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jueves, 2 de abril de 2009

REPORTAJE A COCA RODRÍGUEZ ( 2° PARTE)



Entrevista a:
Coca Rodríguez

Actriz
Trelew

- Segunda parte -

27 de Marzo – DÍA MUNDIAL DEL TEATRO

Por Olga Starzak





Hay en las palabras de Coca un agradecimiento que va más allá de las palabras. Una gratitud hacia esos hombres de la comunicación que entendían el arte como parte relevante de su pueblo.
En cada relato que nos hace, hay un todo entre el grupo al que ella pertenecía desde el teatro infantil, y “El Grillo” que representaba obras para adultos. Recuerda en él, además de los nombres de Myrtha García Moreno, Pocho Gutiérrez, Beltrán y Encarnación Mulhall, Horacio Guratti… a Olga Radice, Cora Garate, Beba Fredes, Alba Fredes, Emilse Pereyra, César Rago…

Y vos, Coca, ¿qué participación tenías allí, siendo tan jovencita cuando ese grupo nace y se consolida?

Traspunte, dice. Yo era transpunte en el teatro “El Grillo”. Porque yo tenía que estar donde se prendieran las luces, y hubiera alguien que se movía en un escenario. Ambos grupos colaboraban con el otro, no había competencias… ¡ni se nos ocurría competir! En las funciones de “La Rayuela” estaban ellos para ver que podíamos necesitar, y nosotros igual para con ellos.

¿Sos consciente de que ustedes, tanto los actores de “La Rayuela” como de “El Grillo”, marcaron en Trelew una época, cultural, social y artística que no volvió a repetirse?

No sé, no es tan así. La gente cambia, las condiciones cambian, los pueblos cambian. Creo que la dictadura militar fue como un trapo con nafta que causó como una cosa de agostamiento, de aridez, de tierra seca. De pronto por el miedo, la situación económica… un montón de cosas que se fueron complotando para que desapareciera ese Trelew que teníamos, para que el teatro desaparezca; y después –de a poquito- se fue rehabilitando la actividad, fue reflotando, desde “Metateatro”, desde “El árbol”, fuera del ámbito oficial van surgiendo alternativas muy importantes.
Yo soy integrante de “El árbol” que es una asociación cultural sin fines de lucro. Se sostuvo vendiendo empanadas. Después de unos cuantos años conseguimos del Instituto Nacional del Teatro un subsidio y recién ahora, después de 16 años, nos dieron un subsidio de Provincia. Empezamos de la nada: hay un video que lo demuestra: está Juan Arcuri, flaquito, con barba… abriendo la puerta de un galpón, un galpón que hoy es “El árbol” (cuando iniciamos teníamos que llevar un almohadón y una manta para no morirnos de frío). Hoy tiene a “Ampolla”, su propio elenco, taller para chicos, para adolescentes, para jóvenes, para adultos…


Cuando le pregunto sobre los recuerdos que le surgen de la década del sesenta, de sus compañeros, del teatro independiente, del público que convocaban, abre sus grandes ojos oscuros, y con tanta emoción como convicción, expresa:

Alegría. Éramos tan felices, éramos audaces. El público estaba siempre pendiente de una nueva puesta en escena. Se llenaban todas las funciones, era gente llena de ganas de ver, conocer, participar…

Y detiene su mente allí, en ese recuerdo que la llena, indiscutiblemente, de auténtica alegría.
Le recuerdo “La palangana de Poncio”, ese Café Concert que interpretó junto a Pocho Gutiérrez y que tuvo tanto éxito que aún hoy la gente lo anhela. Me interesa que nos cuente cómo surge, y lo hace así:

Myrtha García Moreno, que dirigía “El Grillo”, un día me dice: “vamos a hacer un café concert; vos y Pocho (Gutiérrez)”. Le dije que sí sin saber de qué se trataría (porque cuando se trataba de actuar yo decía siempre que sí). Trabajamos cuatro meses, cuatro meses de trabajo de mesa. Reunimos poemas, canciones, textos. Nos detuvimos en analizar por qué habíamos hecho esa elección, dónde estaba el hilo conductor; y resultó un espectáculo con un humor desopilante pero textos fuertes.
Tuvimos un éxito increíble y la dejé porque, embarazada de seis meses de mi primer hijo, ya no podía seguir. La gente nos mimaba con ese espectáculo; aplaudía de pie.

