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viernes, 12 de enero de 2018

LA NOTA DE HOY

VAPOR "RÍO LIMAY"


MARINEROS DE AGUA DULCE

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





“Marinero de agua dulce”. Esta expresión se usa a veces en forma peyorativa. Sin embargo, en la Patagonia pueden recordarse avezados marinos para quienes la navegación fluvial fue parte importante de sus experiencias. El comandante Luis Piedra Buena, como maragato de ley, hizo sus primeras armas en el “Río de los Sauces”; según cuentan sus biógrafos Raul Entraigas en “Piedra Buena, caballero del mar”, Arnoldo Canclini en “Comandante Piedra Buena, su tierra y su tiempo” y Vicente Cimmino en “Piedra Buena. Un prócer desconocido y olvidado”. Y en el apogeo de su labor de custodio de la soberanía, amarra su buque en la isla Pavón; cuarenta kilómetros adentro del río Santa Cruz.

Surcar los cursos y los espejos de agua patagónicos siempre fue tentador para exploradores y pobladores; y la Literatura regional estuvo pronta a atestiguar estos esfuerzos. El río Negro fue el primero en ser navegado por Basilio Villarino en 1792, recuerda el escritor Jorge Castañeda en la nota “Los nautas del Río Negro”. Su diario de bitácora fue incluido por Pedro de Angelis en la “Colección de viages y expediciones à los campos de Buenos Aires y a las costas de Patagonia”.

Fundado el Fuerte de Carmen de Patagones, se transformó en un puerto notable para la región. Con el tiempo fue punto de partida para la segunda expedición que remontó el Curú Leuvú: la de Nicolás Descalzi, en 1833, durante la campaña del brigadier Juan Manuel de Rosas. En la obra “La Armada en la conquista del desierto” describe esa proeza el historiador especializado Enrique González Lonzieme; quién cuenta también que años más tarde se asignó el vapor “Choele Choel” para el cabotaje del río.

Hacia 1872, lo reemplaza un nuevo buque, el “Río Negro”, a órdenes de Martín Guerrico. Durante la Campaña al Desierto de 1879, Guerrico acompaña a las tropas del General Roca con el barco a ruedas “Triunfo”. Luego de esa tarea arriba a la zona otro bajel, el “Río Neuquén”. Al mando del teniente coronel Erasmo Obligado, las tres naves apoyan las expediciones terrestres realizadas en 1880 y 1881. Siendo jefe de la flotilla el teniente Eduardo O´Connor, en 1883 llega por vía fluvial al lago Nahuel Huapi. Pero esa es otra historia, que se contará unos párrafos más adelante.

Para esta época, los buques mencionados formaban la “Escuadrilla del Río Negro”, con asiento en Carmen de Patagones. A esos vaporcitos se agrega luego el “Río Limay”; mientras que su gemelo, el “Teuco”, se anexa años más tarde. Los buques dieron gran ayuda durante la inundación de 1899. Y la saga siguió, como se verá luego…

El Colorado, río símbolo de la región, fue también reconocido en su delta por el piloto Villarino hacia 1780. Más tarde fue surcado con dos botes, en todo el trecho utilizable, por Guillermo Bathurst; marino inglés que acompañó la expedición de Rosas. Tenía similar misión respecto a este curso que la de Descalzi para el Negro. Limitado por su magro caudal, no tiene muchos antecedentes náuticos más.

Pero el correntoso Santa Cruz sí permitió la navegación. Fue remontado por primera vez en 1834 por el almirante Fitz Roy, sin alcanzar el lago donde nace, con tres balleneras de la fragata “Beagle”. En 1873, el teniente de marina Valentín Feilberg, a bordo de una chalupa de la goleta “Chubut”, llegó hasta su naciente. En 1877, el perito Francisco Moreno realizó el viaje en una falúa, junto con el teniente Carlos Moyano; y reconoció, y bautizó, al lago Argentino. Luego de varios estudios hidrológicos, en 1938 y 1941 Eugenio Richard hizo sendos viajes desde Buenos Aires hasta el lago, en las motonaves “Santa Cruz” y “La Soberana”.

