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sábado, 27 de abril de 2019

EL POEMA DE HOY





POR LOS QUE LLEGAN

Por Sandra Pien (*)



La ciudad quedó tan lejos
las manos de mujer
y el viento tan cerca.
Cuál es
la fragancia
de la flor
más bendita
el poema
de este suelo.
Nuestras sombras
se confunden ascendiendo
entre las hogueras murales
en los ojos al renacer.
He aquí la buena nueva
la madre roca
trae el pan de hoy.
Con las palmas abiertas
percibiendo el verbo enérgico
nos entrega la savia del origen
el secreto glacial
de la ilusión primera.



(*) Escritora de Buenos Aires. Vivió en El Calafate, donde produjo una parte importante de su creación literaria, como el libro “Patagonia. Rumbo Sur” (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1998), de donde fue tomado este poema.



viernes, 19 de abril de 2019

LA NOTA DE HOY





LITERATURA ANTÁRTICA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



La Antártida Argentina forma parte, junto con las Islas del Atlántico Sur, de la provincia de Tierra del Fuego. Por lo tanto, es acertado decir que las creaciones literarias relativas a esta zona se integran al corpus de la Literatura Patagónica. Quien investigó el tema con su habitual pericia es el Dr Pedro Luis Barcia, cuya obra “La Literatura Antártica Argentina” indaga sobre las obras nacionales inspiradas en el Continente Blanco. Al desarrollar su estudio, encuentra que la región fue numen para la poesía, la dramaturgia y la narrativa. En base a este trabajo, también hacen importantes aportes al punto Juan Terranova en su artículo “Escritores Antárticos Argentinos” (*); e Ilaria Magnani en “La Antártida en la Literatura Argentina” (**).

La primera obra que menciona el Dr Barcia es el poema “La vida en el Polo”, fechado en 1886; fruto de un autor desconocido que se refugia en el pseudónimo “Antares”. Hacia 1905, la crónica se hace presente con “Dos años entre los hielos”, de José María Sobral. Data de esa época el “Diario del Estafeta” de Hugo Alberto Acuña; uno de los integrantes de la dotación inicial de la Base Meteorológica de las Islas Orcadas. Fue escrito durante 1904, aunque su publicación es muy posterior. En 1925, ofrece su prosa poética “El puñal de Orión”, de Sergio Piñero. Al tiempo, en 1932, Liborio Justo publica con el seudónimo de Lobodón Garra el volumen “La tierra maldita”; cuyo cuento “Las brumas del Terror” transcurre en la Antártida. El novelista Juan José de Soiza Reilly viajó a las Orcadas en 1933. Al regreso describe sus experiencias en un artículo para la revista “Caras y Caretas”, con subtítulos como “La tragedia de la soledad”, “Psicología de los pingüinos” y “El alma de Ramsay”. Este último, según Terranova, es un verdadero cuento de fantasmas.

Iniciada la década de los 40, se da a conocer la pieza teatral “Islas Orcadas”, de José María Monner Sans y Gómez Masia. También son de ese momento el poemario “Antártida Argentina. Poemas procelares”, de Luis Ortiz Behety; y el ensayo “Cuatro años en las Orcadas del Sur” de José Manuel Moneta, ambos de 1948. Más tarde, en 1954, se publica “La vida en la Antártida. Mis días en Melchior”, de Alberto Aníbal Soria; y, hacia 1958, la narración “Viaje a la Antártida” y el poemario “Donde la Patria es un largo glaciar”; los dos de Nicolás Cócaro. Luego aparece “Antártica. Poemas de hielo”, por Carlos Moneda Testa, en 1960.

En 1970, vuelve la poesía con “Sonetos antárticos” de Mario Victoria. En esta época pueden además mencionarse "Había una vez en la Antártida" (1967) y “Lejos del Sol. Nuestra Antártida" (1974); obras de Mario Luis Olezza. Ya en los 90, se edita la novela “Misterio en la Bahía Paraíso”, del santacruceño Rodolfo Peña; con una trama que reúne intrigas internacionales en un escenario antártico más complejo. A inicios del siglo XXI aparecen varias obras relativas a la zona. En el género dramático, se puede citar “Continente viril”, de Alejandro Luis Acobino (2001); y en el didáctico diversos diarios, crónicas y ensayos, como “Antártida Negra. Los diarios” de Adriana Lestido, “Reminiscencias” de Jorge Julio Mottet, que describe la expedición científica argentina de 1951, “Vivir en la Antártida. Expediciones de un Guardaparque" de Julio Cesar Zoccatelli, “De la Tierra Australis a la Antártida” del investigador fueguino Luis de Lasa, que trata sobre la evolución de la cartografía antártica; y "Los Tiempos de la Antártida", escrita por Ricardo Capdevila y Santiago Comerci, quienes desarrollan una detallada Historia de la región.

