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viernes, 18 de febrero de 2011

EL CUENTO DE HOY




La carta

por Olga Starzak


Cuando llegué ya habían retirado el cadáver. El comisario me preguntó el nombre y qué relación tenía con la víctima.
- Soy Alejandro Ibarra; éramos amigos.
- ¿Cómo dijo que se llama?
Mientras reiteraba mi nombre, el policía sacó un sobre de un pequeño maletín.
- Me temo que es para usted; estaba en la mesa de luz de la mujer.
Distinguí la prolija letra de Camila. Me estremecí al leer mi nombre; un subrayado completaba la escritura. Dudé un momento. No me parecía oportuno abrirlo delante del hombre aunque –quizás- fuera lo que él estaba esperando. Lo doblé con manos temblorosas y lo guardé en el bolsillo interno de mi campera.
Esperé su reacción. Con un gesto contemplativo, agregó:
- Si puede ayudarnos en algo, se lo agradeceremos. De todos modos no hay dudas de que fue un suicidio, una sobredosis de psicofármacos. Lo confirman las cinco tabletas vacías caídas en el piso. Estuvo sola las últimas horas y no hay signos de violencia. Según el médico forense la muerte fue rápida –explicó.
- ¿Dejó alguna otra carta? –pregunté. Tiene una hermana que vive en el interior. Los padres fallecieron hace unos años en un accidente automovilístico.
- No; la que acabo de entregarle es todo lo que encontramos. Fuimos los primeros en entrar al departamento. Una vecina se comunicó con la seccional sospechando algo por los insistentes ladridos de su perro.
- Sí, lo sé. También me avisó a mí –aclaré.

El guardia estaba acompañado de un oficial. Durante todo el tiempo sentí sus ojos acusadores posados sobre los míos. No dijo ni una palabra, sin embargo asumía una actitud de mucha desconfianza.
El sobre comenzaba a quemarme el pecho. Debía abrirlo pronto, conocer su contenido.
- ¿Puedo retirarme? –pregunté cortésmente mientras le entregaba una de mis tarjetas de identidad.
Aún me costaba entender cómo no había sido impulsado a compartir el tenor de la carta. Desconocía las normas legales, pero suponía que la misma podía constituirse en un documento importante.
Me alegré de que me dejara ir. Repasé con la mirada el cuarto; me detuve en la cama tantas veces compartida. Se agolparon en mi mente las fuertes discusiones, los constantes reclamos... Recordé su cuerpo cálido apretado al mío suplicándome lealtad y los intentos por hacerle comprender mi situación.
Hacía más de un mes que no nos veíamos. De alguna manera así lo habíamos acordado. Sería mejor para los tres.
No estaba en condiciones aún de retornar a mi casa. Me sentía realmente conmocionado. Mi mujer pronto sospecharía que algo grave había ocurrido.
Me senté en el primer bar que apareció ante mis ojos, busqué un lugar con cierta privacidad y abrí el sobre. Antes imaginé que me responsabilizaría de su decisión. Supuse que me acusaría de inmoral, cobarde... hipócrita. Para mi asombro, no contenía ningún escrito; sólo una hoja con un dibujo esbozado en lápiz negro. Era la caricatura de una persona... de una mujer. ¡De mi mujer! Un círculo grotescamente remarcado con fibra roja parecía atravesar su pecho.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Recordé que hacía poco más de doce horas que había dejado a Inés. Esa noche había trabajado en la fábrica como todos los domingos. Abandoné el café. Corrí sin parar en busca de un taxi. El camino se hizo eterno... mi imaginación ilimitada.
Debía tranquilizarme. El dibujo, tal vez, querría significar el inmenso odio que le tenía. Ella estaba segura de que mi esposa era el único obstáculo que le impedía ser feliz.

Antes de llegar a mi casa comencé a escuchar el ruido de la sirena; había una ambulancia en la vereda. Había mucha gente reunida en la calle.
- Rápido, por favor; es allí –le grité al taxista.
Apenas bajé me encontré con mi padre. Su rostro sombrío no podía ocultar la desazón. Reclamó:
- Hace horas que tratamos de localizarte.
- ¿Qué pasó? ¿Inés? –pregunté desesperado.
- Lo lamento, hijo. Está muerta. Una llamada anónima alertó a la policía. Te están esperando.
- ¡No puede ser! –susurré.
- Te acompaño. En la mesa de luz dejó un sobre para vos.




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domingo, 6 de febrero de 2011

EL POEMA DE HOY




Soneto a la lluvia de la tarde



Por Jorge Alberto Baudés (*)




Cae suave, pertinaz, casi insolente.
Se entremezcla como sombra sigilosa
tiene piel de brillantes, transparente,
acaricia como pétalo de rosa.

Nos sustrae del afuera y nos convoca
a mirar interiormente nuestra vida
pues la mente perturbada, se sofoca
y retoma la calma antes perdida.

Ella es mucho más que lluvia, es elixir,
ya que invade sutilmente los sentidos
y devela las razones del vivir.

Transformando nuestra ruta en cada paso
caminando de regreso de un fracaso
nos provoca de los males, el olvido.




