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sábado, 2 de mayo de 2009

LA NOTA DE HOY







El Telefonista


Por Olga Starzak





Hacía dos años que trabajaba como aprendiz en un taller mecánico; quizás fuera por esa condición que sus dueños nunca me habían pagado. Lo hicieron por primera vez una semana después de que cumpliera los 18. Cuando trato de evocar cómo viviría ese acontecer diario de ir temprano a cumplir con mis funciones y no ser retribuido, la respuesta, para mi sorpresa, no es un recuerdo ingrato. Hacía lo que realmente me gustaba, aprendía un oficio al que me hubiese agradado dedicarme toda la vida (aunque después no fue así, y en algún momento voy a contarles el por qué) y, por supuesto, siempre mantenía la esperanza que algún fin de mes llegara el prometido sueldo.

Poco más tarde opté, motivado por razones económicas, por buscar otro empleo. Se produjo así mi designación como maquinista en la usina eléctrica; esta dependía de la Compañía Sudamericana de Servicios Públicos y prestaba también su asistencia a la red de telefonía local. Fue en ese lugar donde acontecería, meses más tarde, los hechos que me convocan hoy a rememorarlos.

Antes agregaré algunos detalles más de mi paso por esa empresa. Hacía guardias de ocho horas atendiendo los motores que generaban la corriente; significaba ponerlos en marcha y apagarlos de acuerdo a las horas de mayor y menor consumo. Era una tarea monótona y aburrida, sin embargo había que realizarla con un gran sentido de la responsabilidad ya que de ello dependía la erogación de gastos y, por consiguiente, la disposición de los superiores para mantener al empleado en el cargo o despedirlo. Tantos años más tarde debo reconocer que, pese a mi juventud, debía realizar bien esa tediosa labor porque -meses después- la compañía vendió las instalaciones y despidió a todo el personal, quedando sólo el jefe de la planta, un encargado y yo.

Fui sometido a un examen de capacidad laboral y derivado a prestar servicios de telefonía. Al principio mis actividades eran múltiples; tanto podía trabajar en las calles en el mantenimiento de las líneas como cavar pozos para la colocación de postes, instalar teléfonos en empresas o casas, reparar cables o solucionar averías.

Traigo a mi memoria, sin poder dejar de esbozar una sonrisa (quizás por aquellos tiempos de mi juventud donde los adelantos científicos que después protagonicé parecían tan lejanos) que cada aparato colocado en una propiedad se constituía en un tirado de cable galvanizado desde la Central hasta el domicilio del usuario.

Las actividades que les comento eran anexadas con una guardia como telefonista que realizaba invariablemente desde las 22 a las 24. Y esto sí que era entretenido; esperaba ese par de horas casi con alegría. No era otra cosa que hurgar en la intimidad de los interlocutores y descubrir sus secretos que no eran tales desde el momento en que un sujeto anónimo podía apropiarse de las palabras expresadas.

Y era sabido que esa voz ajena y distante que les decía sólo dos palabras: “¿número?” y “¿hablaron?” estaba siempre allí, interponiéndose. Toda vez que dos personas intentaban un contacto.

Aquí viene lo que quiero compartir con ustedes. Fue en uno de esos llamados cuando quedé cautivado por la voz de una mujer que muy pronto averigüé quién era. Todos los días, a partir de las once de la noche un hombre me solicitaba la comunicación; a juzgar por la gravedad del tono con que eran emitidas sus palabras, debía tener algunos años más que yo. Siempre pedía con el mismo número; siempre atendía ella y conversaban hasta minutos antes de que me viera obligado a cortar el servicio, como se hacía habitualmente después de la medianoche, para dejarlo conectado sólo con la comisaría y el transporte proveniente de Puerto Madryn.

Corría el año 1941 y hacía muy poco que se habían agregado 50 líneas más en el pueblo; la pareja debía sentir ese cambio porque muchas veces se veían forzados a esperar para ser atendidos, situación que hasta ahora era infrecuente. Y yo me alegraba por esa tonta circunstancia, pensando que era la única forma de robarle minutos a ese intercambio de palabras impregnadas de amores recién iniciados, ilusiones crecientes y esperas cotidianas.

