LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA Y LA PATAGONIA
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Las crónicas de la Guerra de la Independencia argentina poco mencionan a la Patagonia. Alejada del norte del país donde sucedieron las principales acciones, la región parece haber quedado ajena a las luchas independentistas. Sin embargo, una breve recorrida por el pasado y por algunas obras literarias que refieren esos eventos, muestra que la zona estuvo ligada a los hechos iniciados el 25 de mayo de 1810; con episodios de significativa importancia.
Cuando ocurrió el movimiento emancipador, existían en estos territorios tres enclaves hispanos que, por el principio de uttis posidettis iuris, pasaron a depender del nuevo gobierno del Río de la Plata. Uno de ellos, el Fuerte San José, tuvo efímera existencia. Si bien la Junta había dispuesto el traslado de sus pobladores, la orden no llegó a ejecutarse porque fue destruido por un ataque tehuelche el 7 de agosto de 1810. El historiador Orestes Trespahilié recuerda este suceso en su trabajo “La tragedia de San José”.
Otro asentamiento, Puerto Soledad en las Islas Malvinas, era una guarnición militar española que en 1811 dejó el lugar por orden del gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, para combatir contra Buenos Aires. Pero en marzo del año anterior, Gerardo Bordas, quien fuera gobernador de las Islas hasta enero de 1810, había reclamado desde Montevideo por sus sueldos atrasados al Virrey Cisneros en Buenos Aires. Al tiempo recibe un oficio, de fecha 30 de mayo, admitiendo la deuda: no lo firma el Virrey sino Cornelio Saavedra, Presidente de la Junta de Gobierno. Más tarde, en 1820, David Jewett al mando de la fragata “Heroína”, afirma con su presencia la soberanía patria sobre las Malvinas.
El tercer sitio, Carmen de Patagones, fue objeto inmediato de atención del gobierno porteño. Intuyendo que parte de la población del lejano pueblo podría ser fiel a la autoridad real, designó un jefe de plaza leal a los criollos, el capitán de Dragones Francisco de Sancho; y tomó varias medidas en pro de la localidad. Sin embargo, la Junta cometió el error de deportar a ese lugar, en octubre de 1810, a cuatro funcionarios españoles; entre ellos el coronel Faustino de Ansay. Confabulados con la tropa del lugar, el 21 de abril de 1812, mediante una artimaña, capturan a Sancho; y Ansay se hizo cargo del sitio. Ignorando la revuelta, el Primer Triunvirato envió para retomar el contacto con su lejana dependencia al capitán Taylor con el queche “Hiena”, principal nave de la flota criolla. Sucede acto seguido un lance insólito.
Fingiéndose patriotas, los rebeldes abordan la nave el 16 de mayo; y, con ardides, llevan a Taylor a Carmen de Patagones. Allí lo recibieron el resto de los revoltosos. Uno de ellos simuló ser Sancho y convenció al capitán que desembarcase cuarenta hombres para cortar leña del monte cercano a la playa. Taylor firmó una orden para que el oficial que había quedado a cargo del Hiena hiciese lo sugerido; tras lo cual fue impuesto de la verdad y arrestado. Los monárquicos, siguiendo con el engaño, suben de nuevo a bordo con la nota de Taylor, reducen a la tripulación y se adueñan del buque. Dejando a cargo de la plaza a un militar español, los cabecillas del motín zarpan con el queche hacia Montevideo; donde son bienvenidos. El 24 de junio, Vigodet manda a Patagones la nave Mercurio; para asegurar el lugar.
Durante 1813 la ciudad patagónica estuvo en poder de la Corona. Iniciada la Campaña Naval de 1814, la flota de Guillermo Brown venció a la hispana en Martín García y Buceo; lo que motivó que en junio de ese año cayese Montevideo. Carmen de Patagones quedó aislada. El 23 de diciembre de 1814 una expedición dirigida por el capitán Oliver Russell, recupera la población para las Provincias Unidas.
La batalla final por las guerras de la Independencia Hispanoamericana fue Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824; acción que acabo con el Virreinato del Perú. Sin embargo, aún resistían el fuerte de El Callao y las tropas borbónicas de la región de Chiloé. En 1824, un intento de derrotar esa oposición en el sur de Chile fue infructuoso; aunque las huestes ibéricas perdieron el enclave continental y quedaron acotadas al sector insular. A principios de 1826, una nueva fuerza, a cargo del Director Supremo de Chile Ramón Freyre, desembarcó en el archipiélago. Luego de varios combates, las milicias españolas del gobernador Antonio de Quintanilla se rinden; y el 18 de enero, por el Tratado de Tantauco, el territorio pasa a manos chilenas. Cuatro días después se entregó la fortaleza de El Callao.
Además de la resistencia de Chiloé, habían existido guerrillas realistas en el sur de Chile; muchas de las cuales fueron derrotadas en 1824. Algunos grupos sobrevivientes, convertidos en bandidos, decían seguir luchando por la causa del Rey. La última de esas cuadrillas fue la liderada por los hermanos Pincheira; cuatro varones y dos mujeres. Con el apoyo de tribus aborígenes, dominaban un amplio territorio en ambos lados de la cordillera. En la Argentina ocupaban el Valle de Varvarco, la zona de Lagunas de Epulafquen y otros sectores en el Neuquén Noroccidental; con algunas avanzadas en Mendoza y La Pampa.
Desde 1825, los pincheirinos ejercieron una fuerte presión sobre las fronteras sureñas de los dos países e interfirieron en su vida política. Sus malones llegaban a lugares tan distantes como Bahía Blanca. Al asumir Juan Manuel de Rosas del gobierno de Buenos Aires, aliándose con algunos caciques, intenta, sin éxito, contenerlos. Por su parte, el gobierno chileno trató en varias ocasiones de derrotarlos. En 1826, un contingente conducido por el Brigadier José Borgoño cruzó la cordillera, buscando vencerlos en Neuquén. Obtuvo varios éxitos parciales, como la captura de las dos hermanas; pero no pudo acabar con sus correrías.
Decidido a eliminar la amenaza, Chile envió en enero de 1832 una división del ejército, a órdenes del general Manuel Bulnes. Luego de detener y fusilar a Pablo, uno de los dos Pincheira que quedaban, la fuerza atravesó los Andes; y el 14 de enero atacó el campamento principal en las Lagunas de Epulafquen. Tras una enconada pelea, los pincheiristas se rindieron. José Antonio Pincheira, el último de los hermanos, logró escapar; pero el 11 de marzo se entregó con el resto de sus fuerzas en Chile. Indultado por el presidente José Prieto, consiguió trabajo en una hacienda; donde murió ya anciano. Ciertos estudiosos, como el historiador Isidro Belver en su libro “Los Pincheira: aldea realista en Epu Lauquen”, consideran que el combate de Epulafquen es el último encuentro de la Guerra de la Independencia americana.
El final de los Pincheira dejó una leyenda en la zona, registrada por Gregorio Álvarez en “El Tronco de Oro”: la del tesoro oculto en una cueva ubicada en sus dominios. Y también habrá dejado alguna sospecha en don Juan Manuel, quien al año siguiente emprende la expedición que lo llevó a celebrar en su campamento de Médano Redondo, a la vera del Río Colorado y en la puerta de la Patagonia, un nuevo aniversario de ese 25 de mayo de 1810 con el que comenzó toda esta historia.