UN MUNDO EN EL QUE TRELEW NO
EXISTIRÍA
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Varios de los más
célebres escritores argentinos dedicaron algunas de sus creaciones a temas
patagónicos. Tal es el caso de José Sixto Álvarez, “Fray Mocho”, quien en 1898
escribe la novela “Mar Austral”; ambientada en Ushuaia y los canales fueguinos.
Lo hace a fuerza de genio, por cuanto nunca visitó estos confines; y aún así
obtiene descripciones coloridas y vivaces de los escenarios que pinta.
Acotación al margen, el autor de “Viaje al país de los matreros” y “Memorias de
un vigilante”, entre muchas obras, es antepasado de la escritora chubutense
Nadine Alemán.
Otro escritor renombrado a nivel
nacional que dedica un texto a las regiones australes, es Ricardo Rojas, autor
de “El santo de la espada”, “Retablo español” y una gran cantidad de títulos
más; quien, como consecuencia de su estadía forzosa en Ushuaia –estuvo allí
preso por motivos políticos durante 1934–, escribe “Archipiélago”. Lejos de
lamentarse por las causas que lo arrojaron a Tierra del Fuego, aprovecha para crear un
ensayo en el que da a conocer la historia y la geografía de esos lejanos
territorios. Antes que él, Roberto Jorge Payró realiza un viaje por las costas
patagónicas hasta Tierra del Fuego, a resultas del cual publica en 1898 “La
Australia Argentina”. Horacio Quiroga, por su lado, recuerda al Austro en el
atrayente cuento “Su ausencia”. Su protagonista, víctima de una alteración de
la conciencia, escribe un enjundioso tratado de filosofía a orillas del “Lago Negro”
en el Neuquén.
También Liborio Justo, “Lobodón
Garra”, habló de la Patagonia en un volumen citado varias veces en esta página:
“La tierra maldita”. Más cerca de estos días, se ocuparon de ella Dalmiro
Saénz, con los cuentos reunidos en “Setenta veces siete”, escritos en Comodoro
Rivadavia; Mempo Giardinelli con un libro de viajes, “Final de novela en la
Patagonia”; Osvaldo Soriano, en especial en los imaginativos relatos sobre
míticos partidos de fútbol patagónico; y Pedro Orgambide, en la novela “El Páramo”
y en una biografía del Perito Moreno.
Quien no mentó la zona
es Jorge Luis Borges. El escenario más sureño que pinta, precisamente en su
cuento “El sur”, es un lugar indeterminado de la zona rural de la provincia de
Buenos Aires; donde encuentra su destino Juan Dahlmann. Pero sí lo hace su
amigo Adolfo Bioy Casares, en la novela corta “El perjurio de la nieve”;
ambientada en un imaginario pueblo de la precordillera del Territorio del
Chubut. La profundidad conceptual del relato lo convierte en una creación
literaria de primer nivel.
Sin embargo, no es esta
obra el motivo de la nota de hoy, sino otro de sus cuentos; “La trama celeste”.
Esta narración tiene un argumento bastante común en el género fantástico: un
mundo paralelo al cual el infortunado piloto Ireneo Morris accede, en forma
inopinada, al efectuar el vuelo de prueba de un avión militar durante el cual
se desmaya. Despierta en un hospital rodeado de extraños. Poco a poco, a través
de pequeños detalles, se da cuenta de que, pese a que la mayor parte de la
realidad que lo rodea es similar a la que vivía en forma habitual, no está en
el mismo lugar. Entre esos indicios figura su propia existencia; pues es un
perfecto ignoto en este nuevo sitio – incluso para quienes, en el otro, eran
sus amigos íntimos.
Pero hay algo más: su
nombre causa hilaridad, como si su pronunciación implicase sonidos inéditos. Al
pedir hablar con uno de sus superiores, el general Huet, vuelve a ser motivo de
bromas: nunca hubo un integrante del ejército con tan malsonante apelativo. Y
cuando se escapa del hospital, donde está preso por considerárselo espía de un
país vecino, para buscar un domicilio familiar; no encuentra el “pasaje Owen”
ni la “calle Bynnon”.
Finalmente, retorna a su
–nuestro– cosmos por similar medio aéreo y hace confidente de sus peripecias al
doctor Servian. Éste, guiado por un poema de Blanqui, logra dilucidar que las
pequeñas diferencias detectadas en el lugar que visitara su amigo, eran
producto de una historia totalmente distinta. En aquel universo tenía entidad
un país que en este había fenecido, Cartago; en tanto otro estado, aquí
presente, allá era desconocido: Gales. Por eso los apellidos Huet (sic), Owen,
Bynnon y el del mismo aviador, resultaban extraños.
Es curioso que Bioy
Casares haya optado por esta nación para hacerla objeto de su cuento; no hay
información sobre el motivo de esa elección. Por desventura, no aprovechó su
idea para aplicarla a otras ficciones. En el mundo que describe el autor, por
ejemplo, hubiera sido inimaginable la historia del Chubut tal cual la conocemos
hoy en día. No habría habido Eisteddfod, ni Gwyl y Glaniad, ni Cymanfa Ganu. No
se conocerían en Gaiman las casas de té ni las capillas en las chacras del
Valle. No se disfrutaría de la sabrosa torta negra ni se escucharían las
sentidas estrofas del Calon Lan. Y no hubieran existido Puerto Madryn,
Trevelin, Dolavon; ni la progresista ciudad de Trelew.