Coca actuó en más de 60 obras teatrales, y le pregunto en qué roles se sintió más cómoda, más identificada con su propio perfil…

No me llama un personaje porque se parezca a mí. Muy por el contrario, me atrae literariamente primero, qué le pasa a ese personaje, y cuanto más distante esté de mí más desafío representa.

Creés que el actor tiene que poder interpretar cualquier tipo de rol, o que cada uno nace o se hace para un determinado papel, sea este consecuente de la comedia, el drama, la tragedia o el humor?

Las dos cosas, creo. Como en todo lo artístico hay una vocación, algo te tiene que llamar a hacer eso, a sentir que eso es lo que te va a dar felicidad, pero después - si no tenés ese tesón, esas ganas de saber, de aprender, de estudiar- el talento natural queda ahí, tiene un techito. Eso es lo que tiene de maravilloso el teatro, no se termina nunca de aprender. El actor se hace sobre las tablas, se hace caminando el escenario.
El actor tiene que poder hacer todo, y a cada personaje tiene que amarlo aunque haga de un asesino serial. Eso, en la construcción del personaje, es fundamental, uno inconscientemente juzga al personaje, y ¡no se puede hacer eso! Así es imposible dar lo que ese papel exige.

Quiero saber qué hay de cierto en aquello de lo que tanto se habla: el pánico escénico. Y la invito a que nos cuente cuánto de realidad y cuánto de leyenda hay en eso.

A mí no me ha pasado pero lo he visto. Gente que se bloquea y directamente hay que bajar el telón, y volver a empezar. Yo utilizo aquello de las cuatro paredes de Stanislavsky. Este fue el primer pedagogo teatral que sistematizó toda una teoría sobre el actor y su mundo. Muchos lo han tomado al pie de la letra pero la realidad es que él se murió revisando su método.

Hablando de nuevas teorías, se refiere luego a Eugenio Barba. Nos dice:

Es el pedagogo de la actualidad, quien marca tendencias. A mi modo de ver, agrega, no existe un teatro absolutamente Stanislavskiano o Barbiano. Cada obra, cada personaje tiene su modo de acercamiento, de construirse, sirven cosas de allá, cosas de acá; depende muchísimo del director.

A propósito de los directores: una vida dedicada al teatro te ha llevado a tener un criterio claro respecto de directores y direcciones… ¿qué no le puede falta a una persona para dirigir una obra de teatro? ¿A quién admirás en lo regional, y en lo nacional en este sentido?

¡Pasión! Eso es lo que no les puede faltar...

Cuando le expreso que, a mi parecer, a los directores les gusta asumir una actitud a veces soberbia, a veces agresiva, apunta:

El director es alguien que tiene el mismo amor que los actores por el teatro. Si es déspota o autoritario, solo habla de sus propias inseguridades. Si un director tiene conocimiento y pasión por el teatro acepto que me dirija un actor que no ha tenido experiencia. La pasión es básica. La seguridad que te trasmite es fundamental.
En lo regional admiro a Luis Molina y Gustavo Rodríguez, porque sé lo que aman el teatro. Luis tiene toda su pasión y su corazón dedicado al teatro, y Gustavo es un ser más vulnerable, un artista. El es además buen escritor, fotógrafo, tiene el arte a flor de piel.
En lo nacional admiro a Pompeyo Aurivert. Tiene una mirada diferente, es un artista muy serio que investiga con muchas ganas y –puede gustar o no su teatro- pero es absolutamente respetable. No podemos hablar de teatro vanguardista porque esto implicaría una ruptura, y de hecho, todavía no la hay, pero sí de nuevos modos, de nuevas tendencias.