Pero no sólo los autores nacionales tocaron temas relacionados con la porción de la Antártida reclamada por el país. La expedición de Sir Ernest Shackleton entre los años 1914 a 1917, con el buque Endurance; originó una abundante creación literaria. Entre otros títulos se puede citar “Sur”, escrito por el mismo Shackleton. No fue su único libro sobre la región; ya que, basado en su expedición de 1907, escribió “El corazón de la Antártida”. A su muerte en 1922, Hugh Robert Mill redactó la biografía “The life of Ernest Shackleton”; y años más tarde, en 1959, se publica “Endurance”, de Alfred Lansing; relato clásico de la expedición. Algunas obras más modernas que tratan sobre el tema son “Shackleton. Expedición a la Antártida” de Lluís Prats, “Atrapados en el hielo” de Caroline Alexander, “Los Viajes de Shackleton a la Antártida” de Alberto Fortes López y “La Aventura Antártica del Endurance” de F.A. Worsley. En esta expedición, perdido el buque, la tripulación sobrevivió durante dos años en el desierto helado; sin sufrir una baja. Esa proeza se adjudica al liderazgo de Shackleton; por lo que la campaña también se analiza en textos de gestión empresarial como “La Brújula de Shackleton”, de Jesús Alcoba González y “Lecciones de liderazgo”, de Dennis Perkins.

En la actualidad, la Antártida, sin perder su misterio, es un sitio visitado en forma habitual por turistas y viajeros; muchos de quienes vuelcan a las letras su testimonio. Tal los casos de “Viaje a la Antártida” de León Lasa, “Un viaje a la Antártida” de Sergio Rossi, “Álbum de la Antártida” de Ramón Dachs, “Relatos de la Antártida, una travesía en el Spirit of Sydney” de José Bescos Cano; y “Horizonte Móvil (Una expedición literaria a la Antártida)”, de Daniele del Giudice; entre tantos otros.

Para terminar este breve recorrido por la Literatura blanca, se recuerdan las obras pertenecientes a un género, el de terror; que halla en aquel lugar espacio propicio para sus fantasías. El ejemplo más conocido es el de las novelas “encadenadas” de Edgard Allan Poe (“Las aventuras de Arthur Gordon Pym”), Julio Verne (“La esfinge de hielo”) y Howard Phillips Lovecraft (“En las montañas de la locura”). Otro relato de miedo antártico es “En la tienda de Amundsen”, de John Martín Leahy. Por su lado, John W. Campbell fantasea sobre una nave alienígena y su tripulante, extraídos de las profundidades del hielo en el cuento “Visitante del espacio”; en tanto en la novela “La noche de los tiempos”, René Barjavel describe una fenecida civilización, sepultada bajo el manto helado. Una curiosa novela, más de aventuras que fantástica, es “Al Polo Sur en velocípedo”, de Emilio Salgari; donde los exploradores llegan a los 90 grados de latitud sur en bicicleta.

En síntesis, la creación literaria nacional relacionada con la Antártida constituye un poderoso aporte a la Literatura Patagónica; en tanto que el resto de las obras citadas en la nota se incorpora al vasto corpus de las letras universales, aportado un hálito de aventura y romanticismo a los prosaicos tiempos actuales.



