google5b980c9aeebc919d.html

martes, 29 de mayo de 2018

EL RELATO DE HOY




HABLANDO DE COSAS QUE VUELAN


Por Paulo Neo (*)



“Y sentía, que de algún modo, estaba trazando en el cielo un dibujo coherente y estético.” Mario Levrero




Lo bueno de una cabaña en medio del bosque es justamente eso: la desconexión total. No hay señal telefónica y nadie llamará intentando vender un plan nuevo o un seguro extra. No hay televisión y uno se ahorra eternas horas de zapping para encontrar alguna película decente o algún documental interesante. No hay internet, con lo cual uno no pierde tiempo revisando mails de empresas que ofrecen viajes imposibles o editoriales que recomiendan los libros del verano, ni nada de eso. Los grupos de wathsapp están verdaderamente silenciados y nadie más puede importunar con esas cadenas de mensajes cursis, ni ese tipo de cosas odiosas e inevitables. A quien diga que puede ser un poco aburrido le doy la razón, pero solo a medias: con algunos libros, café y alguna bebida espirituosa puedo asegurarles que el tiempo vuela. Sobre todo si uno tiene la manía de intentar escribir algún texto decoroso de vez en vez.

Hablando de cosas que vuelan, ¿han notado la cantidad de películas de terror o suspenso que suceden en un bosque? Mientras más profundo, cerrado y tenebroso, mucho mejor: el efecto se acentúa. Las escenas resultan más escabrosas y los desenlaces más trágicos, más espeluznantes. Pues bien, la cosa es que me desperté anoche a eso de las cuatro de la mañana y ya no pude dormir. No tuve mejor idea, para no despertar a mis hijos que dormían a pierna suelta, que llevarme una vela encendida y ponerme a leer en un claro del inmenso bosque que nos rodea. Apenas me alejé unos cincuenta metros de la cabaña, pero a excepción de mi pequeña candelilla, la oscuridad era absoluta. Con decir que apenas se distinguía la forma de los árboles a dos palmos de distancia. Me traía entre manos un ejemplar de “A paso de cangrejo” de Umberto Eco que había empezado en el colectivo de camino hacia acá. Al principio no hubo ningún problema, para que les miento. Me sentía a gusto y disfrutaba bastante la situación anómala pero licenciosa. Mientras se sucedían las páginas y me imbuía en los textos del gran catedrático y pensador italiano, fui percibiendo de a poco, que no estaba tan solo como creía. Desde la copa de los árboles, percibí el aleteo de aquello que intuí bestias de la noche. Movimientos más bien pesados, como de búhos o animales brincando de rama en rama. Atrás y a los lados se sucedían roces, pisadas, resquebrajar de varillas. Al sonido poco estridente de bandadas de pájaros se le sumó otra que nunca antes había escuchado: una voz extraña, creciente y palpitante como una gárgola emergiendo de una caverna. 

Tenía miedo, es verdad. Pero me resistía a dar por terminada la lectura y volver a la cabaña. En eso me encontraba, debatiendo conmigo mismo si continuar con aquella absurda resistencia o retornar a la cama a ver si el sueño llegaba, cuando una ligera brisa me sacudió. Nada violenta, de hecho, apenas perceptible. Pero suficiente para apagar la vela y lograr que mi corazón sufriera una parálisis. Y justo en ese preciso momento, lo sentí. Alguien, o más bien algo, como saberlo, me tocó la cara. Un leve rasguño, una simple rozadura en la oscuridad que minó todas mis defensas y me llevó al colapso, al ataque histérico y la corrida desesperada.

 Ya en la cabaña, prendí todas las luces, desperté a los niños con gritos angustiosos y cachetadas en las mejillas y encendí la vieja radio a pilas. Tapié como pude puertas y ventanas, y elevamos rezos, a voz en cuello, a todas las deidades que pudimos recordar. Cabe aclarar que nunca he sido muy creyente, pero como entenderán, toda ayuda posible era más que bienvenida. Cantamos canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe, oramos al gran Buda y recitamos algunos versos del Corán que recordaba de algún libro leído hace tiempo.