Ya has dado clases de teatro, has coordinado innumerables talleres, has enseñado u trasmitido toda tu capacidad y experiencia… ¿qué creés que, en este ámbito, te falta por hacer? Y es que hay algo que te falte, claro…

Ahora quiero actuar. Actuar y ¡seguir aprendiendo! Me gustaría hacer el teatro de actores, más intimista, de pocos, y de construir un personaje desde los cimientos y verlos crecer…
Y hacer Café Concert, ¡eso me divierte mucho!

Ese es el sentir de Coca. Alegría en el Hacer. Todo lo hizo así: hasta cuando pasó, de viaje por placer, por Chile, y terminó quedándose en Santiago cuatro meses tentada por una oferta de hacer en televisión, teatro para niños. O cuando, radicada en España, se dio el gusto, también, de hacer teatro para chicos.
Ella dice que el teatro es una pasión.
Y así lo trasmite.

Olga Starzak
Marzo de 2009

sábado, 28 de marzo de 2009

EL REPORTAJE DE HOY


Entrevista a:
Coca Rodríguez

Actriz
Trelew

27 de Marzo – DÍA MUNDIAL DEL TEATRO

Por Olga Starzak

Me reencuentro, después de mucho tiempo, con Coca Rodríguez, una mujer a la que quiero y admiro inmensamente. Enseguida me parece que nunca dejamos de vernos. Es que ella es de esas mujeres cálidas y sencillas que irradian una energía peculiar y cuya compañía es un disfrute.
Si bien estoy muy lejos de ser reportera, mucho más periodista siento que Coca me facilita esta tarea que estoy empecinada en hacer para compartir con los lectores de Literasur, la vida y obra de una teatrista, para usar las palabras con las que ella se define.
Le pido que nos devele su nombre tal como está escrito en el documento de identidad; y con esa espontaneidad que la caracteriza, me pregunta:

¿Vos decís el que me pusieron mis papás? Soy María Angélica Beatriz Rodríguez. Y como no puede dejar de jugar y divertirse, agrega: porque tengo tres nombres, como las princesas…

Entonces, frente a una actriz, la pregunta de rigor: ¿cuándo y cómo comenzó tu vocación artística?

¡Huy! No tengo conciencia de un momento en particular. Desde que era muy chiquita jugaba a ser actriz. Te cuento, por ejemplo… tenía muchas muñecas pero no las usaba para jugar con ellas a la mamá como otras nenas, o cambiarlas, darles de comer o bañarlas… ¡las usaba de público! Las sentaba bien acomodaditas y actuaba para ellas… Cuando ingresé a la escuela primaria, ya desde segundo grado yo era la que decía el versito del acto, cantaba la canción, actuaba para fin de año… hacía “el numerito”, como decían las maestras. Para mí era muy natural que yo estuviese parada y la gente estuviera ahí observándome, escuchándome. No me sentía importante, ni sentía miedo; no sentía vergüenza, nada. Me encantaba.
Y después pasé al escenario casi sin darme cuenta.

Los recuerdos afloran intactos a la mente de Coca, y disfruta al narrarlos, casi como queriendo revivir aquella época en la que transitó sus primeros pasos en el escenario.
Le pregunto: ¿Cuál fue tu primera representación teatral?


¿Como actriz? ¡Ah! En El Español, “No salgas esta noche” se llamaba la obra y la dirigía Enriqueta Algarra. Yo tendría entre 17 y 18 años, y representaba a una jovencita que salía del colegio de monjas y se enamoraba de un señor mayor.
Recuerdo que mi papá me llevaba al teatro y se quedaba conmigo, a veces hasta durmiendo en la butaca, hasta que terminaba y nos íbamos a casa.

