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sábado, 29 de octubre de 2011

EL RELATO DE HOY



(Skavdvile, 1896 - Monte Solo, 1921) 




JULIO GERMÁN KOSLOWSKY (*)


Por Mónica Soave



...ahora viene el invierno y escasearán las comunicaciones;

así que Dios los guarde y proteja a todos.

Tu viejo padre y amigo.

Julio G. Koslowsky

(Última carta a su hijo)





Se pinta los labios frente al espejo del baño blanco. Se miran las dos hermanas, una al lado de la otra, frente al espejo, y se pintan despacito los labios de un color parecido al naranja, delineando el contorno, preguntándose para qué, en voz alta, para qué.

—Para parecer más lindas —dice una, riéndose.

—Para que nadie nos vea —dice la otra sombreando el labio superior en forma de corazón.

Afuera, pasan los carros por el camino de tierra

—Ya viene —dice una escondiendo el lápiz de labios y limpiándose la boca con un pañuelo. —Ya viene. Ayudame.

Así nace Julio, en una tarde nublada de clandestinidades y secretos entre mujeres, en Skavdvile, un pequeño pueblo de Lituania muy cerca del río Jura. Era el 15 de septiembre de 1866.

El niño Julio crece, pesca en el río, escucha a su padre, ve pasar los carros por la ventana de su casa, estudia. Su madre ya no juega a pintarse los labios y lo despide en el puerto, una mañana de 1896, con lágrimas. Tal vez ya sabe que nunca más lo volverá a encontrar.

Julio es un naturalista y llega a la Argentina para formar parte de la comisión de estudio de límites en el conflicto con Chile. Por eso, realiza varias exploraciones en la región patagónica y conoce a Francisco Moreno, con quien trabaja. También enseña Ciencias en el Museo Nacional de Buenos Aires.

Pero quiere irse. Quiere quedarse en el sur.

Una mañana, atisba a su mujer pintándose, a escondidas, los labios. Es bella su mujer. Tiene el pelo muy rubio y unos ojos acerados. Tiene, también, un embarazo incipiente y dos niñitas dándole vueltas alrededor y tironeándole del delantal. Mientras la mira, extraña, como siempre, el frío del sur, la sombra alargada de los árboles, la nieve, las desolaciones sin espejos.

Se relaciona con otras familias lituanas y, también, con otras de origen ruso y polaco, y todos juntos deciden fundar una colonia en la zona de Valle Huemules.

El 6 de mayo de 1898, llegan todos a las costas de Puerto Madryn en un transporte perteneciente a la Armada Nacional y, desde allí, viajan en tren hasta Trelew. Las desolaciones sin espejos comienzan a vislumbrarse hasta que la soledad y el frío y las tempestades se tornan desmedidas, cuando se internan en las mesetas peladas con sus carros y sus vagonetas y siguen la ruta indígena: hacia el Suroeste, a lo largo de los ríos Chico, Senguerr, Mayo y Guenguel.

Julio jamás recuerda al río Jura de su infancia porque tiene que juntar leña y cazar para comer, porque debe armar la carpa todas las noches, porque tiene que cuidar a sus pequeños hijos, tres ya, Boris es tan diminuto; y las chicas, tan frágiles. No, no quiere que ni su mujer ni ellos vean cómo los pumas destrozan a los pocos animales que llevan con ellos. No quiere que distingan los rastros de sangre en la nieve. No quiere que sientan el frío y el viento helado que se cuela por los resquicios de la tienda de lona en la que van viviendo. No quiere que tengan hambre, ni sed, ni necesidades, ni recuerdos. Sólo tienen que mirar para adelante, como él, como siempre lo ha hecho y les ha enseñado, para adelante.