Por suerte, pronto amaneció y con la luz del sol lentamente se disiparon los temores. El corazón volvió a su ritmo normal y los niños incluso se reían un poco de la situación. En ese momento, recordé el libro de Eco tirado en el bosque. Se lo comenté a los niños y fuimos por él. Lo divisamos desde lejos ya que la tapa dura es casi verde y las letras blancas sobre una ilustración rojiza. Cerca de él, uno de esos frutos que se conocen como piñas. En fin, ¿acaso han notado la cantidad de películas de terror o suspenso que suceden en un bosque? 




(*) Escritor de Río Gallegos. Relato tomado de su página web.




lunes, 21 de mayo de 2018

RESEÑA DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO




"LA SANTA CRUZ DE HIELO", DE LUIS FERRARASSI Y ANDRES BERÓN (*)




"La Santa Cruz de Hielo", novela gráfica de Luis Eduardo Ferrarassi y Andrés Esteban Berón, avanza con el ritmo vertiginoso de un guión cinematográfico. Desde la primera página hasta la última, se encadenan -o desencadenan- una serie de hechos que dan lugar a un relato ameno y ágil. Sin embargo, su contenido no es solo de acción; ya que también hay espacio para la reflexión sobre temas como el heroísmo, el valor físico y moral, y la camaradería - esa variante de la amistad forjada en la fragua del peligro mortal.

Incursionando en el género de ciencia ficción, aunque con el agregado de algunos ribetes de fantasía, la obra está dirigida a un público joven -coincidente con la edad de los protagonistas-, que decodificará sin hesitación el mensaje escrito en clave de distopía post moderna. La búsqueda que emprenden Alma y Jacobo de ese "Santo Grial" sobre el cual no conocen mucho y del que apenas tienen vagos indicios, en el marco de una Patagonia apocalíptica, carente de agua e invadida por un siniestro enemigo, se presta para presentar tópicos vigentes en la actualidad; que la pluma extrapola a un sombrío futuro más o menos cercano.

Predomina a lo largo del libro lo visual, la imagen casi fílmica, muchas veces conjurada en la imaginación de quién la percibe a través de las descripciones escritas; y en otras oportunidades explicitada en las ilustraciones. De estas escenas de película se quieren rescatar, a modo de ejemplo, tres momentos en particular:

El primero es el encuentro de los protagonistas con "Quique", una conocida figura de la mitología urbana riogalleguense; a quien Ferrarassi ya transformó en el personaje principal de un cuento redactado hace cierto tiempo. El lector puede imaginar en las expresivas frases que refieren la singular reunión, cómo "Quique", que en la novela había vivido en Río Gallegos en el rol de un habitante de las calles, aparece ahora redivivo en su verdadera dimensión espiritual.

Otra situación concebida como una representación casi dibujada, y tal vez una de las partes más logradas de la obra, es el enfrentamiento entre el grupo que resiste la ocupación y el ejército invasor. Quien lo describe ha profundizado bien en las circunstancias que presenta un cuadro de esas características; con personas normales -quienes incluso pueden tener en su existencia habitual un comportamiento reprochable o desapacible- transformadas en héroes para defender sus creencias y sus principios, por los que están dispuestos a dar la vida (porque el héroe es héroe por eso: por superar las flaquezas de la condición humana, como el temor, la indecisión, el hedonismo; y ofrendarse por una causa). También las descripciones de la previa exigencia de rendición por parte de quienes saben bien que su superioridad numérica va a hacer vano el esfuerzo del oponente y dan una última chance; del súbito inicio del combate y su breve, violento y ruidoso desarrollo; y del contraste con el silencio posterior, pintan en forma notable como puede ser vista y sentida en la realidad una refriega como ésta.

La tercera escena que muestra la creatividad de los autores, es hacia el final del texto cuando, cercanos al tiempo límite y próximos al escondite del talismán que persiguen, la joven imbuida de una misión incomprensible aun para ella misma, cuya pulsión no puede refrenar, y el ciborg aferrado a una imagen cada vez más esquiva en la pantalla de su celular, sufren las distorsiones de espacio y tiempo que generan un cambiante escenario policromo y evanescente; cuya apariencia fluctúa en forma aleatoria e impredecible.

Esta novela, ejemplo de una variante literaria poco presente en la Literatura Patagónica, fue una de las reconocidas por un destacado jurado para representar a la Provincia de Santa Cruz en la 44 Feria Internacional de Libro de Buenos Aires; merecido honor que ojalá abra a los dos autores las puertas de un público más numeroso. Es de esperar, además, que la díada que ha combinado con tanta habilidad palabra e imagen, esté haciendo planes para repetir su experiencia; y lograr una nueva creación que, como ésta, asegure al lector momentos de grato entretenimiento.