Nostalgia en esa evocación al padre, al hombre que Coca admira, aquél que siendo aún niña la lleva al teatro en Buenos Aires, a ver una obra para niños; y queda cautivada con el mundo del espectáculo, de las luces, del vestuario… y ya sabe para siempre que allí estará su vida.
Es entonces cuando le pregunto qué es lo que más le gusta de este arte de actuar, y qué es lo que le pesa, si en todo caso hay algo que no le guste tanto. Sin dudar, casi sin dejarme terminar, expresa:

¡Todo! Desde la transpiración hasta la iluminación. Yo amo esto… el teatro es mágico. No hay nada que no me guste.

Recuerda entonces una obra, y me conmina a verla porque está a punto de volver a interpretarse: “Los irreverentes” con Natalia Rodríguez y Ariel Molina.

Allí yo vendía las entradas, y estaba feliz. Se respira en ese ambiente un aire particular, fascinante., Después cerraba la boletería y me iba a ver la obra, por enésima vez… ¡Es fantástico!…

He visto a Coca actuar, cantar, tocar la guitarra, recitar… Se me ocurre preguntarle, a propósito de tantas habilidades: ¿qué formación recibiste para fortalecer tu vocación actoral?

Tomé clases con Camilo Da Passano, Conrado Ramonet… Era gente que venía a asistirnos técnicamente dentro del programa de la Dirección de Cultura.. Ahora por razones económicos y políticas, que no vale la pena aquí recordar, se transforman en visitas de dos o tres días, cursos intensivos que, por ejemplo en el Salón Azul del Diario Chubut, en seis horas por día te entregan un cúmulo de información. En cambio, en nuestra época venían y se quedaban dos meses. Nos daban el curso y nos dirigían en una puesta en escena. Recuerdo que hicimos, en una oportunidad, “Nuestro fin de semana” con Conrado Ramonet. Yo era muy jovencita y delgada; me ponían relleno en el corpiño para hacerme más adulta. Compartía escenario con Beltrán Mulhall, Olga Radice, Pocho Gutierrez, Encarnación de Mulhall, Horacio Guratti…
También venía David Cureses que montó “El viajero en mitad de la noche” con actores de “El grillo”. Un maestro del teatro.

Y como no puede dejar de pensar en los demás, en los que como ella gustan de la actuación, me dice:

Yo les digo a mis alumnos que nosotros para empezar a formarnos desde lo teórico tuvimos que ir a Buenos Aires, a estudiar con maestros (porque convengamos que las carreras que forman actores hoy aquí dejan mucho que desear). Uno tiene que ir con los grandes maestros que son los que saben… En Buenos Aires tomé clases con Ricardo Bartís y Laura Yussem. Era un privilegio. Laura dirigió a Alfredo Alcón, en el San Martín, en la obra “El rey Lear”.
Tanto se nos respetaba que cuando venía gente que no satisfacía nuestras expectativas, con todo respeto se lo hacíamos saber a la Dirección de Cultura que era quien los traía, y ¡se prescindía de esos servicios!


Seduce la forma simple y coherente que Coca define las actitudes de aquella época, y me interesa conocer qué actividades teatrales ofrecía, entonces, Trelew.


No había actividades teatrales. Lo que había era una gran inquietud comunitaria por la cultura en general, yo te estoy hablando del Trelew de 12000, 15000 habitantes, me aclara. Y bueno... la gente venía de Buenos Aires y se sorprendía. Había mucha efervescencia, había coros, había universidad, teatro para niños (que éramos nosotras), teatro para adultos con “El grillo”. La comunidad participaba toda: la sastrería de la Policía hacía los trajes para los actores de “El grillo”. A Fito Joaquín no le importaba cuándo le íbamos pagar y nos proporcionaba todas las telas que necesitábamos para el vestuario. Y la comunidad toda estaba comprometida y participaba en esto.

Contanos de “La Rayuela”, ese grupo de teatro infantil que te tuvo como protagonista tanto tiempo.