Por su escasa profundidad, el río Gallegos es poco utilizable. Sin embargo, tiene un puerto en la ciudad, treinta kilómetros dentro de la ría; donde a principios de la década del 50 comenzó a embarcarse el carbón de Río Turbio. Dado que la diferencia de mareas hacía necesario varar para poder cargar, lo operaban buques de tipo especial. Entre ellos se puede nombrar las naves “Teniente de Navío Del Castillo”, “Río Turbio”, “Río Gallegos”, “Capitán Panigadi”, “San Nicolás”; y el remolcador “Enrique”, abandonado en la costa desde 1983.

Respecto al río Chubut, si bien el pecio surto años atrás bajo el Puente del Poeta testimoniaba algún intento de empleo comercial, su uso fue recreativo. Así lo evidenciaron las recordadas “carreras de balsas” de los 70´ en su tramo inferior. Tal faceta deportiva tiene su antecedente en una excursión que en el verano de 1959 / 1960, unió El Maitén con Puerto Rawson. A bordo de las canoas “Tammy” y “Trapial Leufú” iban Elvio Hughes, Roberto Martínez Fidel Russ y Néstor Linder Jones. Éste último escribió el diario de viaje, publicado más tarde, junto con algunos relatos y poemas, por Julieta Prada; con el nombre de “Remando sueños”.

Otro pionero del remo en el sur fue Werner Schad; quien recorrió muchos de los cauces patagónicos. Entre 1980 y 1992 describió sus experiencias en los libros “Cruzando los Andes en canoa”, “En canoa por ríos patagónicos”, “Los ríos más australes de la tierra” y “Por ríos y rápidos de la Patagonia”.

Por su lado, casi todos los grandes lagos de la Patagonia posibilitaron la navegación. El que muestra una historia náutica más abundante es el Nahuel Huapi; a partir del arribo al lago de O´Connor con su lancha “Modesta Victoria”; cuya gesta narra Juan Lucio Almeida en la obra “Modesta Victoria”. Luego vinieron los vapores “Cóndor” y “Patagonia”; y más tarde la célebre motonave “Modesta Victoria”, construida en 1937 por encargo de la Dirección de Parques Nacionales. Uno de sus capitanes, Carlos Ariel Solari, relató la crónica de las naves homónimas en "Las Modestas del Nahuel Huapi".

El escritor de Río Gallegos Carlos Beecher, describe el barco “Andes”, de Ulrick Clasen, que desde los años 20´ navegó el lago Buenos Aires y su continuación en Chile, el General Carrera. La autora chilena Danka Ivanoff Wellmann rescata en su libro “Lago General Carrera. Temporales de sueños” la crónica de la embarcación. Otra nave empleada allí fue la lancha de hierro a vapor exhibida en Perito Moreno; usada por José Pallavicini, auxiliar de la Comisión de Límites en 1897 y 1898. Menciona la nave Andreas Madsen en el libro "Bocetos de la Patagonia Vieja"; y su historia figura en la serie de notas “Arqueología marítima en el lago Buenos Aires” de Guido Andrés Seidel.

Por su parte el majestuoso lago Argentino, recorrido por primera vez por el perito Moreno, es objeto en la actualidad del turismo acuático. Desde esta visión literaria se debe recordar la presencia de un barco de ficción: el vaporcito “Augusto”, con el que el pionero Martín Arteche lleva las ovejas y vituallas hasta su estancia “Los Témpanos”; en la novela “Lago Argentino” de Julio Goyanarte.

