geografía, los personajes de Goyanarte también exteriorizan un temperamento casi atrabiliario. Así describe al personal con el que debe trabajar Martín Arteche, protagonista de la obra:

“Cuando le tocó tener bajo sus órdenes otros hombres, los manejó también con mano suave y vigorosa a la vez, para ir creando una peonada que colaborara eficazmente con él en la formación de esa estancia que era como un fortín de avanzada a los pies de la cordillera inexplorada. En aquellos tiempos el material humano que se podía encontrar era de las especies más extremas: aventureros difíciles de amansar, o inútiles que, no encontrando trabajo en la costa, se internaban tierra adentro para no morirse de hambre.”

De allí el acento de violencia que caracteriza las relaciones entre quienes pueblan su obra:

“_ ¡Tú te tomas siempre la tarea más descansada! – rezongó Torrén - ¿Por qué no haces tú éste trabajo cochino de ensuciarte con sangre y de oler a carne podrida?
Biguá le lanzó una mirada furibunda:
- ¡Callate! – le gritó -, o te voy a arrancar el cuero a vos también, a lonjazos”.

En “Los pájaros del lago”, los personajes tienen contornos más romos. Juan Carlos Dannenberg, el estanciero alrededor de quien gira la novela, muestra una imagen bucólica del poblador sureño:

“- En la ciudad creen muchas cosas (...) Yo, particularmente, a veces pienso si no seremos una raza diferente. (...) Nosotros, los del campo (...) Tenemos unas cuantas diferencias, criterios distintos frente a la vida, la naturaleza (...) Por ejemplo, tenemos respeto por las cosas de la tierra, la naturaleza, los mismos animales salvajes (...) Sí, somos los hombres de campo quienes matamos a los animales salvajes, claro. Pero ese no es el caso, quiero decir que no destruimos por gusto, no tenemos la fiebre del asfalto, las carreteras atestadas y las aglomeraciones de todo tipo (...)”

Tiempo atrás, se habló en estas páginas de los libros “amargos” y “alegres” que inspiraba la Patagonia. En cierto modo, se encuentra aquí esa dicotomía, que la periodista y escritora Sandra Pien considera un punto importante de estudio para analizar la literatura regional. ¿A qué se debe la notable diferencia en la forma de ver el paisaje y sus habitantes, entre las dos obras? En principio, podría pensarse que está dada por la índole de cada autor; o la distinta época en la cual se concibieron las novelas. Pero otra explicación, más simple, es que las peripecias de Martín Arteche por un lado, y las de Juan Carlos Dannenberg por otro, son dos facetas de una misma realidad. Ambos escritores, Goyanarte y Peña, ven la belleza de la zona y la bravura de sus habitantes, pero cada uno de ellos lo cuenta a su manera. Y las dos visiones nos permiten disfrutar de obras de indiscutible valor literario.



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jueves, 30 de septiembre de 2010

LOS POEMAS DE HOY

CUATRO POETAS SERRANOS





Amistad

Por María Luján Siguero Entraigas (*)



El ángel de un artista
se ha sumado seductor
a este viaje que es mi vida…
Me pinta sonrisas multicolores…
comparte conmigo sus sueños…
y me incita, bohemio.
a liberar las musas
que me habitan…

(*) Escritora de Sierra Grande, integra el grupo Avefénix. Autora del libro “De amores de chat”.


Plenitud

Por Elisabet Sanza (*)


Rugosidad del sol
escondido en sombras,
cavernas zigzagueantes
engendran manantiales,
hilos de sal diminutos
alimentan mi esencia,
piedritas de colores
en mi alma.
Hoy, soy feliz.
el universo me contiene.

(*) Escritora de Sierra Grande, integrante del grupo Avefénix.