“La Rayuela” fue un “aborto espontáneo de la naturaleza”; siempre digo que fue así. Nos juntamos cinco amigas: Marta Galván, Marta Binder, Diva Callejas, “Bicho” Barone y yo. Y empezamos a buscar qué hacer para los chicos. Coincidíamos en que no queríamos ese lenguaje tan ridículo de “tú” para nuestros niños. No había escritores nuestros; comenzaba a tener presencia María Elena Walsh, pero no había más… no como ahora que hay una serie de escritores maravillosos.
Y empezamos a escribir. Iniciamos con una narradora vestida de duende, con camisola blanca con rombos negros, calzas negras y un gorro largo… que aparecía y le contaba a los chiquitos un cuento. Llegamos a juntar 200 pibes en la Biblioteca que iban ¡sin un solo adulto que los cuidara! Cobrábamos caramelos o artículos no perecederos que luego distribuíamos en las escuelas, guarderías u hospital.
Apareció luego otro personaje, y otro… y así hicimos un cuento cada sábado durante seis años, con una canción compuesta por nosotras, que yo tocaba con la guitarra y se las enseñábamos a los chicos. Creábamos nosotras, escribíamos, hacíamos la ropa, los personajes y la montábamos los sábados.

Por lo que observo, la Biblioteca Agustín Álvarez era un espacio singular para ustedes, contanos por qué.

La dirigía Francisco Guerra, don Paco Guerra. El decía sí a cualquier expresión cultural que necesitara ese espacio, y nosotras, que no teníamos donde ensayar le pedimos el espacio de la Biblioteca. Él nos acompañaba a veces, y andaba ahí entre los libros, se quedaba mirándonos hasta que llegó un momento que nos confió las llaves. Estábamos allí los sábados hasta las dos de la mañana o más; hacíamos expresión corporal, ensayábamos. Era nuestro espacio.
En el año 1965 obtuvieron el Premio “El Elefante de Oro”, otorgado por la Ciudad de Necochea en el marco del Teatro para niños. Recordanos aquel acontecimiento que enorgulleció a “La Rayuela”, a toda la comunidad de Trelew y a la Provincia.
Cuando escuchamos hablar del Festival de Necochea coincidimos que participar sería, para nosotras, un espacio de aprendizaje maravilloso. Recordá que no veíamos otros grupos, que no teníamos referente. Y entonces, de la hora del cuento en la Biblioteca, pasamos al Teatro Español a hacer -con luces, vestuario y maquillaje- “El Rey Cachipum”, escrita por Myrtha García Moreno. Después “El capricho de caprichosa” que había escrito yo, y más tarde “Cuentos de Chiribichácola” que también hice yo y con la que ganamos el Premio Nacional de Teatro pata Niños, en Necochea.
Fuimos primero en el año 1964 y ganamos un premio a la actuación. Vinimos felices porque aprendimos un montón, Al año siguiente nos acompañó la Directora de Cultura, Encarnación de Mulhall, y llevamos precisamente “Cuentos de Chiribichácola”. Con él ganamos el “Elefante de oro”.

En el recuerdo emocionado de Coca hay lugar para el agradecimiento y agrega: siempre agradezco desde el fondo de mi corazón a la familia Feldman y al Diario Jornada que siempre nos daba un espacio gratis, para “La Rayuela”, para todos.

El Festival de Necochea era un acontecimiento muy serio, había rueda de prensa, reunía críticos que evaluaban cómo había sido concebida cada obra, cuál era el concepto que encerraba, etc. También se concretaban allí talleres, mesas redondas… intercambios. En esa oportunidad el diario salió tres horas más tarde porque Feldman quería enterarse cómo nos había ido. ¡Y nos sacó en la tapa!