El último registro de la presencia significativa de medios navales en el río Negro es de 1910. Ese año se retiran los buques que componían la escuadra para ser destinados a los caudalosos ríos de la Mesopotamia; salvo el Teuco, que sigue prestando servicios en la zona un tiempo más. Era su momento de mayor esplendor, ya que contaba con seis navíos; incluyendo tres modernos barcos incorporados hacia 1900. ¿Sabe por ventura el lector como se llamaban esas naves? No, no llevaban el nombre de “Presidente Roca”, quien a la sazón gobernaba el país en el momento de su compra, ni de algunos de sus familiares o de miembros del gabinete. Se llamaban “Namuncurá”, “Sayhueque” e “Inacayal”; en homenaje a tres de los bravos caciques con los que hasta pocos años atrás se habían mantenido violentos enfrentamientos.




Nota: las notas “Arqueología marítima en el lago Buenos Aires” de Guido Andrés Seidel están publicadas en la página web “Historia y Arqueología Marítima” (http://www.histarmar.com.ar). Carlos Beecher publica sus artículos en el diario “La Opinión Austral” de Río Gallegos. La nota “Los nautas del Río Negro” de Jorge Castañeda fue publicada en el diario “Río Negro”.

lunes, 8 de enero de 2018

EL POEMA DE HOY




PERDÓN

Por Ada “Negrita” Ortiz Ochoa (*)




Perdón
por no doblegarme
y seguir de pie soportando.
Por no saber
de renuncias ni cansancios
Perdón, por ser fuerte…
a pesar
de los golpes recibidos
a pesar
del tiempo atormentado.
Perdón
por no quedarme de rodillas
por saber resurgir de las cenizas.
por lamer
como los perros mis heridas.
Perdón
por caer y levantarme
sin odios ni rencores.
Perdón por ser fuerte.




(*) Escritora de Sierra Grande. El poema es de la Antología de su libro “Esperá que te cuento II. Sueño Patagónico” (Edición del autor, Sierra Grande, 2006).



martes, 2 de enero de 2018

EL POEMA DE HOY



Esencia de tilo


por Olga Starzak



Esencia de tilo que impregna la atmósfera de sutil presencia
de cándida luz
de serena espera.
Atenúa el latido, entibia mi cuerpo, seduce y asedia.
Líquido espeso que en gotas gordas asume el silencio
y ofrece sosiego.
Al calor de las velas renueva su aliento
envuelve el recinto con su aroma pleno.
Aroma de tilo, aroma de tiento.
Lábiles emergen los efluvios de su natura.
Licor acuoso, pasta verde, hierba macerada.
Estregados por las manos del artesano
vibrando en la cuenca de aquella vasija
mil pedazos de pétalos suaves ahogaron su llanto.
Poco antes de que en  brotes verdosos fueran hoja y nervadura.
Fueran tallo.
Y flor blanca.



domingo, 24 de diciembre de 2017

LA NOTA DE HOY




NAVIDAD PATAGÓNICA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





“Cuando Mr Frogdner dijo: Bueno, así que mañana es Navidad! –el campamento pareció callarse…” Así comienza Andreas Madsen su relato “Mi primera Navidad en la Patagonia”, incluido en el volumen “Relatos nuevos de la Patagonia Vieja”. El campamento mencionado era el vivac de la comisión demarcadora del límite entre Argentina y Chile a cargo de Ludovico Von Platen; próximo al Lago Argentino, a fines del año 1901. Allí acampaban seis daneses, un alemán, un francés y un noruego. En las cercanías lo hacían cuatro galeses, a cargo de los carros que habían traído a los expedicionarios desde el Valle del Chubut.