El invierno de 1899 es aún más duro y más cruel. Las demás familias no tienen ninguna experiencia en el trabajo de la tierra ni en la cría de animales, pero entre todos han logrado terminar de construir sus viviendas —unas chozas de madera— y establecerse. Unos meses más tarde, una plaga de insectos anida en los troncos de las casas y comienzan a destruirlas desde dentro. Ya nadie lo soporta: el frío, el extremo aislamiento, el hambre, las continuas muertes, la carencia de futuro y de esperanzas. Se van las familias lituanas, y las rusas, y las polacas; se van a Colonia Sarmiento, al Valle inferior del río Chubut, al cañadón del río Mayo, a las riberas del río Senguerr; se van, una a una, para no volver jamás a Valle Huemules.

Pero la familia de Julio se queda hasta 1901, sin salir de allí. Sólo él viaja una vez por año a Trelew, y en ese tiempo, nace su último hijo, Juan, en el desamparo más pavoroso.

El 8 de septiembre de 1901, llegan todos a Buenos Aires. Julio comienza a trabajar en la Oficina Meteorológica y ya ha participado, con sus estudios y colaboraciones, en el fallo arbitral sobre la cuestión de límtes con Chile.

En el verano de 1910, vuelve a la Patagonia. No le gusta Buenos Aires. No soporta las calles atestadas, ni los festejos, ni los señores de levita y galera, ni las mujeres con peinados altos y vestidos anchos, ni la humedad.

En 1913, consigue la titularidad de las tierras que había ocupado —y que ocupa en ese momento— en Valle Huemules, por los servicios que ha prestado al país. Pero en 1914, vende esas tierras y compra una pequeña estancia en Monte Solo de los Halcones, muy cerca de la localidad de Lago Blanco. Le gustaría visitar Lituania, hacer un viaje allá y volver a ver a la poca familia que le ha quedado, pero estalla la primera guerra y le espanta el sueño del retorno para siempre.

Por eso vuelve a Buenos Aires, tal vez, para sentirse más cerca de los barcos que parten hacia Europa, o para castigarse y, a la vez, sufrir intensamente por ese castigo; o para extrañar el aire límpido de Lago Blanco o Valle Huemules. Lo cierto es que va perdiendo todo su dinero y todas sus pertenencias, y es entonces cuando vuelve definitivamente al sur, en el año 1921.

Su hija Catalina, la segunda, despide a toda la familia que parte nuevamente, sin lágrimas, ya está acostumbrada a tantas despedidas. Los otros hijos también irán volviendo poco a poco a Buenos Aires, y Julio quedará solo allá, redactando algunos artículos para la prensa, ordenando su vasta biblioteca, sacando fotografías, escribiendo cartas. En una de ellas, le pide a su hijo Juan una encomienda con revelador Rodinal AGFA, concentrado de Widemeyer.

El valle ya se ha limpiado por el fuerte viento, pero las barrancas y campos altos están blancos de nieve. Dios sabe qué invierno vamos a tener que afrontar. Ahora quedé solo con José. Las ovejas están bien, pero tendré que buscar las yeguas sobre la meseta del Chalía. Por ahí, nieva casi diariamente. No olvides hacerme comprar mi traje de corderoy en Gath & Chaves y mandármelo por correo. Ya no tengo qué ponerme.

La encomienda llega desde la ciudad el 22 de septiembre de 1923. Es una caja grande con reveladores fotográficos, unos pocos libros nuevos sobre ciencias, un estuche con bombones de chocolate y un traje de corderoy gris topo.

Julio muere al día siguiente, solo, en esa extrema soledad de un lugar que puede llamarse Monte Solo de los Halcones. En ese mismo momento, su hija Catalina se pinta, sin enterarse todavía de nada, los labios. Se los pinta de un rojo intenso, brillante, en su casa de Buenos Aires, despacito, delineando los bordes en forma de corazón, como si fuera un mapa, frente a un espejo.



NOTAS:

- El paso de Julio G. Koslowsky por la región fue fundamental para nuestro país. Con su exploración del territorio y, luego, con su presencia, obtuvo una importante franja de tierra para la Argentina en 1902.

- Entre 1896 y 1902, los integrantes de las comisiones para la demarcación de los límites con Chile denominaron Ruta Koslowsky a la huella que nacía en la cordillera de Los Andes y se extendía, en línea recta, hacia la costa de Rada Tilly (hoy Comodoro Rivadavia). 


