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viernes, 29 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




INSOMNIO OTOÑAL
(*)




por Griselda Jones de Redondo




Nuevamente es otoño y atardece mi alma.

¡Cómo acallar este loco borboteo de cigarras

que se ha instalado en la repisa azul de los recuerdos!


Quisiera fundirme en la llovizna que besa los cristales,

resbalar por las sábanas del tiempo, detenerme

una y otra vez... ¡Sí! Detenerme en el silencio y

ahogarme en su tibio murmullo de jazmines.


Es otoño y atardece mi alma y se deshojan las horas

sobre la piel anochecida. Nada es igual.

Es inútil dibujar el canto de los grillos cuando

las rayuelas han perdido sus contornos... o atrapar

con la mirada
las voces que se fueron más allá del horizonte.


¡Cómo acallar ese loco borboteo de palabras

que se anuda al fuego de este río interior que me

abreva y me profana!


Los espejos del insomnio multiplican las imágenes.

Las paredes huyen despavoridas por el hueco de la noche.

La llovizna se detiene en la curva de mi voz.

Bebo otro sorbo de soledad

y me consumo y me río y me desintegro en un redondel

de cigarras y jazmines.

Nuevamente es otoño y amanece mi alma.




(*) Este poema obtuvo mención especial en el Eisteddfod del Chubut - año 1998.


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martes, 26 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY





HERMANO ÁLAMO



de Gonzalo Delfino (*)



Mi corazón ya no alienta otro gozo:
ser como este álamo, osado arquero,
que en la oscura gleba sus raíces hunde
y en su savia dardea celeste fuego!

Ser del inasible azul fiel mensajero;
sentirse hermano de un mismo sueño:
¡brote dichoso del seno de la tierra
que nutre callada vocación de cielo!

Reverdecida llama, vertical anhelo;
árbol encendido en empinado vuelo,
de alado corazón alborozado
y sonoro follaje suelto al viento!

Mi corazón ya no alienta otro gozo:
ser como este álamo, tirso quimérico,
mansión del canto, atalaya de auroras;
¡trémulo salmo camino del cielo!




(*) Del volumen "Voces de la Tierra" - 2da. edición - abril de 1980 - Editorial El Regional - Gaiman (Chubut).



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lunes, 25 de abril de 2011

LA MARCA DE HOY




CIEN MIL VISITAS



Hay cifras que impresionan con solo pronunciarlas.

Las que aluden a un centenar, por ejemplo, suelen ser emblemáticas, porque parece connotar un "todo", la idea de abarcar una unidad completa.


Eso sucede cuando decimos "el cien por ciento" o cuando se acuñan frases procurando un sentido de integralidad, como las "cien cualidades" de Moliere o los "cien años de soledad" de García Márquez.

Y en el afán de enfatizar, a veces al ciento se le añade el millar, como aquella frase de amor tan citada: "Podré escribir cien mil estrofas, podré rimar millones de versos, podré partirme el alma en ese intento, y jamás podré expresar todo lo que te quiero."


Literasur acaba de superar las 100.000 visitas.


Para nosotros significa haber atravesado una barrera importante, porque es representativa de la permanencia, de la continuidad, de un propósito firme, sostenido a lo largo de tres años y tres meses de presencia en la red.


El objetivo ha sido y es simple, modesto y bien conocido por todos los amigos lectores: difundir las letras y la cultura regional patagónica.

Cien mil visitas son significativas, además, porque nuestro conteo nos muestra que la cifra se compone de lectores de 25 países, de los cuales el 57,4% corresponden a Argentina, 35,6% a países latinoamericanos, 4,8% a España y el resto a países a los que nunca imaginamos que podríamos llegar, como EE.UU., Rusia, Israel, China o Rumania.


Estas lecturas superan en promedio -otra vez el número talismán- las cien visitas diarias. Para Literasur es un número auspicioso, una señal altamente alentadora.

Y queríamos celebrarlo hoy con todos ustedes, queridos lectores frecuentes, por ser quienes le dan contenido real y palpable a nuestra razón de ser.

Muchas gracias por vuestra constante presencia.


EL EQUIPO DE LITERASUR

jueves, 21 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY

Ilustración: Ramón De La Fuente





QUE TODO MI CANTAR ME JUSTIFIQUE


Por María Julia Aleman de Brand (*)




Mi canto estuvo siempre enamorado
de esta tierra paisana y fronteriza,
fue un puñado de sal y de ceniza
por el viento del Sur desparramado.

Y a veces, ni fue canto, sino un grito
libertado, por fin, de su envoltura;
una flecha en el aire a la ventura,
una estrella lanzada al infinito.


Pero flecha o estrella, su elemento,
su materia vital y primitiva
fue la tierra. Que en ella sobreviva
más allá de la vida y su momento...

Más allá de mi cuerpo y de su escoria
mi canto vivirá, fiel testimonio
de todo lo que fue mi patrimonio
y ha de ser una parte de su historia.

