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miércoles, 6 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




Pueblo del Molino





Por Jorge Alberto Baudés (*)



Podría desandar el polvoriento camino
Únicamente mirando hacia atrás el ancho surco
En el que , superpuestas huella tras huella,
Bebe nostalgias su alma sedienta.
La mañana tiñe de rojo el horizonte. Preanuncia
Otro día de larga faena allá en la chacra.

Detrás de cada aspa ronronea el molino
Entraña de moliendas de generosos granos.
La tarde encuentra su sosiego.

Mientras un trahuil reposa de aventuradas cacerías
Otro día construye sueños cobijado de noche
Listo el recado, presto el baqueano,
Inicia con el alba su cosecha.
No ha de hallarlo sin pan el duro invierno
O tendrá que esperar las nuevas mieses.



(*) Escritor chubutense



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viernes, 1 de abril de 2011

LA NOTA DE HOY







EL NAVEGANTE DEL RIO DE LOS SAUCES



Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Hay actores de la historia patagónica que sirven de pábulo a la creación literaria. Son, como se dice habitualmente, “personajes de novela”. Edmundo Elsegood, a quien dediqué una página de este blog hace ya un tiempo, es uno de ellos. Y Nicolás Descalzi, otro. Ambos están unidos por una especial relación, porque Descalzi se introduce en la tradición regional guiado, en el sentido preciso del término, por Elsegood; su piloto durante la navegación del río Negro.

Pero de Elsegood ya he hablado. Hablemos ahora de Nicolás Descalzi. Nacido en Chiavari, Italia, el 19 de febrero de 1801; llegó al país en 1821 junto con sus hermanos Cayetano, uno de los principales pintores nacionales, autor del más conocido de los retratos de Rosas; y Pedro, farmacéutico de Buenos Aires hasta que se incorpora al Batallón “Amigos del Orden”. El protagonista de esta nota traía conocimientos náuticos; por lo que apenas arribó a la Argentina se inició en las prácticas marineras. Integró la dotación de la goleta “Dolores”, que hacía el cabotaje entre Buenos Aires, Montevideo y Patagones; su primer contacto con las tierras australes.

Sus dotes despertaron el interés del presidente Rivadavia. Se lo nombró director de la “Sociedad de Navegación”, creada para promover el comercio con Bolivia a través de los ríos del norte. En 1825 marchó a Salta; allí construyó una embarcación para surcar el Bermejo hasta el Paraguay. En agosto de 1826 desembarca por error en territorio paraguayo y es apresado por tropas del presidente Francia. Recupera su libertad recién en 1831, junto con el “Diario” que escribió reseñando el reconocimiento. Ya había ejercitado sus dotes de escritor con esa crónica; afición que repetiría más tarde al recorrer el río “de los sauces”.


Pasan un par de años. En 1833, Don Juan Manuel de Rosas inicia su expedición al desierto. Conocedor de la presencia de los grandes ríos sureños, designa a Raúl Bathurst para explorar el Colorado, en tanto encarga a Descalzi recorrer el Negro. El flamante comandante se reúne con su piloto, Elsegood, en el campamento del Restaurador cerca del actual Fortín Mercedes; y desde allí marcha hasta Carmen de Patagones, donde organiza una flotilla compuesta por la goleta “Encarnación”, la ballenera “Manuelita” y dos canoas. El 10 de agosto, con una tripulación de veinte hombres y dos mujeres, comienza la travesía. Por falta de vientos favorables avanza gran parte a la sirga y aún más a la espía. Dos meses después, el 27 de octubre, fondea frente al campamento del Ejército en la isla de Choele Choel; esa misma tarde llega al lugar la columna del General Ángel Pacheco, luego de su campaña a la cordillera.
El viaje, que ocupa apenas un párrafo en este breve artículo, estuvo plagado de vicisitudes: problemas de disciplina con la tripulación, encuentros con las tropas terrestres y hasta un naufragio que puso en riesgo la vida del navegante. Cuando Descalzi volvía en una canoa de explorar la costa, la goleta pegó con la proa en el frágil bote y lo volcó; debió ser rescatado de las aguas luego de varios minutos de forzada natación. Durante el periplo efectuó estudios de ciencias naturales, levantó datos geográficos y los fijó en sus mapas mediante la observación astronómica.

Estando en Choele Choel, presenta a Pacheco un proyecto para continuar con su flota hasta la confluencia de los ríos Neuquén y Limay; donde se separarían: Elsegood remontaría el Neuquén, en tanto él recorrería el Limay. Pacheco aprueba la idea; pero el Brigadier General da orden contraria; atinada decisión por cuanto, al replegarse las tropas, los buques quedaban sin apoyo. Retorna así corriente abajo el día 13 de noviembre; el 21 de ese mes echa ancla frente a Carmen de Patagones. Hizo en nueve días lo que en sentido contrario le llevó sesenta. Al finalizar Descalzi su Diario, agrega un elogioso comentario para su subordinado: “El piloto Edmundo Elsegood, se comportó muy bien y me ayudó mucho en mis trabajos, y merece mucho aprecio porque es un joven de bien”.

