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miércoles, 14 de marzo de 2018

LA NOTA DE HOY



OTRA DE PIRATAS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Con diez cañones por banda, / viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela / un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman, /por su bravura, el Temido”,
en todo mar conocido / del uno al otro confín.

(José de Espronceda, “La canción del pirata”)





Esta es otra nota de piratas. Y de bucaneros y filibusteros. Y de corsarios, que no es lo mismo; como ya se verá. Según es habitual en el blog, el artículo no trata sobre cualquier pirata; sino de aquellos que merodearon los mares de la Patagonia. Que los hubo, de verdad y de ficción.

¿Cómo diferenciar un corsario de un pirata? Ambos asaltaban naves mercantes y atacaban pueblos costeros. Sin embargo, el corso se hacía en el marco de una guerra entre naciones; con permiso de una de ellas, sólo sobre objetivos de la otra y respetando las normas de un incipiente “derecho de la guerra”. Los primeros corsarios que rondaron estas costas fueron los súbditos ingleses, en ese momento en conflicto con España, que contaban con patentes emitidas por sus soberanos. Los principales fueron Francis Drake, Thomas Cavendish y Richard Hawkins; quienes entre 1578 y 1594 transitaron frente a la Patagonia para cruzar al Pacífico y asolar las posesiones españolas en esa zona. De su paso por el lugar quedan unos topónimos, la huella de un ajusticiamiento y el rescate del poblador español de Puerto Hambre.

Años más tarde, desde 1600 a 1614, siguieron el rumbo varios corsarios holandeses, cuya nación se encontraba en armas contra la Corona hispana. Fueron esos navegantes Simón Cordes, Dirk Gerris Pomp, Oliver Van Noort y Joris Van Spielbergen. Pero luego, de 1667 a 1694, vinieron verdaderos filibusteros: los franceses Jean Baptiste de la Feuillade, Ravenau de Lussan, Massertie de la Marre y Jouhan de la Guilbaudière; y los ingleses Bartolomé Sharp, John Strong, John Eaton y Basil Ringrose. Eran piratas del Caribe que huían de la cruzada en su contra realizada por las autoridades de Jamaica; y buscaban seguir sus correrías en el Pacífico rodeando la América del Sur.

Las peripecias de esos navegantes se incorporaron a la Literatura en obras como “Exploradores y piratas en la América del Sur: historia de la aventura” de Ernesto Morales; prolífico escritor argentino conocido en estas páginas por su obra “La ciudad encantada de la Patagonia”. También escribió una biografía de Pedro Sarmiento de Gamboa, a quien en 1584 se encomendó construir dos fuertes, uno a cada lado del Estrecho de Magallanes, para detener a estos bandidos. Otra obra al respecto es “Bucaneros en el estrecho de Magallanes durante la segunda mitad del siglo XVII”, de Mateo Martinic Beros.

Para la Guerra de la Independencia Argentina, el gobierno patrio libró numerosas patentes de corso. Algunos de estos nautas incursionaron en los mares australes. Por ejemplo, en 1815 una flota al mando del almirante Guillermo Brown, formada por la fragata “Hércules”, el bergantín “Santísima Trinidad”, la corbeta “Halcón” –al mando de Hipólito Bouchard- y la goleta “Constitución”, atravesaron el paso de Drake en campaña corsaria, e hicieron una parada en el estrecho de Magallanes para reparar las averías sufridas por los navíos antes de seguir su expedición. Años más tarde Bouchard, en otra acción de corso, hizo flamear la bandera nacional en la ciudad de Monterrey, California, actual territorio de Estados Unidos; en ese momento parte del imperio español. Pero en ese viaje circunnavegó el globo hacia el Oriente, evitando el mar austral.

Con motivo de la Guerra contra el Imperio del Brasil, el gobierno de las Provincias Unidas dio nuevas patentes de corso. La presión enemiga sobre el Río de la Plata hizo que los corsarios se refugiaran en el puerto de Carmen de Patagones. Entre ellos se puede mencionar a los franceses Francisco Fourmantin y Pedro Dautant, los ingleses James Harris, John Thomas y Edmund Elsegood; y el galés James George Bynnon (que era corsario y no pirata, como un par de siglos antes habían sido sus compatriotas Henry “El Pirata” Morgan y Bartholomew Roberts). Los corsarios de Patagones fueron parte de la defensa de la plaza ante el ataque brasileño del 7 de marzo de 1827; que los tenía como objetivo.

Estas vicisitudes están narradas en libros al estilo de “En la estela del Corsario Elsegood” de Luciano Becerra; “El corso rioplatense” de Pablo Arguindeguy y Horacio Rodríguez; o el artículo “Guerra de corso contra Brasil” de Laurio Destefani. Es de particular interés la novela “Bouchard, el corsario”, del escritor Eros Nicola Siri, publicada en la recordada colección para jóvenes “Robin Hood”.