Y yo he de estar ahí: detrás del canto
de todo lo que amé y volví poesía,
de todo lo que fue lírica mía,
la razón de mi risa o de mi llanto.

La razón de mi búsqueda en la vida
sin saber, al final, lo que buscaba.
Sabiendo, nada más, que se me daba
el canto como punto de partida.

Y a ese canto fui fiel, cada jornada,
en espíritu y alma fui tu amante.
Oh Sur de mi recuerdo más distante!
Oh Sur de mi voz última y callada!

Yo te amé, tierra Sur, amé tu viento,
la arisca desnudez de tu montaña,
el bosque, con el árbol en su entraña
y el lago con azul de firmamento.

Amé el cielo de estrellas constelado,
la libre infinitud del campo abierto,
y en toda la aridez de su desierto
los matojos de pasto calcinado.

Dame un poco de tí, tierra sureña,
para cuando cumplido esté mi plazo:
abre el pardo frescor de tu regazo
y recibe mi cuerpo en su estameña.

... y el lugar de mi tumba identifique
un silvestre manojo de mosqueta.
Tierra mía del Sur, si he sido poeta
que este canto de amor me justifique...




(*) Este poema obtuvo el Primer Premio en el Minieistedvod 1981 - Del volumen "Soy Poesía,búscame en el Sur" - Ed. Asoc. de Escritores del Oeste del Chubut - Esquel, 1993.






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martes, 19 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




EL SECRETO




por Lidia Ester Romero (*)




Las sombras van cubriendo el manso valle
en tanto, el río canta.
Inmerso en el largo crepúsculo dorado
un inocente corazón latía
queriendo descifrar las cristalinas voces
de las acequias, del río y de las charcas
y con ello, el secreto lenguaje de las aguas
-ese duende travieso e inasible
que también se esconde entre los manatiales-
y se acercó buscando al misterioso Verbo
pero su corazón no alcanzaba a entender nada...
Solamente sintió como un brotar de luces inasibles
sobre la hierba clara
y que el torrente todo de su sangre
se convertía en lágrimas...
El paisaje y el cielo, oscurecidos,
entre las sombras largas se esfumaron;
sólo las estrellas alumbraban,
sólo las estrellas para responder con su misterio
al misterio que su ardiente corazón buscaba...




(*) Del volumen de poemas "Como las mutisias", editado por la Subsecretaría de la Municipalidad de Madryn - Pto. Madryn, Feb. de 2011.


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viernes, 15 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




SOPOR



de Sandra Pien (*)





Todo está inmóvil
esperando.
La tierra adquiere
aérea pasividad
los hombres
cabezas gachas
se dejan
beatificar por el viento.
Sucios de barro
los perros apenas juegan.
Y yo
triste me avergüenzo
de las fronteras
de la palabra.

Tarde de sábado
en el pueblo
vigilia incolmable.




TORPOR


All is quiet
waiting.
Earth acquires
aerial pasiveness
men
with lowered heads
they let the wind
beatify them.
Mud stained
dogs barely play.
And
saddly I ashame
of frontiers
of word.
Saturday afternoon
at the hamlet
unfulfillable vigil.




(*) Del volumen de poemas bilingüe titulado "Patagonia Rumbo Sur" ("Patagonia Way South") - Colección Metáfora - Ed. Vinciguerra, Bs. As., 1998


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domingo, 10 de abril de 2011

EL CUENTO DE HOY





El maestro



de Olga Starzak




Habías nacido en un cuarto de paredes despintadas y poco abrigo en las camas. Te ayudó a descubrir la luz una de esas mujeres del barrio que, más osada que otras, proclamaba su habilidad a cambio de pequeños favores. Fuiste cobijado por el cuerpo tibio de tu madre que, entre sollozos, respiraba con emoción.
-¡Varón! –dijo la mujer-. Se va a poner contento su padre.
Mientras concluían los trabajos posparto y eras lavado en la única tinaja de la casa, tu madre pensó que serías un gran hombre. Con sólo reunir la hombría de bien de su marido y su propia valentía, tenías bastante para empezar.
Pudiste haber tenido que abstenerte de ir a la escuela -alguna vez- por falta de zapatillas secas, pero jamás te faltaron demostraciones de amor.
Con el tiempo llegaron tus hermanas. Por tu condición de hijo mayor, continuabas teniendo privilegios, y unas pocas obligaciones.
Creciste compartiendo tu tiempo entre los juegos en la calle, el cuidado de las más pequeñas de la casa y otras tareas inherentes al hogar, como rallar el pan y poner la masa en el horno en el momento justo en que hubiese leudado lo suficiente.
Concurriste a la escuela del barrio y no tardaste en destacarte por las calificaciones y la conducta. La secundaria la hiciste en “El Nacional” de la ciudad y allí, a mediados del segundo año, te encontraste con tu vocación de docente.
Con unos pocos pantalones y camisas cuidadosamente dobladas, algunos enseres personales y muchos libros de lectura, emprendiste el viaje a un pueblito, cuatrocientos kilómetros distante del tuyo, donde comenzarías a ejercer como maestro.
Besos apretados y abrazos de orgullo sellaron la partida. Acababas de cumplir veinte años y emigrabas en busca de otros horizontes. Tus padres, las chicas ya adolescentes y unos cuantos vecinos te acompañaron a la terminal de ómnibus. Sólo lamentarías la ausencia de las caricias de tu primera novia; te habías propuesto olvidarla en un intento por no sufrir penas de amor.

