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lunes, 20 de septiembre de 2010

REFLEXIONES SOBRE OTRO ENCUENTRO ANUAL EN SARMIENTO




XI FERIA DEL LIBRO Y LA CULTURA DE SARMIENTO



Por Julia Rita Chaktoura



Once años no transcurren sin dejar una impronta trascendente, cuando hay de por medio un acontecimiento cultural como es una feria del libro, lugar en el que –más allá del hecho estrictamente comercial– se producen encuentros, intercambios, novedades, descubrimientos...

Cuando un evento de esta naturaleza se produce en un pueblo del interior de una provincia patagónica, como es el Chubut, y además su realización se ve coronada con un éxito contundente, el acontecimiento se transforma en una fiesta de la cultura.

La XI Feria del Libro de Sarmiento, que se realizó entre el 10 y el 12 de setiembre, continúa gracias a un acto admirable de resistencia por parte de los organizadores y demuestra que en esa ciudad tienen un pacto intensamente afectivo con la lectura, con la educación y con las expresiones artísticas. Y eso habla muy bien de la gestión municipal que la sostiene y de quienes cada año, ponen todo su entusiasmo para realizarla.

Debo decir que me apenó la ausencia de las autoridades provinciales, particularmente de la Secretaría de Cultura, porque hubiera sido muy gratificante recibir un fuerte apoyo, en consideración al esfuerzo que requiere este tipo de eventos.

Como hacedora cultural, lucho, desde hace muchos años, por incorporar en los funcionarios públicos la percepción de que todo el dinero destinado a acciones de esta naturaleza no debe verse como un gasto, sino como una inversión puesta al servicio de la comunidad, una siembra que madura y se proyecta en logros estéticos que permiten desarrollar y acrecentar el perfil intelectual del pueblo. Lamentablemente, debo admitir que —en ese sentido— cuento en mi haber con más fracasos que éxitos.

Felizmente, la concurrencia masiva del público sarmientino, opacó otras ausencias y olvidos e hizo fortalecer la voluntad de quienes cada año vuelven a poner todo su esfuerzo en sostener las actividades culturales para el disfrute de la gente.


Los escritores regionales estamos infinitamente agradecidos cuando nos invitan a estas muestras literarias, que nos permiten mostrar nuestras obras, compartir con el público, debatir, dar conferencias, escuchar propuestas, tomar contacto con los chicos y los jóvenes, responder sus preguntas... porque ese es el motor que pone en marcha nuestra creatividad. Sin los lectores, nuestros textos quedarían guardados en un cajón del escritorio.

Todas las expresiones del arte estuvieron representadas en esos tres días festivos: literatura, teatro, plástica, canto, danza, música, humor gráfico, animé, títeres, artesanías... mediante artistas llegados de diversos puntos de la provincia y desde más lejos también, los que aportaron su creatividad para iluminar este encuentro vital entre los hacedores culturales y el público.

Un público abierto y participativo que, gracias a su concurrencia, esta Feria vuelve a reeditarse cada año y seguramente continuaremos disfrutando de ella, mucho tiempo más.



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sábado, 18 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY




IDENTIDAD




Por Ada Ortiz Ochoa (*)

A quien quiera saberlo, se lo cuento,
soy la tierra, el silencio, la impotencia,
el suelo agreste habitado por valientes,
por el viento, la escarcha y las nevadas.
¡Soy la vida!
Latiendo la negra hondura de mis noches,
las perlas gélidas de mis mañanas,
gritando las palabras silenciosa,
vagando la mirada en las mesadas.
Soy la tierra horadada por mineros,
brindando mis entrañas generosa,
también soy parte de mi patria,
tan rica, tan grande y soberana.
Soy las costas de playas solitarias,
soy mallines, salitrales y pinares,
el ñandú, los guanacos y pilquines.
Soy la “gente”
estirpe arisca que mantiene,
tenaz lucha a la par del inmigrante.
Soy leyenda, soy misterio y lejanía,
hembra esquiva, latente y codiciada,
especulación comercial de algunos necios,
tema infaltable y necesario
en mentirosas campañas partidarias.
Soy tierra tan lejana y de trasmano,
que no llegan beneficios, privilegios, ni justicia.
Soy la herencia y la memoria,
de hombres, mujeres y sus hijos,
que en el fuego de la lucha se han templado
y hoy se abrazan en arraigo patagónico.
Ya lo sabes,
soy la tierra de mapuche y tehuelches,
soy la mapu del sur del continente,
más al sur del olvido de los torpes,
más al sur del lugar de decisiones…
Hoy mis hijos me dicen Patagonia
y me nace…
un nudo de emoción en la garganta
……………….
a quien quiera saberlo, se lo cuento…
………………




(*) “Negrita”. Escritora de Sierra Grande, Río Negro.


