google5b980c9aeebc919d.html

martes, 19 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




EL SECRETO




por Lidia Ester Romero (*)




Las sombras van cubriendo el manso valle
en tanto, el río canta.
Inmerso en el largo crepúsculo dorado
un inocente corazón latía
queriendo descifrar las cristalinas voces
de las acequias, del río y de las charcas
y con ello, el secreto lenguaje de las aguas
-ese duende travieso e inasible
que también se esconde entre los manatiales-
y se acercó buscando al misterioso Verbo
pero su corazón no alcanzaba a entender nada...
Solamente sintió como un brotar de luces inasibles
sobre la hierba clara
y que el torrente todo de su sangre
se convertía en lágrimas...
El paisaje y el cielo, oscurecidos,
entre las sombras largas se esfumaron;
sólo las estrellas alumbraban,
sólo las estrellas para responder con su misterio
al misterio que su ardiente corazón buscaba...




(*) Del volumen de poemas "Como las mutisias", editado por la Subsecretaría de la Municipalidad de Madryn - Pto. Madryn, Feb. de 2011.


Bookmark and Share


votar






viernes, 15 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




SOPOR



de Sandra Pien (*)





Todo está inmóvil
esperando.
La tierra adquiere
aérea pasividad
los hombres
cabezas gachas
se dejan
beatificar por el viento.
Sucios de barro
los perros apenas juegan.
Y yo
triste me avergüenzo
de las fronteras
de la palabra.

Tarde de sábado
en el pueblo
vigilia incolmable.




TORPOR


All is quiet
waiting.
Earth acquires
aerial pasiveness
men
with lowered heads
they let the wind
beatify them.
Mud stained
dogs barely play.
And
saddly I ashame
of frontiers
of word.
Saturday afternoon
at the hamlet
unfulfillable vigil.




(*) Del volumen de poemas bilingüe titulado "Patagonia Rumbo Sur" ("Patagonia Way South") - Colección Metáfora - Ed. Vinciguerra, Bs. As., 1998


Bookmark and Share


votar










domingo, 10 de abril de 2011

EL CUENTO DE HOY





El maestro



de Olga Starzak




Habías nacido en un cuarto de paredes despintadas y poco abrigo en las camas. Te ayudó a descubrir la luz una de esas mujeres del barrio que, más osada que otras, proclamaba su habilidad a cambio de pequeños favores. Fuiste cobijado por el cuerpo tibio de tu madre que, entre sollozos, respiraba con emoción.
-¡Varón! –dijo la mujer-. Se va a poner contento su padre.
Mientras concluían los trabajos posparto y eras lavado en la única tinaja de la casa, tu madre pensó que serías un gran hombre. Con sólo reunir la hombría de bien de su marido y su propia valentía, tenías bastante para empezar.
Pudiste haber tenido que abstenerte de ir a la escuela -alguna vez- por falta de zapatillas secas, pero jamás te faltaron demostraciones de amor.
Con el tiempo llegaron tus hermanas. Por tu condición de hijo mayor, continuabas teniendo privilegios, y unas pocas obligaciones.
Creciste compartiendo tu tiempo entre los juegos en la calle, el cuidado de las más pequeñas de la casa y otras tareas inherentes al hogar, como rallar el pan y poner la masa en el horno en el momento justo en que hubiese leudado lo suficiente.
Concurriste a la escuela del barrio y no tardaste en destacarte por las calificaciones y la conducta. La secundaria la hiciste en “El Nacional” de la ciudad y allí, a mediados del segundo año, te encontraste con tu vocación de docente.
Con unos pocos pantalones y camisas cuidadosamente dobladas, algunos enseres personales y muchos libros de lectura, emprendiste el viaje a un pueblito, cuatrocientos kilómetros distante del tuyo, donde comenzarías a ejercer como maestro.
Besos apretados y abrazos de orgullo sellaron la partida. Acababas de cumplir veinte años y emigrabas en busca de otros horizontes. Tus padres, las chicas ya adolescentes y unos cuantos vecinos te acompañaron a la terminal de ómnibus. Sólo lamentarías la ausencia de las caricias de tu primera novia; te habías propuesto olvidarla en un intento por no sufrir penas de amor.

El nuevo destino era propicio para amigarse con la soledad, disfrutar de la intensa aunque devastada naturaleza y ocupar la mente desarrollando, cada vez con mayor fervor, tu rol de maestro rural.

