google5b980c9aeebc919d.html

jueves, 11 de marzo de 2010

LA NOTA DE HOY





VILLALONGA TAMBIÉN ES PATAGONIA



Por Jorge Eduardo Lenard VIVES


Al cruzar con rumbo sur el puente de la Ruta 3 sobre el río Colorado, en inmediaciones de la localidad de Pedro Luro, es fácil advertir que se ingresa a la Patagonia. Algunos rasgos del ambiente geográfico, como la presencia del viento, la arena, la sequedad del clima, cierto tipo de vegetación, son características típicas de la región austral; y, pese a la mayor feracidad de esos campos respecto a otros más meridionales, estos rasgos no pueden ocultarse. Indudablemente, el partido de Patagones, provincia de Buenos Aires, es parte de la Patagonia.
Unos kilómetros al sur del puente se abre el acceso a Villallonga, una de las localidades que integra el partido. En esa ciudad pujante, plena de vida económica, social y cultural, María Tránsito Zúñiga, encargada de la Biblioteca “Presbítero Raúl Entraigas”, tiene el don de realizar milagros literarios. Cotidianamente, hace el milagro de introducir a los jóvenes alumnos de su taller “Cómplices de sueños” en el maravilloso mundo de la literatura. Y, cada dos años, su milagro es organizar un brillante Encuentro de Escritores de alcance internacional, con la asistencia de reconocidas personalidades del quehacer literario y de un número importante de artistas prestos a compartir sus creaciones con el público.
La eficacia de su tarea para acercar los chicos de Villalonga a la poesía, se refleja en dos importantes logros: la activa participación de sus alumnos en concursos, en los que obtienen excelentes resultados; y la inclusión de sus obras en diversas publicaciones literarias. Basta recordar, por ejemplo, su intervención en la última Feria del Libro de Gaiman, en el año 2009, en la que recibieron varias distinciones; o la inserción de sus poemas en los “Quaderns de poesia”, editados en Barcelona ese mismo año por la editorial Nostre Club, Les Planes.
Respecto a los encuentros bienales de escritores, su organizadora reúne autores de todo el país y también de Chile; y presenta figuras de reconocida trayectoria en el ámbito literario, como Poldy Bird y María Kodama. María Zúñiga, como nativa de Bariloche que es, tiene su mirada puesta al sur, por eso a sus encuentros concurren muchos artistas regionales; entre los que se puede recordar a Mario Cabezas. Estas reuniones presentan una realización impecable que logra María en forma casi artesanal; producto de su dedicación. El último encuentro se realizó en febrero de 2009; por lo tanto el próximo será realizado en el año 2011; al que su mentora ya está abocada.
Por su obra, María fue nombrada “Primera persona ilustre” de Villalonga; a propuesta de varias instituciones escolares y de bien público. Tuvo además muchos otros reconocimientos, pero sin dudas el que prefiere es el que le hacen sus alumnos del taller literario con su concurrencia cotidiana. Sin embargo, no sólo introduce a otros en el mundo de la literatura; también participa activamente de él. De “Aleteos”, un volumen editado por la Municipalidad de Patagones con poemas de sus alumnos y algunos de María, se pueden tomar estos versos de su poema “Zonas grises” como ejemplo de su creación:

“La noche
– con su ausencia de luz -
ata y desata las bocas de los fantasmas
saciadas de preguntas”

Villalonga es parte de la Patagonia; por lo tanto, sus escritores también son escritores patagónicos. Y es María Zúñiga, con su labor silenciosa y persistente, quien se encarga dar vida y hacer brillar sus creaciones.


Nota: Se agradece a la Sra. Rosa Spampinato y al Sr. Mario Cabezas el haber hecho conocer a Literasur la importante actividad cultural desarrollada por la Sra. María Zúñiga.


