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miércoles, 19 de junio de 2019

LA NOTA DE HOY




DE LA PATAGONIA AL MUNDO (DE LO REGIONAL A LO UNIVERSAL)

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Con esa clarividencia que los escritores rusos de fines del siglo XIX tienen para ir al centro de la cuestión, León Tolstoi sintetizó en forma admirable lo que a otros autores les lleva páginas desarrollar. “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, dicen que dijo, para explicar que el grupo de personas más pequeño, próximo y familiar al escritor es un fractal de la humanidad; y que al describir sus personalidades, sus sentimientos y sus pensamientos, puede retratarse a todos los habitantes del globo. Tal apotegma sufre a veces una crítica que condiciona un tanto a las letras regionales. Y como en estas páginas se habla de la Patagonia, debería precisarse: que condiciona a las letras patagónicas.

La postura crítica se debe, en parte, a los dichos de otro gran autor: Jorge Luis Borges. En su trabajo “El escritor argentino y la tradición”, menciona que el pensador inglés Edward Gibbon “…observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos”. Y agrega: “yo creo que si hubiera alguna duda de la autenticidad del Alcorán, bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe”. Esta cita, al igual que la de Tolstoi, ha sido repetida innumerables veces. Pareciera que Borges dirigió su frase hacia el modo artificial de ciertos autores de intentar crear una obra nacional exagerando el “color local”. Pero él mismo, en muchos de sus cuentos y poemas (“El hombre de la esquina rosada”, “La milonga de Jacinto Chiclana”), describe un territorio geográfico vernáculo y un medio cultural que lo atraía; y que había estudiado para situar allí sus obras: el sur porteño, su malevaje y sus criollos de honor. Esto hace pensar que la crítica no era a la esencia del costumbrismo; sino a su exceso, su desmesura.

Por otro lado, un breve recorrido por muchas de las principales obras literarias del mundo permite apreciar que, en general, sus autores las emplazan en los lugares de donde son oriundos o que conocen bien. Fedor Dostoievsky hace transcurrir su “Crimen y Castigo” en San Petersburgo; y son varias sus referencias al Nevá, uno de los símbolos tradicionales de esa ciudad. “Ulises” acontece en el Dublin de James Joyce; “Don Quijote” en los campos de La Mancha. En el país, Leopoldo Marechal localiza a “Adán Buenosayres” en la Reina del Plata; y otro tanto hace Adolfo Bioy Casares con “La noche de los héroes”, donde abunda en referencias a los barrios porteños. Y si Julio Cortázar ubica parte de “Rayuela” en París, era porque estaba viviendo allí y sabía bien de lo que hablaba; como así también cuando la finaliza en la conocida Buenos Aires.

Llevado el tema a la Patagonia, y extrapolando el ejemplo del camello de Borges, se podría decir que una obra literaria no necesita mencionar a los guanacos, las ovejas, el viento o la nieve para ser patagónica. Esto es indudable. Aunque si se desarrolla en la región, la validez de tal afirmación dependerá en qué lugar de la misma lo hace. Es difícil que un argumento enmarcado en el ámbito rural pueda obviar alguna de esas peculiaridades. Tal vez un texto que transcurra en un entorno urbano las evite; pero aparecerían otras situaciones típicas relacionadas con la zona, como referencias a costumbres, lugares o personajes autóctonos, que ocuparían el lugar de los guanacos o el viento.

Por supuesto, si la obra del literato sureño se desenvuelve en un lugar aséptico, por ejemplo, entre las cuatro paredes de un cuarto, o en un sitio imaginario, como el de una novela de ciencia ficción; o, simplemente, en otra región u otro país… podrían soslayarse las referencias a la geografía, la historia, las costumbres, los pobladores, las circunstancias patagónicas. No por eso dejará de ser un escritor patagónico, ya que su lugar de origen o residencia siempre será un punto de referencia cuando se lo mencione. Incluso, si se sigue la opinión de Leonor María Piñeyro en su breve “Ensayo de historia literaria patagónica”, de 1963, aunque no lo vuelque de manera explícita, su condición de patagónico se reflejará en forma inconsciente en sus letras. De hecho, se reconoce a Julio Verne como un escritor francés; aun cuando sus relatos transcurren en lugares “exóticos”. Por ejemplo, su novela “El faro del fin del mundo”, que ocurre en la Isla de los Estados; la que, buscando dar creíble marco a su obra, puebla de curiosos guanacos con cuernos.