(*) "La Santa Cruz de Hielo", de Luis Eduardo Ferrarassi y Andrés Esteban Berón (Edición del autor, Río Gallegos, 2017).




sábado, 19 de mayo de 2018

LA NOTA DE HOY


John Thomas Jones



LA CASA DEL RIFLERO


En 2004 Verónica y yo viajamos a Gales para el lanzamiento de la novela “Y Gaucho o´r Ffos Halen” (“El Riflero de Ffos Halen"), que había sido traducida al galés por el reconocido escritor y dramaturgo Gareth Miles y publicada con el auspicio del Consejo del Libro de Gales (Cyngor Llyfrau Cymru).

Ese viaje nos dio ocasión de visitar las casas de algunos de nuestros antepasados. Fueron experiencias muy emotivas. Hoy relataré la referida a mi bisabuelo John Thomas Jones. Él había emigrado a la Patagonia en 1874 y años más tarde, ya radicado en la colonia, al tener noticia de la expedición en ciernes hacia los Andes, decidió alistarse en la Compañía de Rifleros encabezada por Luis Jorge Fontana. 

Según nuestra información, su casa estaba en Ynis Môn (Isla de Anglesey, para los ingleses), cerca de Llandonna. El dato adicional era que se la conocía con el nombre de “Ffynnon oer” (manantial frío). Gracias a eso y a la generosidad de Ivonne Owen, que nos trasladó en su auto hacia la isla para efectuar la búsqueda, tuvimos la fortuna de encontrar la vivienda y ser recibidos por sus actuales dueños, un arquitecto inglés y su familia. Milagrosamente, la construcción de piedra con techo de pizarra se mantenía en pie después de más de 150 años. Recuerdo que lloviznaba y mis mejillas también estaban húmedas.

Ellos nos permitieron acceder al interior y allí pude ver el gran hogar en torno al cual se congregaba la familia para cocinar, compartir las tertulias y abrigarse del frío. También nos dejaron visitar los pequeños dormitorios en la parte superior. Todavía no me había repuesto de la emoción y ya nos disponíamos a irnos cuando el arquitecto me preguntó: “¿Quiere ver el manantial?” y sin esperar respuesta nos condujo hacia atrás de la casa, donde fluía un ojo de agua que se deslizaba por una pequeña zanja natural hasta el borde del risco, para desaguar finalmente sobre la playa. Sobre el alto barranco podía verse, en la orilla opuesta, la lejana costa irlandesa. Desde ese paraje galés había partido hacia América el futuro riflero.

Jamás olvidaré esos momentos. Ese mismo día traté de cristalizarlos en el poema que aquí acompaño.






FFYNNON OER (*)

A mi bisabuelo John Thomas Jones


En “Ffynnon Oer” llovía
esta mañana
cuando le devolví tus pasos
de viajero.
Pude reconocer la casa
al borde del peñasco, 
la permanencia intacta de los muros
de tu solar primero.  
Centelleaba el rocío en las pizarras
del milagroso techo.

Al ingresar, 
vi el gran fogón de piedras cenicientas,
la viga transversal
de sólido madero.
Te imaginé sentado
en la penumbra
frente a los crepitantes leños,
soñando con distancias imposibles
más allá del estrecho.

Tu vieja casa aún está de pie
sobre el rellano.
En el traspatio 
el frío manantial sigue fluyendo 
en callado reguero, 
mientras desliza sus aguas hasta el risco
para llorar tu nombre
tan lejano.

En “Ffynnon Oer” llovía esa mañana
cuando le regresé tus pasos
de viajero
y en la capilla vieja de Llanddona
un coro silencioso
cantaba tu destino
de riflero.



(*) “Manantial frío”




Carlos Dante Ferrari

domingo, 13 de mayo de 2018

LA NOTA DE HOY




PIONERO DE LA CIENCIA FICCIÓN Y POETA DE LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Eduardo Ladislao Holmberg fue un típico exponente de esa generación que a fines del siglo XIX y principios del XX brilló en el panorama nacional. Al igual que Clemente Onelli, quien lo sucedió en el cargo de Director del Zoológico de Buenos Aires en 1903, cultivó la acción y el pensamiento. Además de explorar las regiones apartadas del país con una visión científica, dedicó parte de su tiempo a la Literatura; no sólo para plasmar sus investigaciones sino para incursionar en el terreno de la ficción. Porque a su múltiple actividad pública y académica, Holmberg agrega el mérito de ser el primer escritor de ciencia ficción del país y uno de los pioneros de la narrativa policial.