¿Qué fue de su vida luego de la incursión al sur? Al volver a Buenos Aires recibe el grado de Mayor de Caballería y revalida su título de agrimensor. En tal papel recorre localidades y traza planos. Durante una excursión por el río Matanzas muestra su vena de paleontólogo, al recuperar los restos de un megaterio y de un gliptodonte. Presenta una faz filantrópica: es socio fundador del Hospital Italiano, al que dona el 10 % de sus ingresos. Se casó con Estanislada Elordi Maza; tuvo una hija, su yerno fue Miguel Barabino. A su muerte, el 14 de mayo de 1857, es enterrado con honores en la Recoleta.

Las letras podrían recrear muchas escenas de la vida de nuestro héroe. Hay una, en particular, que invita a la reflexión. Imaginemos al italiano Descalzi y al inglés Elsegood parados en la proa de la “Encarnación”; contemplando como el Currú Leuvú se pierde en la lejanía detrás de un meandro, rumbo a esa cordillera de la que les hablaron. Planean entusiasmados su expedición a las nacientes. Saben que ponen en riesgo la vida, pero saben también que el esfuerzo se justifica porque están construyendo el futuro de la tierra que los cobijó. Y, seguramente, tienen la esperanza de que un día sea un país pujante; con la fuerza poderosa de ese río que los mece, mientras cruza la Patagonia para unirse con el mar.



Nota: Dedico esta nota al Dr José Pablo Descalzi, colega en la Literatura; quien, investigando sus raíces, me interesó en este personaje patagónico. Su valiosa información me permitió conocer a un verdadero protagonista de nuestra historia, por lo que le quedo sinceramente agradecido.



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miércoles, 23 de marzo de 2011

EL RELATO DE HOY




Nuestra señora de los Arrayanes



Juan Bautista Vallés (*)




Llevamos navegando casi dos horas. Atraca la nao y nos disponemos a descender.
Luego de cruzar un muelle de madera sometido a vientos, lluvias y soles despiadados, de los que dan muestra sus cicatrices, comenzamos a caminar rumbo a la entrada.
Con la experiencia de las visitas guiadas a la catedral de Milán o Chartres, dejé pasar a la muchedumbre que me rodeaba. Eran hombres, mujeres, niños, con intereses diversos y sólo un rito común.
Entonces, ya solo, llegué al comienzo del templo. Caminé por un pasillo de piso de madera que seguía el ascenso de la tierra. Eran restos de un árbol que murió para que otros sigan vivos. El horizonte. No sabía si era de la nave central o de una de los laterales. Recordé que las catedrales tienen forma de cruz. No hay aquí paredes que marquen los límites laterales, hay una proyección hacia los costados que es espacio hasta donde la vista alcanza antes de enredarse en ramas y troncos de árboles y arbustos. No hay una figura que represente lo que es. No hay un cuadrado, ni un rectángulo ni un círculo. Su forma está más allá de lo conocido.
Largos pilares sostienen el techo que está compuesto de millones de hojas verdes y pequeñas que raptan rayos de sol y el agua hecha lluvia o rocío.
La luz proviene de rayos que se cuelan por minúsculas rajaduras y dan al ambiente la difuminación de los cuadros de Leonardo.
Hay un silencio total. El silencio habita allí. Únicamente la luz lucha con él por el reino.
En ese ambiente reina la vida. Millones de semillas, brotes, prescinden del tiempo de los hombres para engendrar, nacer, crecer, morir.
Se necesitan veinte vidas de hombres para llegar al techo de esta iglesia.
Nuestra señora de los Arrayanes se aloja aquí. La Vida es una invitada permanente. Los arrayanes, esos árboles desnudos de los conquistadores, quieren ser los únicos habitantes de este monasterio. Como cuando eran los quetri de los aborígenes. Los troncos de los arrayanes tienen el frío del mármol o del granito o el cemento de las columnas catedralicias. Ellos siguen expuestos al frío de su savia porque alguien les robó la corteza protectora. Disputan a los ñires y al ciprés el espacio para sobrevivir, en esa sorda lucha de los seres vivos.
Nuestra Señora de la Vida hace un milagro a cada instante pero, tímida, lo oculta en una semilla, bajo la tierra, en las alturas, en un brote.
La procesión de los hombres ya se ha ido y se ha llevado el rumor de sus conversaciones, el ruido de los mecanismos para filmar y fotografiar, las observaciones superficiales y los comentarios inútiles.
Nuestra Señora de los Arrayanes vuelve a la soledad milenaria. A los tiempos largos con olor a infinito. Cada uno de los árboles se cubre con igual vestido color canela. Millones de días han contemplado y lo sigue haciendo al ser un arbusto devenido en árbol. No hay pájaros en este templo de la vida salvo los que ocasionalmente curiosean por aquí, sin anidar. Como no queriendo mezclar los mundos vegetal y animal.
Me imagino el paisaje en febrero cuando abunden las flores blancas y olorosas, poniéndoles un toque de femineidad como a las novias en el día de su casamiento.
Abordamos otra vez la nao.
El barco se va y desde el lago sólo se aprecia una mancha verde. Visto desde allí no es más que un macizo vegetal.
Se reserva su identidad y lo que atesora.
Un bote amarrado y el viejo muelle de madera denotan la presencia del hombre que mueve la estela que choca contra la playa.
Una vez más la naturaleza vence y parece que la vida también.