Bookmark and Share


votar





domingo, 7 de marzo de 2010

LA NOTA DE HOY



Perspectivas


Por Jorge Baudés



Lo viejo, ¿es viejo? ¿lo vemos viejo? O lo envejecido es nuestra visión para ver las cosas?
Dicen que envejecemos a partir del primer día luego de nuestro nacimiento pues la vida es un camino unilateral, sin retorno. Los objetos que rodean nuestra cotidianeidad van perdiendo a nuestra percepción la frescura de los primeros momentos compartidos. Así ocurre también con las relaciones humanas y también con los recuerdos. Hablamos de viejos amigos, de viejos recuerdos, y de glorias pasadas que desempolvamos de la memoria, arrumbadas en algún viejo rincón de nuestra conciencia.
Desechamos por vieja la ropa y los enseres. Remodelamos nuestra casa para que no se le note el transcurso de los años pues sentimos que nosotros mismos estamos caminando al lado de ella en un sistemático deterioro de ambas estructuras. Viejos miedos nos acechan, negros pensamientos que provienen de las lúgubres oquedades de nuestro Ser, envejecido...

En los orígenes del Hombre, sin embargo, el anciano representaba la sabiduría, el acopio de experiencias y el criterio desapasionado, que constituía un bálsamo y guía para sus desorientados jóvenes pueblos. Ellos se constituían en Concejos. Eran venerados por sus consejos. Luego el tiempo comenzó a correr más rápido y la gente con él, tratando de ganarle tiempo al tiempo. De llegar antes aunque sin saber a ciencia cierta hacia dónde o para qué. Entonces el tiempo empezó a envejecer también y tiñó de gris el camino de regreso. El hombre se detuvo, recorrió con su mirada sus propias huellas y se vio reflejado a si mismo en el viejo camino, gris, solitario, silencioso..

Pero un día despertará de su sueño gris, de su sueño aturdido, de su loco frenesí. Despertará mirando delante suyo y rejuvenecerá. Verá entonces que la naturaleza subsiste a pesar nuestro, que el agua aún corre aunque la contaminemos, que el aire se renueva y nos sigue nutriendo aún sin merecerlo y, sobresaltado descubrirá que no existe el tiempo. Que todo es simultáneo. Que lo joven y lo viejo son diferentes facetas de un mismo prisma. En definitiva, distintas perspectivas de una misma realidad.

Entonces, habrá nacido un nuevo Hombre...tal como anuncian las profecías...




Bookmark and Share


votar




miércoles, 3 de marzo de 2010

LA NOTA DE HOY

LA VIDA
La tierra, el mar y el aire




Los que hemos vivido la mitad en el campo, notamos que la naturaleza misma nos arrastra a convivir más con otros seres vivientes que con nuestro mismos congéneres. Los comprendemos, los amamos y por supuesto si podemos sacar tajada favorable, los matamos para alimentarnos de ellos y apropiarnos de su piel para nuestro abrigo u otro beneficio. Para el caso de los animales de tierra, pongamos como ejemplo al guanaco; de estirpe silvestre, no se resigna a convivir con los humanos, se torna agresivo si lo obligan a domesticarse. Huye siempre del hombre, en general, su predador.
En el mar, un medio que hemos usurpado, salvo los peces que involucramos en nuestro comercio, los pingüinos son nuestros mimados, los consideramos pájaro bobo o pájaro niño porque notamos un parecido con nuestro modo de ser o nuestro modo de caminar. Y es curioso, los hemos observado y admirado su idiosincrasia. En la imagen que sigue, un grupo de pequeños, en edad ya de caminar, ha abandonado momentáneamente sus nidos, y a pesar de no estar al alcance de su vista el mar, por donde sus progenitores volverán a traerles el alimento, esperan que estos lleguen con el buche lleno de pececillos y observan el mar que no conocen y será el medio natural de sus vivencias por el resto de sus días hasta que si la suerte no los acompaña, una orca hará de ellos su plato favorito.


En tierra, en lugar de sus cuevas donde de un huevo nacieron, a cada uno de ellos espera un hermano (son dos) en cada nido. Sus nidos (hogares) están alejados del mar, bien con el frente al sol, necesitan mucho de su calor para incubar y durará seis meses el desarrollo del pichón hasta que el plumín le sirva para nadar. Y el tercer medio que compartimos con otros seres vivientes es el aire.