Notas:

(*) Juan Terranova. “Escritores Antárticos Argentinos” (https://latinta.com.ar/2017/10/escritores-antarticos-argentinos/)
(**) Ilaria Magnani. “La Antártida en la Literatura Argentina. Entre el sueño edénico y la reafirmación soberanista (http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/Sociales/article/view/1777/1798)


sábado, 13 de abril de 2019

EL CUENTO DE HOY




UNA HISTORIA COMÚN

Por Ada Ortiz Ochoa (*)






Don Pedro Marillán pone sus pasos en las huellas que marcaron las pezuñas ovinas, pero también los lugareños que ganaron el atajo que los llevaría al pueblo.
Lleva varios encargos para cumplir. Mentalmente repite lo más importante. Sus trancos cortos se suceden con ritmo rápido.
Al anochecer llega al poblado.
Va derechito a la casa del Turco. En el descanso duerme un poco a los saltos, mientras escucha los ronquidos de su compadre el Turco Talí.
—¡Bien temprano marcharé al Juzgado, luego al corralón y... tantas diligencias para hacer…! —el bueno y servicial Pedro no puede con su cansancio y recibe la bendición del sueño.
Lo despierta el ruido sonoro de la chupada que el Turco propina a su amargo mañanero. Cuando ya está listo para salir, le llega el mate a sus manos. Lo toma con deleite mientras piensa:
—¡La pucha! ¡Son como seis niños para anotar! ¡Es viernes... y si no alcanzo a realizar todo!
Comenzó a buscar el papelito donde tenía los nombres elegidos.

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Allá, en lo alto de las sierras, es decir de la meseta del Somuncurá, viven como quince familias, mejor dicho "duran". El clima cruel, lo inhóspito del lugar, la agresiva y penosa ruta y la distancia, tornan el viaje de cuatro horas a pie en una empresa poco frecuente.
Y cuando algún lugareño se dispone a hacerlo, todos aprovechan para hacer encargos, entre ellos es el de hacer anotar a los niños en el Registro Civil del pueblo, a los niños nacidos mucho tiempo atrás y a los recientes.
Cuando Pedro toma conciencia que el papel con los nombres no viaja con él…, se siente vacío. ¿Y ahora qué hará?
Los paisanos eligen un nombre, lo acarician por un tiempo y esas sílabas ya pertenecen a los pequeños seres, cuyas carnes y espíritu se templan al rigor del paisaje y las carencias.
—¿Qué pasa? —la ronca voz del compadre acompaña el gesto de retirarle el mate que ya se enfría entre sus manos.
—¡Perdí los nombres de las criaturas que tengo que anotar...! ¿Y ahora qué les digo a los padres? ¡Los apellidos los sé, pero los nombres de los niños no!
—¡Solucionalo fácil! ¡A los varones los anotas con los nombres del padre y a las niñas con los de las madres!
—¡Sí..., pero!
Recordó a Eufrasia. Tan sola, tan linda ..., con su niña mamando ávidamente de sus pechos flacos y rogándole con sus enormes ojos pardos.
—¡Oiga, Don! No quiero que mi hija se llame como yo. ¡Es tan feo Eufrasia! —y aquí le dijo un nombre que era para Pedro como un trabalenguas. El estaba acostumbrado a las Marías y a las Rosas... Por todo eso anotó los nombres. 

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Zardica riega sus plantas casi con amor y se da cuenta que mientras recuerda esa historia antigua, contada cientos de veces por su madre, las lágrimas corren por su cara.
No es dolor, no, es ternura. Pedro termina siendo el padre que no ha conocido, y su madre, Eufrasia, encuentra en él compañerismo y apoyo. Fueron una gran familia.
Está sola, mejor dicho vive sola, puede actuar siempre libremente, quizás por eso mismo larga al aire una carcajada alegre y despreocupada.
¡El pobre Pedro! Semi-analfabeto y cargando con los encargos de todos los vecinos de ese paraje. ¡Y todavía queriendo complacer a su madre que ha elegido cuidadosamente su nombre! Ja, ja.
Ella, debía haberse llamado Zunilda Ercilia ¡y no Zardica! A Pedro no le ha alcanzado la vida para disculparse por ese error.
Termina de regar sus plantas y mira con cariño a su entorno. ¡Cómo le gustaría que tanto su madre como Pedro hubieran visto el adelanto de esa zona!
Su casa es amplia, sin pretensiones, pero es una buena vivienda y le pertenece. Su cochecito la lleva hasta su trabajo de maestra de rama primaria en la escuela del pueblo.
Ella ha preferido quedarse en la propiedad donde ha nacido. Todo ha cambiado, quizás un poco lentamente, pero el camino permite la llegada de un pequeño colectivo zonal y también el tránsito de camiones con mercaderías, que abastecen a toda la zona, etc...
Acostumbrada a vivir sola, camina lentamente por la zona no cultivada que, cerca de su jardín, muestra jarillas y pastos duros, mientras medita.
¡Qué templanza la de todos aquellos que deciden no sucumbir al atractivo engañoso de las grandes ciudades! De quienes prefieren el viento, las duras heladas, 1as inmensidades de mesetas y mallines, que caminan estos duros suelos y se acunan de soledades y silencios.
De quienes nacieron, amaron y murieron sin dejar esta tierra bendecida, en donde descansa su madre y el querido Pedro. Su única familia.
Siente inundarse su pecho de un noble orgullo de casta, de origen, de arraigo y de pertenencia ..., por eso mirando al inmenso firmamento, grita con todas sus fuerzas:
- ¡Soy feliz aquí! ¡Te amo grandiosa Patagonia! ¡Firmado Zardica Campos!
Mira el glorioso atardecer que da colores increíbles a esos, sus amados cielos patagónicos, y se seca lágrimas de emoción de su joven rostro.