Pero también se entiende que un escritor regional quiera ambientar sus creaciones en la zona que conoce bien, en los escenarios que le son habituales, con los habitantes cuya idiosincrasia le resulta familiar… es decir, escribir sobre lo que domina con profundidad por ser su vida cotidiana; y donde encuentra temas atractivos, que reflejan las mismas situaciones que se presentan en otros lugares del mundo. Cambiando los detalles, son iguales eventualidades que enfrentadas por los residentes de distintas latitudes, provocan similares respuestas en todos lados.


La Patagonia es una región rica en temas literarios. Con una mitología interesante, que ya fue aprovechada por algunas plumas como hizo Shakespeare con el dios patagón Setebos y –si damos fe a Roberto Payró– Poe con la diosa ona Schalgpe, dueña de una historia abundante en sucesos extraordinarios, poseedora de escenarios naturales que despiertan la actitud contemplativa en los seres humanos, pero que también los puede someter a los esfuerzos físicos más extremos, parece terreno propicio para que cuentos y novelas, poemas y obras de teatro, ensayos y crónicas, se desarrollen con plenitud en un contexto regional que a su vez represente los conceptos universales.

miércoles, 12 de junio de 2019

RESEÑA DE UNA OBRA LITERARIA PATAGÓNICA





COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO
“TONS” POR CARLOS NUSS (*)




“Tons”, primera novela del escritor comodorense Carlos Nuss, tiene un especial atractivo que cautiva al lector desde el primer momento. El aura de extrañeza que flota en sus páginas hace intuir, apenas comenzada la lectura, que no se está ante una obra convencional en la Literatura regional. Ambientada en un entorno claramente patagónico y con su argumento arraigado en la mitología tehuelche, avanza en una universalización del tema que trae a la memoria el empleo que hace el poeta Robert Browning del austral dios Setebos, al que conoció a través de Shakespeare. Así como Browning convierte a Setebos en un arquetipo de la religión elemental surgida de la contienda entre la humanidad y la naturaleza, Nuss transforma a Tons, una de las cuatro deidades guenena kenk que fundamentan su historia y cada una de las cuales da significativo título a sus capítulos, en un símbolo de la obscuridad que el ser humano encierra en su interior – pero no a tanta profundidad - y que surge en forma de violenta sevicia ante determinados impulsos.

La nouvelle desgrana a lo largo de sus hojas una trama que fluctúa entre la ficción fantástica y la realista, creando una interesante ambigüedad en la cual el lector puede elegir la interpretación que más le quepa a su temperamento. ¿Es Juan un maniático psicópata cuya patología, oculta hasta ese momento pero entrevista en su recurrente intolerancia, surge a partir de los daños sufridos en un accidente que, como efecto colateral, lo libera de ciertas ataduras culturales? ¿O tiene razón Quelín, su enigmático compañero de trabajo, y el latebroso Tons, al estilo de una pesadilla de Howard Phillips Lovecraft, surge del averno en forma de lengua de lodo y petróleo; para hacer al incauto operario agente de sus intenciones y de tal manera desparramar la obscuridad en el mundo? ¿Son sus aterradores sueños las pesadillas de un lunático o es realmente Tons quien despierta en su mente los recuerdos atávicos de visiones de un mundo olvidado en la bruma del tiempo?