- Los valiosos trabajos que dejó escritos contribuyen al conocimiento de la fauna americana y desentrañan diversos aspectos etnológicos de tribus aborígenes del Brasil, Bolivia y la Patagonia.


(*) Del libro "180 Sur" (Biografías en Patagonia) - Ed. Umbrales - Buenos Aires - 2010



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EL RELATO DE HOY



(Skavdvile, 1896 - Monte Solo, 1921) 




JULIO GERMÁN KOSLOWSKY (*)


Por Mónica Soave



...ahora viene el invierno y escasearán las comunicaciones;

así que Dios los guarde y proteja a todos.

Tu viejo padre y amigo.

Julio G. Koslowsky

(Última carta a su hijo)





Se pinta los labios frente al espejo del baño blanco. Se miran las dos hermanas, una al lado de la otra, frente al espejo, y se pintan despacito los labios de un color parecido al naranja, delineando el contorno, preguntándose para qué, en voz alta, para qué.

—Para parecer más lindas —dice una, riéndose.

—Para que nadie nos vea —dice la otra sombreando el labio superior en forma de corazón.

Afuera, pasan los carros por el camino de tierra

—Ya viene —dice una escondiendo el lápiz de labios y limpiándose la boca con un pañuelo. —Ya viene. Ayudame.

Así nace Julio, en una tarde nublada de clandestinidades y secretos entre mujeres, en Skavdvile, un pequeño pueblo de Lituania muy cerca del río Jura. Era el 15 de septiembre de 1866.

El niño Julio crece, pesca en el río, escucha a su padre, ve pasar los carros por la ventana de su casa, estudia. Su madre ya no juega a pintarse los labios y lo despide en el puerto, una mañana de 1896, con lágrimas. Tal vez ya sabe que nunca más lo volverá a encontrar.

Julio es un naturalista y llega a la Argentina para formar parte de la comisión de estudio de límites en el conflicto con Chile. Por eso, realiza varias exploraciones en la región patagónica y conoce a Francisco Moreno, con quien trabaja. También enseña Ciencias en el Museo Nacional de Buenos Aires.

Pero quiere irse. Quiere quedarse en el sur.

Una mañana, atisba a su mujer pintándose, a escondidas, los labios. Es bella su mujer. Tiene el pelo muy rubio y unos ojos acerados. Tiene, también, un embarazo incipiente y dos niñitas dándole vueltas alrededor y tironeándole del delantal. Mientras la mira, extraña, como siempre, el frío del sur, la sombra alargada de los árboles, la nieve, las desolaciones sin espejos.

Se relaciona con otras familias lituanas y, también, con otras de origen ruso y polaco, y todos juntos deciden fundar una colonia en la zona de Valle Huemules.

El 6 de mayo de 1898, llegan todos a las costas de Puerto Madryn en un transporte perteneciente a la Armada Nacional y, desde allí, viajan en tren hasta Trelew. Las desolaciones sin espejos comienzan a vislumbrarse hasta que la soledad y el frío y las tempestades se tornan desmedidas, cuando se internan en las mesetas peladas con sus carros y sus vagonetas y siguen la ruta indígena: hacia el Suroeste, a lo largo de los ríos Chico, Senguerr, Mayo y Guenguel.

Julio jamás recuerda al río Jura de su infancia porque tiene que juntar leña y cazar para comer, porque debe armar la carpa todas las noches, porque tiene que cuidar a sus pequeños hijos, tres ya, Boris es tan diminuto; y las chicas, tan frágiles. No, no quiere que ni su mujer ni ellos vean cómo los pumas destrozan a los pocos animales que llevan con ellos. No quiere que distingan los rastros de sangre en la nieve. No quiere que sientan el frío y el viento helado que se cuela por los resquicios de la tienda de lona en la que van viviendo. No quiere que tengan hambre, ni sed, ni necesidades, ni recuerdos. Sólo tienen que mirar para adelante, como él, como siempre lo ha hecho y les ha enseñado, para adelante.