El nuevo destino era propicio para amigarse con la soledad, disfrutar de la intensa aunque devastada naturaleza y ocupar la mente desarrollando, cada vez con mayor fervor, tu rol de maestro rural.

No había en aquel paraje más que un destacamento de policía, una oficina de correo, un bar que era la parada obligada de muchos pobladores aledaños, camioneros y otros pasajeros, la proveeduría con escasos alimentos no perecederos, y más arriba -al costado de la ruta- la estación de servicio.
La escuela era el lugar más importante. No sólo por su función educativa sino también por el comedor y las habitaciones que albergaban a los alumnos durante todo el ciclo lectivo. Trabajaban allí la cocinera, que era también la encargada de mantener la limpieza y el orden, el portero a quien se le confiaba el mantenimiento del edificio, y ahora vos que, reemplazando al director trasladado, eras a la vez el responsable y único docente.
Chicos de edades diversas completaban los asientos del aula de la escuelita. Provenían de parajes vecinos y encontraron en tu personalidad lo que tantas veces habían deseado: comprensión, compañerismo, lealtad; fe en un futuro que se les presentaba incierto por las vicisitudes de una región alejada de oportunidades de progreso.

Elina comenzó a asistir a la escuela una mañana de agosto. Tendría unos catorce años y era la primera vez que concurría a un centro educativo. Llegó envuelta en un suéter de lana rústica, muy rústica, tanto que te daba la impresión que su tejido debía lastimarla. Durante varios días se limitó a contestar las preguntas que le hacías: si se sentía cómoda, si extrañaba...
Era de una figura menuda pero sus formas hablaban de la adolescencia. Su cabello era negro y lo llevaba siempre recogido en una cola. La tez morena contrastaba con la luminosidad de los ojos. Los rasgos le otorgaban una atracción particular, quizás debido a sus gestos o a la textura suave de su piel. Era una jovencita introvertida; sin embargo, pronto se integró al grupo de estudiantes y comenzó a participar con interés de las clases.
Desde el mismo día que Elina llegó supiste que tu vida se complicaría.
Por las noches, en la soledad del cuarto, mientras preparabas las actividades para el siguiente día, corregías trabajos y elaborabas material didáctico, pensabas con frecuencia en ella. Sin proponértelo te descubrías mirando hacia la nada y la imagen de la muchachita ocupando tu mente. Si hasta te habías percatado de que al ingresar al aula y comprobar su presencia te ponías nervioso, sentías temor de equivocarte o que los demás se dieran cuenta del cambio que, en tus actitudes, había generado la llegada de la chica.
Sabías que no podías permitirte esos desvelos; mucho menos que se hicieran públicos.
Elina te observaba con admiración. Tenía, ahora, más confianza y se acercaba a consultarte, a pedirte ayuda o a mostrarte sus avances en los aprendizajes. Cuando esto sucedía tus manos comenzaban a transpirar, tu corazón se aceleraba y hasta podías sentir cómo se ruborizaba tu rostro. Siempre hacías esfuerzos por disimular la situación y complacías a la chica en sus inquietudes, demostrándole orgullo por sus adelantos.
Con el resto de los alumnos mantenías, de igual manera, una relación de mucho afecto y respeto. Y disfrutabas de esta experiencia.

Invariablemente, cuando terminaban las actividades diarias y te recluías a descansar, pensamientos cada vez menos controlados se apropiaban de tu ser. Imaginabas el cuerpo desnudo de Elina, sus cabellos cayendo en la espalda, la firmeza de los pechos, los pezones tersos, la estrechez de la cintura, los vellos rizados del pubis. Así te quedabas dormido, empapado en sudor; y los impulsos sexuales sólo eran menguados después de autosatisfacer tus deseos.

La vida de los chicos transcurría, la mayor parte del tiempo, entre las paredes de la escuela. Después del almuerzo, a la hora del descanso, se reunían a trabajar en la mesa de la cocina, y más tarde se retiraban a sus cuartos para mantenerlos aseados, lavar sus pertenencias y dedicar un tiempo a la lectura obligada.
En los días en que el buen tiempo lo permitía realizaban las actividades deportivas de rutina en el exterior, en un terreno baldío lindante con la escuela. También en ese lugar se reunían a compartir sueños.
Algunas veces las chicas iban hasta la proveeduría con el fin de cumplir con algún mandado de la cocinera.
Los pocos hombres del lugar, desde la llegada de la nueva habitante, no se preocupaban en disimular la atracción que la joven les provocaba, “desnudándola con la mirada” cada vez que la veían.