Y esta última consideración lleva a sopesar otro de los aspectos que el autor quiere resaltar en su obra: la presencia de los sueños. De hecho, en las citas introductorias de Aukanaw, Lidia Nakashima y David Aniñir, aun antes de desarrollar por boca de Arnoldo Canclini la leyenda que señala el núcleo duro de su creación, coloca tres frases referidas a las visiones oníricas que asaltan al durmiente; remarcando la importancia que les otorga en sus páginas. Allí aparecen recurrentes las alucinaciones nocturnas de Juan sobre los gigantes que salen de la tierra. Si el lector admite la versión “realista” de la narración, el psicólogo Lagarde, terapeuta de Juan, debería interpretar el sueño según la escuela de Sigmund Freud; para buscar un argumento que aclarase el trastorno del petrolero. Pero si opta por la definición “fantástica”, el sueño debería ser visto a través de la óptica de Carl Jung; y sería inexplicable, porque no revela los delirios del soñador sino que surge del sustrato más profundo de su inconsciente. Sin embargo, en la novela los sueños de Juan comienzan a mezclarse con la realidad; situación que adquiere una dimensión monstruosa e inquietante en el último párrafo de la obra, que la cierra en forma impecable y le da un impensado aspecto de thriller.

Más allá del desarrollo de su trama principal, la novela abunda en la exposición de diversos pensamientos y reflexiones sobre distintas situaciones de la vida y la condición humana. Algunas sobre las relaciones interpersonales teñidas de violencia, que se contagia como una perniciosa enfermedad; otras sobre los intrincados recovecos de la psiquis… Por ejemplo, cuando en uno de sus soliloquios Lagarde piensa:

“Estudiar psicología le había ayudado mucho a dominar los demonios que, sabía, todos teníamos dentro. “No se puede curar a nadie”, había aprendido de Freud. Es por esto que sólo otorgaba placebos, diagnosticaba. O conducía, trataba que el enfermo descubriera por sí mismo lo que le aquejaba.”

Y más adelante agrega:

“Enfrentar el corazón de un hombre en donde todas las direcciones apuntan hacia la angustia es un camino de oscuridad; y una caída en las sombras puede llegar a no tener final.”

Pero estos contenidos incorporados, que aparecen entremezclados en los diferentes monólogos, diálogos y párrafos descriptivos —acertados recursos del texto que otorgan riqueza y agilidad discursiva a la prosa—, no son digresiones del autor. Forman parte del sentido de la obra que, en su conjunto, es una parábola sobre la crueldad implícita en el ser humano. La obscuridad buscada por Quelín, infaustamente encontrada por Juan y sólo vislumbrada por Lagarde, aunque sufre sus coletazos, puede ser la imagen del mal en su más pura expresión; las tinieblas primordiales, básicas, que acechan al universo. Pero también puede ser la ausencia de luz que se oculta en cada sujeto. Tal vez esa sombra individual sea un trozo fractal de la negrura absoluta. Porque a lo mejor son lo mismo.

“Tons” es una destacable novela. Futuras obras de este escritor que persistan en la misma profundidad psicológica y en la búsqueda de argumentos de tono regional, pero que a la vez avancen sobre una problemática general; acompañadas de ese estilo que lo caracteriza y que permite una lectura amena de sus letras, aportarán, sin dudas, una contribución de gran valor para el género narrativo de ficción de la Literatura Patagónica.




(*) “Tons”. Nuss, Carlos. Editorial Cooperativa de Comunicación y Cultura “El Miércoles”, Concepción del Uruguay, 2018. Fotos de Nuria Nuss.


domingo, 2 de junio de 2019

LA NOTA DE HOY




INGENIO AZUCARERO “SAN LORENZO”
30 DE MAYO 2019 - A 90 AÑOS DE SU INAUGURACIÓN


Por Inés Luna (*)