El principal título que lo convierte en precursor de la fantasía científica nacional, es “Kalibang y los autómatas”; un cuento que figura en muchas antologías del género. Pero tiene otros, como “El viaje del maravilloso del Señor Nic-Nac” o “Dos partidos en lucha”. Menos conocida es su intervención en la novela colectiva “El paraguas misterioso”, junto con Roberto Payró, José Ingenieros, Gregorio de Laferrere y varias notorias plumas más. En la ficción policial, puede citarse su cuento “La bolsa de huesos” y la nouvelle “La casa endiablada”; que pertenece a esas obras donde la pesquisa sobre el crimen entrelaza la solución detectivesca tradicional con una más fantástica.

Esta variante del género policial fue ensayada por Arthur Conan Doyle en "El sabueso de los Baskerville" y por Michael Burt en su tríptico "El caso de las trompetas celestiales", "El caso del jesuita sonriente" y "El caso de la joven alocada"; aunque el primero se vuelca a la explicación natural, en tanto el segundo lo hace hacia la sobrenatural. Si bien Holmberg es más de la escuela de Sherlock Holmes y tiende a una solución mundana; ciertos aspectos del caso quedan en una zona intermedia.

Pero no se agotó aquí la expresión literaria de Holmberg por cuanto, para reflejar sus estudios, redactó más de ciento ochenta trabajos, desde notas a libros de texto; entre los que pueden mencionarse “Arácnidos Argentinos”, “La fauna y la flora”, “Botánica elemental” y “El joven coleccionista de historia natural”. También incursionó en la poesía; de lo que se hablará más adelante.

¿Cuál es la relación entre este escritor y la Patagonia? Hay dos de sus obras que lo unen a la región. De hecho, su primera creación literaria es una crónica de la expedición que realizó al Río Negro en 1872, mientras aún cursaba la carrera de medicina, a la que llama “Viajes por la Patagonia”. Aunque confiesa que hizo la excursión por simple curiosidad, admite que el viaje le había mostrado su “vocación hereditaria” y su “impulso congénito” para estar en contacto con la naturaleza. Ello recuerda al típico erudito decimonónico, que no permanecía en el gabinete sino que salía en persona a buscar sus especímenes en lugares exóticos; cuyo arquetipo es el “profesor Challenger” de Conan Doyle.

Holmberg escribe al menos una vez más sobre aspectos científicos de la Patagonia; en la contribución al estudio de los arácnidos colectados por Adolfo Doering, a cargo de los temas zoológicos y geológicos de la campaña al desierto del General Julio Argentino Roca en el año 1879. Tal trabajo figura en el “Informe Oficial de la Comisión Científica agregada al Estado Mayor General”.

La segunda obra de fuste en la que Holmberg refiere estas tierras australes, es el poema largo “Lin Calel”; publicado en 1910 en homenaje al Centenario. La acción se inicia a principios de 1810 en Neuquén, tierra de los pehuenches, cuando su cacique Auca Lonco convoca a un Viñatúm. Asistirán otras etnias, como los picunches, los rankilches, los puelches, los guerreros del Arauco allende las montañas; y también

Vendrán, pero del Sur, de las distantes / comarcas que al Estrecho más se acercan.
los fornidos Tehuelches que fabrican, / cosiendo con maestría varias piezas,
los mejores killangos de guanaco, / de avestruz y de zorros de la Sierra
con abundantes y lustrosos pelos / que por la luz oblicua se platean,
excelentes abrigos, en regiones / donde la nieve se levanta espesa.