Durante el último tiempo Elina dormía sola en la habitación; la chica con quien la compartía había tenido que viajar de urgencia al pueblo por una repentina enfermedad de su padre.

Ese día fuiste el primero en darse cuenta de su ausencia.
A media mañana, en el primer recreo de la jornada, le pediste a una de las alumnas que se acercara al cuarto de Elina para comprobar si se encontraba bien.

El grito desesperado de la compañera vibró en las paredes de bloque de toda la escuela. Con estupor, exigiste a los chicos que mantuvieran la calma y no salieran de la sala. Corriste por el pasillo que separaba este lugar de la habitación desde donde había provenido el lamento, ahora devenido en llanto. Tropezaste en el camino con el hombre de mantenimiento y la mujer de la cocina.

Elina, tirada sobre su cama, los cabellos revueltos, el camisón desgarrado, el cuerpo encogido como el feto que en el vientre de su madre adopta una postura protectora, emitía gemidos casi imperceptibles. Abrazaba su cuerpo con vehemencia; sus ojos muy abiertos expresaban terror.
Cuando te acercaste hasta su cama, ella cerró los ojos y ya nos los volvió a abrir hasta que, pasada la medianoche, llegaron sus padres a buscarla. Ellos te admiraban; hasta te contaron cuántas veces ella te nombra en sus cartas.
Elina se sumió en el silencio y fueron vanas las intenciones por conocer al responsable de lo sucedido.

Antes que nada diste aviso a la policía. De inmediato comunicaste a las autoridades escolares del trágico episodio protagonizado por una de tus alumnas. Te urgía conocer al responsable del aberrante hecho; había un dolor en tu alma que iba más allá del dolor por Elina.

Se interrumpieron las clases por toda la semana; no entendiste porqué. Nada querías más que estar con tus alumnos; vivir con ellos la tristeza que los embargaba. Te prohibieron verlos.
Preguntas y más preguntas. El desconcierto sobrepasaba los límites de tu comprensión.

En un día que se avecina triste por la ausencia de la compañera, se reinician las clases. A primera hora de la mañana un hombre que se presenta como supervisor, irrumpe en el aula y anuncia a una nueva maestra. Alguien se atreve a preguntar por vos.
Que volviste a tu pueblo, es todo lo que responde.






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miércoles, 6 de abril de 2011

EL POEMA DE HOY




Pueblo del Molino





Por Jorge Alberto Baudés (*)



Podría desandar el polvoriento camino
Únicamente mirando hacia atrás el ancho surco
En el que , superpuestas huella tras huella,
Bebe nostalgias su alma sedienta.
La mañana tiñe de rojo el horizonte. Preanuncia
Otro día de larga faena allá en la chacra.

Detrás de cada aspa ronronea el molino
Entraña de moliendas de generosos granos.
La tarde encuentra su sosiego.

Mientras un trahuil reposa de aventuradas cacerías
Otro día construye sueños cobijado de noche
Listo el recado, presto el baqueano,
Inicia con el alba su cosecha.
No ha de hallarlo sin pan el duro invierno
O tendrá que esperar las nuevas mieses.



(*) Escritor chubutense



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viernes, 1 de abril de 2011

LA NOTA DE HOY







EL NAVEGANTE DEL RIO DE LOS SAUCES



Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Hay actores de la historia patagónica que sirven de pábulo a la creación literaria. Son, como se dice habitualmente, “personajes de novela”. Edmundo Elsegood, a quien dediqué una página de este blog hace ya un tiempo, es uno de ellos. Y Nicolás Descalzi, otro. Ambos están unidos por una especial relación, porque Descalzi se introduce en la tradición regional guiado, en el sentido preciso del término, por Elsegood; su piloto durante la navegación del río Negro.

Pero de Elsegood ya he hablado. Hablemos ahora de Nicolás Descalzi. Nacido en Chiavari, Italia, el 19 de febrero de 1801; llegó al país en 1821 junto con sus hermanos Cayetano, uno de los principales pintores nacionales, autor del más conocido de los retratos de Rosas; y Pedro, farmacéutico de Buenos Aires hasta que se incorpora al Batallón “Amigos del Orden”. El protagonista de esta nota traía conocimientos náuticos; por lo que apenas arribó a la Argentina se inició en las prácticas marineras. Integró la dotación de la goleta “Dolores”, que hacía el cabotaje entre Buenos Aires, Montevideo y Patagones; su primer contacto con las tierras australes.