Como ya les adelanté, el joven llamaba todas las noches a la Central. Yo podía imaginarlo en su hogar girando la manivela que pronto indicaría, en mi señalador, su número. Un número que yo conocía de memoria, como conocía muchísimos, pero éste resonaba en mis oídos con furia y celos, con resquemor y hasta envidia. Y debía preguntarle, aún sabiendo la respuesta: ¿número? Siempre contestaba cero, hacía una pausa prolongada como desafiándome y continuaba... tres, otra pausa y completaba 66. Con la misma tranquilidad yo conectaba una ficha en el código pedido y el solicitante, haciendo girar nuevamente la manivela lograba que la campanilla del teléfono de la chica que ocupaba mis pensamientos, sonara.

Hola… decía ella con ese timbre acompasado y tierno, con avidez de escucharlo y con un tono que aunque disimulado, podía percibirse ansioso.

Y durante el tiempo que duraba el intercambio yo me veía “obligado” a escucharlos. Mis responsabilidades me exigían estar atento al momento del cese de la charla para proceder con rapidez a la desconexión de las líneas y dejarlas así liberadas.

Al oír el saludo final, un “¿hablaron?” me permitía volver a la calma.

Así me convertí en testigo, durante meses, de palabras cálidas y manifestaciones de afecto; también más tarde de la desilusión de la muchacha ante comentarios que la dejaban sin palabras por largos instantes. Fui testigo de su desencanto y también de la agresión que el muchacho escondía detrás de palabras dichas como producto del deseo y las urgencias sexuales.

Un día de enero, el mismo día que recibí la citación para cumplir con la obligatoriedad del servicio militar, había tomado la decisión.

Esa noche la campanilla del 0366 sonó guiada por el teléfono que yo comandaba como guardia nocturna de la central telefónica.

Ella atendió sorprendida.

Dejen que guarde para mí cuánto me costó conquistarla. Solo les contaré que, entre cartas y escasísimas visitas, Mercedes esperó por más de un año mi regreso.

Para no separarnos jamás.



N. de la A. : "El telefonista" es producto de uno de los tantos relatos que mi padre, Eduardo Starzak, me contara a lo largo de su vida, con la emoción de quien bucea en aguas cálidas y profundas.




lunes, 27 de abril de 2009

LA POESÍA DE HOY

DOS POEMAS DE SANDRA PIEN*


SIN RASTRO DE SAL

Entre los surcos
de las espinas de calafate
confieso la aridez pueblerina.

Sólo el piño ovejero
renació
una y otra vez
en cada instante elegido.

No existe rastro de sal

en nuestra mirada.

Es cierto

sabíamos de las distancias

y lo imprevisto

pero las nieves montañeras

omitían el dibujo cruel

diario.
No hubo quien

recibiera el mensaje.

Sin concesión alguna

mi verso libre
callando vientos

dio con la clave.

No dejar huella
sin canto.


BOSQUE DE LENGAS


Aquel bosque

filigranado de ausencias

atrajo los recuerdos.
La pausa del color
despojó

las lejanías

de mis ojos

de un lento canto

en la discreta madera.

Inútil aferrarse

a la sombra

inútil confiarse

a una imagen.

Amé dócilmente
la huella

del regreso.






(*) Escritora y periodista de Capital Federal. Vivió en El Calafate, lugar donde quedó ligada definitivamente a la Patagonia. Estos poemas fueron publicados en su libro “Rumbo Sur”.

miércoles, 22 de abril de 2009

LA NOTA DE HOY

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Historia de la comunicación - De sumerios y patagones


Por Kayra Wicz




“El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”(G. García Márquez, Cien años de soledad)




El lenguaje humano, tal como lo conocemos hoy, es un sistema de reglas de asociación de sonidos y significados. Su desarrollo comprende los siguientes factores:

La evolución del aparato fónico: la articulación de sonidos (“habla”) es un proceso de alta complejidad fisiológica, producto de una lenta transformación biológica. Es probable que el hombre de Neardenthal (75.000 a 35.000 años a. C.) dispusiera de un aparato fónico suficiente para emitir sonidos. Los órganos empleados para la alimentación se acomodaron a su nueva función: “el habla”.

La maduración cerebral: resultado de la evolución: Es diferente la “maduración” al “volumen” del cerebro, porque aun se ha podido establecer una correlación directa entre el volumen del cerebro y la capacidad lingüística, o intelectual en líneas generales. La maduración posibilita el discurso abstracto, es decir la producción de sonidos relacionados con situaciones que no están presentes.