Esta empresa fue el gran proyecto de un joven Contador Público: Benito Lorenzo Raggio (que estudió en Suiza e Italia hasta lograr su título profesional), con una formidable “visión de futuro”. Sus padres, gente de muy buen nivel económico, lo ubicaron en un importante comercio de “ramos generales” de su propiedad; pero él lo rechazó por no sentirse cómodo. Dentro suyo se gestaba una idea genial, “el azúcar de remolacha y una cadena de Ingenios”, que harían progresar una amplia zona rionegrina y cambiarían la historia del azúcar en el país. A tal fin convocó a su amigo Juan Pegasano, quien tenía tierras en este rincón de Rio Negro y se unió al proyecto con entusiasmo. Eligieron Conesa, en medio del monte virgen, para su Ingenio piloto.

En la década del 20, con mucha rapidez, se hicieron los estudios de la tierra; comprobando su enorme fertilidad. Luego vino la instalación de lo que sería la fábrica. En los proyectos involucró mucha gente; a la que luego se fue sumando mucha más.Las máquinas fueron traídas de la fábrica Skoda (Checoslovaquia). Se convocó a una compañía constructora y sus contratistas fueron los Sres Staco y Antonini. La empresa se llamó “Compañía Industrial y Agrícola San Lorenzo”. Fue el emprendimiento más importante de nuestro Valle, sin lugar a dudas; trajo un gran progreso, los primeros camiones, modernos vehículos, teléfono y hasta los primeros sanitarios. Se construyeron edificios para la fábrica, galpones, taller, casa de administración, portería, viviendas prefabricadas para los técnicos y administrativos, etc.

Así nació la colonia San Lorenzo, con un conjunto de viviendas: comisaría, casa del comisario, farmacia, un hotel, almacén, viviendas para las familias de los empleados, comercios, laboratorios, etc. Todo se concreta muy rápido. Mientras tanto, en colonia La Luisa, que pertenecía a la familia Raggio, surgía el casco patronal rodeado luego de grandes árboles (200 pinos y 200 eucaliptus) y hermosos jardines. Además se construyen viviendas en las parcelas que serían el hogar de los empleados rurales; éstas contaban con las mismas comodidades que las prefabricadas de San Lorenzo, un hall de entrada y cuatro habitaciones que daban al mismo.El traslado de las pesadas máquinas checas para la fábrica se hizo por ferrocarril hasta S.A.O. y desde allí a campo traviesa en camiones Tornicrof con ruedas orugas y acoplados con ruedas macizas (vehículos más tarde utilizados para los traslados de la cosecha).

Una vez terminada la obra, se realizó la inauguración oficial el 30/05/1929. Para tal ocasión se invitó a altas autoridades nacionales que viajaron en un tren especial hasta Patagones y allí los esperaban en automóviles que los trasladaron hasta Conesa. Se hospedaron en las instalaciones de la Empresa, donde fueron agasajados por los dueños y un ejército de empleados preparados para la ocasión. Conesa floreció como por arte de magia. Se multiplicaron los comercios y la construcción de edificios públicos en su zona urbana; como comisaría, correo, escuelas, etc. El progreso invadía todo; había trabajo, había alegría. La colonia San Lorenzo parecía un pueblo con sus diversas construcciones y mucha gente trabajando. También en colonia San Juan el casco agrupaba viviendas y comercios en torno al chalet del dueño de las tierras, Juan Pegasano, socio y amigo de Benito Raggio. Don Juan en el año 1933 edificó una Capilla en lo alto de la barda, en agradecimiento por las buenas cosechas y en honor a su madre doña Florentina. Hoy el oratorio alberga a la Virgen Misionera de Rio Negro.


El riego en las colonias


Los establecimientos La Luisa y San Lorenzo contaban con dos “bocatomas” respectivamente para extraer el agua del rio. En La Luisa, con dos motores Mercedes Benz de cuatro cilindros y 2 bombas de un millón y medio de litros cada una; y en San Lorenzo, con tres bombas: una de 800.000 y las otras de más de un millón. Todas estaban aproximadamente en los cuatro millones de litros por hora; nos recordó don Lorenzo, hijo de don Benito Raggio, en una entrevista.