Sus dotes despertaron el interés del presidente Rivadavia. Se lo nombró director de la “Sociedad de Navegación”, creada para promover el comercio con Bolivia a través de los ríos del norte. En 1825 marchó a Salta; allí construyó una embarcación para surcar el Bermejo hasta el Paraguay. En agosto de 1826 desembarca por error en territorio paraguayo y es apresado por tropas del presidente Francia. Recupera su libertad recién en 1831, junto con el “Diario” que escribió reseñando el reconocimiento. Ya había ejercitado sus dotes de escritor con esa crónica; afición que repetiría más tarde al recorrer el río “de los sauces”.


Pasan un par de años. En 1833, Don Juan Manuel de Rosas inicia su expedición al desierto. Conocedor de la presencia de los grandes ríos sureños, designa a Raúl Bathurst para explorar el Colorado, en tanto encarga a Descalzi recorrer el Negro. El flamante comandante se reúne con su piloto, Elsegood, en el campamento del Restaurador cerca del actual Fortín Mercedes; y desde allí marcha hasta Carmen de Patagones, donde organiza una flotilla compuesta por la goleta “Encarnación”, la ballenera “Manuelita” y dos canoas. El 10 de agosto, con una tripulación de veinte hombres y dos mujeres, comienza la travesía. Por falta de vientos favorables avanza gran parte a la sirga y aún más a la espía. Dos meses después, el 27 de octubre, fondea frente al campamento del Ejército en la isla de Choele Choel; esa misma tarde llega al lugar la columna del General Ángel Pacheco, luego de su campaña a la cordillera.
El viaje, que ocupa apenas un párrafo en este breve artículo, estuvo plagado de vicisitudes: problemas de disciplina con la tripulación, encuentros con las tropas terrestres y hasta un naufragio que puso en riesgo la vida del navegante. Cuando Descalzi volvía en una canoa de explorar la costa, la goleta pegó con la proa en el frágil bote y lo volcó; debió ser rescatado de las aguas luego de varios minutos de forzada natación. Durante el periplo efectuó estudios de ciencias naturales, levantó datos geográficos y los fijó en sus mapas mediante la observación astronómica.

Estando en Choele Choel, presenta a Pacheco un proyecto para continuar con su flota hasta la confluencia de los ríos Neuquén y Limay; donde se separarían: Elsegood remontaría el Neuquén, en tanto él recorrería el Limay. Pacheco aprueba la idea; pero el Brigadier General da orden contraria; atinada decisión por cuanto, al replegarse las tropas, los buques quedaban sin apoyo. Retorna así corriente abajo el día 13 de noviembre; el 21 de ese mes echa ancla frente a Carmen de Patagones. Hizo en nueve días lo que en sentido contrario le llevó sesenta. Al finalizar Descalzi su Diario, agrega un elogioso comentario para su subordinado: “El piloto Edmundo Elsegood, se comportó muy bien y me ayudó mucho en mis trabajos, y merece mucho aprecio porque es un joven de bien”.

¿Qué fue de su vida luego de la incursión al sur? Al volver a Buenos Aires recibe el grado de Mayor de Caballería y revalida su título de agrimensor. En tal papel recorre localidades y traza planos. Durante una excursión por el río Matanzas muestra su vena de paleontólogo, al recuperar los restos de un megaterio y de un gliptodonte. Presenta una faz filantrópica: es socio fundador del Hospital Italiano, al que dona el 10 % de sus ingresos. Se casó con Estanislada Elordi Maza; tuvo una hija, su yerno fue Miguel Barabino. A su muerte, el 14 de mayo de 1857, es enterrado con honores en la Recoleta.

Las letras podrían recrear muchas escenas de la vida de nuestro héroe. Hay una, en particular, que invita a la reflexión. Imaginemos al italiano Descalzi y al inglés Elsegood parados en la proa de la “Encarnación”; contemplando como el Currú Leuvú se pierde en la lejanía detrás de un meandro, rumbo a esa cordillera de la que les hablaron. Planean entusiasmados su expedición a las nacientes. Saben que ponen en riesgo la vida, pero saben también que el esfuerzo se justifica porque están construyendo el futuro de la tierra que los cobijó. Y, seguramente, tienen la esperanza de que un día sea un país pujante; con la fuerza poderosa de ese río que los mece, mientras cruza la Patagonia para unirse con el mar.



Nota: Dedico esta nota al Dr José Pablo Descalzi, colega en la Literatura; quien, investigando sus raíces, me interesó en este personaje patagónico. Su valiosa información me permitió conocer a un verdadero protagonista de nuestra historia, por lo que le quedo sinceramente agradecido.