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miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY



“Los galgos, los galgos” de Sara Gallardo


Por Olga Starzak




Alguien, alguna vez, me regaló un ejemplar de “Los galgos, los galgos”, la obra más lograda de la escritora argentina Sara Gallardo. Una novela que encierra en sí misma pura poesía, humor, pasión, ternura, ansias de poder y unas cuantas emociones más que, aunque parezcan no corresponderse en su esencia, son parte de la vida, y consagran a la autora revelando su intenso talento y su madurez literaria. No había leído nada de ella, hasta entonces, y sentí la necesidad -antes de emprender la lectura del libro en cuestión- de conocer algo acerca de sus orígenes, motivaciones, producciones, de su vida toda.
Así supe que, signada por una descendencia que la ubicaba en una clase social privilegiada (su tatarabuelo fue el general Mitre y su abuelo, el naturalista Ángel Gallardo), Sara había accedido a la lectura desde muy pequeña. Su narrativa, atravesada por sus propias experiencias de vida, sólo fue reconocida por la crítica literaria en los últimos tiempos; entendí que su condición de mujer había tenido mucho que ver con esto último. Me admiró comprobar que -desafiando esa condición- trabajó como columnista para revistas de renombre. Su voluntad de traspasar los límites impuestos por la sociedad de los años cincuenta y apostar a una escritura que para la época era sorprendente y deliberada, la ubicó en un sitio “respetable”. Escribir más allá que para un público lector femenino, adoptar en sus novelas la voz del narrador masculino, superar las temáticas que convocaban a la mujer… fueron las razones que la diferenciaron.
Con el tesón de las pocas mujeres que entonces han podido transgredir las normas impuestas por una sociedad injustamente machista, Sara Gallardo supo de divorcios y tuvo la necesidad de trabajar para atender la responsabilidad de ser madre de tres hijos.
Obnubilada por la vida que le había sido permitido gozar gracias a un padre dispuesto y transgresor, internalizó e hizo del campo de su familia su confín más amado, donde pudo identificarse con su propia historia de ascendientes gloriosos, dispuestos a no dejar flanquear sus fuerzas en pos de los ideales construidos.
Así, con estos pocos pero significativos conocimientos, emprendí la lectura de “Los galgos…”. Pero recién entonces comprendí cuánto su autora sabía de campos y bañados, de la tierra fértil y la belleza del cielo en los espacios campestres, de peones y largos caminos, y especialmente de la compañía y lealtad de los perros. De la presencia de los galgos en una tierra de pocos hombres y muchas necesidades. Y así, ambientada en el campo, con un lenguaje criollo, entre la tierra y el cielo, la autora crea a Julián, su narrador; un muchacho que hereda un campo y, a partir de allí, se producen un sinfín de desventuras. Lo primero que aparece es la decisión de ese hombre de mudarse al sitio legado como una forma de desafiarse en la vida, pero también en el amor. Un amor del que huirá como huye –después- del campo, cuando las circunstancias lo enfrentan a la realidad, y Julián debe decidir entre el trabajo como productor o la comodidad, entre el amor prohibido o la responsabilidad de una pareja.
Irrumpe en París, vive una vida que lo marea y a la vez le produce el vacío de los afectos, de la tierra suya, de los galgos amados: compañeros inseparables, sensibles, inteligentes y leales… mucho más allá de las actitudes de su amo.
Más tarde, el regreso. Julián y su frustrada vocación de ser poseedor de un establecimiento rural; Julián y el recuerdo de Lisa, la amante que trató de comprenderlo… Y los galgos, siempre los galgos, protagonistas inestimables de esta historia de desventuras y pasiones.
Los invito a que la lean, si desean disfrutar de muy buena literatura.



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sábado, 11 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY




DESCUBRIENDO A GORRÁIZ BELOQUI

(Segunda parte)



Por Jorge Eduardo Lenard VIVES





De esa manera supe un poco más de la vida de Gorráiz Beloqui, quien había estado en Coronel Suárez en la década del cincuenta. Al igual que mi padre, Héctor Dos Santos tenía presente la personalidad polémica de su colega; una forma de ser que lo llevó a separarse de la redacción de “El Imparcial” para fundar su propio periódico, “La Verdad”, de no muy larga vida. Tampoco fue muy prolongada la estadía del escritor en Coronel Suárez: tres o cuatro años, al cabo de los cuales se marchó de la ciudad con destino incierto.