(*) Escritor chubutense. Este poema resultó “Mención Especial” en el Eisteddfod del Chubut- Año 2009


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martes, 1 de febrero de 2011

LA NOTA DE HOY






PRIMALEON Y LOS PATAGONES



Por Jorge Eduardo Lenard Vives



En 1524 Antonio de Pigafetta redacta su obra “Primer viaje en torno al globo”; en la que expone los avatares de la expedición de Hernando de Magallanes, de la que formó parte. Al describir los varios encuentros de los marinos con los habitantes del extremo austral de las tierras americanas, termina diciendo: El capitán general llamó a los de este pueblo "patagones".


El significado del nombre muere con el navegante portugués en la isla filipina de Mactán. El cronista no da más detalles sobre su origen; pese a que luego lo emplea para designar a la “Región Patagónica” y al “Estrecho Patagónico”. Este misterioso término dio lugar a muchas conjeturas, una de las cuales hace referencia al supuesto gran tamaño de los pies de los pobladores. Sin embargo, tal característica anatómica no es mencionada por Pigafetta. Menos probables aún son las interpretaciones que asocian su acepción a lenguas nativas americanas, desconocidas por quien dio el nombre a los pobladores de esas zonas. Pero hay una explicación que, por su relación con la Literatura, resulta de especial interés para este blog. La menciona, entre otros autores, Virgilio Zampini en su “Chubut, breve historia de una provincia patagónica”; y es en la actualidad la versión más aceptada (aunque hay autores de fuste que defienden otras etimologías).

En el año 1512 se publica en Salamanca una novela de caballería llamada “Primaleón”; la segunda parte de una saga iniciada con la obra “Palmerín de Oliva”. El autor de ambos textos sería Francisco Vázquez. Primaleón era un caballero que andaba de isla en isla solucionando entuertos. En una de esas islas se le informa que “hay muy grandes montañas” y que “moran en ellas una gente muy apartadas de todas las otras que hay en ella... y son muy bravos y esquivos... no traen sino vestiduras de pieles de las animalias que matan... Más todo es nada con un hombre que ahora hay entre ellos que se llama Patagón... que tiene cabeza como de can... y los pies de manera de ciervo y corre tan ligero que no hay quien lo pueda alcanzar. Y algunos de los que lo han viso dicen de él maravillas. Y él anda de continuo por los montes... y trae un arco en sus manos con saetas muy agudas con las que hiere... Y trae un cuerno a su cuello y tañéndolo viene muchos de aquellos patagones a le ayuden, y hacen gran daño que no temen por sus vidas”.

Patagón es derrotado por Primaleón; y ante sus bramidos “acudieron allí dos de aquellos patagones de su linaje y estos traían asimismo cuchillos muy agudos como él, que otras armas no tenían, más era muy fuertes y ligeros... cuando tales vieron a Patagón fueron muy espantados y muchas cosas decían, más Primaleón no las entendía...”

Compárese esta descripción con la que hace Pigafetta de los moradores de la región austral: "... alcanzamos a los 49 grados y 30 minutos de latitud meridional, donde encontramos un buen puerto.... Un día en que menos lo esperábamos un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros. Estaba sobre la arena, casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo (...). Su vestido, o mejor dicho, su manto, estaba hecho de pieles, muy bien cosidas, de un animal que abunda en el país (...). Llevaba este hombre también una especie de zapatos hechos con la misma piel. Tenía en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, algo más gruesa que la de un laúd, estaba hecha con un intestino del mismo animal; en la otra mano empuñaba unas cuantas flechas de caña pequeñas, que por un extremos tenían plumas, como las nuestras, y por el otro, en lugar de hierro, una punta de pedernal blanco y negro”.

Y más adelante: “Seis días después... vieron a otro gigante, vestido cómo los que acabábamos de dejar y armado igualmente por arco y flechas... Este hombre era más grande y estaba mejor formado que los otros; tenía también los modales más dulces, danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se elevaban muchas pulgadas de la arena”.

Las similitudes respecto a la vestimenta, las armas, la agilidad, la fuerza física, incluso el habla intrincada, permitirían suponer que el navegante bautizó al pueblo que había hallado recordando a los patagones descritos en “Primaleón”, entre quienes habitaba el peculiar Patagón. ¿Conoció Hernando de Magallanes la novela? Dado que su expedición zarpa en 1519 y la obra, al parecer exitosa, se habría reeditado por primera vez en 1516; no sería raro que supiese de ella. A lo mejor, no en persona; pero alguno de los más de doscientos expedicionarios pudo haberla leído. Pigafetta nada dice sobre cómo Magallanes eligió el nombre, tal vez surgió de una charla con otros tripulantes.

Este artículo no presenta nada novedoso. Su tema fue objeto de estudio por parte de muchos investigadores; y nada se pretende agregar a sus conclusiones. Sólo se quiere recordar, una vez más, como la Patagonia se liga por caminos impensados con la Literatura universal.



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sábado, 29 de enero de 2011

EL CUENTO DE HOY




SCANNER




Por Dora Elena Lendzian (*)




Trata de darse coraje.
Busca algo... desesperadamente... conque darse coraje.
La bandera.
¡Sí!
¡LA BANDERA!


