PATAGONIA
Por Gladis Naranjo (*)
¡Qué frío ha hecho estos
días…!
Temprano a la mañana, cuando las chimeneas
recién comienzan a entregar al aire aromas de madera, la escarcha se rompe bajo
mis pies y los mirlos, otras veces tan vivaces, desafiantes en sus trinos,
buscando casi con insolencia los granos de mijo a los que los tengo
acostumbrados, están todavía quietos. Silenciosos. Apenas un rayo de sol que no
alcanza a entibiar llega hasta las hojas de las plantas que se estremecen
tratando de liberarse de la helada.
No sé por qué de pronto recuerdo el frío que
hace tanto dejé atrás, en la Patagonia.
Hace algunos años viajé en tren hacia allá y
recorrí de nuevo esas interminables estepas, donde el viento es el amo
absoluto, adueñándose de las plantas y de la tierra en crueles torbellinos que
junto con el polvo arrastran las esperanzas de siembras y cosechas.
El tren, imperturbable, devoraba las
distancias como queriendo masticar el horizonte sin lomas ni árboles, en que
sólo los alambrados demostraban que el hombre también andaba por allí.
A lo lejos apareció el pueblo. Tan chiquito.
Tan chato. Pocas casas desparramadas, como esparcidas por el mismo viento. En
esa tierra enorme, la inexplicable pero contundente presencia de la vida.
El tren se detuvo y llegaron los niños,
ofreciendo vaya a saber qué piedras, con sus manos morenas y sus plantas
desnudas revoloteaban en el andén, sonriendo apenas, incrustándose en el
paisaje reseco y helado.
Desde un alero los jotes acechaban los
corrales cercanos, donde un mínimo rebaño de ovejas y chivos se oía casi
lastimero.
Seguimos viaje. Como fantasmas esqueléticos
los postes de luz se perdieron otra vez, y me persiguió el frío.
Vuelvo a mirar mi pequeño mundo. El sol ya
llega a la ventana. Ya se escuchan los trinos…Todo vuelve de a poco a
realinearse y respiro de nuevo este lugar que tiene el mismo frío, que tiene el
mismo viento…
Y sin embargo vuelve la nostalgia.
¿Nostalgia de qué? Si fueron
muy pocos los años que allí viví… Quizá porque a un niño
se le imprimen profundamente las cosas que vive, y allí conocí la soledad, lo
indómito de esa tierra tan llena de historias que puede llegar a contagiar su
altivez, por defensiva. Quizá el olor del viento…Quizá estos pájaros, tan
frágiles…
Entro en mi casa y la tibieza se lleva los
recuerdos, casi deshilachados, que esta mañana, sin querer, me trajo el frío.
(*)
Escritora nacida en Zapala.