Escribir en sombras

Por Beatriz Karam
(*)




¿Por qué rayo infinitas hojas?
¿Por qué no puedo llorar
en momentos como éste?
Pequeño corazón alocado
que rocía de espumas las lágrimas del mar.
Escribir…
Mi cuerpo es una llama ardiendo en las cenizas,
mi cabellera se enreda gritando tu nombre
y no vienes,
la sangre no se apaga
corre detrás de tu ausencia.
Miro las sombras que vas dejando
cuando te alejas
del otro lado de la noche.
Escribo…

(*) Escritora de Sierra Grande, integra el grupo Avefénix. Autora de “Vida entre dos razas”, obra inédita que narra las vivencias de los pioneros de la zona de Arroyo Los Berros, su convivencia con los habitantes originales y otros aspectos históricos y culturales de la región.



Solo
(o la extraña sensación de sentirse solo entre tanta gente)


Por Carlos Olmedo (*)
Estoy solo...
En medio de una gran salina.
Ciego...
En medio de una gran salina.
Camino descalzo sin reconocer cual es mi norte
ni cual es mi sur.
Mis pies están resecos, pero aun perciben el crujir de la sal.
Cada tanto se ilumina el telón de mis ojos con destellos de luz...
¿Será ella...? ¿será el sol?
He puesto vendas blancas sobre todo mi cuerpo
las grietas que tengo en la piel son sólo eso, grietas;
nada tienen que ver con mi pasada vida.
hoy caminé 250 pasos hacia algún lado...
necesito descansar y saber que mañana
no regresaré por el camino ya trazado.
Desperté temprano.
cargué el enorme atado de juguetes viejos que llevo sobre mis hombros
y en el preciso instante en que me preparaba para dar el primer paso del día...
Una mano tersa acarició la mía...
Una mano tibia...
Humana.
Ajustó mis vendas en silencio y sin pedirme nada a cambio
seguimos...
por el gran desierto...
Caminando juntos.

(*) Escritor de Sierra Grande, integra el grupo Avefénix. Incursiona también en la música, las artes plásticas y el cine.



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martes, 28 de septiembre de 2010

EL CUENTO DE HOY





Una Bruja en la Montaña



Por Jorge Gabriel ROBERT



Se llamaba Secundino Linares el hombre que partió desde esta casa situada en un valle en la montaña. Nadie lo había visto llegar a lugares poblados. A nadie le importaba quien era o de donde venía; simplemente, a la gente le gustaba su modo de ser cordial, sin un gesto de disgusto, lo que se suele llamar por su humildad, de muy bajo perfil. Su impronta era constante de ayudar al prójimo. Sin embargo, algunos vecinos más inquisidores, habían notado cierto nerviosismo al entablar un diálogo, pese a su agradable sonrisa; pero Secundino se recomponía de inmediato al notar que era observado y buscaba la manera de sincerarse aduciendo que había bajado de la montaña en busca de trabajos bien remunerados y así poder llevar soluciones a su padre que ya anciano, había desmejorado su salud en forma alarmante y conseguir lo que una vidente le había aconsejado hacia muchos años, cuando empezó a sufrir una misteriosa enfermedad que lo llevaría a la muerte y solo ella, la vidente, conocía un método para su curación total. El remedio era muy simple, y consistía en vestir durante una semana, la camisa de un hombre feliz e ingerir un huevo de pájaro llamado, el pájaro del ceibo o el pechugón, que se conseguiría en el ceibal, mas entrando en la montaña. No era fácil.


Por eso Secundino, en el poblado, elegía pedir conchabo en casas de gente acaudalada, con autos suntuosos, grandes palacios, y así mantenía la esperanza de poder acceder a una camisa usada por personas que, a juzgar por las apariencias, deberían ser muy felices y así conseguir el premio sagrado que sería mejorar la salud de su anciano padre.
En la residencia del enfermo, en el fondo de una quebrada, rodeada de un sembradío que servía de albergue, una alfombra multicolor de plantas y flores. En el fondo de la habitación, un camastro con abundancia de cueros haciendo de abrigo, y un hombre con crecida barba que espera la muerte, si se cumplen los designios agoreros pronosticados por una “vidente” que entre la gente de la montaña, era conocida como La Bruja.
Según la adivina, el mal que aqueja al enfermo exige dos aplicaciones juntas para ser derrotado. 1, vestir por una semana, la camisa de un hombre feliz; 2, comer un huevo del pájaro del ceibal llamado el pechugón, que anida en un cañadón cerca del lugar, de difícil acceso y donde existe una plantación natural del arbusto.
Mientras Secundino en la ciudad, procura acercarse a sus conciudadanos más felices, en busca de una camisa usada, un indiecito en la montaña ha prometido traer hacia el postrado hombre, el noble producto del pájaro del ceibo. Por eso aquella mañana, mientras el sol proponía perfumes emanados durante la noche por infinidad de flores en el cañadón, el joven indio galopaba en pelo su tobiano hacia el nacimiento del manantial en la quebrada de los ceibos donde anidaba aquel plumado pájaro de los milagros.