Aquí está la bandera idolatrada
La enseña que Belgrano nos legó
Cuando triste la patria esclavizada
Con valor sus vínculos rompió.

Mira a Puerto Argentino y ve... apenas, cubiertas por la bruma del mar, las casitas de estilo inglés.
Parecen surgir de las estampas de un viejo libro de cuentos de hadas, príncipes y duendes... pero en esas casitas no hay duendes de candorosa barba... ¡Hay alcahuetes!
Achica los ojos alcanzando distinguir algo que se mueve. Observa con atención. ¡El mástil!... y en lo alto... tan querido color celeste y blanco.
Blanco y celeste. Celeste y blanco. Blanco como la camisa almidonada de la primera comunión. Pura como la mirada de mamá cuando me besa el pelo engominado bendiciéndome. No tiene, como otras... PIRATAS... el rojo de la sangre que clama la sangre. Tiene el celeste de las amarilis que cuida la abuela en el jardín. ¡Abuelita! ¡Qué ricos tus bizcochitos de miel y limón que se deshacen en mi boca...!
Busca en la mochila algo. Cualquier cosa. La lata de pate de foie aparece detrás de una caja de balas. Pate de foie. ¿Por qué pate de foie? Pate de foie debe estar ayudando al enemigo. Picadillo de hígado. Eso es, debemos decir picadillo de hígado. Pero picadillo al final. El abrelatas. ¿Dónde dejé el abrelatas? ¡La gran siete! Me olvidé el abrelatas. Otra vez me lo olvidé, como hace pocos meses atrás, en el día de los estudiantes en que me olvidé el sacacorchos y llevaba escondida una botella de vino entre los sandwiches de milanesa. ¡Maldición! ¡Otra vez! Emparedados o sanguches está mejor... los sandwiches me están amenazando y en las SANDWICHES perdí un hermano...

Con el cuchillo termina de abrir la latita. Al tragar el picadillo piensa que estaría mejor con un poco de mayonesa y una criollita. Siente la garganta áspera y seca... Desea tomar algo caliente.


_ ¡NO ENCIENDAN NADA! ¡Ni cigarrillos ni fuego! _ Ordenó el sargento antes de irse. _ Los ingleses están cerca y el fuego que ustedes enciendan lo pueden delatar! ¿Entendieron? DELATARRR TARR TARRR TARRRR TARRRRRR...

Eso se lo habían dicho temprano a la mañana. Cuando el sol levantaba la helada. Ahora la helada volvía a caer.

Siente frío, mucho frío.
Abre y cierra las manos.
Estira las piernas.
Y se vuelve a acurrucar en el pozo de zorra.
Toma el fusil entre las manos.
Lo siente extraño.
No lo sabe utilizar muy bien, más bien le infunde respeto. En lo que era un experto, de pibe claro, era con la honda. Horqueta perfecta y cámara de bici abandonada...

Era un campeón bajando cabecitas negras.

Ahora el cabecita negra era él...

¡Lo vamo a reventar!
¡Lo vamo a reventar!
Vitorea la hinchada en la bombonera...

¡Lo vamo a reventar!
¡Lo vamo a reventar!
Vitorea el pueblo convocado en Plaza de Mayo.

¡Lo vamo a reventar!
¡Lo vamo a reventar!

Lo re ven ta ron. Lo re ven tatata rroonn rrrooonnnn ronnnnn.

Era de noche y el “Scanner” registró las señales invisibles que emitían las diferencias de temperatura del cuerpo del combatiente. Así lo habían localizado. Lo vieron en la oscuridad de todos lados.
El estallido que produjo su cuerpo al explotar fue un punto blanco en la imagen Landsat tomada por el satélite de la NASA que controlaba desde el espacio.
... Siempre controlaba....




(*) Escritora nacida en San Carlos de Bariloche y radicada en Gaiman. Obtuvo el primer premio del concurso de cuentos organizado en 1988 por la Biblioteca “Ricardo Berwyn” con su obra “Scanner”. En el año 2008 fue premiada con una mención especial en el Primer Certamen Argentino Internacional de Autobiografías “Ricardo Berwyn”, por su obra “Así fue”; de la que se publicaron dos ediciones. Posteriormente, se desempeñó como integrante del jurado de este certamen.



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martes, 25 de enero de 2011

EL POEMA DE HOY





NOCTURNO

(soneto)




He aguardado la noche con anhelo.
Y al despedir la tarde, ya en lo oscuro
recliné mi cabeza contra el muro
contemplando los astros en el cielo.

No sé si sorprendido por su vuelo
- pese a que tanto buscaba ese conjuro -
cuando cayó una estrella, ni el susurro
atiné a pronunciar, de mi desvelo.

El cuarto penumbroso me tuvo a la ventana
con mi afán en los labios, palpitando,
sin otra estrella fugaz para el intento.

Ya la vigilia era una espera vana
cuando un meteoro se esfumó, brillando.
Dije tu nombre. Está en el firmamento.




Carlos D. Ferrari


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