DOS POEMAS DE RAÚL ENTRAIGAS
“KEROSENE...”
Por Raúl
Entraigas (*)
de mil novecientos siete.
y Dios les dio algo más fuerte...
oculta detrás del Chenque.
para aquel trépano enclenque.
- Bendíganos, Padre Cura,
a ver si tenemos suerte...-
roció el pozo incontinente,
Tornó a bramar el taladro
y el Dios que tan fácilmente
trocara el agua en buen vino
y humeante de puro alegre.
Que llegara al Presidente:
“Buscando agua en Rada Tilly,
PETRÓLEO
Por Raúl
Entraigas (*)
Era un trece de diciembre. El misionero
sofrenó sus mulitas junto al mar.
- ¡No sale agua!... – dijo, hastiado, un buen
obrero -
Rece, Padre, pa que Dios la haga brotar.
Y arrojó el agua bendita el peregrino
y el Señor que hizo el milagro del Caná
vuelve ahora, pero ya no el agua en vino,
sino el agua en oro negro cambiará.
Desde entonces han cimbrado las correas
al compás del huracán del golfo avieso
y han danzado su alegría mil poleas
en el vértigo triunfante del progreso.
Desde entonces se ha elevado Comodoro
bajo el signo del trabajo y del tesón:
es el hijo más ilustre de aquel oro
negro ungido con la humilde emoción.
Ayer era el Cerro Chenque desolado,
hoy en día es el hervor de la ciudad,
hoy, las luces, el murmullo, el gozo izado
en el tope de una excelsa realidad.
El petróleo ha dado vida a las ciudades
y a los pobres su pacífico yantar;
ha poblado las hurañas soledades
y por él mil y un obrero tiene hogar.
Todo cambia, cuando brota burbujeante,
con sus humos de magnífico señor;
el petróleo hace de un páramo un pujante
pueblo henchido de inquietudes y vigor.
Alzó torres en la cima de la sierra
Y en el llano y en el valle y hontanar
y, cansado de correr sobre la tierra,
se ha adentrado con sus torres en el mar.
¡La dinámica! Mil émbolos voraces
van sorbiendo a los abismos su licor;
noche y día cabecean, pertinaces,
las excéntricas, hambrientas de labor.
No te olvides, urbe inquieta, alucinante,
de cuando eras Rada Tilly nada más:
que la choza de Belén es más radiante
que el palacio de Pilato o de Caifás...
¡Plegue al cielo que el petróleo de mi tierra
sea siempre nuestro dulce bienhechor:
que no encienda los fantasmas de la guerra,
sino lámparas votivas de amor...!
(*) Sacerdote salesiano y
escritor patagónico. De su poemario “Patagonia, región de la Aurora” (Editorial
Don Bosco, Bs As, 1959).
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