Las aves, los pájaros, que con sus trinos endulzan nuestra vida, son dignos de ser estudiados y uno de sus períodos más subyugantes son el tiempo de las aves migratorias que se juntan en inmensas bandadas para trasladarse de uno a otro continente por pura magia de la naturaleza. Pondré como ejemplo el chorlo, que acá en las costas del atlántico, en la ribera patagónica, llega en primavera, incuba en lugares de canto rodado muy fino y del color de sus huevitos, escondidos así de sus predadores. Una vez en condiciones de volar, las pequeñas avecitas, forman un grupo homogéneo, que es algo así como una nube de pájaros capaz de nublar el sol y emprenden su viaje hasta zonas en que la sabia naturaleza les ha designado para vivir con buena alimentación hasta la fecha de retornar por el mismo sendero visible solo para ellos y así mantener la especie.

Jorge Gabriel Robert


Bookmark and Share


votar










domingo, 28 de febrero de 2010

LA NOTA DE HOY

A UN MES DE LA MUERTE DEL GRAN ESCRITOR ARGENTINO




Tomás Eloy Martínez: una herencia Periodística y Literaria



Conocí a Tomás Eloy Martínez cuando en el año 2007, invitado por el Grupo Jornada, visitó la Ciudad de Trelew.
A decir verdad mi primer encuentro con él se produjo mucho antes: al mismo tiempo que mi cita con la literatura de alto vuelo. Acababa de leer Santa Evita y había quedado cautivada por la prosa eximia, audaz y certera de esa novela de ficción escrita por un investigador nato que, sumido -tal vez impactado- por la misma emoción que después vivirían sus lectores, descubría los inhiestos vericuetos de la muerte, del cadáver de una líder política.

Entonces ya había sido seducida por la prosa de Martínez y enseguida busqué las huellas de su talento en otras de sus obras, primero en La novela de Perón, después en El vuelo de la reina, más tarde en La Pasión según Trelew. Últimamente en Purgatorio.

Cuando en la oportunidad citada concurrí a la conferencia que ofreció en el Museo Egidio Feruglio no buscaba más que escuchar la voz de alguien que ya admiraba profundamente. Recuerdo que al ingresar al auditorio y encontrarme con su rostro me invadió una intensa emoción. Era consciente de que estaba frente a un ícono de la Literatura Argentina, aquel periodista que –como pocos- pudo amalgamar ambas pasiones y entregarse a su público como entrega la orquídea sus flores: en forma sucesiva, perdurable y hermosa.
E
staba invitado -y así fue presentado por la locutora- para hablar de su obra La pasión según Trelew, sin embargo, con la facultad que le otorgaba -no tanto su trayectoria como sus propios años- explicó que no hablaría de ese tema del que tanto había y se había dicho; muy por el contario quería dedicar la tarde a conferenciar sobre los puntos en común del periodista y del escritor. ¡Y vaya con la maestría que lo hizo! De más está decir que al escuchar estas últimas palabras mi alegría se potenció a límites insospechados y debí disimularla porque, gran parte de los presentes -puedo asegurarlo- sufrió una especie de decepción (parece ser natural que las personas deseen que una y otra vez sangren las viejas heridas). Tanto que algunos hasta se retiraron, lo que me permitió, gloriosa, ocupar un asiento y disfrutar a mis anchas del doble regalo que me ofrecía su presencia.
Podría contarles, como si lo hubiese escuchado ayer, los aspectos que consideró a la hora de hablar de la escritura, tanto para quien informa como para quién hace literatura. No dejó lugar a dudas de cómo una profesión no sólo se alimenta sino que necesita de la otra. Que la suma de ambas es lo que logra la diferencia: calidad en el lenguaje, en el decir y en el estilo; la que produce esos textos inolvidables, escritos con la destreza y técnica de un literato que tanto puede narrar la realidad a través de una prosa poética o transfigurarla a través del texto.