No había en aquel paraje más que un destacamento de policía, una oficina de correo, un bar que era la parada obligada de muchos pobladores aledaños, camioneros y otros pasajeros, la proveeduría con escasos alimentos no perecederos, y más arriba -al costado de la ruta- la estación de servicio.
La escuela era el lugar más importante. No sólo por su función educativa sino también por el comedor y las habitaciones que albergaban a los alumnos durante todo el ciclo lectivo. Trabajaban allí la cocinera, que era también la encargada de mantener la limpieza y el orden, el portero a quien se le confiaba el mantenimiento del edificio, y ahora vos que, reemplazando al director trasladado, eras a la vez el responsable y único docente.
Chicos de edades diversas completaban los asientos del aula de la escuelita. Provenían de parajes vecinos y encontraron en tu personalidad lo que tantas veces habían deseado: comprensión, compañerismo, lealtad; fe en un futuro que se les presentaba incierto por las vicisitudes de una región alejada de oportunidades de progreso.

Elina comenzó a asistir a la escuela una mañana de agosto. Tendría unos catorce años y era la primera vez que concurría a un centro educativo. Llegó envuelta en un suéter de lana rústica, muy rústica, tanto que te daba la impresión que su tejido debía lastimarla. Durante varios días se limitó a contestar las preguntas que le hacías: si se sentía cómoda, si extrañaba...
Era de una figura menuda pero sus formas hablaban de la adolescencia. Su cabello era negro y lo llevaba siempre recogido en una cola. La tez morena contrastaba con la luminosidad de los ojos. Los rasgos le otorgaban una atracción particular, quizás debido a sus gestos o a la textura suave de su piel. Era una jovencita introvertida; sin embargo, pronto se integró al grupo de estudiantes y comenzó a participar con interés de las clases.
Desde el mismo día que Elina llegó supiste que tu vida se complicaría.
Por las noches, en la soledad del cuarto, mientras preparabas las actividades para el siguiente día, corregías trabajos y elaborabas material didáctico, pensabas con frecuencia en ella. Sin proponértelo te descubrías mirando hacia la nada y la imagen de la muchachita ocupando tu mente. Si hasta te habías percatado de que al ingresar al aula y comprobar su presencia te ponías nervioso, sentías temor de equivocarte o que los demás se dieran cuenta del cambio que, en tus actitudes, había generado la llegada de la chica.
Sabías que no podías permitirte esos desvelos; mucho menos que se hicieran públicos.
Elina te observaba con admiración. Tenía, ahora, más confianza y se acercaba a consultarte, a pedirte ayuda o a mostrarte sus avances en los aprendizajes. Cuando esto sucedía tus manos comenzaban a transpirar, tu corazón se aceleraba y hasta podías sentir cómo se ruborizaba tu rostro. Siempre hacías esfuerzos por disimular la situación y complacías a la chica en sus inquietudes, demostrándole orgullo por sus adelantos.
Con el resto de los alumnos mantenías, de igual manera, una relación de mucho afecto y respeto. Y disfrutabas de esta experiencia.

Invariablemente, cuando terminaban las actividades diarias y te recluías a descansar, pensamientos cada vez menos controlados se apropiaban de tu ser. Imaginabas el cuerpo desnudo de Elina, sus cabellos cayendo en la espalda, la firmeza de los pechos, los pezones tersos, la estrechez de la cintura, los vellos rizados del pubis. Así te quedabas dormido, empapado en sudor; y los impulsos sexuales sólo eran menguados después de autosatisfacer tus deseos.

La vida de los chicos transcurría, la mayor parte del tiempo, entre las paredes de la escuela. Después del almuerzo, a la hora del descanso, se reunían a trabajar en la mesa de la cocina, y más tarde se retiraban a sus cuartos para mantenerlos aseados, lavar sus pertenencias y dedicar un tiempo a la lectura obligada.
En los días en que el buen tiempo lo permitía realizaban las actividades deportivas de rutina en el exterior, en un terreno baldío lindante con la escuela. También en ese lugar se reunían a compartir sueños.
Algunas veces las chicas iban hasta la proveeduría con el fin de cumplir con algún mandado de la cocinera.
Los pocos hombres del lugar, desde la llegada de la nueva habitante, no se preocupaban en disimular la atracción que la joven les provocaba, “desnudándola con la mirada” cada vez que la veían.

Durante el último tiempo Elina dormía sola en la habitación; la chica con quien la compartía había tenido que viajar de urgencia al pueblo por una repentina enfermedad de su padre.