(*) Escritora de Sierra Grande. Este cuento es de su libro “Después… será un mañana”.



sábado, 30 de marzo de 2019

EL MICRORRELATO DE HOY



BRILLA LO QUE NO EXISTE

Por Cristian Aliaga (*)



Nos guían en la ruta como espejos, estrellas que han existido; pero apenas son reflejos, astillas, vidrios, trozos de metales, ventanas esparcidas que el ojo no divisa. Son estrellas, entonces, aún guardan el brillo de lo que han sido antes de la destrucción. Pedazos de chapa que fueron techo para cobijar a quienes han muerto o huido, hierro retorcido que era una torre para medir, aspas de molino que se destruyeron antes de que el agua apareciera. Fragmentos de botella de las que bebían con avidez en el desierto, vehículos descalabrados sobre caminos que taparon los arbustos. Brillan a nuestro costado, al frente y atrás de nuestra ruta como si en el reflejo de cada objeto desahuciado viviera el ánima que siempre ha de precedernos. El ánima de lo que existe o no, es lo mismo.
(Puerto Santa Cruz)



(*) Escritor chubutense. El texto es de su libro “Música desconocida para viajes” (Instituto Movilizador de fondos Cooperativos, Buenos Aires, 2009)


jueves, 21 de marzo de 2019

LA NOTA DE HOY




POR LAS RUTAS DEL SUR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Ernesto Sábato finaliza su novela "Sobre héroes y tumbas" con la huida de Martín hacia la Patagonia; región que se presenta al joven como una tierra prometida en la cual espera recomenzar su vida. Y es guiado a ella por una figura representativa del sur: un camionero, a bordo de cuyo vehículo arribará a esos nuevos horizontes. Bucich, patagónico de pura cepa que se dice nacido “en Lago Viedma, cerca del Fisroy”, oficia de tutor para abrir las puertas del futuro mundo que aguarda al muchacho. Su frontal personalidad, que impacta al acompañante, se va dibujando en varios párrafos como estos:

“Y luego, después de terminar aquel salamín y el café negro, le dijo a Martín, ahora le metemo, pibe, y saliendo, subió a la cabina y puso en marcha el motor, encendió las luces de posición y empezó su marcha hacia el puente Avellaneda, iniciando el viaje interminable hacia el sur... decididamente hacia el sur, en aquella ruta 3 que terminaba en la punta del mundo… A veces saludaba a algún camionero que venía en sentido inverso.
-Parece que lo conocen mucho – comentó Martín. Bucich sonrió con orgullosa modestia. 
-Pibe, hace más de diez años que ando en la ruta 3. La conozco más que a mis manos. Tres mil kilómetros desde Buenos Aires al estrecho. Así es la vida, pibe”.

Sábato recurre a la típica estampa del camionero para realizar este ritual iniciático porque es el conocedor de la zona; el moderno baqueano que comparte las rutas sureñas con otros argonautas: los viajantes de comercio como el protagonista de "Gondwana", el excelente cuento de Jorge Honik– y los conductores de colectivos de larga distancia. Estos trabajadores del volante tiene algo de navegantes; porque es fácil metáfora imaginar que las vastedades mesetarias semejan la infinitud del mar.