Hacia 1830, el jefe español en Chiloé, Antonio de Quintanilla, otorgó varias patentes de corso para atacar los buques chilenos en la región. Después desaparecen los corsarios y piratas, con o sin permiso oficial, de los mares sureños; hasta que en 1851 se produce el violento motín de Punta Arenas. Su cabecilla, Miguel José Cambiazo, subleva la plaza, fusila al gobernador y a otros pobladores; y captura dos buques en el puerto. Aduciendo apoyar un levantamiento político en Chile, se lanza a una navegación pirata que culmina frente al río Gallegos, donde su propia tripulación se insubordina, lo apresa y regresa para entregarlo a las autoridades chilenas. En su nave capitana, la Florida, enarbolaba una insignia color rojo con una calavera y dos tibias cruzadas y la leyenda (sic) “Conmigo no hai cuartel”. Armando Braun Menéndez narra este episodio en su obra "Cambiazo, el último pirata del Estrecho".

Pero no es el postrer bucanero de la región. Quizás influido por esta historia, en su novela "El faro del fin del mundo", ambientada en 1859, Julio Verne presenta al villano Kongre. Este antiguo filibustero devenido en “naufragador”, huido por sus fechorías de Punta Arenas, busca apoderarse de un buque para escapar de la isla de los Estados donde quedó confinado con su pandilla. Su intención es navegar el Pacífico y continuar sus correrías, secundado por el cruel Carcante. En la novela, Kongre comete mil felonías; pero se muestra mucho más cruel Yul Brynner cuando cubre su papel en la película de 1971 dirigida por Kevin Billington.

Y esa visión de crueldad y sevicia es más compatible con la verdad histórica. Lejos de ser los románticos caballeros del mar que pintan algunas ficciones, cuando actuaban como cuentapropistas –al contrario de lo que sucedía con los corsarios- los piratas eran verdaderos maleantes que aprovechaban la soledad de alta mar para atacar buques indefensos o el aislamiento de las poblaciones para asolarlas; actuando con brutalidad y sin miramientos con sus prisioneros. Sólo la distancia en el tiempo y las licencias poéticas permiten traer a esta época la figura de un bucanero heroico o pintoresco; como el que inmortalizó José de Espronceda a principios del siglo XIX. Por ejemplo, el que menciona Joan Manuel Serrat en "Una de piratas": 

Todos los piratas tienen / un temible bergantín,
con diez cañones por banda / y medio plano de un botín,
que enterraron a la orilla / de una playa en las Antillas.

O el de Joaquín Sabina, en "La del pirata cojo"; con cuya estrofa se termina esta filibustera evocación:

Pero si me dan a elegir / entre todas las vidas yo escojo / la del pirata cojo
con pata de palo, / con parche en el ojo, / con cara de malo,
el viejo truhán, capitán / de un barco que tuviera por bandera 
un par de tibias y una calavera.


jueves, 8 de marzo de 2018

EL POEMA DE HOY



Nostalgias



Por Olga Starzak




Anida en mis entrañas
el recuerdo.
Un te amo se funde en el eco
del recejo de este lago.
El veril atrapa las palabras
 y ansío que la profundidad las sepulte.

Son las mismas aguas donde intenté
desplegar el vuelo de mis sentimientos.

Las percibo tan frías que estremecen.
El peligro eriza.
Me subyuga su libertad.
Las siento tan mías como es mío
el secreto que les entrego.
Ya no puedo bucear en sus silencios.

     Un chucao se acerca a mis pies...
le ofrezco las migajas de mi cuerpo.
Retrocede y vuelve...
Vuelve y retrocede.
Sé que  lo he perdido  para siempre.
No volverá a  encontrarme
aunque lo intente.

Ahora es una orilla apacible, transparente.
Aquel veril ha quedado muy lejos.
Siento una mano tibia que me acaricia.
Su sonrisa perfecta me ilumina.
Y entonces comprendo, con nostalgia,
que es ahí tan próxima,
donde está toda mi vida.




sábado, 3 de marzo de 2018

EL POEMA DE HOY



SOMOS

Por Ezequiel Murphy (*)


Somos
un azar del universo
un capricho del destino
hijos de alguien
somos alguien
somos todo nuestro presente
todas las personas de nuestro presente
todas las de nuestro futuro y luego
somos también las de nuestro pasado. 

Somos en función del resto
a su vez somos el resto
Somos una construcción
Somos
Por todos nuestros antepasados
hasta los desconocidos
somos por nuestros padres
por nuestros hermanos y hermanas
somos por nuestro compañera y compañero
somos por nuestros hijos 
por nuestros amigos
por nuestros enemigos
(más que nada por ellos)

Somos todo lo que leemos y vemos
Somos una muchedumbre
Somos un mar de redes
Un río de huellas
propias y ajenas. 