Se despertó así entre estos hombre la idea de celebrar esa rara Navidad “sin nieve, trineos y tintineos de campanillas”, como dice uno de ellos. Cortaron un calafate a guisa de arbolito de Navidad; y lo adornaron con tiras de papel metalizado de los paquetes de tabaco, banderas de sus países pintadas a lápiz sobre cartón y trozos de velas. Esa noche, Von Platen invitó a los galeses a unirse al festejo. Sigue la crónica:

“Después de cenar nos sentamos a conversar y a esperar que obscureciera lo suficiente para sacar el árbol y encender las velas. Finalmente llegó el gran momento. Lo transportamos con cuidado… y encendimos las velas. Los galeses abrieron grandes los ojos, parecían totalmente confundidos, estoy seguro de que ascendimos mucho en su respeto. Los galeses son gente sólida y seria, que saben respetar y atesorar las tradiciones y el respeto a Dios. Hubo un gran silencio en el campamento (…) Entonces Frodgner comenzó a cantar despacito “Julen har bragt versignet bud” (“La Navidad ha traído un mensaje bendito”), y de pronto sonó con fuerza el conocido salmo navideño en la tranquila noche patagónica…”

“… Los galeses canturreaban la música, ya que no conocían las palabras… Von Platen les preguntó sino querían entonar uno de sus himnos navideños, y ello cantaron en galés. No comprendíamos nada, pero nos quedamos sentados como encantados, oyendo su hermoso canto, algo melancólico… Por último cantamos “Glade jul, dejlige jul” (“Noche de paz”, en danés)… Von Platen se levantó y dijo, muy despacio, - “Buenas noches y Feliz Navidad” y cada uno de nosotros se dirigió en silencio a su carpa…”

Madsen no es el único autor que trae el recuerdo de la Navidad a la Literatura Patagónica. Ese gran escritor y estudioso que fue Gregorio Álvarez, en su excelente obra “El tronco de oro”, habla de las tradiciones navideñas en la cordillera neuquina en los primeros años del siglo XX:

“… llama la atención el que no se acostumbre a festejar la Nochebuena entre la gente de campo, ni la víspera de Año Nuevo. En cambio lo hace con mucho entusiasmo los días marcados en el almanaque como de Navidad, Año Nuevo y Reyes. Los festejos revisten distinta modalidad según se trate de los pueblos, o del medio rural. En los primeros, la fiesta empieza con la misa del Gallo, celebrada a las 24 horas del día 24 de diciembre, para proseguirla al día siguiente con la Misa de Navidad. Después… la gente regresa a sus hogares donde les espera una buena taza de chocolate acompañada generalmente con tabletas (alfajores) y lulos (bizcochos caseros). En el campo, donde no existen templos, la gente se desplaza a caballo hasta las casas de parientes y amigos para saludarles … En las iglesias y capillas de pueblos de cordillera se prepara el pesebre de rigor o “nacimiento” con las efigies del Niño Jesús, Virgen María, San José, ángeles, pastores, reyes magos, un asno y un buey…"

Álvarez describe que el día de Navidad se acostumbra entonar “el canto llamado Las Alabanzas, con versículos apropiados para la Navidad, llamados Villancicos en otras partes…”. Y da algunos ejemplos:

En el monte de Belén / hacen fuego los pastores
para calentar al Niño / que ha nacido entre la flores.

Del tronco nace la rama / Y de la rama la flor
De la flor nació María / Y de María el Señor.

Un escritor que se ha inspirado en el ambiente navideño, fue el rionegrino Pascual Marrazzo; quien escribió una serie de relatos breves alusivos a “las Navidades”; como “El hombre de la bolsa”:

“Era Noche Buena y el hombre tenía aspecto de sombra, sólo los ojos le brillaban y le daban un tinte humano. Los niños corrían cuando él deseaba acercarse, arrastrando una bolsa. ¡El hombre de la bolsa! Gritaban… convencidos de que era una negra bestia que quería capturarlos. El hombre de la bolsa (por llamarlo de alguna forma) viendo que con su figura ancha y torpe para caminar no conseguiría… superar a los chicos, se confundió en la noche rumbo al río. Cuando llegó a la orilla… se metió en el agua y lavó sus ropas y su cuerpo. Al cabo de dos horas renovaba su andar totalmente seco y limpio, su barba lucía como la nieve y su atuendo como la capa de un torero. Los niños ya no estaban en las calles, así que eligió golpear las puertas, pues, de las chimeneas, ni le hablen.”