Él creía, y luchaba porque así sea concebido, que el periodismo era, en sí mismo, un arte.
A lo largo de esa charla en el Mef, estudiantes, hombres públicos y oyentes en general desplegaron sus preguntas, a veces con la sola intención de pronunciarse, otras –las más- por sonsacar del intelectual firme y decoroso que tenían frente, la opinión que considerarían indiscutible.
En mi caso, y a pesar de mi temperamento impulsivo, de la curiosidad y mi afán de seguir escuchándolo, no pude emitir una palabra: estaba conmocionada por su profesionalidad pero muy especialmente por la modestia que, infranqueable, mostró en cada una de sus opiniones, anécdotas, experiencias; en sus manifestaciones de desesperanza y otras de optimismo, en el recuerdo a los amigos, en los relatos de su paso por las distintos escenarios de editoriales, diarios, revistas y universidades.

Esto sólo es una brevísima reseña de su pensamiento porque no es este el momento ni el objetivo de este escrito. Tampoco hablarles de su biografía, ni de sus obras, ni las prolíficas actividades que ha desarrollado a lo largo de su vida. Ya lo han hecho en todos estos días, todos los medios gráficos de la zona, de la Argentina, de Latinoamérica y Europa.

Sí decirles que también fue la conmoción la que me quitó las palabras el domingo 31 de enero a la noche, cuando leí en la primera plana de un diario, que había fallecido Tomás Eloy Martínez.

Hoy, a un mes de su viaje eterno, surgen estas palabras como un simplísimo homenaje al hombre que le dejó a la literatura y la sociedad toda el legado indiscutible de sus obras pero también de su hombría de bien, de sus preocupaciones por las causas justas, su sentido humanístico, su valor por la cultura, su amor a la familia y su devoción por la amistad.



Olga Starzak

Febrero de 2010




Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor, murió el 31 de enero pasado en Buenos Aires, después de una larga enfermedad. Había nacido en Tucumán el 16 de julio de 1934.
Licenciado en Literatura Española y Latinoamericana (Universidad Nacional de Tucumán y Maestro en Literatura (Universidad de París), desempeñó múltiples actividades como guionista, ensayista, crítico de cine, columnista, editor, y corresponsal. Entre sus obras mencionamos las novelas Sagrado, Santa Evita, La mano del amo, La novela de Perón, La Pasión según Trelew, El vuelo de la Reina, Purgatorio.



