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martes, 1 de febrero de 2011

LA NOTA DE HOY






PRIMALEON Y LOS PATAGONES



Por Jorge Eduardo Lenard Vives



En 1524 Antonio de Pigafetta redacta su obra “Primer viaje en torno al globo”; en la que expone los avatares de la expedición de Hernando de Magallanes, de la que formó parte. Al describir los varios encuentros de los marinos con los habitantes del extremo austral de las tierras americanas, termina diciendo: El capitán general llamó a los de este pueblo "patagones".


El significado del nombre muere con el navegante portugués en la isla filipina de Mactán. El cronista no da más detalles sobre su origen; pese a que luego lo emplea para designar a la “Región Patagónica” y al “Estrecho Patagónico”. Este misterioso término dio lugar a muchas conjeturas, una de las cuales hace referencia al supuesto gran tamaño de los pies de los pobladores. Sin embargo, tal característica anatómica no es mencionada por Pigafetta. Menos probables aún son las interpretaciones que asocian su acepción a lenguas nativas americanas, desconocidas por quien dio el nombre a los pobladores de esas zonas. Pero hay una explicación que, por su relación con la Literatura, resulta de especial interés para este blog. La menciona, entre otros autores, Virgilio Zampini en su “Chubut, breve historia de una provincia patagónica”; y es en la actualidad la versión más aceptada (aunque hay autores de fuste que defienden otras etimologías).

En el año 1512 se publica en Salamanca una novela de caballería llamada “Primaleón”; la segunda parte de una saga iniciada con la obra “Palmerín de Oliva”. El autor de ambos textos sería Francisco Vázquez. Primaleón era un caballero que andaba de isla en isla solucionando entuertos. En una de esas islas se le informa que “hay muy grandes montañas” y que “moran en ellas una gente muy apartadas de todas las otras que hay en ella... y son muy bravos y esquivos... no traen sino vestiduras de pieles de las animalias que matan... Más todo es nada con un hombre que ahora hay entre ellos que se llama Patagón... que tiene cabeza como de can... y los pies de manera de ciervo y corre tan ligero que no hay quien lo pueda alcanzar. Y algunos de los que lo han viso dicen de él maravillas. Y él anda de continuo por los montes... y trae un arco en sus manos con saetas muy agudas con las que hiere... Y trae un cuerno a su cuello y tañéndolo viene muchos de aquellos patagones a le ayuden, y hacen gran daño que no temen por sus vidas”.

Patagón es derrotado por Primaleón; y ante sus bramidos “acudieron allí dos de aquellos patagones de su linaje y estos traían asimismo cuchillos muy agudos como él, que otras armas no tenían, más era muy fuertes y ligeros... cuando tales vieron a Patagón fueron muy espantados y muchas cosas decían, más Primaleón no las entendía...”

Compárese esta descripción con la que hace Pigafetta de los moradores de la región austral: "... alcanzamos a los 49 grados y 30 minutos de latitud meridional, donde encontramos un buen puerto.... Un día en que menos lo esperábamos un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros. Estaba sobre la arena, casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo (...). Su vestido, o mejor dicho, su manto, estaba hecho de pieles, muy bien cosidas, de un animal que abunda en el país (...). Llevaba este hombre también una especie de zapatos hechos con la misma piel. Tenía en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, algo más gruesa que la de un laúd, estaba hecha con un intestino del mismo animal; en la otra mano empuñaba unas cuantas flechas de caña pequeñas, que por un extremos tenían plumas, como las nuestras, y por el otro, en lugar de hierro, una punta de pedernal blanco y negro”.

Y más adelante: “Seis días después... vieron a otro gigante, vestido cómo los que acabábamos de dejar y armado igualmente por arco y flechas... Este hombre era más grande y estaba mejor formado que los otros; tenía también los modales más dulces, danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se elevaban muchas pulgadas de la arena”.

Las similitudes respecto a la vestimenta, las armas, la agilidad, la fuerza física, incluso el habla intrincada, permitirían suponer que el navegante bautizó al pueblo que había hallado recordando a los patagones descritos en “Primaleón”, entre quienes habitaba el peculiar Patagón. ¿Conoció Hernando de Magallanes la novela? Dado que su expedición zarpa en 1519 y la obra, al parecer exitosa, se habría reeditado por primera vez en 1516; no sería raro que supiese de ella. A lo mejor, no en persona; pero alguno de los más de doscientos expedicionarios pudo haberla leído. Pigafetta nada dice sobre cómo Magallanes eligió el nombre, tal vez surgió de una charla con otros tripulantes.