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. Es profesor en Letras por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Docente universitario y de nivel secundario. Ha publicado cuentos y poesía en revistas digitales y en la antología: “Poetas y Narradores contemporáneos 2008” (Editorial Los Cuatro Vientos). Publicó el libro de cuentos y poesía “Boceto de un Prisma”; y el libro de poesías "Frixiones”. Obtuvo el premio 2013 del Fondo Editorial Provincial en la categoría cuento, con el libro “Costumbres de duendes y más mentiras”, publicado en el 2015. Participa en recitales de poesía y colabora como hacedor cultural en distintos eventos artísticos como el Encuentro del Libro Usado.


jueves, 22 de febrero de 2018

EL POEMA DE HOY





ESENCIAS

Por Eduardo Talero (*)






Hastiado de salones y jardines,
de besos y de rosas,
sin gusto ya para beber el vino
exprimido de viñas pecadoras;
¿sabes tú lo que ansío
después de tantas emociones rotas?
irme de peregrino
a un parque de quietud ensoñadora
donde silencio y paz a recibirme
salgan bajo la seda de su fronda.
-¿Qué haré allí? – me preguntas;
sin caricias, sin besos y sin rosas
sin el aroma de las manos blancas
y sin sabor de besos y de bocas.
- Principiar a vivir intensamente.
¿Ojos amados? Las estrellas solas.
¿Carne? La luz lunar; y en un frasquito
Labrado en el cristal de mis memorias
La esencia de la vida:
El éter de las añoranzas, y el aroma
Inefable del beso nunca dado
Que perfuma las alas de las flores.





(*) Escritor que vivió en Neuquén, donde escribió gran parte de su obra. Este poema es de su libro “La Zagala” de 1909; y fue tomado del libro “La Torre Talero: historias de vida del doctor Eduardo Talero Núñez y su Torre”, de Martha Ruth Talero de Passano (Editorial Bourel, Buenos Aires, 2013).






viernes, 16 de febrero de 2018

LA NOTA DE HOY




CABALLOS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives






El trío jinete, caballo y perro, constituye una figura insoslayable al hablar de la Patagonia. Alguien ajeno a la labor rural puede creer que es una imagen de tiempos idos; pero quien conoce la realidad de la vida en la meseta sabe que es tan habitual en estos días como lo fue siempre. Ya sea recorriendo alambrados, arreando algún piño o yendo de un puesto a otro, el hombre sobre su pingo acompañado de un cuzco ladero, a veces de varios, puede ser visto a la vera de las rutas regionales por cualquier automovilista que pasa raudo por el asfalto. Aunque la veloz máquina deja atrás pronto al centauro y su cancerbero, éste, al paso cansino o al galopón corto de su flete, seguirá existiendo; ajeno a la solipsista visión de la sociedad moderna.

       Como no puede ser de otra manera, la Literatura regional ha recogido tal simbiosis en forma reiterada. Desde estas páginas se habló varias veces del montado, ya sea arriero, baqueano, mensual, capataz o patrón del campo; o un gaucho más que recorre las extensiones yermas del sur. Merece el can dedicarle a futuro una nota exclusiva. Hoy es el turno de la cabalgadura, basamento de esa unión.

La historia ecuestre en la Patagonia comenzó con los aoni kenk. Diversas fuentes aseveran que a mediados del siglo XVIII los tehuelches contaban con caballos para el transporte y la caza. Sin embargo, no puede afirmarse, como dijeron Charles Darwin en “El viaje del Beagle” y George Musters en “Vida entre los Patagones”, que ya en 1580 se los haya visto en poder de los naturales que poblaban el Estrecho de Magallanes. En ningún momento Pedro Sarmiento de Gamboa, el navegante español citado como fuente original por los dos ingleses, registra en su “Relación” tal dato. Al contrario, en todos sus encuentros con los habitantes del lugar estos se desplazan a pie. Y en el interrogatorio al que las autoridades españolas de Lima someten a Tomé Hernández, sobreviviente de Puerto San Felipe —una de las dos ciudades fundadas por Sarmiento de Gamboa en el Estrecho—, rescatado por Tomás Cavendish luego de habitar tres años la región, la respuesta es clara:

Preguntado,: si los Indios andaban á caballo, y si los hai en aquella tierra? Dixo: Que siempre los vió á pie, y que no vido caballo ninguno.

