PERCEPCIONES
por SUSANA ARCILLA (*)
I
Cada día lo veo. Miro especialmente porque sé
que se encuentra ahí, como esperándome. Está sentado en una silla de ruedas,
con una radio chiquita apoyada en la pared
descascarada de su casa, esa que separa el jardín de la vereda. Es un hombre mayor, con algo de barba crecida
y una gorra visera aplastada en su cabeza cana. Observa –inmutable- a los
coches que pasan. Hoy tenía puesta una camisa a cuadros, negros y blancos. Y me
decidí a escribir sobre él.
¿Cómo no pensar
por qué se encuentra en esa situación? ¿Un accidente tal vez? ¿Alguna
enfermedad? No sé nada de él ni de su familia, tampoco conozco a nadie del
barrio. Pero cuando recorro su cuadra nos miramos hasta que doy vuelta mi
cabeza para dar una ojeada por si viene un auto desde la esquina. Nos observamos
fijamente pero no nos saludamos, sólo porque no nos conocemos desde antes. Nos ubicamos por vernos cada día que cruzo por su
calle; entonces –creo- deberíamos contactarnos: levantar la mano suavemente y
vincularnos a través de una sonrisa o con un movimiento casi imperceptible del
rostro. Podría ser –también- con una ceja levantada, algo leve que nos aúne
y que, a la vez, pueda pasar como una
señal o imagen que no fue.
¿Quién de los
dos debería tomar la iniciativa? Si me animara… ¿qué pensaría de mí? Podría ser
que su atención esté fija en el dial de la radio que escucha y que todos los
que pasamos frente a él seamos una especie de cortinado de fondo. Esta
posibilidad me deja un poco más tranquila en cuanto a mi decisión de iniciar el
ritual del saludo, ese rito ancestral que
enlaza a los humanos. Quizás no me registre y al saludarlo lo ponga en
una duda: ¿De dónde y desde cuándo conozco a esta mujer?, podría pensar…Ya
conocen el dicho… ¡No hay comedido que salga bien!
Me intriga saber
qué sucede en el interior de su casa. La puerta de entrada –con la pintura
envejecida- aparece siempre cerrada. Pienso, si tuvieras un esposo, hijo o
hermano en esas condiciones… ¿no dejarías la puerta entornada? ... Para
acercarle un mate, para charlar o para observarlo -desde adentro- y ver si
precisa algo… Puede ser que viva solo. O no. También existe la posibilidad de
que conviva con alguien que ya no lo considere ni lo registre. Si viviera solo creo que necesitaría de mi saludo.
La radio es una compañera fiel pero el contacto humano es imprescindible en la
vida. Además no es muy factible que en sus condiciones físicas pueda vivir en
soledad.
II
La veo todos los días, pero hago como que no
la registro. Pasa despacio en su auto y me mira como intentando saludarme,
hasta ese momento justo en que dobla la cara porque mira hacia la esquina para
ver si viene algún coche. Entonces hago como que escucho radio y que no veo,
porque no quiero comprometerla ya que soy un hombre grande y enfermo. ¡Qué
podría aportar mi saludo en su vida! Parece ser una señora que tiene todo.
Vivo solo, mi
mujer y mis hijos me abandonaron cuando quedé en este estado. Una cruel
enfermedad me robó la movilidad para siempre, mi vida cambió en forma brutal.
Me jubilaron por invalidez. Me arreglo solo para todo; por suerte tengo
teléfono, lo que ayuda mucho. Aprendí con un kinesiólogo amigo todos los
movimientos necesarios para avanzar con la fuerza de mis brazos. ¡Vieran cómo
me las ingenio para bañarme en la ducha, sentado en un banco de plástico! La
radio, el televisor y unos pocos vecinos me hacen la vida más tolerable. Cobro una pensión miserable que me
permite comer. La casa es mía y estoy exceptuado de pagar los impuestos por mi
condición. El gas, la luz y el abono del celular son gastos fastuosos que
afronto con los ahorros que se van diluyendo de a poco, cada mes. Imagino el
futuro como algo oscuro, incierto y silencioso. A veces sueño con ese estado.
Algunos días
intento saludarla para ver qué pasa. ¿Cuál será su reacción? Seguro, lo podría
interpretar como un atrevimiento de mi parte. Y si se baja a conversar ¡Me
muero de vergüenza! ¿Qué podría decirle? Sin embargo, creo que busca algo.
A la que no
aguanto es a la vecina de enfrente, esa vieja loca me odia. Como si yo tuviese
alguna culpa por mi estado. Se hace la superada, pero yo sé lo que hace detrás
de su ventana.
III
¡Qué atorrante
el inválido ese! Se la pasa mirando a las mujeres que pasan por la vereda o por
la calle. Claro… si está al divino botón todo el tiempo, aprovecha cuando hay
algo de solcito y sale por la puerta. Se queda ahí, con su radio, observando
fijamente. Se pone lentes oscuros y una gorra, creo que para disimular. ¿Querrá
dar lástima? ¡No entiendo a la gente!