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miércoles, 23 de marzo de 2011

EL RELATO DE HOY




Nuestra señora de los Arrayanes



Juan Bautista Vallés (*)




Llevamos navegando casi dos horas. Atraca la nao y nos disponemos a descender.
Luego de cruzar un muelle de madera sometido a vientos, lluvias y soles despiadados, de los que dan muestra sus cicatrices, comenzamos a caminar rumbo a la entrada.
Con la experiencia de las visitas guiadas a la catedral de Milán o Chartres, dejé pasar a la muchedumbre que me rodeaba. Eran hombres, mujeres, niños, con intereses diversos y sólo un rito común.
Entonces, ya solo, llegué al comienzo del templo. Caminé por un pasillo de piso de madera que seguía el ascenso de la tierra. Eran restos de un árbol que murió para que otros sigan vivos. El horizonte. No sabía si era de la nave central o de una de los laterales. Recordé que las catedrales tienen forma de cruz. No hay aquí paredes que marquen los límites laterales, hay una proyección hacia los costados que es espacio hasta donde la vista alcanza antes de enredarse en ramas y troncos de árboles y arbustos. No hay una figura que represente lo que es. No hay un cuadrado, ni un rectángulo ni un círculo. Su forma está más allá de lo conocido.
Largos pilares sostienen el techo que está compuesto de millones de hojas verdes y pequeñas que raptan rayos de sol y el agua hecha lluvia o rocío.
La luz proviene de rayos que se cuelan por minúsculas rajaduras y dan al ambiente la difuminación de los cuadros de Leonardo.
Hay un silencio total. El silencio habita allí. Únicamente la luz lucha con él por el reino.
En ese ambiente reina la vida. Millones de semillas, brotes, prescinden del tiempo de los hombres para engendrar, nacer, crecer, morir.
Se necesitan veinte vidas de hombres para llegar al techo de esta iglesia.
Nuestra señora de los Arrayanes se aloja aquí. La Vida es una invitada permanente. Los arrayanes, esos árboles desnudos de los conquistadores, quieren ser los únicos habitantes de este monasterio. Como cuando eran los quetri de los aborígenes. Los troncos de los arrayanes tienen el frío del mármol o del granito o el cemento de las columnas catedralicias. Ellos siguen expuestos al frío de su savia porque alguien les robó la corteza protectora. Disputan a los ñires y al ciprés el espacio para sobrevivir, en esa sorda lucha de los seres vivos.
Nuestra Señora de la Vida hace un milagro a cada instante pero, tímida, lo oculta en una semilla, bajo la tierra, en las alturas, en un brote.
La procesión de los hombres ya se ha ido y se ha llevado el rumor de sus conversaciones, el ruido de los mecanismos para filmar y fotografiar, las observaciones superficiales y los comentarios inútiles.
Nuestra Señora de los Arrayanes vuelve a la soledad milenaria. A los tiempos largos con olor a infinito. Cada uno de los árboles se cubre con igual vestido color canela. Millones de días han contemplado y lo sigue haciendo al ser un arbusto devenido en árbol. No hay pájaros en este templo de la vida salvo los que ocasionalmente curiosean por aquí, sin anidar. Como no queriendo mezclar los mundos vegetal y animal.
Me imagino el paisaje en febrero cuando abunden las flores blancas y olorosas, poniéndoles un toque de femineidad como a las novias en el día de su casamiento.
Abordamos otra vez la nao.
El barco se va y desde el lago sólo se aprecia una mancha verde. Visto desde allí no es más que un macizo vegetal.
Se reserva su identidad y lo que atesora.
Un bote amarrado y el viejo muelle de madera denotan la presencia del hombre que mueve la estela que choca contra la playa.
Una vez más la naturaleza vence y parece que la vida también.


(*) De “Tercer Libro” - Biblioteca Popular Agustín Álvarez - Trelew, Chubut - 2008




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domingo, 20 de marzo de 2011

LA NOTA DE HOY




Hoy es el día.
Aquí me encontrarás.



He estado buscando las palabras. Analizándolas y analizándome, porque el sentir me llevaba hacia las despedidas absolutas, si me aceptas la libertad para subtitularlas.
Una y otra vez escarbé en el mismo pozo. El ejercicio fue provechoso. Decanté de cada experiencia un rico sedimento.

Vivir y despedir tienen una misma raíz. No puedo asegurar que sea igual la conjugación. Creo que no lo es.
Es de todos los días la acción de despedirse, sucede que no tomamos conciencia de ello. Las pequeñas variables acumuladas, se acopian sin clasificar.
La suma de esas sutiles despedidas suelen resolverse en cualquier hora...en un despertar de la mano del presente. No es más, ni menos que un tropezón con los "ayeres" que han trabajado amplia, totalmente en nosotros. Así nos despedimos de nuestra niñez y de la de nuestros hijos, de la juventud de nuestros padres y de nuestra propia juventud.

Amiga, despedirse -en cualquiera de sus modos- es conjurar recuerdos.
El que queda, el que parte, ambos, pretenden recuperar en instantes una porción de vida que no es pequeña, que es polícroma, que se arma "a nuevo" con lujo de detalles que emergen de la memoria que se mantuvo dormida, tal vez, por años.