Ante la falta de transporte y cuando la producción se acrecentaba a pasos agigantados, don Benito Raggio propone a Ferrocarriles un ramal ferroviario Patagones –Conesa. Al no ser escuchado, la empresa “San Lorenzo” ofrece al Ferrocarril del Estado hacer un ramal trocha angosta, desde la estación Winter (107 kms) pasando por una Estación llamada El Triángulo y el Ingenio en colonia San Lorenzo. Una segunda Estación frente a la zona urbana de Conesa; y de allí a la que llamaron “Francisco Sosa” (Estación punta de rieles) en colonia San Juan. La obra ferroviaria se lleva a cabo por cuenta y cargo de la compañía “San Lorenzo”. Con la condición que Ferrocarriles devolvería el dinero transportando todas las necesidades de la empresa sin costo, empezó a funcionar en el año 1933. Cabe la aclaración que luego del cierre forzado de la Fábrica en 1941, Ferrocarriles cumplió con el compromiso de devolver la inversión a la empresa recién en el año 1955 “sin reconocer intereses ni devaluaciones de moneda”, según lo recordó don Lorenzo Raggio; quien nos agregó detalles.


El error de Benito Raggio

Se sembraron cientos de hectáreas de remolacha azucarera en las colonias conesinas y en Colonia Frías, de secano, todas con un rendimiento asombroso.En el año 1935 se logró la mayor producción con una molienda que superaba las 32.800 toneladas. La euforia del logro hizo que Benito Raggio cometiera el grave error de manifestar públicamente el gran proyecto a futuro de la empresa. San Lorenzo era un Ingenio piloto; luego vendría el de ChoeleChoel, el tercero en Viedma y un cuarto emprendimiento en Balcarce (Buenos Aires). Al enterarse la competencia, desató el enojo del poderoso monopolio del azúcar del norte.No se había terminado aún el Ingenio San Lorenzo y ya empezó el revuelo. Lorenzo Raggio continua diciendo: “El que preocupaba no era el Ingenio conesino con 100.000 bolsas como máxima producción, si no los ingenios posteriores que funcionando implicaban unos 800.000 bolsas copando el mercado, porque la zona era óptima.Al contrario, Tucumán y Salta no son el lugar ideal para la caña de azúcar”.


1935: la mayor zafra y la peste 

Luego de la mejor zafra, con una molienda de remolacha azucarera de 32.812 toneladas, con un rinde de hasta 80 toneladas por hectárea en el Valle de Conesa, comienza a aparecer (¡¡oh casualidad!!) una peste en las plantas, que se marchitan y mueren.En ese tiempo en el Sur de EEUU había cultivos de remolacha afectados por un virus, por lo que al enterarse del problema en Conesa, llegó gente del Ministerio de agricultura y ganadería de ese país para examinar. Se descartó la idea de similitud, el virus no era el mismo, pero nunca se descartó que fuera “intencional”. Pero sí fue intencional, según Lorenzo Raggio, la explosión de la caldera que le costó la vida a un joven que acababa de ingresar al trabajo, el día 3 de julio de 1940. El fallecido se llamaba José Kremecek, contaba con 36 años de edad, tenía esposa y un bebé de tres meses. Quedó con heridas graves el peón Antonio Ayerza.Mientras tanto una “ley nacional” le fijaba un cupo de azúcar con la clara intención de perjudicar al Ingenio conesino.

Con los investigadores de Norteamérica vino el Ingeniero Munk - continua diciendo Lorenzo Raggio- “quien lleva todos los datos a su país, investiga y envía una carta a nuestra empresa azucarera, diciendo que en dos años resolvería el problema enviando la “semilla resistencia”. En reconocimiento a ese Ingeniero (dice en los libros universitarios) la enfermedad que atacó nuestra remolacha se llamaba “marchitamiento amarillo de Munk”; el nombre de  quien lo descubrió”.