Varias leguas de día y otras tantas de noche, por los enormes cañadones, con la guía de su instinto y su coraje, el indio va llegando a la quebrada de los ceibos donde el arrogante pájaro ha construido su nido y observa al visitante mientras éste, que desde muy pequeño vivió con su tribu alimentado con cualquier producto natural, buscó entre los pastos y ahí estaba el ansiado nido con cuatro huevos de los que sacó solo uno. Miró al cielo, hizo un ademán de agradecimiento, invocó una plegaria que su madre le enseñó en las tolderías y partió a puro galope de su tobiano incansable, llevando el cumplimiento de su promesa, hasta ser depositado sobre un cajón que sería la mesa de luz del enfermo. Besó su frente afiebrada, repitió la oración y desapareció.
Secundino Linares, consiguió entre amas de casa, planchadoras a domicilio, clubes con asistencia de gente famosa, viviendas de estancieros, deportistas, profesionales, amas de llave que accedieron a pagarle algunos servicios de jardinería y limpieza, con el agregado de una camisa usada ya convenida y partió hacia la montaña con el preciado bulto conteniendo media docena de camisas flamantes pero que habían sido vestidas por hombres que él suponía felices.
Siguiendo una huella de animales para acortar distancias, sorteando lomas y peñascos, vadeando arroyos y guiado por su instinto baqueano de lugareño, bordeando un florido paisaje, vio una majadita de cabras pastando al costado de un manantial, observó a una joven mujer lavando ropa que tendía sobre plantas achaparradas, la que atentamente accedió a cambiar con él unas palabras. Así le contó a Secundino que era madre de familia; su esposo mientras, cuidaba sus niños, el bebé, ordeñaba sus cabras, cuidaba una majada de ovejas, domesticaba otros herbívoros de la montaña, atendía el gallinero, vivía feliz, ayudado en todo por los pequeños hijos que pronto enviaría a la escuelita rural.
Por el encanto y entusiasmo de la joven mujer, que dijo llamarse Amalia, intuyó Secundino que podía encontrarse acá el hombre feliz, de manera que intentó cambiar unos pesos ganados en el pueblo, por una camisa blanca que veía secándose al sol sobre un espinillo. Amalia, experta en ser humilde y orgullosa, rechazó el dinero y obsequió la prenda solicitada. Doble emoción embargó a Secundino cuando vio bordada en el bolsillo de la camisa obsequiada por Amalia, una flor de ceibo. ¿Qué misterios hay en todo esto?, se preguntó interiormente el viajero; agradeció el gesto amable, y prosiguió su camino.
Ya en la residencia del moribundo, sería entonces La Bruja, quien dispusiera elegir la camisa que, junto al huevo del pájaro del ceibal, salvaría a éste, de la muerte anunciada.


Probó una a una las camisas, aplicando la gota de un elixir preparado por ella, que al contacto con la prenda de vestir, emitiría un olor nauseabundo, circunstancia esta ocurrida con todas las camisas probadas menos la que Amalia obsequiara a Secundino, de donde emanaba un suave perfume.
Vestido de blanco, y luego de haber ingerido el huevo del pechugón del ceibal, el enfermo desde el borde de la muerte misma se incorporó en la cama sonriente. Afuera, una nube que pasaba dejó libre al sol que iluminó la alfombra de flores en el patio y allá en el ceibal, un coro de trinos y gorjeos de pájaros, marcó un eco en la montaña.
Ninguno de los hombres del poblado, pese a sus riquezas, era feliz. El hombre del manantial, rodeado de su familia y animales de su granja, sí poseía, por derecho propio, la camisa del hombre feliz. Lo descubrió una Bruja en la Montaña.