(CONTINUARÁ)









lunes, 23 de marzo de 2009

LA NOTA DE HOY





UN ELOGIABLE HOMENAJE AL “MIMOSA” EN BUENOS AIRES


Por Jorge E. VIVES



El 21 de octubre del año pasado fue presentada en el Centro Naval de la ciudad de Buenos Aires, ubicado en la esquina de Florida y Córdoba, una maqueta del velero “Mimosa” construida por el señor Héctor Martinoia, reconocido modelista naval con más de 25 años de trayectoria en la actividad que ha realizado trabajos para la Armada Argentina, el Servicio de Hidrografía Naval, el Astillero Río Santiago y otras instituciones. Entre los asistentes al acto se encontraba la señora Nancy Humprheys, quien colaboró con el maquetista brindándole información de suma utilidad para concretar el proyecto. Consultado el señor Martinoia sobre las circunstancias que rodearon la construcción de su modelo nos manifestó lo siguiente:

“Para comenzar, soy un enamorado de la Patagonia. Siempre me interesó conocer esa región y los temas relacionados, que son prácticamente desconocidos para la mayoría de los argentinos. Los relatos del Padre Menéndez, del Perito Moreno, las hazañas de don Luis Piedra Buena, entre otros, siempre mantienen vivo mi interés por los temas patagónicos. En el caso de la “Mimosa”, se dieron varios motivos; la llegada de los primeros galeses a una geografía nada fácil y en un momento tan especial por un lado; y lo naval por el otro, un viaje que tuvo por protagonista un velero. De allí la idea de reproducir la nave. ¿Por qué el nombre “Mimosa”? Si es un buque construido en Gran Bretaña, ¿por qué lleva el nombre en castellano? Esto me motivó a conocer su historia.

Los primeros datos me los brindó un amigo que hizo un viaje turístico por Puerto Madryn. Pero esto se empezó a materializar a raíz de una nota que un periodista hizo en mi taller; allí figuraba como tarea pendiente la “Mimosa”. La nota llegó a manos de la Sra. Nancy Myriam Humphreys, quien muy amablemente me hizo llegar una fotocopia de la imagen del único cuadro que muestra al “Mimosa”, e información al respecto; además de darme a conocer más profundamente la historia de ese puñado de colonos que hicieron Patria.

La maqueta está construida en Escala 1:100; lo más real a lo que fue la nave, con las modificaciones que se le hicieron. Las dimensiones totales de la maqueta son: 63 cm de largo, 23 cm de ancho y 40 cm de alto. Le comenté a la Sra. Humphreys que, para tener una idea del tamaño real de la nave, la podemos comparar con la Corbeta Uruguay, que tiene 46 m de eslora (es decir, de largo), y la Mimosa 43 mts. ¡Y con ese frágil velero cruzaron el Atlántico, toda una proeza!

Dediqué mucho tiempo al estudio de Arqueología Naval y a conocer sobre la construcción de los navíos de esa época. Durante la construcción me crucé con descendientes galeses que me fueron alentando en su realización. En octubre de 2008 finalicé la construcción de la maqueta y fue expuesta en el Centro Naval de Capital Federal del 21 al 24 de Octubre, la muestra fue visitada por numeroso público. La valoraron como maqueta por los detalles de construcción; recibí un diploma, pero lamentablemente no tuvieron en cuenta el significado histórico que tuvo la nave. Con la asistencia de la Sra. Humphreys, dado que hice pública su presencia en la muestra, se enteraron del valor histórico de la gesta galesa.

Actualmente tengo la maqueta del velero “Mimosa” en mi domicilio.”

Las fotos que acompañan esta nota ilustran la preocupación por el detalle que puso el constructor en su obra, lo que le permitió lograr una cuidadosa reproducción. Pero, como comenta el mismo autor, no es sólo la perfección técnica lo que otorga valor a la maqueta, sino el hecho de representar un buque histórico que recuerda un hecho de gran importancia para la República Argentina y para la provincia del Chubut.

Desde Literasur queremos felicitar al señor Héctor Martinoia por su logro; y también hacerle llegar nuestro agradecimiento al rememorar un episodio tan caro a los sentimientos patagónicos. Y además, por darlo a conocer al público en el centro mismo de la capital de la Nación, contribuyendo de esa manera a difundir las tradiciones de nuestra región en el resto del país.