Durante el parlamento, la machi Parnopé augura a Auca Lonco que ensalzará su posición casándose con Lin Calel, la bella hija del jefe pampa Tromén Curá y una cautiva. Ante tal designio, el cacique manda al guerrero Reukenam para que, previo acordar con el padre, traiga a la futura reina. Pero el enviado se enamora de Lin Calel y ésta le corresponde. Sin embargo, leal a su soberano, cumple con la misión de llevar la mujer a los toldos neuquinos. Advirtiendo que los siguen una tropa de cristianos, Reukenam deja una partida a cargo de su segundo. Esto provoca la ira de Auca Lonco; quien lo acusa de cobarde, reniega de Lin Calel y sale con sus lanzas a enfrentar a los blancos. Viéndose en ese trance, los enamorados deciden huir a Chile cruzando los Andes. En tanto, Auca Lonco encuentra que los cristianos vienen en son de paz y que entre ellos está la madre de Lin Calel. Regresan juntos al aduar. Al llegar, el mandamás se enfurece al conocer la fuga de Reukenam; y conmina a todos, cristianos y pehuenches, a detenerlo. El 25 de mayo alcanzan a los fugitivos; quienes los observan desde una altura. Lin Calel ve a su madre entre los perseguidores, la llama a gritos y se declara cristiana; ante lo que Reukenam, perdida su esperanza, se arroja al abismo y muere.

Sobre este poema se basa la ópera homónima que, con música de Arnaldo D´Esposito y libreto de Víctor Mercante, se estrenó en el Teatro Colón en el año 1941. Ha sido vuelta a representar un par de veces más; incluso hace pocos años con motivo del Bicentenario.

Más allá de su inclusión en el ámbito de la Literatura Patagónica ampliada, hay otro punto sobre las letras de Holmberg que quiere rescatar esta nota: el ejemplo que el autor representa de aquellos escritores que unen el Arte literario con la ciencia. En él coexistieron esas dos dimensiones de la creatividad humana; como sucedió con Arthur Clarke, Isaac Asimov y Carl Sagan. No es raro, entonces, que los cuatro hayan sido cultores de la ciencia ficción. Lo extraño es que habiendo escrito Holmberg sus obras en las postrimerías del siglo XIX, varios años antes que los otros, no tenga en el país el reconocimiento que merece como uno de los pioneros universales del género. Será por eso de que "nadie es profeta en su tierra".


miércoles, 9 de mayo de 2018

EL RELATO DE HOY




LA QUIMERA DEL ORO EN CABO VÍRGENES


Por Sergio Pellizza (*)




Las altas presiones reinantes en los cuatro horizontes habían inmovilizado el viento convirtiéndolo solo en una masa de aire quieta. Sobre el Chaltén lo que había quedado de un viento del oeste charlaba intrascendencias como siempre lo hacía con el monte sagrado. Este aire decía: -Sé que es aburrido Chaltén, pero al no poder moverme no tengo novedades para contarte. 

-No durará mucho-, contestó el monte. Mientras esperamos a que te muevas… -¿Te acuerdas del naufragio del vapor francés Artique? En 1884, tiempos humanos.  No embocó la entrada del Estrecho de Magallanes y quedo varado en un banco frente a Cabo Vírgenes por la niebla?...

-Sí que me acuerdo -dijo el aire quieto-. Interesante historia para recordar y pasar el tiempo esperando que la bendita temperatura haga lo suyo y me permita moverme, dando espacio a la entrada de bajas presiones que me permitan moverme. 

-Según recuerdo -dijo el monte-, el vapor encallado Artique después de ver que no podía ser rescatado, tomaron la mercadería que aun podía servir y lo abandonaron. El buque terminó siendo saqueado de todo lo que podía ser útil. Uno de los últimos en llegar fue el cazador tehuelche Lukache, hijo del cacique Foyel y una cautiva cristiana. 

Así fue -dijo el aire quieto-, menuda desilusión de Lukache, al ver que las cosas que pudo juntar excavando en la arena, carecían de valor alguno para vender; Cuando de pronto vio brillar algo entre el  pedregullo, multitud de arenillas doradas.

“¿Será oro?”, pensó enseguida el indígena. “No, ¡de dónde oro en esto páramos!” Pero juntó un puñado de arena en la palma de la mano y comenzó a examinarlo. Aquello era oro… Lo mostró después a otros: efectivamente era oro de ley. El codiciado metal llenó en un periquete la fantasía de cuanto aventurero andaba en cien leguas a la redonda. La noticia voló. Enseguida se supo en Punta Arenas. Luego en Santiago y Buenos Aires. ¡Oro en Cabo Vírgenes!… Los cables vibraron con la noticia electrizante. Se formaron compañías para la explotación del codiciado mineral. Por varios años los diarios mantuvieron encendida la llama de la esperanza. Pero las empresas auríferas tuvieron éxito al comienzo y luego fue menguando la cantidad de oro extraído. Varias fracasaron en el intento no obteniendo ningún resultado económicamente aprovechable y se fundieron. De cualquier manera la fama de Cabo Vírgenes, se quedó por un tiempo más, alimentada por la prensa interesada. Pasó el Estrecho de Magallanes y, como se hallaron vestigios de oro más al sur se prosiguió la búsqueda en Río Cullen, en San Sebastián y en cuanto rincón fueguino tuviera visos de ser depositario del codiciado metal.