Bookmark and Share


votar







lunes, 22 de febrero de 2010

EL CUENTO DE HOY





Shaida

Por Olga Starzak





No podía apartar de sus pensamientos a la pequeña Behjat. Se la habían arrebatado, sin piedad, mientras participaba de un acto público bregando por los acuciantes derechos de las mujeres de su tierra. Entre latigazos y abusos verbales, los opresores fueron separando a las manifestantes y las azotaron con devastadora crueldad. A Shaida le partieron un palo en los tobillos y la sometieron a la invalidez. Con su pie derecho quebrado en cien pedazos y el dolor encarnizado en el alma, se arrastró hasta la vereda de esa calle, testigo diario de lágrimas y sangre.
Su hija de casi dos años estaba, ahora, custodiada por miradas asesinas. La habían despojado de su madre, de su cuerpo cálido y de su único alimento. Como tantos miles de niños, su destino estaba en manos del abominable poder de misóginos.
En algún momento que no podía recordar, Shaida fue rescatada por aliadas y asistida en uno de los pocos hospitales que, en forma clandestina, recibían diariamente a decenas de mujeres degradadas.
Cuando el estado de confusión comenzó a disiparse y el dolor la dejó pensar, gritó con desesperanza el nombre de su hija. Sus compañeras le prometieron que la buscarían; recorrerían los campos de concentración hasta dar con ella.
Sabía que sólo estaban tratando de consolarla. En el estado en el que se encontraba no podía, por el momento, hacer nada para aliviar tanto sufrimiento. Sin embargo, prometió, en nombre de Behjat, que nada ni nadie le impedirían intentar el reencuentro. Vivía, como muchas otras, atormentadas por las diarias persecuciones ultramachistas que habían prometido exterminarlas. Sólo por pedir caridad, sólo por exigir que se las tratara como seres humanos. Cuando sus piernas ulceradas comenzaron a tomar fuerza, fue derivada a un centro de refugiadas. En colectivos encubiertos, en la oscuridad de una noche impregnada de olores nauseabundos, viajaron hacia el exilio.
En aquel lugar, mientras no pudo hacer otra actividad, Shaida bordó, cosió e hizo otras manualidades para ser vendidas. Agobiada por el hambre, la discriminación y el desasosiego, encontró en la organización que la cobijaba el único sostén que le permitía escapar de la locura o el suicidio. Unos meses después, acompañada de su mahram, un hombre que compartía sus ideales, partió hacia la región endemoniada. Apresada en su jaula de tela, en el agobiante calor de un verano mucho más apesadumbrado que otros, emprendió la búsqueda.
Recorrió las mismas calles en las que meses atrás viera torturas y linchamientos; calles transitadas por hombres saciando su lujuria y escupiendo improperios. Hombres poseídos por el fanatismo y la ignorancia. Hombres que no eran hombres.
Recordó cómo, inmersa en el bélico escenario en el que se había convertido la tierra de sus padres, arriesgaba cada día su vida formando parte de un grupo que, con muy pocas posibilidades, luchaba sin cesar por un país diferente.
Rememoró el día en que parió a su hijita, ya sin padre; y soñó para ella una vida digna.
¡Tenía que encontrarla!
Siempre escoltada por su mahram buscó en orfanatos y hospitales, en centros de refugio clandestinos y en casas de familias protectoras. La imaginó rescatada por sus compañeras. Y cuando ya no le quedaron lugares para visitar, la imaginó en manos de los talibanes. Se derrumbaron, entonces, sus fuerzas.
Pasó días y noches albergada por familiares de su esposo muerto en combate, sumida en la depresión. Suplicó al mismo Dios por el que otros cometían barbaries. Oró cinco veces al día por obligación y otras tantas por desesperación. Buscó su rostro en cada niño que cruzó, le habló a su pequeña en las largas noches de insomnio. No la abandonó ni cuando, desfallecida en la miseria, no tenía energías ni siquiera para caminar.
Mendigó en calles desiertas evitando el castigo del opresor. Mojó con lágrimas, innumerables veces, la tupida red que cubría sus ojos. Y cuando el cuerpo ya no pudo resistir, su acompañante la llevó de regreso a Pakistán, único lugar en el que, en ese momento y en esas condiciones, podría evitarse su muerte.

Shaida sobrevivía gracias a las permanentes atenciones de mujeres que, como ella, tenían tallado en el corazón la insignia del horror. Se desesperaba al querer recordar el rostro de su amada hija; y comprobaba que se habían apropiado hasta de su memoria.

Pasaron varios años. La resignación llegó para ella como llegaba para todas. Acostumbrada a las pérdidas y la desolación, ocupaba sus días solidarizándose con otras refugiadas en una causa común que no estaba dispuesta a abandonar. Los fundamentalistas seguían sus rastros como el lobo sigue al de su presa; sin pausa… sin tregua.

Despojada de la burhka, trabajando la tierra y de cara al sol, Shaida fue sorprendida por una adolescente que -horas atrás- había llegado al hogar. La jovencita se acercó y le ofreció su ayuda. Si alguna vez hubiera visto su propio rostro reflejado en un espejo, no le habría sido difícil encontrarlo ahora en el de esa muchachita. Reparó en sus manos: le faltaban dos dedos. Observó sus ojos opacos y la mirada perdida. El sufrimiento metido en su piel.
-Fue sólo por pintarme las uñas –susurró.
-Ven, ven conmigo criatura. No será impedimento para que me ayudes a cosechar. Empieza por allí. ¡No podrán con nosotras… no podrán! Algún día venceremos. Llámame Shaida; ven, ven conmigo, ¿cómo te llamas?
-Behjat. Me llamo Behjat.




Bookmark and Share


votar