El invierno de 1899 es aún más duro y más cruel. Las demás familias no tienen ninguna experiencia en el trabajo de la tierra ni en la cría de animales, pero entre todos han logrado terminar de construir sus viviendas —unas chozas de madera— y establecerse. Unos meses más tarde, una plaga de insectos anida en los troncos de las casas y comienzan a destruirlas desde dentro. Ya nadie lo soporta: el frío, el extremo aislamiento, el hambre, las continuas muertes, la carencia de futuro y de esperanzas. Se van las familias lituanas, y las rusas, y las polacas; se van a Colonia Sarmiento, al Valle inferior del río Chubut, al cañadón del río Mayo, a las riberas del río Senguerr; se van, una a una, para no volver jamás a Valle Huemules.

Pero la familia de Julio se queda hasta 1901, sin salir de allí. Sólo él viaja una vez por año a Trelew, y en ese tiempo, nace su último hijo, Juan, en el desamparo más pavoroso.

El 8 de septiembre de 1901, llegan todos a Buenos Aires. Julio comienza a trabajar en la Oficina Meteorológica y ya ha participado, con sus estudios y colaboraciones, en el fallo arbitral sobre la cuestión de límtes con Chile.

En el verano de 1910, vuelve a la Patagonia. No le gusta Buenos Aires. No soporta las calles atestadas, ni los festejos, ni los señores de levita y galera, ni las mujeres con peinados altos y vestidos anchos, ni la humedad.

En 1913, consigue la titularidad de las tierras que había ocupado —y que ocupa en ese momento— en Valle Huemules, por los servicios que ha prestado al país. Pero en 1914, vende esas tierras y compra una pequeña estancia en Monte Solo de los Halcones, muy cerca de la localidad de Lago Blanco. Le gustaría visitar Lituania, hacer un viaje allá y volver a ver a la poca familia que le ha quedado, pero estalla la primera guerra y le espanta el sueño del retorno para siempre.

Por eso vuelve a Buenos Aires, tal vez, para sentirse más cerca de los barcos que parten hacia Europa, o para castigarse y, a la vez, sufrir intensamente por ese castigo; o para extrañar el aire límpido de Lago Blanco o Valle Huemules. Lo cierto es que va perdiendo todo su dinero y todas sus pertenencias, y es entonces cuando vuelve definitivamente al sur, en el año 1921.

Su hija Catalina, la segunda, despide a toda la familia que parte nuevamente, sin lágrimas, ya está acostumbrada a tantas despedidas. Los otros hijos también irán volviendo poco a poco a Buenos Aires, y Julio quedará solo allá, redactando algunos artículos para la prensa, ordenando su vasta biblioteca, sacando fotografías, escribiendo cartas. En una de ellas, le pide a su hijo Juan una encomienda con revelador Rodinal AGFA, concentrado de Widemeyer.

El valle ya se ha limpiado por el fuerte viento, pero las barrancas y campos altos están blancos de nieve. Dios sabe qué invierno vamos a tener que afrontar. Ahora quedé solo con José. Las ovejas están bien, pero tendré que buscar las yeguas sobre la meseta del Chalía. Por ahí, nieva casi diariamente. No olvides hacerme comprar mi traje de corderoy en Gath & Chaves y mandármelo por correo. Ya no tengo qué ponerme.

La encomienda llega desde la ciudad el 22 de septiembre de 1923. Es una caja grande con reveladores fotográficos, unos pocos libros nuevos sobre ciencias, un estuche con bombones de chocolate y un traje de corderoy gris topo.

Julio muere al día siguiente, solo, en esa extrema soledad de un lugar que puede llamarse Monte Solo de los Halcones. En ese mismo momento, su hija Catalina se pinta, sin enterarse todavía de nada, los labios. Se los pinta de un rojo intenso, brillante, en su casa de Buenos Aires, despacito, delineando los bordes en forma de corazón, como si fuera un mapa, frente a un espejo.



NOTAS:

- El paso de Julio G. Koslowsky por la región fue fundamental para nuestro país. Con su exploración del territorio y, luego, con su presencia, obtuvo una importante franja de tierra para la Argentina en 1902.