Nota: en relación a la comparación que hace el Sr Martinoia, cabe aclarar que la corbeta Uruguay se encuentra amarrada en Puerto Madero, donde puede ser visitada. Conocer este buque dará una cabal idea de la dimensión del esfuerzo que hicieron los colonos galeses.





viernes, 20 de marzo de 2009

EL POEMA DE HOY




Diego Martín Antón (*)


MUJER

Si tan solo una palabra

describiera su belleza;

si tan solo una oración

simplificara tal esencia;

si tan solo algún color

reflejara su apariencia,

sería el punto final

para mis dispersos poemas.


Ella enciende mi luz

con su inusitada presencia;

ella es la luna y el sol

en su justa convergencia;

ella es el claro amanecer

entre matices y esencias;

ella es la autora intelectual

de cada palabra escrita

cuando sonríe y me observa.


(*) Poeta trelewense. Su obra puede ser leída en el blog http://antondiego.blogspot.es/








mujer

sábado, 14 de marzo de 2009

LA NOTA DE HOY

Av. Fontana y 25 de Mayo - Trelew (Chubut) -Gentileza de Vistas del Valle.com.ar




EL ALMACÉN


Quiero creer que ya estaría resentido; apenas me apoyé con el codo buscando reclinarme para abrir el cajón de abajo, el vidrio se hizo trizas. Y cientos de pedazos cayeron sobre los fideos delicadamente acomodados en la vitrina. No sé cuántos kilos de pasta seca dibujando un moñito, quedaron invendibles por culpa de la rotura; al principio y antes de que llegue mi madre intenté separar uno por uno los fideos de los cristales que los afectaban, pero pronto desistí; era imposible. Y por otra parte la imposibilidad de no poder limpiar en su totalidad esa mercadería me aterraba.
El vitral había llegado con mis padres desde Europa, en la segunda década del siglo pasado. Durante mucho tiempo estuvo casi abandonado en el fondo de la casa donde habitábamos; y nos acompañaba en el almacén desde el año 1937 cuando abrió sus puertas en la calle Fontana al 350, entre 25 de Mayo y San Martín. Con esmero, mi padre y yo lo habíamos reacondicionado. Tenía cuatro patas de roble viejo, altas y torneadas y seis cajones de exposición, divididos de dos en dos. Medía cerca de un metro veinte de largo y unos ochenta centímetros de alto. Todos guardaban fideos.
Mi viejo, ese día y por casualidad, porque el negocio era responsabilidad de mi madre, estaba colocando productos no perecederos en el sótano; esa semana no había podido cumplir con su actividad de mercachifle debido a las vicisitudes climáticas que afectaban la región.
Yo podía escuchar sus movimientos pausados, el correr cuidadoso de las cajas, e imaginar con cuánta dedicación trataba de hacer lugar para toda la mercancía que había llegado en esa quincena. Los dos escalones resquebrajados que servían para llegar a ese recinto oscuro y frío habían quedado desplegadas y entonces grité:
-Papá. ¡Me vas a querer matar! Se rompió el vidrio.
-¿El vidrio de qué? –preguntó.
-El del mueble de los fideos.
-¿Qué pasó?
-No sé; estaba rellenando los de abajo y se quebró.

Mientras esta conversación se suscitaba mi padre subía las escaleras; yo pensaba en su enojo y en la dificultad para recuperar los comestibles y conseguir que nos cortaran una tapa de la misma medida para el expositor
-¿Te lastimaste?
-No; no creo. ¿Qué hago con estos fideos?
-¿Y qué vamos a hacer? Hay que tirarlos.
-Y mamá, ¿qué va a decir?
-Vos no te hagas problema; ya veré como lo arreglo.

Me tranquilizó su voz comprensiva. No debiera haberme sorprendido; el viejo era así. Ni siquiera sé por qué me inquieté tanto, tal vez porque era consciente del sacrificio que significaba tener completa esa vitrina. Esa y todos los estantes del almacén. Y como si fuera poco, se daba el gusto de tener reservas en el entrepiso del local.