Ese día fuiste el primero en darse cuenta de su ausencia.
A media mañana, en el primer recreo de la jornada, le pediste a una de las alumnas que se acercara al cuarto de Elina para comprobar si se encontraba bien.

El grito desesperado de la compañera vibró en las paredes de bloque de toda la escuela. Con estupor, exigiste a los chicos que mantuvieran la calma y no salieran de la sala. Corriste por el pasillo que separaba este lugar de la habitación desde donde había provenido el lamento, ahora devenido en llanto. Tropezaste en el camino con el hombre de mantenimiento y la mujer de la cocina.

Elina, tirada sobre su cama, los cabellos revueltos, el camisón desgarrado, el cuerpo encogido como el feto que en el vientre de su madre adopta una postura protectora, emitía gemidos casi imperceptibles. Abrazaba su cuerpo con vehemencia; sus ojos muy abiertos expresaban terror.
Cuando te acercaste hasta su cama, ella cerró los ojos y ya nos los volvió a abrir hasta que, pasada la medianoche, llegaron sus padres a buscarla. Ellos te admiraban; hasta te contaron cuántas veces ella te nombra en sus cartas.
Elina se sumió en el silencio y fueron vanas las intenciones por conocer al responsable de lo sucedido.

Antes que nada diste aviso a la policía. De inmediato comunicaste a las autoridades escolares del trágico episodio protagonizado por una de tus alumnas. Te urgía conocer al responsable del aberrante hecho; había un dolor en tu alma que iba más allá del dolor por Elina.

Se interrumpieron las clases por toda la semana; no entendiste porqué. Nada querías más que estar con tus alumnos; vivir con ellos la tristeza que los embargaba. Te prohibieron verlos.
Preguntas y más preguntas. El desconcierto sobrepasaba los límites de tu comprensión.

En un día que se avecina triste por la ausencia de la compañera, se reinician las clases. A primera hora de la mañana un hombre que se presenta como supervisor, irrumpe en el aula y anuncia a una nueva maestra. Alguien se atreve a preguntar por vos.
Que volviste a tu pueblo, es todo lo que responde.






Bookmark and Share


votar






miércoles, 6 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




Pueblo del Molino





Por Jorge Alberto Baudés (*)



Podría desandar el polvoriento camino
Únicamente mirando hacia atrás el ancho surco
En el que , superpuestas huella tras huella,
Bebe nostalgias su alma sedienta.
La mañana tiñe de rojo el horizonte. Preanuncia
Otro día de larga faena allá en la chacra.

Detrás de cada aspa ronronea el molino
Entraña de moliendas de generosos granos.
La tarde encuentra su sosiego.

Mientras un trahuil reposa de aventuradas cacerías
Otro día construye sueños cobijado de noche
Listo el recado, presto el baqueano,
Inicia con el alba su cosecha.
No ha de hallarlo sin pan el duro invierno
O tendrá que esperar las nuevas mieses.



(*) Escritor chubutense



Bookmark and Share


votar






viernes, 1 de abril de 2011

LA NOTA DE HOY







EL NAVEGANTE DEL RIO DE LOS SAUCES



Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Hay actores de la historia patagónica que sirven de pábulo a la creación literaria. Son, como se dice habitualmente, “personajes de novela”. Edmundo Elsegood, a quien dediqué una página de este blog hace ya un tiempo, es uno de ellos. Y Nicolás Descalzi, otro. Ambos están unidos por una especial relación, porque Descalzi se introduce en la tradición regional guiado, en el sentido preciso del término, por Elsegood; su piloto durante la navegación del río Negro.

Pero de Elsegood ya he hablado. Hablemos ahora de Nicolás Descalzi. Nacido en Chiavari, Italia, el 19 de febrero de 1801; llegó al país en 1821 junto con sus hermanos Cayetano, uno de los principales pintores nacionales, autor del más conocido de los retratos de Rosas; y Pedro, farmacéutico de Buenos Aires hasta que se incorpora al Batallón “Amigos del Orden”. El protagonista de esta nota traía conocimientos náuticos; por lo que apenas arribó a la Argentina se inició en las prácticas marineras. Integró la dotación de la goleta “Dolores”, que hacía el cabotaje entre Buenos Aires, Montevideo y Patagones; su primer contacto con las tierras australes.