Lo veo desde mi
casa porque vivo enfrente. Lo observo detenidamente detrás del grueso cortinado
de mi ventana, para que no me vea. Conozco su historia. La mujer y los hijos
huyeron por su mal carácter, cuando quedó imposibilitado de caminar y se puso
insoportable. Pienso en la pobre mujer,
y en esos niños tan pequeñitos, soportando a la
bestia libinosa. ¡Qué caradura! Mirando mujeres como si pudiese pasar a
mayores… ¡Ja!
Yo también vivo
sola. Cuando salgo a hacer las compras, ni lo miro y voy por la otra vereda
para no cruzarlo. Lo ignoro, no sea que se crea con algún derecho a dirigirme
la palabra. ¡Qué se cree! ¡Inválido atrevido! Si se mudara o se muriera yo
podría tener vecinos más agradables, una familia feliz por ejemplo.
Y esa mujer que
pasa todas las tardes… No sé qué pretende. Lo mira y lo mira, sin sacarle la
vista hasta perderse en la esquina. Él se
hace el tonto, como si no la viera. Es a propósito, yo lo conozco. Se
hace el interesante para que ella tome la iniciativa de saludarlo. Es un
perverso. La esposa me contó algo antes de irse. Parece que él se puso loco
debido a su incapacidad. Me imagino que no solo dejó de caminar, pero ella no
me lo dijo. Aunque tan sólo lo dio a entender. Además … ¿quién no sabe que los
paralíticos son impotentes?
¿Y de qué vivirá
el infeliz éste? Tiene una pensión por invalidez de miseria pura. Debe comer
arroz y fideos todos los días. Y bueno… ¿qué pretende? Si él no colaboraba, su mujer trabajaba y
aportaba un ingreso más a la familia. La casa se cae a pedazos, la pintura está
toda descascarada y las manchas de humedad suben desde el piso. ¡Un verdadero
asco! Cuando se muera nada les servirá a sus hijos… La verdad es que, ahora que
lo pienso, se tendría que suicidar este boludo… ¿no les parece?
IV
Recorro las
veredas del barrio cada día, huelo los canteros y tomo agua de los charcos. Me
llaman “el gato del vecindario”, soy de todos y de ninguno. Conozco cada casa y
a sus habitantes, me gustan los chicos y los viejos. Son los que más me
acarician y a veces me dan leche tibia en viejas latitas de paté. A mí me gusta la libertad y la independencia.
Siempre me
acerco al hombre de la silla de ruedas, me acuesto a sus pies –patas para
arriba- y lo observo. Es raro, porque mira -con anteojos oscuros- mientras
escucha la radio. Nunca me dejó entrar a la casa. Yo no puedo creer que alguien
esté tan solo en semejante ciudad. Hay gente por todos lados, yo tengo que
evitarlos porque si no me pisarían.
Lo miro
fijamente y él se da cuenta, me devuelve la mirada y me dice ¡Minino, sos el único que me da bola! Me acaricia y siento su mano cariñosa.
Me gustaría preguntarle cómo llegó a esta situación, cómo no previó antes de
quedarse así. Se me rompe el corazón y no puedo consolarlo más que con un
ronroneo amoroso como acompañamiento a su soledad.
Y la vecina de
enfrente está sola como él; hay personas tan enmarañadas que no saben
comprenderse y ayudarse entre sí. Igual que la mujer que pasa en el auto cada
tarde, podría bajarse y ayudar a este hombre tan solitario… ¿No creen? ¿Será
tan difícil para los humanos contactarse?
Este planeta
necesita que los gatos le demos algunas lecciones, tienen tantos prejuicios que
sus vidas son grandes malentendidos debido a las tontas suposiciones.
V
Hoy pasé, de
nuevo, frente a la casa del señor de la silla de ruedas. Esta vez lo vi
acompañado por un hombre, estaban los dos conversando. Sentí que el cosmos se
había ordenado, al menos un poco.
(Cuento ganador del Certamen Gonzalo Delfino, Gaiman, 2016)
(*) Susana Arcilla es
profesora de Historia. Nació y vive en Trelew, Chubut. Argentina. Ganó el
primer premio con Percepciones, en la categoría Cuento, en el Certamen Gonzalo
Delfino 2016, organizado por la Biblioteca Ricardo Berwyn de Gaiman, Chubut. Se
inició en el Taller virtual de escritura narrativa, dirigido por José Valencia
Arenas Abreuzze, en Lima, Perú. Participa del Taller del escritor Encuentro,
dirigido por Cecilia Glanzmann. Publica mensualmente en el Suplemento Mujeres,
Diario El Chubut; en Tela de Rayón, suplemento del diario Jornada, ambos de
Trelew y en la revista El Regional de Gaiman. Dirección de correo electrónico:
susanabeatrizarcilla@gmail.com