La respuesta del medio: el lenguaje es un rasgo distintivo de la conducta humana que necesita el refuerzo del medio externo. El mero contacto con otra persona requiere un código para relacionarse.

Investigaciones neurofisiológicas recientes demuestran que el lenguaje y el manejo de herramientas son capacidades alojadas en la misma porción de cerebro. Al adoptar la posición erecta los primates liberan las manos; y pueden emplearlas en la caza y en otras actividades que antes requerían de la boca. Queda así mejor colocada para el lenguaje oral. En opinión de muchos investigadores, fue la mano el elemento clave a la hora de explicar cómo y cuándo apareció el lenguaje humano.

En nuestra larga historia dejamos huellas de todas nuestras actividades: utensilios, dibujos, cartas. A partir de la invención de la escritura aparecen los documentos escritos, que informan y transmiten sobre las costumbres, las formas de vida, las ideas, los pensamientos y sentimientos. Por sus características de presentación, interpretación y preservación a veces cuesta trabajo decodificarlos; pero nos permiten indagar la vida de nuestros ancestros. El estudio del pasado a través de ellos se divide en tiempos prehistóricos (desde la aparición del hombre en la tierra hasta la invención de la escritura) y tiempos históricos (desde la creación de la escritura, cerca de 4.000 a. C.).

En 1984 se descubrieron en Tell Brak, Siria, dos pequeñas tablas de arcilla rectangulares que representaban, con muescas, algo que parecen ser animales, tal vez ovejas o cabras, y su cantidad. ¿Es sólo la ilusión de ver eso, la ilusión de encontrar algo que a pesar de tener casi 6000 años nos muestre lo que éramos? Científicamente, nada lo refuta. Y en este mundo en que todo se ha trasformado en velocidad y ésta en sinónimo de calidad, aquel hombre que marcó sus 10 cabras en una tabla de arcilla hace 6 milenios nos enseña cómo empezamos la maravilla de comunicarnos.

Las “placas grabadas” de la Patagonia, estudiadas por Outes, Vignatti, Gradin y otros arqueólogos, aparentan ser similares a las tablillas de Tell Brak; pero difieren en tres aspectos. Uno de ellos es la antigüedad. Estas placas son del período posterior a la diferenciación en etnias de los pueblos patagónidos primigenios. Sin llegar a los 6.000 años de las tablillas de Siria, las placas patagónicas podrían tener más de un milenio de existencia. Otro aspecto es que no están realizadas sobre arcilla sino sobre materiales duros como esquisto y pizarra (las incisiones sumerias se hacían sobre greda húmeda que luego se cocía). Y por último, en las “placas líticas” los grabados no responden a un lenguaje escrito; tiene un carácter estético y mágico. Desde ese punto de vista estas placas podrían considerarse, en la línea evolutiva del lenguaje humano, las antecesoras de las tablillas de Tell Brak: un preludio al nacimiento de la escritura.











domingo, 19 de abril de 2009

LA NOTA DE HOY






UN "GALÉS-ARGENTINO"
El Sargento Weston Harris


Por Jorge Gabriel ROBERT*



El sargento Weston Harris era un soberbio exponente de su raza y cuando algún galés quería mostrar esa estirpe con orgullo, era al primero que nombraba. Sus ancestros habían llegado a esta tierra irredenta del Chubut allá por el año 1865 como colonizadores, conquistadores, por lo que ellos se decían, formadores de patria. Para eso prometían una sola cosa: trabajar.

Weston Harris quería abrirse camino en la vida, su padre había descendido del velero Mimosa en una playa de Puerto Madryn y era necesario empezar bien de abajo. Probó sembrando y cosechando. Para eso estaba en el valle fértil del río Chubut. Pero algo le decía que su destino no era ese. Así fue como enderezó con su vigorosa juventud hacia el centro de la provincia y se conchabó de peón rural en la estancia “La mimosa” (el mismo nombre que el barco velero había traído a los suyos desde Gales), pero la estancia estaba en venta y ni los antiguos dueños le pagaron su trabajo, ni los nuevos le quisieron pagar. Entonces, se dirigió a la comisaría de Tecka, una incipiente población cercana. Pero no a denunciar a nadie sino a pedir una vacante de “milico”. Poco tiempo tuvo para darse cuenta que había puesto su pie justo donde el destino le había marcado; también los pobladores de la zona se fueron amoldando a una nueva vida de solidaridad y orden, en cumplimiento de normas que el joven agente policial les fue inculcando con sobriedad y respeto.