La compañía se vio abrumada, acorralada por todos estos problemas, limitada según la ley y el virus que había que soportar dos años más. De pronto el detonante mayor: la explosión “intencional” de la caldera que causó la muerte de José Kremecek. Y el peor agravante: que el hombre “motor” de la empresa, don Benito Raggio, se encontraba en cama a consecuencia de un gravísimo infarto y soportando amenazas al igual que todo el directorio, quienes aterrados le pidieron que firmara el cierre definitivo.Ante tanta presión y el pedido desesperado del directorio, ante las amenazas recibidas, Benito no tiene opción y se decide ¡¡cerrar!! en 1941.El Centro Azucarero del Norte compra todo con una condición: “que se destruya el edificio  del Ingenio”, que se le quite el techo al galpón del azúcar y que se dinamiten las viviendas. Además a don Benito Raggio en su lecho de enfermo le hicieron firmar un compromiso que “por diez años no iba a instalar otro Ingenio Azucarero de remolacha”. 

Algunos estaban tristes, el resto aterrados. Querían ¡¡vender!! Este fue el triste final.





(*) Escritora conesina. El texto pertenece a su libro “Vivencias de mi Gente II”.





jueves, 30 de mayo de 2019

RESEÑA DE DOS OBRAS LITERARIAS PATAGÓNICAS



CUERPOS PERFECTOS, CUERPOS EXTRAÑOS

DOS OBRAS DE SILVIA IGLESIAS


Nos complace comentarles las gratas impresiones recibidas al leer dos obras poéticas de Silvia Iglesias, emparentadas no tan solo por la autoría sino por los lazos temáticos que ya se advierten desde sus respectivos títulos.

“Cuerpos perfectos” (*) es una obra lírica que obtuvo el  Primer Premio de Poesía en el XXIV Encuentro Nacional de Escritores Patagónicos (2005). Merecido galardón, ya que sus textos tienen la virtud de fusionar la brevedad, la sencillez lingüística y la profundidad lírica, todo en un mismo formato y de manera realmente encantadora. 

En muchos de sus versos afloran la angustia, la desolación, la búsqueda, los interrogantes de orden existencial:

Estoy salida de mí
como esos pajaritos
que no reconocen a su madre
ni el nido donde nacieron.

O bien:

Cuando supe
que te había dado todo
sin que te des por enterado

dejé caer mi corteza
como una cáscara seca 

y seguí

a savia viva.

Además, fiel a su condición de “patagónica militante”, Silvia no pierde oportunidad de aludir a los elementos del paisaje campesino, como podemos comprobarlo en esta composición:

Sin amuletos
que me aten a la tierra
ando
como esas matas
que el viento
empuja al mar.

Son muy adecuadas las palabras de Víctor Redondo a propósito de la obra: “Podría definir este libro con dos palabras: sensibilidad e inteligencia. Lleno de hallazgos, de manera de ver lo que nadie ve, aunque lo tenga en la punta de la nariz. Así es la poesía: con pocas palabras se pueden crear ideas e imágenes estremecedoras”.

En el siguiente volumen, “Cuerpos extraños” (***), la autora  nos sorprende con nuevos logros dentro del mismo estilo, tan personal e inconfundible. Y otra vez surgen destellos de desolación y de melancolía:

Algún día 
alguien leerá
estas páginas

no le importará saber
si estoy viva o muerta

esa diferencia 

hoy

es lo único que tengo

O estos:

Me falta carácter
para decirle
a mis recuerdos
que agarren sus cosas
y se vayan
de una vez

O estos otros:

Llevo un cuerpo
y no sé dónde 
ponerlo

Al comentar la obra, dijo con acierto Rubén Eduardo Gómez: “ (…) Silvia es capaz de mostrarnos que hasta nuestro propio cuerpo es extraño. Así, el libro se vuelve un mapa conocido de lugares ignotos, una invitación a desconocer lo familiar, una puerta de entrada con al cerradura en el umbral”.