Ahí parecían desaparecer sus rastros. Sin embargo, en el ejemplar de “Huroneadas” había una dedicatoria del autor a mi padre fechada en 1959; es decir, que Gorráiz Beloqui aun vivía hacia ese año. ¿Cómo seguir la investigación? Recurrí entonces a Internet; y obtuve datos que me permitieron conocerlo mejor. Además de publicar muchos artículos de historia patagónica para la revista Argentina Austral desde 1953 a 1967 (entre ellos “Esbozos de Río Pico y del Lago Winter”, “Contemplación de la aventura de los primeros colonizadores del Chubut”, “Exploradores, arrieros y pobladores”, “José de San Martín: la tercera colonia chubutense”, “Amagos de guerra en los Toldos del Jenua”, “Fundación de la colonia bóer o Escalante”, “La expedición de la Compañía de Rifleros del Chubut”, “Exploración y transformación del Oeste. Los primeros 30 años” y “Colonización galesa”), había editado varios libros como “Crónicas del Tandil de ayer” (1978),Del Claromecó al Aysén” (1936), “Historia de Tres Arroyos: indios, fronteras, combates, fundaciones, censos” (1935), “Tandil a través de un siglo: reseña geográfica, histórica, económica y administrativa” (1923); y “Comodoro Rivadavia” (1918).

Obtuve esta información de la página web de una biblioteca. En Internet, a veces no se presta atención “dónde” está navegando. En este caso, sin saber muy bien por qué, supuse que se trataba de un lugar remoto; cosa que lamentaba ya que este último libro – “Comodoro Rivadavia” -, parecía prometedor. Entonces identifiqué la biblioteca: era la “Bernardino Rivadavia”, de Bahía Blanca; ciudad en la que, a la sazón, me encontraba. Fui al lugar y ubiqué los libros de Gorráiz Beloqui. Además de hojear el folleto en el que describe el Comodoro Rivadavia de principios del siglo XX, encontré su biografía: nacido en Laprida, provincia de Buenos Aires, a fines del siglo XIX, murió en Claypole, en la misma provincia, en 1976. Su infancia y juventud transcurrieron en Tandil; desde allí partió temprano para la Patagonia, lugar de “especial atractivo de sus inquietudes”, donde desarrolló “una vasta labor” y recogió “una rica experiencia que luego tradujo en su obra”, según nos informa su biógrafo Daniel Pérez. En 1923 gana el primer premio del Concurso Histórico de Tandil, entre 1926 y 1936 fue Director de la Biblioteca Pública “Domingo F. Sarmiento”, de Tres Arroyos (época en que lo conoció mi padre); en 1975 es incorporado como miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tandil. Por fin el escritor fantasma, intuido, vislumbrado, se había corporizado. Concluida mi labor casi detectivesca, podía dejar descansar en paz a don Ramón Gorráiz Beloqui.

Esta historia puede parecer muy personal. Cierto es que tiene mucho de recuerdo íntimo; pero también persigue dos objetivos concretos. Uno de ellos es rescatar la figura de Gorráiz Beloqui; un escritor enlazado con la Patagonia que, aún lejos de ella, vuelve recurrentemente a esos paisajes, a los que sin dudas se siente ligado. Sin embargo, es casi un desconocido en las letras de nuestra región. Con esa ambición propia de nuestros días de ser los primeros – cuando no los únicos – en “algo”, olvidamos a menudo a quienes nos antecedieron; los que pusieron su granito de arena para dar lugar a esta maravillosa manifestación artística que es la literatura patagónica.

El otro objetivo es ejemplificar nuevamente cómo las historias se entraman al estilo de los hilos de un tapiz; y las casualidades dejan de serlo, para pasar a ser causalidades. Un ejemplo más del modo en que la información se itera; y de cómo, partiendo de la letra inicial, de a poco podemos desandar el bustrófedon; hasta dilucidar un hecho del pasado que al principio nos parecía irremediablemente difuminado por la niebla del tiempo.




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jueves, 9 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY






DESCUBRIENDO A GORRÁIZ BELOQUI
(Primera parte)


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES






Por lo general, intento escribir mis artículos de tal manera que el lector pueda juzgar por sí mismo el asunto tratado, sin comprometerlo con mis opiniones. Pero en esta nota me veo obligado a modificar la costumbre, ya que su tema se convirtió en un desafío personal. Surgió a lo largo de ocasionales y dispersas lecturas; y rondó a mi alrededor, como reclamando mi atención. Finalmente lo logró: al presentarse como un enigma cuya solución requería interpretar las pistas que, una a una, iban apareciendo, azuzó mi curiosidad.