A los dos años nomás con el ascenso, asumió la jefatura de Corcovado, otra población cercana con mayor índice de delincuencia, a la que el flamante Cabo Harris, "el galenso", como lo habían bautizado los criollos del lugar, fue imponiendo su personalidad inclinada a la persuasión y rectitud en el procedimiento. La delincuencia en aquellos años y en esos lugares se limitaba al robo de ganado, marcaciones ilegales y alguna que otra pelea a cuchillo en carreras cuadreras, jugadas de taba, dados o naipe. Aunque el contrabando de hacienda hacia Chile, les daba algún dolor de cabeza mayor.


Alerta, las autoridades policiales superiores consideraban que era necesario marcar presencia en lugares de mayor categoría y el “galenso” Harris fue a parar con su jineta de sargento a Gobernador Costa y de ahí una temporada en Nueva Luvecka, según las circunstancias fueran o no importantes o si la nieve excesiva lo requiriera para el salvataje de gente o animales. El sol se había tomado largas vacaciones ese invierno y el viento sur permanente, no dejaba de arrear nubes blancas en un volar de palomas por bajo un cielo muy azul que apenas asomaba por entre los cerros nevados.

Socorro de ovejas en la nieve

Cumplida su misión en zona cordillerana del Chubut, el sargento Weston Harris fue derivado a la zona costera, instalándose en Puerto Madryn, con algunas secuelas del frío soportado pero como lo veían igual muy dinámico, la Jefatura le confeccionó un traslado a Puerto Lobos, un poco más al norte, donde la jurisdicción, como destacamento, tenía un rancho a punto de derrumbarse. De manera que para el sargento Harris, eso no era problema. Con la aprobación de sus superiores, y aplicando además de su gran voluntad, la experiencia de anteriores situaciones similares, preparó en un amplio círculo de barro, yuyos y paja de coirón cortada a tijera, una tropilla de caballos en amanse que un puestero le prestó para el pisadero, fabricó ladrillos y construyó la vivienda y algún “refugio” para contraventores.

La municipalidad de Puerto Madryn colaboró con algunos muebles y la jefatura, con un técnico albañil. El agua era transportada en camión desde Río Negro hacia Madryn y a la pasada por la ruta 3 se detenía a proveer el vital elemento en la obra del sargento Harris. Luego de algunos años de lucha, su traslado fue a Gaiman, donde todavía se limaban diferencias entre los originarios tehuelches y el nuevo asentamiento galés. Solución?… El sargento Harris. Su esposa Rosalía, sus hijos Edmundo, Elvira, Eduina y Rodolfo, llenaban las horas de su intimidad.

Como premio a su fecunda labor en todos los terrenos, el sargento fue movido para su jubilación a Camarones, un lugar tranquilo, casi diría de descanso; aunque no tanto para los pobladores del campo, pues merodeaba esos lugares un astuto bandido ladrón de "semovientes” que el sargento debió perseguir a caballo, en soledad, durante varios días, hasta que el “escribiente” pudiera redactar el acta de detención en la comisaría de Camarones.


Su vida activa continuó después de su jubilación hasta el mes de noviembre de 1987, en que falleció un día después de asistir a la ceremonia provincial en el cementerio del Solar Histórico Moriah de Gaiman donde fueron depositados en acto público los restos de su padre, llegado a estas tierras desde Gales, como se dijo, en el velero Mimosa, en 1865.


*Nos complacemos hoy en publicar en Literasur la primera de una serie de notas del querido amigo Jorge Gabriel ("Rico") Robert, asiduo colaborador en publicaciones digitales como "Arcón del Recuerdo", "Pueblo a Pueblo" y habitual comentarista de temas regionales a través de cartas de lector en diversos medios periodísticos. "Rico" profesa un gran amor por los valores heredados de sus mayores, ha sido testigo y protagonista de la vida social, institucional y rural de su Camarones natal y al igual que su hermano Gerardo -también colaborador de esta página- tiene el privilegio de poder expresarlo con personalísimo estilo y galanura criolla.








domingo, 12 de abril de 2009

LA NOTA DE HOY


ESCRIBIR EN EL PARAISO

Por Jorge E. VIVES


La montaña se presta para sumirse en la literatura; ya sea en su faz creativa, la labor del escritor, como en su faz lúdica, el placer del lector. Las cumbres que enlazan el espíritu humano con la inmensidad del universo; los bosques umbríos con sus misterios insondables ocultos detrás de cada árbol; las largas noches de invierno cuando la luna congelada ilumina el suelo níveo; todo incita a la imaginación de quien se abisma en las páginas de un buen libro o se aboca a la tarea de transmutar sus sentimientos y pensamientos en palabras que otros disfrutarán luego.

