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martes, 24 de enero de 2012

EL RELATO DE HOY





PENSÉ EN MI LUGAR


Por Héctor Roldán (*)



Pensé en mi lugar. Yo, hombre desarraigado, negador de tradiciones, rebelde de cualquier causa, escéptico, hiriente comentarista de ajenas creencias, pensé mi lugar. Aquel lugar que inútilmente soslayé durante centenares de años y que ahora, en esta inmortalidad profunda, a millones de eones de aquel pedazo de tierra, apareció ante mis ojos desde algún rincón oscuro de mi memoria. ¿Qué representa este recuerdo? ¿Por qué vino ahora que el universo se está contrayendo? ¿Ahora que veo como las estrellas colapsan unas con otras? Me he quedado solo. Será esta soledad última la que disparó desde el fondo de los lóbulos de mi cerebro esta imagen: un niño de espaldas en la tierra contemplando el círculo celeste de la creación. Puedo decir que he vuelto fugazmente a ese instante. A ese instante, ahora que contemplo la ausencia intuida más allá del cataclismo galáctico del cual soy testigo. Único testigo. Ausencia que intuyo como la sombra que siempre me ha acompañado a lo largo de mis días sin fe, sin iglesia, sin comunión. Era, en la perfecta sensación del sinsentido, la risa sarcástica en los actos de emoción religiosa. Era, en la concentrada individualidad de la que hacía gala, la sombra oscura de las fiestas, la disonancia en los ritos. Pura orfandad ensoberbecida.

Pero, ahora, habiendo dejado de lado la rutina de mi vida, veo en su reiteración algo más que pura nada, sino actos de curiosa magia, que constituían un orden, una danza, un alfabeto. Y el mundo, las cosas, se humanizaban ordenándose para el conflicto o para el placer de mi existencia. Eso pensaba ahora que el fin estaba llegando, que contemplaba que lo uno se volvía lo otro y, que aquel sentido cuidadosamente preparado por mí, por mis padres, mis abuelos, todos mis ancestros y todos los otros, por todos los animales, las plantas, los buenos, los malos y los más o menos, por todas las mujeres, por todos los niños, y por todas las cosas del espíritu que usábamos para apuntalar la existencia, mi existencia; se iba diluyendo o explotando, consumiéndose. Más allá, la sombra. La boca feroz del lobo Fenris que venía a cumplir el cometido planificado desde el primer acto de la creación donde la vida ya pergeñó su muerte futura, ese periplo. 

Viaje que yo negaba para no ser parte de este Apocalipsis. De este estallido, de esta inquietud material de las células, de este devenir insoslayable. Sin embargo, en la caída final, aquellos viejos fantasmas venían para darme una guía, una espada y poder decir, pensar, sentir que este era el fin del mundo. De otro modo no lo habría podido decir y estaría extendiéndome en el caos sin sentirlo, sin llorarlo, sin pensarlo. Así vi, las trompetas sonando en cada rincón, escuché la oración y esperé por un último instante de redención mientras todo desaparecía. Desaparecía. Todo. Menos el amor. Menos este amor que siempre vivió en mí aún yo ignorándolo, negándolo y que en este día, el último día, me permitía conocer la infinita dimensión de la tragedia.



(*) Escritor santacruceño. De su blog “El espectro de las cosas”.

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sábado, 21 de enero de 2012

Lluvia - Federico García Lorca

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,

algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.


Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!.

(Enero de 1919)

Lluvia - Federico García Lorca

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,

algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.


Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!.

(Enero de 1919)

miércoles, 18 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY






SON LAS 6 P.M.

Por Jorge Baudés (*)





Son las seis pe eme.
Parten presurosas 
dejando tras de sí estelas nervadas.
Forman bandas, grupos, algunas van solas 
atrapando un cielo que se desvanece. 
Son las seis pe eme.
Agitan las alas sosteniendo al viento 
oteando un refugio adonde ahuecarlas.
¿Qué dejan detrás? ¿Qué estarán buscando? 
Ni ellas lo saben, designio instintivo.
Repiten el rito. Prosiguen su vuelo… 
Son las seis pe eme. 
Ya el cielo recobra su transida calma.
No se ven gaviotas, 
las tragó el ocaso. 





(*) Escritor chubutense.

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jueves, 12 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY





DOS SONETOS PARA EL RÍO CHUBUT (*)

de Virgilio Zampini



                           I


Hubo una vez -quién puede decir cuándo-
un nombrador tehuelche en tus orillas;
los siglos le narraron las sencillas
maneras que uno tiene de ir nombrando.


Con los ojos de pájaro buscando
el territorio de las maravillas,
no sin asombro, el indio, de rodillas,
bebió tus aguas y te fue llamando.


La soledad, el viento, la meseta,
se volvieron palabra por tu cauce
¿quién puede decir cuándo? Pero el sauce


sintió de pronto que era una silueta
espejadas, con risas, en tu frío.
Supo tu nombre, para siempre, río.




                       II


Y otros hombres vinieron al misterio
de tu sinuoso trazo. Fue el hispano
conquistador que edificó el imperio
de los Césares con su sueño vano.


(¿Para qué permitir que naufragara
el afán de los oros y las glorias
de aquel monarca que se imaginara
escribir, a tu vera, otras historias?)


Y fue el galés, cantor de libertades,
que dio su espalda, firme, a los retornos, 
para plantar, de frente, tus ciudades.


Así hubo paz en todos tus contornos.
¿La espada? ...Fatigado desvarío.
Hay mujeres y versos. Y hay un río.




(*) Corona del Eisteddfod del Chubut - año 1972

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