Moraleja: “La acumulación del poder que da el dinero, o la acumulación de dinero que da el poder, no garantizan la felicidad”.






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sábado, 25 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY






BORGES: LA MURALLA Y
LOS LIBROS, PARA CREER




Por José Pablo Descalzi (*)


Las "Obras Completas" de Jorge Luis Borges están publicadas en cuatro volúmenes. Esto es un testimonio. Como lo es indicar cuantas hojas o capítulos componen su finita extensión.
La lectura directa de sus escritos, sin embargo, puede dejar impresiones muy dispares y de extensiones insospechadas. Dependen, en mucho, del ánimo con que se avanza por los laberintos intelectuales que su pluma propone.
Certeza y expectativa. Es "Borges", sí, pero tengo para mí –y creo que puede compartirse– que tras su nombre se descubre belleza en la figuras que emplea; información en los datos que trasunta y un prístino y ocurrente razonamiento consecuente. Sin dudas se avizora profundidad en las reflexiones, pero también preguntas y más expectativas. ¿Sorpresa? Sí, basta empezar a leer para rendirse al impulso de ir hasta el párrafo final sin trashojar.
No es objeto de la presente aproximación el exhaustivo repertorio de sus logros, sino brindar impresiones, pinceladas subjetivas, quizás tan generales como azarosas.
En concreto no hay "una" línea, hay muchas para seguir. Poesía y ensayos, cuentos y relatos, conferencias y prólogos. Enumeración. Uno de sus recursos.
Seguramente hay más, mejores explicaciones de lo que Borges representó y representa. Este esquicio, breve, sucinto, es, se insiste, una descripción personal y limitada sobre la estrella en el firmamento de las palabras argentinas.
Veamos un ejemplo sobre la muralla y los libros. Debe tenerse presente que tal es el título con que Borges inaugura el libro "Otras inquisiciones" (1952), integrado al tomo II de las citadas "Obras Completas".
Y Borges dice:
"Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue el primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones -las quinientas o sescientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de su historia, es decir del pasado- procedieran de la misma persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó... Históricamente -agrega- no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Anibal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos y borró el sistema feudal; erigió una muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores. Quemar libros y erigir fortificaciones -concluye- es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en que obró..."
Luego formula el ensayo de explicación de esos hechos, del que tomaré algunas frases necesarias:
• todas las cosas quieren persistir en su ser.
• el emperador destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre.
• su virtud puede estar en la oposición de destruir y construir, en enorme escala.
• todas las formas tienen su virtud en sí mismas y no en su "contenido" conjetural.
Y cierra y rubrica con estas reflexiones:
"…todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético"
Ahora pienso, trato de olvidar las diferencias, y generalizo. Persistir, destruir, construir, enseñar; conciencia, virtud y conjetura, ¿qué quiere (puede) decirnos Borges con esta relación? Me parece que el hecho estético, la apreciación de la belleza de algo, si cabe, debe buscarse en el contenido conjetural de las formas, en lo que creemos que es o puede ser.
Cambio el orden: destruir, construir, conciencia, persistir, conjetura, enseñar y virtud. Y encuentro un mensaje oculto. Creo, quiero creer, que Borges a su modo nos revela el ciclo de la vida; desde la virtud de las formas, nos enseña lo que es o puede ser la sustancia...
Pongámoslo de esta manera: destruir la soledad hasta construir la unidad, consciente de las promesas compartidas y sin buscar soluciones a la continuidad. Puede decirse que sólo valorando estos acontecimientos, creo –quiero creer– que se impone la virtud.



(*) El autor es oriundo de la Provincia de La Pampa. Nació en el año 1969. Es abogado y cuenta con numerosas publicaciones en revistas nacionales especializadas. Escribe en su blog personal: http://jpdesc.blogspot.com . Actualmente está radicado en Trelew.




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