Más adelante, a fines del primer tercio del siglo XIX, las rastrilladas del norte de la región fueron holladas por los cascos de los corceles que llevaban a las lanzas araucanas al malón. Buscando estas huellas llegó la caballería de Juan Manuel de Rosas, en su expedición de 1833. Al tiempo, en 1865, se asienta la Colonia Galesa del Chubut; donde el equino empieza a ser empleado en forma habitual. Más tarde, con las campañas del General Roca, ingresan a la región grandes tropillas; como “los blancos” del General Villegas. Vienen luego los exploradores, los pioneros, los comerciantes, los pobladores… y poco a poco el caballo se hizo parte del escenario sureño.

Así como hay caballos famosos en la Historia y las letras mundiales, los hay en la Patagonia. Uno de ellos es el “Malacara”; que salvó de la muerte a John Evans. El episodio, narrado por Clery Evans en el libro “John Daniel Evans el Molinero” en base a una crónica escrita por su antepasado, se resume en la frase que sobre la lápida de la tumba de la leal montura escribió su agradecido dueño:

Aquí yacen los restos de mi caballo Malacara que me salvó la vida en el ataque de los indios en el Valle de los Mártires 4-3-84 al regresarme de la cordillera.

También son conocidos “Gato” y “Mancha”, los dos criollos que llevó Aimé T. Tschiffely en su épica marcha entre Buenos Aires y Nueva York, de 1925 a 1928. Como es sabido, eran chubutenses; del sudoeste de la provincia, donde Emilio Solanet, mecenas de la raza criolla y quien se los brindó al suizo, los había comprado al cacique tehuelche Liempichún. El viajero narró su aventura en un libro, “El paseo de Tschiffely”. Años más tarde le siguió una versión para chicos, de la misma pluma, “Gato y Mancha cuentan su historia”, en la cual sus compañeros narran la travesía desde su punto de vista. Tschiffely es autor de varias obras más; alguna de ellas con temas patagónicas. En 1937 realizó un raid en automóvil entre Buenos Aires y Tierra del Fuego; que describió en la obra “Ese camino hacia el sur”. Fue también biógrafo del escritor e hijo de pioneros Lucas Bridges, en “El hombre de la bahía del Pájaro Carpintero”.

No puede dejar de citarse como célebre, aunque de ficción, al bravío "Pampero" del cacique Patoruzú; y su versión juvenil, "Pamperito", el potrillo que monta Patoruzito, oriundo de su estancia sureña.

Sin embargo, así como hay nombres notorios, existen una miríada de sufridos y anónimos fletes que forman parte de la historia patagónica. Desde aquellos que transportaron, por leguas y leguas, a próceres como el Perito Moreno o los que llevaron a los Rifleros de Fontana en su periplo; hasta los que en la actualidad son ensillados en las heladas madrugadas de invierno para conducir al peón a realizar sus faenas; y que en el verano soportan estoicos el calor y las sabandijas que se ceban en su sangre, mientras atados a una mata esperan pacientes que su amo termine de levantar un poste caído o cuerear una oveja muerta. También como el zaino del infausto padre primerizo de la canción “No me abandones ahora” de Hugo Giménez Agüero:
Apure zaino ese tranco / Mientras se vea la huella
Que me ha llegado el hijo mío / Y ha llegado el hijo de ella

O los pingos de la “Oda a tres arrieros muertos en la nieve”, de Luis Gasulla:

Tenían que ser muy hombres para venirse al tranco
cuando la vida exigía galopar sin freno bajo el cielo sureño,

Hay todavía otros caballos más en la Patagonia: los baguales que moran, o al menos moraban hasta hace unos años, en la Meseta de Somuncurá; símbolo de épocas que se pierden en la obscuridad de la Historia, cuando aún no se había formado la clásica tríada que dio lugar a esta nota. 

La imagen de esos cimarrones galopando por la meseta, genera distintas reflexiones. Una de ellas evoca la rapidez con que la naturaleza recupera el lugar perdido. El ralo barniz doméstico pronto se pierde y resurge, impetuoso, el estado salvaje. Otra idea, contraparte de la anterior, alude a cómo la humanidad se las ingenia – y lo hizo desde el principio de los siglos - para emplear los recursos que ofrece la creación y mejorar sus condiciones de vida. Fue lo que ocurrió, milenios atrás, con la conversión del brioso animal en un fiel colaborador; a cuyo lomo el ser humano se abrió camino, superando las distancias y acortando los tiempos que la geografía de un mundo en ese momento aun inconmensurable, imponía a su poquedad de criatura desnuda e indefensa.








Nota: Quiero dedicar este artículo a Jorge Gabriel "Rico" Robert, "mi tocayo", como solía llamarme. Mientras escribía la nota, pensaba que, dado el tema, a él le iba a gustar mucho leerla. Pero su fallecimiento llegó antes de terminarla. Tengo la esperanza de que pueda disfrutarla desde donde está ahora.