Todo empezó hace un par de años. Mientras reunía datos sobre la literatura regional tropecé con un trabajo de Leonor María Piñero, “Ensayo de Historia Literaria Patagónica”, publicado por la revista Argentina Austral. La documentada reseña mencionaba, entre otros escritores chubutenses, a “Ramón Gorráiz Beloqui, quien en 1914 actuaba como periodista en Comodoro Rivadavia, autor de simpáticas notas sobre el pasado patagónico”. El apellido Gorráiz Beloqui, de inmediato, me trajo un recuerdo. Alguna vez mi padre comentó que durante su niñez en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, había oficiado de ayudante en la sección infantil de la biblioteca del pueblo. Responsable de designarlo en ese puesto fue el bibliotecario, quien era, además, periodista en el diario local; allí redactaba artículos sobre distintos tópicos, más tarde reunidos en un libro llamado “Huroneadas”. El Zenódoto de Éfeso tresarroyense no era otro que Ramón Gorráiz Beloqui.

Fui entonces a la biblioteca familiar; y, rebuscando, hallé el ejemplar de “Huroneadas” que recordaba haber visto. Sin dudas, la pluma de Gorraiz Beloqui, como había descripto Leonor Piñero, era “simpática”. Y aguda. Sabía retratar personas y pintar paisajes con trazos nítidos, en los cuales aparecía un dejo de humor. El libro reunía muchas notas sobre Tres Arroyos y zonas aledañas. Pero los tres artículos finales tenían una temática diferente: versaban sobre la provincia de Neuquén. Y allí, un dato importante. Discutiendo sobre la etimología del topónimo “Zapala”, Gorráiz Beloqui manifestaba: “Yo me había basado en la explicación que me diera cierto tehuelche chubutense con quien conversé en el puerto de Comodoro Rivadavia, hace ya unos cuantos años”. Por boca del periodista se confirmaba su presencia en la Patagonia. De a poco iba aclarándose la figura borrosa del escritor; dejaba de ser un simple nombre escuchado al vuelo para transformarse en un actor de la literatura patagónica. Por el momento, inmerso en otras investigaciones, dejé de lado el tema; prometiéndome que alguna vez lo estudiaría en detalle.

Meses más tarde revolvía nuevamente los atiborrados estantes de mi biblioteca cuando, entre una pila de folletos de tapas grises, en su mayoría publicaciones del Museo de La Plata sobre temas de arqueología patagónica, encontré un librito que concitó mi atención. Se llamaba “Esquel y otros motivos sudoccidentales”. Su autor: Ramón Gorráiz Beloqui. Esta nueva muestra de la afición por la temática sureña del ubicuo autor, consistía en pintorescos bocetos de varias localidades chubutenses (Esquel, El Maitén, Cholila, Epuyen, Trevelín, Tecka, Gobernador Costa, Río Pico, José de San Martín, La Herrería), vistas a mitad del siglo pasado. El escritor definía así su obra: “De Esquel y otras localidades es este film periodístico, esta serie de motivos remanentes de otros más extensos ya empleados en diversas crónicas”.

El libro no informaba sobre el editor ni el año de publicación. Afortunadamente alguien había escrito a mano, en la portada, una previsora nota: “El Imparcial, Coronel Suárez, 1950”. Enseguida relacioné el nombre de esa próspera localidad bonaerense con una de mis primeras colaboraciones en este blog: “Intermezzo bonaerense”, una nota dedicada a describir la presencia de algunas familias galesas, provenientes de la colonia del Chubut, en su fundación. Estudiando aquel tema había conocido al autor de un exhaustivo libro sobre la historia de Coronel Suárez: Héctor Dos Santos. Durante muchos años el señor Dos Santos fue periodista en esa ciudad; precisamente, en el diario “El Imparcial”. Recordarlo y contactarme con don Héctor fue una sola cosa. Le pregunté entonces por Gorráiz Beloqui, con el temor de todo investigador de ver desbaratada su hipótesis. Pero la respuesta fue mejor que la esperada. “¿Gorráiz Beloqui? Trabajaba en el escritorio al lado del mío”.

Si el amable lector me sigue teniendo paciencia, esta nota continuará...


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