Por eso no es extraño que El Bolsón, ese trozo de empíreo colocado en la tierra por error, descuido o a lo mejor premeditación, sea un pueblo de lectores y escritores. Podría decirse que la literatura mora allí, mentada permanentemente en los nombres de la tierra; algunos eufónicos y sonoros, como “cerro Piltriquitrón” o “río Quemquemtreu”; y otros de tonalidad poética, como “Agujas del Silencio” o “cerro Hielo Azul”.

La vasta producción literaria local es fiel testimonio de esta proximidad con el arte. Se puede mencionar, por ejemplo, a Juan Domingo Matamala, bolsonés de nacimiento, licenciado en letras, docente, actor y director teatral, periodista. Publicó numerosos artículos y libros sobre la zona; entre ellos “El Bolsón, historia y toponimia”, “El embrujo de El Bolsón”, “El Bolsón como yo lo conocí”, “Historia del lúpulo en El Bolsón” y “El periodismo en El Bolsón”. Su obra “El Bolsón, historias del paraíso”, es un anecdotario imprescindible para internarse íntimamente en la región, presentado en una cuidada edición artesanal de gran valor estético.

Nacida en Buenos Aires, Martha Perotto se radicó hace casi treinta años en El Bolsón, donde además de ejercer como docente en lengua y literatura, ha desarrollado una importante labor artística. Es autora de varios volúmenes de cuentos, como “El viaje y otros cuentos” y “Cuentos para un invierno largo”; y sus relatos han integrado diversas antologías. Escribió dos novelas, “De un castillo en Patagonia” y “Territorio: Waj Mapu. Patagonia secreta”; e incursionó en la dramaturgia con la pieza “La ceniza”.

En este blog ya se mencionó un par de veces, por su excelente calidad literaria, un cuento llamado “Gondwana”. Su autor, Jorge S. Honik, es un escritor porteño de origen que vive en El Bolsón desde hace tres décadas; lugar donde se asentó luego de peregrinar por diversas partes del mundo. Farmacéutico universitario y docente en artes y ciencias exactas de profesión, escritor por vocación, obtuvo diversos premios con sus creaciones. Se interesa tanto por la narrativa como por el teatro. Publicó, entre otras obras, un volumen de cuentos imaginativo e inquietante llamado “La selva iluminada” (que incluye el relato “Gondwana”).

Para cerrar este breve resumen se menciona a Jorge Sánchez. Aunque nació en Neuquen, es hijo de una familia de El Bolsón que volvió a radicarse en su lugar de origen hacia 1961. Estudioso de expresiones populares tales como el folklore regional, desde joven se dedicó a escribir poesías y canciones. Su primer obra en narrativa es un conjunto de “Doce relatos patagónicos” (tal el subtítulo) reunidos en el volumen llamado “Al sur del paralelo 40°”.

La lista es, sin dudas, asaz incompleta; ya que son muchos más los autores que, para escribir. aprovechan las bienaventuranzas de ese “paraíso terrenal”. Tal vez un lector desconocedor de la zona suponga que la comparación no es más que una impropia y retórica hipérbole, una exagerada figura metafórica. Pero quien alguna vez, sentado al atardecer en una altura dominante, por ejemplo, en la loma del Medio o en el cerro de la Cruz, haya contemplado el valle que se oscurece a medida que el sol cae detrás de las montañas cuyas puntas ilumina con sus rayos agónicos, en un esperanzado intento de aferrarse al lugar; sabe que el bucólico ambiente se colma de una paz beatífica, edénica, que se presta indudablemente para la meditación. Y que también invita a persistir en esas buenas costumbres de leer y escribir.


Nota: el autor quiere agradecer a la librería “Rincón de Libros" de El Bolsón, la excelente atención brindada; que permitió reunir el material para esta primera aproximación a la rica literatura local.