Hay en todo esto un dejo de egoísmo. No queremos se aleje esa pieza que tiene un encaje justo, ganado con constancia, permanencia, encuentros y por qué no desencuentros, rutinas... en nuestra vida.
Cómo impedir el curso natural? Cómo esquivar el vacío?
Pues, con una actitud defensiva, refleja: volcar sobre la mesa ese tesoro que guardamos en la cartuchera del alma.

Para este "juego" no hay edad. No hay restricción de sexo. Todos podemos practicarlo. Y lo hacemos.
Algo realmente bonito es que por sobre esa sensación de desgarro y emoción que nos embarga, sabemos que es esperanzador el horizonte, que es merecida su propuesta y que así como se nos cierra la garganta por momentos, nuestros brazos están abiertos alargando el saludo para quien se aleja y para que sea visible en la distancia, así tendrá la certeza de que siempre estarán esperándolo para un abrazo.

Más aún, y de esto podemos dar fe: construir senderos sobre los futuros caminos, tender puentes nuevos sobre viejos pilares para que cuando lleguen las horas de las coincidencias, materialicemos el tesoro de la amistad.


Olga E. Cuenca



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miércoles, 16 de marzo de 2011

EL POEMA DE HOY





VIENTO…


Por Raúl A. Entraigas




Rapsodia salvaje de tierras bravías,
Préstame el acento de tus melodías
Para que yo entone también mi canción;
Quién creció arrullado por esos silbidos
Lleva a flor del alma, trocada en gemidos,
Como puñalada, tu lamentación.

Si hay una comarca “donde el viento brama”,
Donde canta y ruge, donde llora y clama,
Es en esta tierra virgen y cerril.
El viento hace al árbol fuere y obstinado
Y al hombre robusto, tenaz y porfiado:
¡Estatua viviente del tipo viril!

Aquí no hay caricias “de céfiro blando”
Sino latigazos que azotan, cantando,
Como un coro griego de corte imperial;
La música nuestra, solemne y bravía,
Tendrán, sí, cadencias del avemaría,
Pero es, sobre todo, la marcha triunfal.

Yo entiendo ese canto, penetro ese arcano,
Yo entiendo porque tienen poder soberano
Las furias que impulsan los vientos del Sur:
El ¡ay! misterioso que gime ese viento
No es más que un extraño, perenne lamento
Que emite una raza tronchada a segur.

La voz de ese viento que diz que apuñala
Es el “dies irae” que el tehuelche exhala
En su postrimero, convulso estertor.
¡Por eso la fuerza del viento sureño!
¡Si es rabia y enojo y es ira y es ceño
Del indio gigante desplomado en flor!

Yo entiendo ese canto de tristes presagios:
Es el grito ahogado de mil y un naufragios
Que echaron mil sueños al fondo del mar.
Por eso es tan triste ¡si es voz de ultratumba,
Voz desesperada de quien se derrumba
Sin leve esperanza de poderse alzar!

Es el viento que silba, que reza y que canta,
El viento sureño no abate, levanta
Y forja varones de temple real.
Si un día la patria soldados reclama,
Que mire a esta tierra “donde el viento brama”:
¡verá que legiones le manda el Austral...!



(*) El Padre Raúl A. Entraigas es un célebre escritor rionegrino; historiador y poeta. Este poema pertenece a su libro “Patagonia. Región de la aurora”, Editorial Don Bosco, Bs As, 1959.


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domingo, 13 de marzo de 2011

LA NOTA DE HOY





Encuentro en las Malvinas
Los puentes del idioma galés



Por Fernando Coronato





Estando en las Islas Malvinas a principios de diciembre de 2008, un día que terminé temprano con las obligaciones académicas que me habían llevado allá, pude darme el gusto de ir al museo de Puerto Stanley. No es un museo de arte, ni de historia, ni de ciencias naturales, sino simplemente “el museo”, de lo que venga, lo que en un pueblo tan pequeño –menos de 3000 habitantes- no es de extrañar.

Lo concreto es que el museo tiene de todo un poco, mucho de navegación, mucho de aves, bastante de vida cotidiana y bastante de historia -una versión muy tuerta de la misma por cierto. En el interior del edificio uno se entera de que originalmente fue construido para albergar a las oficinas de LADE (Líneas Aéreas del Estado) a principios de la década de 1970, cuando había vuelos de esa empresa argentina entre Comodoro y Stanley. En esa época en que -como me diría al día siguiente un señor mayor- “todo era dulce y rosa”.
Después de la guerra de 1982, el edificio fue rebautizado como “Britannia House” y entonces se empezó a montar en él el museo, juntando objetos, recuerdos e información de todo tipo.

El museo también tiene una salita destinada exclusivamente a la guerra de 1982, esa experiencia tan traumática en las islas como en el sur del continente.