Este artículo no presenta nada novedoso. Su tema fue objeto de estudio por parte de muchos investigadores; y nada se pretende agregar a sus conclusiones. Sólo se quiere recordar, una vez más, como la Patagonia se liga por caminos impensados con la Literatura universal.



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sábado, 29 de enero de 2011

EL CUENTO DE HOY




SCANNER




Por Dora Elena Lendzian (*)




Trata de darse coraje.
Busca algo... desesperadamente... conque darse coraje.
La bandera.
¡Sí!
¡LA BANDERA!


Aquí está la bandera idolatrada
La enseña que Belgrano nos legó
Cuando triste la patria esclavizada
Con valor sus vínculos rompió.

Mira a Puerto Argentino y ve... apenas, cubiertas por la bruma del mar, las casitas de estilo inglés.
Parecen surgir de las estampas de un viejo libro de cuentos de hadas, príncipes y duendes... pero en esas casitas no hay duendes de candorosa barba... ¡Hay alcahuetes!
Achica los ojos alcanzando distinguir algo que se mueve. Observa con atención. ¡El mástil!... y en lo alto... tan querido color celeste y blanco.
Blanco y celeste. Celeste y blanco. Blanco como la camisa almidonada de la primera comunión. Pura como la mirada de mamá cuando me besa el pelo engominado bendiciéndome. No tiene, como otras... PIRATAS... el rojo de la sangre que clama la sangre. Tiene el celeste de las amarilis que cuida la abuela en el jardín. ¡Abuelita! ¡Qué ricos tus bizcochitos de miel y limón que se deshacen en mi boca...!
Busca en la mochila algo. Cualquier cosa. La lata de pate de foie aparece detrás de una caja de balas. Pate de foie. ¿Por qué pate de foie? Pate de foie debe estar ayudando al enemigo. Picadillo de hígado. Eso es, debemos decir picadillo de hígado. Pero picadillo al final. El abrelatas. ¿Dónde dejé el abrelatas? ¡La gran siete! Me olvidé el abrelatas. Otra vez me lo olvidé, como hace pocos meses atrás, en el día de los estudiantes en que me olvidé el sacacorchos y llevaba escondida una botella de vino entre los sandwiches de milanesa. ¡Maldición! ¡Otra vez! Emparedados o sanguches está mejor... los sandwiches me están amenazando y en las SANDWICHES perdí un hermano...

Con el cuchillo termina de abrir la latita. Al tragar el picadillo piensa que estaría mejor con un poco de mayonesa y una criollita. Siente la garganta áspera y seca... Desea tomar algo caliente.


_ ¡NO ENCIENDAN NADA! ¡Ni cigarrillos ni fuego! _ Ordenó el sargento antes de irse. _ Los ingleses están cerca y el fuego que ustedes enciendan lo pueden delatar! ¿Entendieron? DELATARRR TARR TARRR TARRRR TARRRRRR...

Eso se lo habían dicho temprano a la mañana. Cuando el sol levantaba la helada. Ahora la helada volvía a caer.

Siente frío, mucho frío.
Abre y cierra las manos.
Estira las piernas.
Y se vuelve a acurrucar en el pozo de zorra.
Toma el fusil entre las manos.
Lo siente extraño.
No lo sabe utilizar muy bien, más bien le infunde respeto. En lo que era un experto, de pibe claro, era con la honda. Horqueta perfecta y cámara de bici abandonada...

Era un campeón bajando cabecitas negras.

Ahora el cabecita negra era él...

¡Lo vamo a reventar!
¡Lo vamo a reventar!
Vitorea la hinchada en la bombonera...

¡Lo vamo a reventar!
¡Lo vamo a reventar!
Vitorea el pueblo convocado en Plaza de Mayo.

¡Lo vamo a reventar!
¡Lo vamo a reventar!

Lo re ven ta ron. Lo re ven tatata rroonn rrrooonnnn ronnnnn.