 Los cateos en las nacientes del río Anita. Un modesto riachuelo que nace en los turbales de los altos, al oeste de la isla Grande de Tierra del Fuego y luego de recorrer unos 100 kilómetros entre bosques y pantanos, desemboca sin pena ni gloria en el Estrecho de Magallanes. 

Las hábiles maniobras de quienes se encargaron en ese momento de seguir aprovechando el mito de los incautos hasta llegaron a sembrar oro en el lecho de este río que paso a convertirse en “Río Oro”. Que no era más que un fraude y del oro de ese río solo quedó el nombre.

A todo esto Lukache, el indígena que descubrió los primeros vestigios auríferos dejó una huella que podemos intuir fue muy nebulosa. De acuerdo a la pertenencia de raza los historiadores le han conferido diversas habilidades: los que lo creían araucano sostenían que era simpático y de buena predisposición a parlamentar. Los demás dicen que era un tehuelche indómito, de temperamento guerrero, obstinado y rebelde. En lo que todos coinciden es que era un eximio cazador de avestruces y guanacos y que su habilidad sobre el caballo y con las boleadoras le granjeó un rápido respeto por parte de amigos y enemigos. Cómo logró amasar una considerable fortuna en oro, joyas y abundante plata, es un misterio que aún no se devela. Como tampoco se ha podido saber cómo la suma de estos hechos alimentaron con rapidez la leyenda. 

La más conocida sostiene que su tesoro de incalculable monto fue enterrado en las laderas del Cerro Fortaleza que se ubica a la vera de la Ruta 258, entre las poblaciones de El Foyel y El Bolsón. Vanos han sido los intentos por localizar el tesoro tantas veces evocado por viajeros y viejos pobladores. Las pistas conducen a ese lugar de accedo sencillo pero, quien se atreve, generalmente solo a ubicarlos, irremediablemente muere en el intento y, en consecuencia, prosigue el misterio sobre su exacta ubicación. La tentación a saquear su tesoro es tan vieja como la historia. Las afiebradas mentes que lo han intentado encontrar no han regresado de semejante empresa, pero, al no haber comentado a nadie su secreta ambición y partida, nadie ha atado a ese motivo la muerte y desaparición del buscador de tesoros. 

Sin embargo la idea de la veracidad de su existencia trae año a año a diversas personas en busca del tesoro inexpugnable que sigue virgen en el cerro Fortaleza. Algunos investigadores afirman que en realidad lo que sucedió es que Lukache accedió a una de las entradas de la Ciudad Encantada y paulatinamente fue saqueando aquellos tesoros para ocultarlos en esa formación rocosa del Cerro Fortaleza, bautizado así por su inexpugnable ubicación. Esto sumaría a la leyenda un elemento más para su credibilidad: Lukache no sólo sabía la ubicación de aquella mítica ciudad sino que logró salir con vida y con tesoros y ocultarlos tan bien que hasta la fecha permanecen en el misterio de las cosas que están esperando ser descubiertas. 

 De repente el aire quieto se convierte suave brisa, luego viento fuerte. La temperatura había comenzado a movilizar los centros de alta y baja presión a su natural manera, de hacer que todo se mueva acuerdo a la natural armonía de la zona.

El viento del Oeste con una cómplice sonrisa de complicidad se despide del Chaltén y le dice muy bajo al oído, en secreto.

-Nosotros solo sabemos dónde están eso que los hombres llaman tesoros y no se trata de oro solamente. Será un misterio para los humanos hasta que lo descubran. Pero sería deseable que valorizaran mucho más los verdaderos tesoros que tienen a la vista, tan cerca como el hermoso paisaje y pocos se dan cuenta de su existencia.





(*) Escritor de Río Gallegos. El presente relato se tomó de su libro “Destellos del faro. Selección de relatos sobre el Cabo Vírgenes y su faro”.