- Entre 1896 y 1902, los integrantes de las comisiones para la demarcación de los límites con Chile denominaron Ruta Koslowsky a la huella que nacía en la cordillera de Los Andes y se extendía, en línea recta, hacia la costa de Rada Tilly (hoy Comodoro Rivadavia). 


- Los valiosos trabajos que dejó escritos contribuyen al conocimiento de la fauna americana y desentrañan diversos aspectos etnológicos de tribus aborígenes del Brasil, Bolivia y la Patagonia.


(*) Del libro "180 Sur" (Biografías en Patagonia) - Ed. Umbrales - Buenos Aires - 2010



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jueves, 27 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY




Al sur del sur (*)

por Sandra Pien






Obra de arte es poder ver
este cielo estrellado
del Hemisferio Sur.
Mientras gira
giro tratando de entender
mi lugar en esta historia
ver el cielo de un millón de años atrás
50 millones de galaxias en la imaginación
y sólo un puñado ante mis ojos.
Frente a tan generoso oficio y oficiante
irrumpen ríos de información contradictoria
altibajos de la dimensión humana.
Insisten
se empeñan en destruirnos
salina arena esclavista
en la que el espacio queda impotente al enterarse
de que el mundo está organizado así.
La buena globalización
hay una buena entre las millones de terribles
es ponerse las botas y salir a caminar el mundo
sin la protección de la ciudad.
Al sur del sur
es el rumbo necesario.




(*) Del libro "Mascarón de Proa" - Colección Enclaves - Edivérn SRL - Buenos Aires, 2002


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martes, 25 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY




               HIELO


Por Alfredo Ismael Lama (*)








No pierdas el río imaginario,

ni el sol, que alumbra con clemencia.

Un día ha de cubrirte negra sombra

y abarcará eternamente tu presencia.



No sigas las huellas de otros pasos

mirando el suelo en esa línea.

Tenemos otra luz que marca trazos

Y una diadema mental para ceñirla.



Abarca las sombras y las luces.

El mar, el aire y los cielos,

sé lágrima, grano o triste gota.



Complemento total sobre la tierra

donde el hombre triunfa o se derrota

con la misma lentitud que se derrite el hielo





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia




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jueves, 20 de octubre de 2011

LA NOTA DE HOY





Los tiempos cambian, pero la oveja sigue…



Por Fernando Coronato



Estos dos textos contrastantes abren la conclusión de un largo escrito que hice el año pasado sobre las ovejas en la Patagonia. Los párrafos no fueron escritos para gustar sino para enhebrar los diversos aspectos tratados en el estudio. 
No fueron escritos para gustar, pero me gustan, y quizás no sea yo el único que disfruta de todas estas imágenes. Por eso quiero compartirlas. 





1910

Un capón viejo, con los dientes gastados hasta la raíz por el pasto duro y polvoriento, después de haber sido esquilado por última vez por un chilote mal pagado, acaba de ser faenado en un frigorífico que humea sobre un pueblo de la costa. Su lana se amontonará en fardos de arpillera hindú, apilados sobre el pedregullo de la orilla hasta que los embarquen para Buenos Aires, primera escala en el viaje a Amberes. Todo lo que quede de su lana en la Patagonia será el cubre-tetera que teja la esposa del administrador de la estancia, en la galería vidriada de la vieja casa de chapa comprada por catálogo en Inglaterra. 





2010 

El corderito controlado genéticamente nació poco después que su madre fuera esquilada. Es hijo de un carnero australiano cuyo semen congelado llegó a la Patagonia en el vuelo transpolar. La condición del campo donde lo harán pastar, un terreno reclamado por grupos indigenistas en la televisión, será monitoreada por satélite. Si tuviera alguna carencia alimentaria, será paliada mediante suplementos, cuestión de que su lana ultra fina llegue al lavadero de Trelew de acuerdo con las demandas que el comprador especificó en Internet. En Milán, el suéter tejido con su lana llevará la etiqueta “orgánico” y un nombre con sonoridades mapuches. La vieja casa de chapa ahora es sitio histórico. 
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