Era de noche y el “Scanner” registró las señales invisibles que emitían las diferencias de temperatura del cuerpo del combatiente. Así lo habían localizado. Lo vieron en la oscuridad de todos lados.
El estallido que produjo su cuerpo al explotar fue un punto blanco en la imagen Landsat tomada por el satélite de la NASA que controlaba desde el espacio.
... Siempre controlaba....




(*) Escritora nacida en San Carlos de Bariloche y radicada en Gaiman. Obtuvo el primer premio del concurso de cuentos organizado en 1988 por la Biblioteca “Ricardo Berwyn” con su obra “Scanner”. En el año 2008 fue premiada con una mención especial en el Primer Certamen Argentino Internacional de Autobiografías “Ricardo Berwyn”, por su obra “Así fue”; de la que se publicaron dos ediciones. Posteriormente, se desempeñó como integrante del jurado de este certamen.



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martes, 25 de enero de 2011

EL POEMA DE HOY





NOCTURNO

(soneto)




He aguardado la noche con anhelo.
Y al despedir la tarde, ya en lo oscuro
recliné mi cabeza contra el muro
contemplando los astros en el cielo.

No sé si sorprendido por su vuelo
- pese a que tanto buscaba ese conjuro -
cuando cayó una estrella, ni el susurro
atiné a pronunciar, de mi desvelo.

El cuarto penumbroso me tuvo a la ventana
con mi afán en los labios, palpitando,
sin otra estrella fugaz para el intento.

Ya la vigilia era una espera vana
cuando un meteoro se esfumó, brillando.
Dije tu nombre. Está en el firmamento.




Carlos D. Ferrari


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martes, 18 de enero de 2011

EL POEMA DE HOY


QUIMERA



Te cubriré con hojas secas,
las del último otoño.
Te dejaré olvidada
en el pliegue más profundo
de mi almohada.
Cerrarán las heridas
que dejaré caer una a una
en la blanda arena de esta playa
que es mi vida.
Pondré contigo, tal vez,
todas mis angustias,
todos mis pesares,
en un pañuelo anudado con raíces
que arrojaré al mar.
No sabrán los ajenos, los extraños,
que te convertirás, quizás,
en gaviotas y petreles
que raudamente emprenderán
un loco vuelo,
buscando
la necesaria carroña
que alimente.



Ada Ortiz Ochoa (Negrita)


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jueves, 13 de enero de 2011

EL RELATO DE HOY




Mi padre me contaba...



Por Olga Starzak (*)



Mi padre se extasiaba en contarme, con frecuencia, un hecho singular vivenciado cuando niño. Yo conocía la historia de memoria pero jamás lo interrumpía. Me producía mucho placer escucharlo, verlo emocionarse ante los acontecimientos, enternecerse con el suceso, rememorarlo como si volviera a vivirlo. Mantenía invariables los detalles y su voz se quebraba, por momentos, al comprobar las virtudes de la naturaleza.
El relato siempre comenzaba, más o menos así:

“Casi todos los domingos íbamos a pescar con mi padre, a la desembocadura del río Chubut en Puerto Rawson. En ocasiones, escapando de otros pescadores, nos ubicábamos en la orilla sur del río, del lado de playa Magagna. Desde allí podíamos observar el corto y estrecho muelle del puerto, las pequeñas lanchas ancladas, los movimientos portuarios y los pocos vehículos que circulaban. Cumplíamos con el ritual de armar las largas cañas de fibra de vidrio, incorporar la tanza y el reel y, una vez encarnados los anzuelos con langostinos que procurábamos del desecho de una planta pesquera, nos concentrábamos en la caza de róbalos o pejerreyes.
Siempre e inevitablemente un casal de patos caseros, esbeltos, muy blancos y bellísimos merodeaban el lugar. Eran la admiración de los visitantes como lo son ahora los inmensos lobos marinos que cada atardecer toman, inmóviles, el sol de la playa, arriba del muelle que es hoy otro muelle. No tenía más de diez años cuando descubrí, con repetido placer, el comportamiento de las aves, siempre próximas a una de las pocas viviendas situadas cerca de la costa de donde –suponíamos- no deseaban alejarse.
Mi padre me había contado que los patos se aparean para toda la vida y el macho jamás abandona a su pareja. Me gustaba verlos chapotear en el agua, siempre muy juntos, conservando los límites impuestos sólo por ellos. Esa tarde en particular, de aquel lado del río no había otras personas más que nosotros. Sobre la margen del puerto y a pocos metros de allí, en el balneario Playa Unión se observaba mucha gente. Era un espléndido día de sol; grandes y chicos disfrutaban del agua y la arena. Los patos, también protagonistas del paisaje, estaban presentes. En un ir y venir cruzaban el río mostrando sus destrezas, se zambullían, volvían a aparecer; nadaban lento a veces... con ligereza otras.
Un grupito de niños se entretenían en la costa. Jugaban a hacer “sapitos” con las piedras que arrojaban al agua. Yo los contemplaba deseando compartir su juego. Aún así continuaba concentrado en mi tarea, atento al pique, expectante... Minutos después ocurrió un hecho que no olvidaré jamás. Un par de chicos, bastante más grandes, detuvo sus miradas en los apacibles patos. Sin dudarlo, uno de ellos levantó una piedra y la arrojó a uno de los indefensos animales. La casualidad, o tal vez la puntería, quiso que el blanco fuera la hembra y de inmediato cayó desvanecida. La agresión logró que su corto cuello perdiera la fuerza, dejando su cabeza sumergida en el agua. Ambos quedamos paralizados. Creímos que la había matado. Con estupor, apoyamos las cañas en la arena y nos dispusimos a mirar la angustiante escena. El macho, sólo identificable por su tamaño, acusó el peligro emitiendo un grito áspero y elevándose en repentino vuelo, acudió a defenderla. Se ubicó pegado a la pata. Se puso en aparente tensión y con su pico tomó su cabeza sacándola del agua. Así permaneció.
Minutos antes, ambos, con su peculiar cantar proclamaban libres el derecho a su espacio; se comunicaban... tal vez previendo la inminente época de anidación. Disfrutaban de su hábitat sin saber que se constituían, para muchos, en deleite; para unos pocos, en objetivo de su crueldad. La correntada los llevaba hacia el cercano mar; para evitarlo, el macho intentó subirse sobre el lomo de la pata y así remar con sus miembros en sentido contrario. Abría sus alas como queriendo protegerla. A pesar de sus esfuerzos no pudo lograrlo. Cada vez que procuraba montarse se resbalaba y caía. Renunció a su lucha y ensayó una nueva estrategia; se ubicó enfrente de la hembra, apoyó su pecho al suyo y desafió la corriente. De esta forma arrastraba con sostenido esfuerzo a su pareja sin soltarle, en ningún momento, la inerte cabecita. Así fue aproximándose a la orilla, aquella que les pertenecía, la del puerto. Cercana a la casa que frecuentaban.
No podíamos dejar de mirar, anonadados ante la sublime actitud que presenciábamos. El pato con su carga avanzó unos pocos metros hasta que comprobó que muy cerca de allí continuaba el peligro; era mucho el ruido y el movimiento. Detuvo su andar, cambió de rumbo y manteniendo la pericia del empuje nadó con lentitud hacia la orilla donde nos encontrábamos. Cuando alcanzó la tierra soltó de su pico delicadamente la cabeza de la pata y al descubrir que continuaba inmóvil, comenzó a rondarla. Sin cesar... con ansiedad.. Surgió clara la voz del ave en la evanescente luz de ese día. Imaginé su grito como un mensaje de dolor. E instantes después el ave herida, liberada del riesgo de ahogarse, comenzó a reaccionar. Tambaleándose, pronto se puso de pie. Así juntos, quedaron contemplándose un momento. Cuando se repuso, la hembra no dudó en volver al agua; ahora, por sus propios medios. El pato la imitó. Se escuchó un canto sutil... un lenguaje sin palabras que los acompañó en el camino. El protector, desplegando su valor heroico se situaba a muy poca distancia de la pata, siempre delante de ella. Cuando se alejaba demasiado volvía a su encuentro, se ponía a la par y la esperaba. Una y otra vez. Una y otra vez. Sin prisa retornaron a su lugar habitual.
Comenzamos a juntar nuestras pertenencias y aún conmocionados, emprendimos el viaje de regreso”.

Escuché este relato hasta casi adolescente y repetí después, con igual fervor, a mis hijos.

Es parte de la historia de mi padre.




(*) Del volumen de cuentos “En el umbral de los encuentros” – Ediciones del Cedro - Gaiman - Chubut, 2002


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