(*) De “Tercer Libro” - Biblioteca Popular Agustín Álvarez - Trelew, Chubut - 2008




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domingo, 20 de marzo de 2011

LA NOTA DE HOY




Hoy es el día.
Aquí me encontrarás.



He estado buscando las palabras. Analizándolas y analizándome, porque el sentir me llevaba hacia las despedidas absolutas, si me aceptas la libertad para subtitularlas.
Una y otra vez escarbé en el mismo pozo. El ejercicio fue provechoso. Decanté de cada experiencia un rico sedimento.

Vivir y despedir tienen una misma raíz. No puedo asegurar que sea igual la conjugación. Creo que no lo es.
Es de todos los días la acción de despedirse, sucede que no tomamos conciencia de ello. Las pequeñas variables acumuladas, se acopian sin clasificar.
La suma de esas sutiles despedidas suelen resolverse en cualquier hora...en un despertar de la mano del presente. No es más, ni menos que un tropezón con los "ayeres" que han trabajado amplia, totalmente en nosotros. Así nos despedimos de nuestra niñez y de la de nuestros hijos, de la juventud de nuestros padres y de nuestra propia juventud.

Amiga, despedirse -en cualquiera de sus modos- es conjurar recuerdos.
El que queda, el que parte, ambos, pretenden recuperar en instantes una porción de vida que no es pequeña, que es polícroma, que se arma "a nuevo" con lujo de detalles que emergen de la memoria que se mantuvo dormida, tal vez, por años.

Hay en todo esto un dejo de egoísmo. No queremos se aleje esa pieza que tiene un encaje justo, ganado con constancia, permanencia, encuentros y por qué no desencuentros, rutinas... en nuestra vida.
Cómo impedir el curso natural? Cómo esquivar el vacío?
Pues, con una actitud defensiva, refleja: volcar sobre la mesa ese tesoro que guardamos en la cartuchera del alma.

Para este "juego" no hay edad. No hay restricción de sexo. Todos podemos practicarlo. Y lo hacemos.
Algo realmente bonito es que por sobre esa sensación de desgarro y emoción que nos embarga, sabemos que es esperanzador el horizonte, que es merecida su propuesta y que así como se nos cierra la garganta por momentos, nuestros brazos están abiertos alargando el saludo para quien se aleja y para que sea visible en la distancia, así tendrá la certeza de que siempre estarán esperándolo para un abrazo.

Más aún, y de esto podemos dar fe: construir senderos sobre los futuros caminos, tender puentes nuevos sobre viejos pilares para que cuando lleguen las horas de las coincidencias, materialicemos el tesoro de la amistad.


Olga E. Cuenca



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miércoles, 16 de marzo de 2011

EL POEMA DE HOY





VIENTO…


Por Raúl A. Entraigas




Rapsodia salvaje de tierras bravías,
Préstame el acento de tus melodías
Para que yo entone también mi canción;
Quién creció arrullado por esos silbidos
Lleva a flor del alma, trocada en gemidos,
Como puñalada, tu lamentación.

Si hay una comarca “donde el viento brama”,
Donde canta y ruge, donde llora y clama,
Es en esta tierra virgen y cerril.
El viento hace al árbol fuere y obstinado
Y al hombre robusto, tenaz y porfiado:
¡Estatua viviente del tipo viril!

Aquí no hay caricias “de céfiro blando”
Sino latigazos que azotan, cantando,
Como un coro griego de corte imperial;
La música nuestra, solemne y bravía,
Tendrán, sí, cadencias del avemaría,
Pero es, sobre todo, la marcha triunfal.

Yo entiendo ese canto, penetro ese arcano,
Yo entiendo porque tienen poder soberano
Las furias que impulsan los vientos del Sur:
El ¡ay! misterioso que gime ese viento
No es más que un extraño, perenne lamento
Que emite una raza tronchada a segur.

La voz de ese viento que diz que apuñala
Es el “dies irae” que el tehuelche exhala
En su postrimero, convulso estertor.
¡Por eso la fuerza del viento sureño!
¡Si es rabia y enojo y es ira y es ceño
Del indio gigante desplomado en flor!

Yo entiendo ese canto de tristes presagios:
Es el grito ahogado de mil y un naufragios
Que echaron mil sueños al fondo del mar.
Por eso es tan triste ¡si es voz de ultratumba,
Voz desesperada de quien se derrumba
Sin leve esperanza de poderse alzar!

Es el viento que silba, que reza y que canta,
El viento sureño no abate, levanta
Y forja varones de temple real.
Si un día la patria soldados reclama,
Que mire a esta tierra “donde el viento brama”:
¡verá que legiones le manda el Austral...!



(*) El Padre Raúl A. Entraigas es un célebre escritor rionegrino; historiador y poeta. Este poema pertenece a su libro “Patagonia. Región de la aurora”, Editorial Don Bosco, Bs As, 1959.


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