No tenía más de catorce años pero él me trataba como un adulto, y en consecuencia me responsabilizaba de las actividades que me encomendaba. Era el mayor de los hijos y –evidentemente- tenía mucha confianza en ese muchacho bastante tímido y reservado que no le traía grandes disgustos. Juntos habíamos compartido -a esa altura- varios trabajos. Lo había acompañado primero en sus habituales viajes por la zona del valle llevando a alguna gente, mensajes y paquetes; más tarde, cuando la situación lo permitió fui su compañía inseparable en el colectivo que tres veces al día hacia el recorrido Trelew-Gaiman-Dolavon.
Me había enseñado los gajes de ese oficio de mercader, el buen trato que merecían los clientes y -en especial- darle buen uso a la escasa propina que recibía al hacer llegar un recado, o al entregar un diario o una encomienda.
Habíamos compartido también las largas horas de frío invernal tratando de solucionar alguna avería del vehículo ya gastado, que era su herramienta de trabajo; o cambiando una cubierta deshecha por las irregularidades de un camino pedregoso.
Pero, ahora era necesaria mi presencia allí, ayudando a mi madre que se repartía entre las tareas domésticas y la atención del almacén que era también verdulería.
Con la posibilidad de alquilar ese salón y convertirse en comerciantes, habían recuperado la esperanza de un futuro más próspero; y yo me sentía feliz de ayudarlos en mis horas libres, que eran muchas. Mis tareas en la escuela no me insumían demasiado tiempo y la colaboración era, en definitiva, una prioridad.

Con los años adquirí el mismo porte de mi padre. Heredé de él sus ojos claros y la miopía; su delgadez y la curvatura de la espalda, las manos de dedos largos y de huesos promisorios; e imité el bigote que él usaba por opción y yo por necesidad. Él llevaba grabado en el rostro los rasgos eslavos, en la voz el timbre suave y grave, difícil de elevar; en su andar el paso lento y acompasado. En su sien la amplitud de los hombres que albergan la inteligencia que las naturaleza les asignó, y la que los años le sumaron.
Yo admiraba a mi padre; su tenacidad y la vida sacrificada que le había tocado afrontar. Aún no comprendía sus debilidades, su carácter demasiado lábil ante el impetuoso de mi madre, su temperamento apacible, su vocación de callar antes de irrumpir en discusiones innecesarias o en altercados que siempre conducían a reproches por algún hábito mal visto, que en definitiva no era más que el gusto que podía darse el fin de semana, en el único bar del pueblo, con unos cuántos amigos que como él, añoraban la tierra lejana.

El almacén era el orgullo familiar. Mis hermanos pasaban por allí y apenas se atrevían a entrar. No había que dispersar a quienes trabajábamos y menos aún interrumpir la atención de algún cliente, o ensuciar con el barro de los zapatos el piso siempre encerado. Yo lo recuerdo como el mejor mercado de Trelew. Estaba en la calle principal, a mitad de cuadra. Tenía una puerta de doble hoja, con postigos de madera que se colocaban cada noche y se ajustaban por dentro con una gruesa traba. El techo de chapa era lo suficientemente alto como para mantener fresco el ambiente durante todo el verano. En el exterior, la vereda de adoquín marcaba el límite con una casa de fotografías de un lado, un consultorio odontológico del otro y en el frente estaban las instalaciones de Transportes Patagónicos.

Y la marquesina, adosada justo arriba de la entrada y pintada con los colores verde y negro, con orgullo exhibía “Almacén y Verdulería “La Nueva Polonia” de Adam Starzak”.


Olga Starzak




N. de la A. : "El almacén" es producto de uno de los tantos relatos que mi padre, Eduardo Starzak, me contara a lo largo de su vida, con la emoción de quien bucea en aguas cálidas y profundas.