Para finalizar este sobrevuelo sobre la Navidad en la Patagonia, dos voces del Chubut; las dos gaimenses. Rubén Ferrari recuerda el sentido profundo de la fecha en su poema “Al hombre de todas las edades”:

No me cierres esta noche / las dos hojas labradas de tu acceso
y permite por hoy que mis andrajos / se acerquen hasta el lecho
de sedas imperiales de tus hijos. / Déjame que, sobre el sueño de ellos,
cuando las dos agujas del tiempo / se claven en las doce horas inmortales
de este veinticinco navideño, / me sienta un poco Cristo
y pueda mirarte / como Él lo hizo con Lázaro...

Yo luego me iré sin molestarte /con mis sueños de paz
y esta ternura / que no puede contener / mi pobre pecho.

En tanto en “Tiempo de verano de mi niñez”, Gwen Adeline Griffiths de Vives trae el recuerdo de una Navidad en el Gaiman de hace unos años; algunas de cuyas tradiciones se siguen manteniendo:

“Era Navidad la fiesta más ansiosamente esperada y me colocaba todos los años en la misma inquietante zozobra, ¿qué me traerá Santa Claus?... (…) Luego, en la mañana de Navidad aprendía mi ingenua inocencia la distancia que hay entre los sueños y la realidad, mas la alegría de posesión de un juguete nuevo aventaba cualquier atisbo de desilusión que hubiera podido despuntar. (…)

Presurosamente, transitaba la mañana, llena de sol de verano, en ocasiones oscurecido por grandes nubes grávidas de lluvia, que casi nunca descargaban pero alarmaban nuestro pensamiento que el más leve contratiempo maculara ese día tan esperado. La hora del almuerzo congregaba a la familia. Inolvidables comidas de Navidad donde reinaba omnipotente el pavo relleno al horno, cuya aparición, traído diligentemente por mi madre sobre una gran bandeja, provocaba el bullicio infantil. (…) 

Luego a la tarde, a la capilla a tomar el té, en largas mesas cubiertas de tortas de toda clase y tamaño… (…) Terminado el concierto regresábamos reunidos en pequeños grupos marchando con lentitud en la serena paz del anochecer, que se desplegaba sobre un horizonte de azules desleídos sobre fondos escarlatas.”

Estas palabras reflejan el espíritu de la Navidad: paz en los corazones, tranquilidad en las almas. En la Patagonia, como en todo el mundo, la serenidad se adueña de los espíritus; y la Literatura no es ajena a este sentimiento. ¿O habría que poner en pasado simple todos los verbos de este último párrafo?



lunes, 11 de diciembre de 2017

LIBROS DE AUTORES PATAGÓNICOS




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“ESCAPAR”, POR ANGELINA COVALSCHI (*)




En "Escapar", su última novela, Angelina Covalschi habla de la violencia. De la violencia a secas, sin aditamentos; de esa violencia que puede ser física o moral, o abarcar ambas dimensiones, propia de los individuos que actúan con saña y encono hacia otras personas, a quienes buscan deshumanizar para hacerlas objeto de sus caprichos y antojos.

"Escapar" habla de la violencia. Y de la obsesión. Y de la perturbación de los sentimientos y los pensamientos. También trata del deseo de dominación sobre el otro. Y del delirio religioso. Y de las pasiones físicas que obnubilan los sentidos y se transforman en relaciones perversas, enfermas. Y de la libido, que se presenta como un impulso latebroso, y no tanto, de la mayor parte de los episodios que se narran; y que constituye una incógnita sobre cuyo significado la autora indaga a lo largo de las páginas.