Tragando saliva y proponiéndome no emocionarme, entré. Estaba todo muy apretado, mucha cosa en poco espacio, mucho dolor concentrado en objetos de todo calibre. La reconstrucción de un “pozo de zorro” argentino, con latas de conserva argentinas y paquetes de yerba (además de los enseres bélicos), me metió de lleno en casa…y en las condiciones miserables de los soldaditos de aquella época. A propósito, las esquelas escritas a mano y en inglés por algunos soldados que pedían comida a los kelpers, me llenaron de pena, y las tapas de la revista Gente, gritando “Vamos ganando”, me llenaron de bronca.

Así que no estaba de humor cuando me topé con tres ingleses que visiblemente eran excombatientes porque tenían la edad (cuarenta largos o cincuenta) y sobre todo porque había uno que llevaba puesto el uniforme de combate, de tan consustanciado que estaba con su propia historia y su papel. Se los veía muy entusiasmados mirando las fotos y los mapas y las armas. Se ubicaban en los papeles y recordaban, “¡acá estaba yo!”, “desde aquí nos tiraban”, “nos replegamos para acá…”, señalando en el mapa.

Me dio rabia pensar que su victoria era nuestra derrota, que su alegría era nuestro llanto y que los logros que festejaban y comentaban eran a costillas nuestras. Preferí irme de la sala y seguir mirando los pajaritos embalsamados…

Al rato los tipos también salen y cuando firman el libro de visitas, leo de reojo que uno escribe en galés “…diolch yn fawr” . Renglón seguido firmo yo y anoto “diolch yn fawr hefyd”, y entonces los abordo hablándoles en galés.

Así se rompió el hielo.


Los tres hombres se sorprendieron mucho pero sólo dos de ellos hablaban en galés. Acto seguido me preguntaron de dónde era y cuando se enteraron que era de Chubut, uno me dijo que en 1982 se había cruzado con dos o tres “de los tuyos” (o sea argentinos que hablaban en galés). Me dijeron de dónde eran, uno del sur –que estudiaba galés- y otro del norte, de galés como lengua nativa. Era de Porthmadoc, y cuando le conté que había estado allí y que en Tremadoc, ahí cerquita, había visitado la casa natal de Lawrence de Arabia, me explicó bien donde vivía y cómo se llamaba: David Jones, y me estrechó la mano.

Entonces seguimos hablando un rato de las cosas que nos unían y no de las que nos separaban. Comentamos algo del libro “Ein rhyfel ni” que venía muy al caso, recordamos la historia de Milton Rhys en la catedral, les conté que había estado allí el domingo, que yo no había peleado en la guerra, que la Patagonia es muy parecida a las islas, que …

Habríamos seguido charlando -estoy seguro- si el compañero de ellos, que no hablaba galés, no hubiera empezado a resoplar de aburrido. Así que la cortamos, nos despedimos con un abrazo y por fin entendí que la guerra la hacen los estados y no las personas.

Luego los volví a cruzar por la calle (lo que no es nada difícil en semejante pañuelo) y nos volvimos a saludar y a charlar del tiempo, y tywydd, según las normas de cortesía…

Entonces recordé que el Plaid Cymru, el Partido Nacionalista Galés, fue el único partido británico que en 1982 se opuso a la guerra de entrada, y entendí que la llamada “comunidad galesa del Chubut” tiene un papel muy importante en la construcción de la paz, y que no podemos delegarlo.







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jueves, 10 de marzo de 2011

EL POEMA DE HOY


ESTIRPE



Por Alicia Cabral Colman




Mujer, tu andar ondulante

pincela el aire

y tiene el toque mágico

de los arpegios en las

auroras.

Vas entre trigales de seducción

envolviendo ríos exuberantes,

y reverberan en tu cuello de palmera

las diademas del amor.

Tu estirpe india te enciende la piel

y florece en abierto cauce

el planeta azul.

En generoso desvelo

con tu esencia perceptible a señales,

designios

acaricias la verde fronda de América Latina

y celebras con prestancia de mujer,

madre

la vibración luminosa de sus riberas, del fuego

que trasciende las fronteras y se desliza

por el reino de los sueños.

Más allá de pasiones, cantares y nidos,

desde los relieves del viento y por la Gracia

de amamantar

con tu instinto fragante

y meditativo,

traspasas las catedrales de la noche oscura,

de los secretos que respiran en la proximidad

de las sombras

para enfrentar embates imprevisibles.

Entonces…la osadía de mis latidos

se hace cómplice a los madrigales

del alma,

¡y te comparo!

con una Diosa en tiempo de gestación,

un concierto de violines

o como el misterio del alumbramiento

en el vagido de la vida…

Esos acordes te comprometen

nueva mujer del siglo XXI

a mantener el corazón palpitante,

la mirada diáfana

semejante a los manantiales

que manan con reflejos

de luna

sobre el radiante iris

rosa-celeste de tu Ser

un privilegio.




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