Carlos Dante Ferrari también toma la figura del transportista en su novela "Ruta 3: hacia la Patagonia". En ella el personaje principal vive inmerso en un círculo vicioso fruto de sus propias decisiones, del cual intenta escapar. Así presenta Ferrari el mundo de Ricardo Murray:

“Atravesar el campo patagónico en medio de la oscuridad provoca un raro hechizo. El cielo, casi siempre despejado, es un inmenso bastidor de astros trémulos. Cada tanto la bóveda celeste desliza algunos resplandores efímeros; son luces misteriosas, intrigantes. A flor de tierra, sobre el camión, la experiencia también provoca cierta inquietud. La ruta se reduce al cono luminoso de los faros que van abriendo la visión del viajero metro a metro. A ambos flancos se adivina una platea oscura, inabarcable...  En la cabina se crea un clima íntimo: el motor gasolero entremezcla su trajinar con la música suave de la radio, arrullando tus pensamientos. Y si hace calor, como sucede en estos días de enero, el frescor de la noche se convierte en el mejor aliado para enfrentar el desafío de una larga distancia.”

También Jorge Castañeda le dedica una de sus “Crónicas”; y lo describe de esta manera: “El camionero es el patrón de la ruta, un caminante sobre ruedas. Es un viajero por destino propio, un caballero andante que recorre kilómetros y kilómetros. El camionero es un Marco Polo que vive cotidianamente la aventura del asfalto, un nómada que se siente a sus anchas en todas partes, desde La Quiaca hasta Ushuaia. Un náufrago en la isla móvil de su camión.”

Antecesor del camionero es el carrero, el sacrificado conductor de la grandes chatas que, cargadas con lana u otras mercaderías, unían los pueblos y caseríos de la Patagonia. Asencio Abeijón dejó un recuerdo de ellos en sus “Apuntes de un carrero patagónico”. El difícil trabajo se refleja en el boceto “Viajando de cara al ventarrón”, incluido en el volumen mencionado; que muestra las dificultades planteadas por un fenómeno tan común en estos pagos como es el viento:

“Es tarea difícil atar los caballos a los carros cuando hay viento… Al fin, con casi una hora de retraso sobre lo normal, los carros están listos para emprender la marcha… Una por una van entrando al camino, y forman una larga fila zigzagueante, manteniendo una distancia de cien metros entre carro y carro para que la polvareda que levanta la marcha del delantero moleste lo menos posible al que lo sigue… Las ocho o diez largas riendas de soga con que se dirige a los principales tiros son sacudidas y enredadas entre sí con tirones falsos, que siembran desconcierto entre los catorce caballos que, aturdidos también por el viento, tratan de salirse del camino con peligro de vuelco.”

Cuando el motor reemplazó a equinos y mulares, y las huellas patagónicas se transformaron en caminos, uno de los poetas regionales celebró a los “camioneros, chóferes y volantes, que cruzan la Patagonia” con su poema “¡Gauchos nuevos!”, de 1959. En una de sus estrofas, dice así Raúl Entraigas:

“Cuando el auto “se te ha ido hasta la masa” / y no cesa el aguacero;
cuando allá, sobre la Pampa del Castillo, / bajo el dombo de los cielos,
en las noches invernales, / sin más luz que la esperanza “en Dios que es bueno”,
la rotura del palier te deja anclado / en el páramo desierto,
tú no gritas, no blasfemas / sólo dices “cuando aclare ya veremos”
y te abraza, en la cabina, bajo el poncho / el esquivo hermano sueño…
¿Quién te canta a ti, volante? / ¿Quién te elogia, camionero?
¿Quién ensalza las fatigas, noble chófer/ por salvar tus veinticinco pasajeros?”

Esas palabras parecen cosa del pasado; sin embargo, aún en estos tiempos no es trabajo fácil el del camionero. Cuando la noche lo encuentra en la ruta lejos del hogar, duerme donde la oscuridad lo sorprende; y luego sale con el alba, presuroso por llegar a destino y retornar al término de la faena a su casa, a muchos kilómetros de distancia. En verano el calor de la meseta, en invierno la nieve y el frío, durante todo el año el riesgo del tránsito y el temido cansancio, hacen que su profesión no esté exenta de peligros. El andar por esos caminos lo hace solidario y no pocos viajeros saben de su ayuda en el momento de necesitar una mano; así como conocen que su presencia en un restaurante a la vera del camino es señal segura de un buen yantar. Y no puede dejarse de admirar la pericia en el manejo, al verlo acomodar en un menguado estacionamiento, con las maniobras justas, el leviatán que conduce. No es extraño, entonces, que la Literatura Patagónica le dedique un lugar entre sus páginas.