En síntesis, no es una de las creaciones más fáciles ni apacibles de Covalschi. Es un texto duro, áspero; no sólo por su lenguaje, que corta como un filo, sino por la profundidad de las ideas. Incursiona en el lado más obscuro del ser humano; en el lado que - a veces - permanece oculto, acechante detrás de una máscara de habitualidad que desaparece en forma súbita y deja lugar al tenebroso rostro de la maldad. Sin dudas, es un trabajo que muestra plenitud literaria; cuya calidad fue reconocida más allá de las fronteras nacionales, por la editorial española que lo publicó.

Luego de transitar la novelística a través de numerosos títulos incursionando en lo histórico y en lo intimista, como “Monsieur el rey” o “Celular”, “La novela de Borges” o “Las dunas”, la escritora ensaya esta obra donde se arriesga más que en ninguna otra; y que apuesta a encontrar los lectores que la interpreten. Rozando a veces la reflexión filosófica que se pregunta por el sentido de la vida,por la libertad, por la muerte, Colvaschi avanza por caminos que van más allá de la simple ficción. “La libertad es el aire”, dice Camila, el personaje principal que cuenta su vida en primera persona.  “No desaparece más. Es el aire que llevamos dentro. Nadie está completamente preso”.

Cabe aclarar, antes de continuar este comentario, que el argumento se basa en un hecho real. Pero Covalschi evita la mera crónica, y convierte el trance en un logro artístico. Desde este punto de vista, la narración no desarrolla un esquema secuencial; sino que progresa en base a raccontos sucesivos. Es como uno de esos juegos de tablero y dados, donde el participante avanza unas casillas y de repente retrocede a otras donde no estuvo antes, para conocer detalles inéditos de la historia. Y luego vuelve a moverse hacia adelante. Pese a estos vaivenes que matizan el relato, el lector se introduce junto con la protagonista en la escabrosa trama, en forma imperceptible; tal como se suceden los lances conducentes a la situación de locura que señala el clímax de la novela. Sin embargo, el quiebre argumental, el anticlímax, se mantiene tácito, se infiere, se intuye; pero sólo queda explícito en el último capítulo.

Uno de los recursos más interesantes que presenta Covalschi, es el contraste entre la acción de la naturaleza y la actividad humana. La naturaleza puede ser violenta, con sus huracanes, terremotos y volcanes, pero su ira no es motivada por la sevicia. En la imagen del cono de aluvión con que la montaña va formando otra montaña a su pie, se muestra su inexorable accionar, lento pero implacable. Su firmeza contrasta con la veleidad de las personas, sometidas al vendaval de las pasiones y, a veces, de los desvaríos. Día tras día, en sus caminatas por la playa, Camila ve crecer la cima y su progreso la hace reflexionar: “Todos los días me acerco a la montaña. Me comparo con la que está naciendo a los pies de la otra. Me necesita, precisa de mi amparo y del cariño del universo. Soy también una parte del universo. Tuve una historia de dolor y nacimiento, como ella”.

En esos momentos de calma espiritual y física, posteriores a su prisión y su tormento, surge otro acontecimiento que induce a la protagonista a volver a confiar en las personas: su relación con Edi, la anciana con la cual se identifica; y cuyas experiencias cubren una parte extensa del texto.

Al finalizar la nota con la cual introduce el libro, Covalschi, haciendo referencia a que sus palabras se basan en el testimonio verídico de la persona que vivió los eventos descriptos, dice: “La narración se ajusta al relato de la protagonista y aun con el riesgo de ser criticada decidí ser leal a mis lectores. Ustedes son ahora los dueños de emitir su respectivos juicios”. Sin dudas, a lo largo de toda la obra la escritora es leal con el lector; no oculta ni disimula nada. Sus ideas, sus pareceres, su visión del suceso narrado están ahí, sin tapujos ni embelecos. Este volumen espera ser abierto para que quien lo haga forme su opinión, lo rechace o lo acepte, lo ame o lo odie. No admite cortapisas. Pero, para emitir opinión, debe ser leído. El desafío que plantea la autora lo amerita.

J. E. L.V.




(*) “Escapar”. Covalschi, Angelina (Editorial Círculo Rojo, España, 2017).