Sus dotes despertaron el interés del presidente Rivadavia. Se lo nombró director de la “Sociedad de Navegación”, creada para promover el comercio con Bolivia a través de los ríos del norte. En 1825 marchó a Salta; allí construyó una embarcación para surcar el Bermejo hasta el Paraguay. En agosto de 1826 desembarca por error en territorio paraguayo y es apresado por tropas del presidente Francia. Recupera su libertad recién en 1831, junto con el “Diario” que escribió reseñando el reconocimiento. Ya había ejercitado sus dotes de escritor con esa crónica; afición que repetiría más tarde al recorrer el río “de los sauces”.


Pasan un par de años. En 1833, Don Juan Manuel de Rosas inicia su expedición al desierto. Conocedor de la presencia de los grandes ríos sureños, designa a Raúl Bathurst para explorar el Colorado, en tanto encarga a Descalzi recorrer el Negro. El flamante comandante se reúne con su piloto, Elsegood, en el campamento del Restaurador cerca del actual Fortín Mercedes; y desde allí marcha hasta Carmen de Patagones, donde organiza una flotilla compuesta por la goleta “Encarnación”, la ballenera “Manuelita” y dos canoas. El 10 de agosto, con una tripulación de veinte hombres y dos mujeres, comienza la travesía. Por falta de vientos favorables avanza gran parte a la sirga y aún más a la espía. Dos meses después, el 27 de octubre, fondea frente al campamento del Ejército en la isla de Choele Choel; esa misma tarde llega al lugar la columna del General Ángel Pacheco, luego de su campaña a la cordillera.
El viaje, que ocupa apenas un párrafo en este breve artículo, estuvo plagado de vicisitudes: problemas de disciplina con la tripulación, encuentros con las tropas terrestres y hasta un naufragio que puso en riesgo la vida del navegante. Cuando Descalzi volvía en una canoa de explorar la costa, la goleta pegó con la proa en el frágil bote y lo volcó; debió ser rescatado de las aguas luego de varios minutos de forzada natación. Durante el periplo efectuó estudios de ciencias naturales, levantó datos geográficos y los fijó en sus mapas mediante la observación astronómica.

Estando en Choele Choel, presenta a Pacheco un proyecto para continuar con su flota hasta la confluencia de los ríos Neuquén y Limay; donde se separarían: Elsegood remontaría el Neuquén, en tanto él recorrería el Limay. Pacheco aprueba la idea; pero el Brigadier General da orden contraria; atinada decisión por cuanto, al replegarse las tropas, los buques quedaban sin apoyo. Retorna así corriente abajo el día 13 de noviembre; el 21 de ese mes echa ancla frente a Carmen de Patagones. Hizo en nueve días lo que en sentido contrario le llevó sesenta. Al finalizar Descalzi su Diario, agrega un elogioso comentario para su subordinado: “El piloto Edmundo Elsegood, se comportó muy bien y me ayudó mucho en mis trabajos, y merece mucho aprecio porque es un joven de bien”.

¿Qué fue de su vida luego de la incursión al sur? Al volver a Buenos Aires recibe el grado de Mayor de Caballería y revalida su título de agrimensor. En tal papel recorre localidades y traza planos. Durante una excursión por el río Matanzas muestra su vena de paleontólogo, al recuperar los restos de un megaterio y de un gliptodonte. Presenta una faz filantrópica: es socio fundador del Hospital Italiano, al que dona el 10 % de sus ingresos. Se casó con Estanislada Elordi Maza; tuvo una hija, su yerno fue Miguel Barabino. A su muerte, el 14 de mayo de 1857, es enterrado con honores en la Recoleta.

Las letras podrían recrear muchas escenas de la vida de nuestro héroe. Hay una, en particular, que invita a la reflexión. Imaginemos al italiano Descalzi y al inglés Elsegood parados en la proa de la “Encarnación”; contemplando como el Currú Leuvú se pierde en la lejanía detrás de un meandro, rumbo a esa cordillera de la que les hablaron. Planean entusiasmados su expedición a las nacientes. Saben que ponen en riesgo la vida, pero saben también que el esfuerzo se justifica porque están construyendo el futuro de la tierra que los cobijó. Y, seguramente, tienen la esperanza de que un día sea un país pujante; con la fuerza poderosa de ese río que los mece, mientras cruza la Patagonia para unirse con el mar.



Nota: Dedico esta nota al Dr José Pablo Descalzi, colega en la Literatura; quien, investigando sus raíces, me interesó en este personaje patagónico. Su valiosa información me permitió conocer a un verdadero protagonista de nuestra historia, por lo que le quedo sinceramente agradecido.



Bookmark and Share


votar