No deja de sorprender la capacidad de síntesis, el lenguaje despojado de todo artificio, la contundencia de cada sintagma. Son condiciones que revelan un don indiscutible.

En síntesis: dos obras altamente recomendables.


C.D.F.



(*) Silvia Iglesias es escritora, profesora en letras, periodista, organizadora de eventos culturales. Nació y vive en Puerto Madryn, Chubut, Patagonia Argentina. Creó y codirigió el suplemento cultural «Tinta China» del diario El Chubut. Con su primer libro de poesías, “Cuerpos Perfectos” ganó el Primer Premio del Encuentro Nacional de Escritores Patagónicos 2005. Las críticas publicadas en las revistas Ñ (del Diario Clarín), Plebella (especializada en poesía) y el suplemento Radar (del Diario Página 12), junto a las de reconocidos escritores, destacan el estilo y la voz personal del libro.

(**) Editorial Limón, 2006, Cap. Federal – ISBN 987-22056-6-3


(***) Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2013, Comodoro Rivadavia. ISBN 978-987-1638-34-5.


sábado, 25 de mayo de 2019

LA NOTA DE HOY



LA SUTIL FASCINACIÓN DE LA CARTOGRAFÍA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



A Kayra Wicz, colaboradora del blog y cartógrafa.

… ciertos mapas suelen ser tan engañosos como la propia memoria. En esos planos, islas desconocidas, tierras sin nombres ni límites, continentes a la deriva en océanos de truculentas aguas están dibujados por un desmemoriado cartógrafo, que ubicará el paraíso y el infierno dentro de una tierra inexistente. 
“Las Ruinas de Pampa Negra”, de Hugo Covaro







Alfred Korzybski, a quien ya se mencionó con anterioridad en estas páginas, sostuvo que “El mapa no es el territorio”; en referencia a que la llana superficie de papel que reproduce un sector del suelo terrestre, no puede reflejar los accidentes de todo tipo que hacen que la realidad no sea tan perfecta como aparenta la imagen. En el papel no figuran las inclemencias meteorológicas; ni el esfuerzo que imponen las distancias y las anfractuosidades del terreno. Esta admonición es en especial cierta para quienes no tengan la habilidad de transformar, mediante su adecuada decodificación, una carta topográfica en el territorio mismo.

En el caso de aquellos que sí tienen esa capacidad, la hoja impresa se convierte en un lugar real; y al recorrerla con sus ojos aparece ante el observador - como en esas vistas tridimensionales en la actualidad tan populares en la “red” - la topografía. Pero esa clase de personas no necesita ningún apoyo informático. Si la carta es de campo abierto, surgirán ante su vista las montañas, los valles, los ríos… Si es el mapa de una ciudad, recorrerá sus calles mientras contempla los monumentos, los sitios históricos y los parques y plazas.


¿Por qué se dedica un espacio a la cartografía en este blog orientado a las letras? Tal vez porque puede decirse que la Cartografía es la Geografía hecha Literatura. Apreciar los trazos del relieve de una región y ver los nombres de sus lugares, es como leer un libro; en el cual cada topónimo, a veces eufónico, a veces extraño, cuenta una historia cuyo rescate es todo un goce intelectual. De hecho, la técnica de interpretar los planos del suelo se denomina “lectura de mapas”. Cabe aclarar que incluso la carencia de información, la aparición de espacios vacíos de trazos o letras, o las referencias a la falta de datos como el célebre “más allá, monstruos”, es un llamado a la fantasía y a la aventura; como el que hacen las mismas obras literarias.

(Aunque también se debe mencionar que hay libros dedicados a la temática; como por ejemplo “De la Terra Australis a la Antártida” del fueguino Luis de Lasa, "Contribución a la cartografía de la Patagonia o Chica entre 1519 y 1900" de Francisco José Dehais, investigador de Río Negro; o la recopilación de croquis antiguos que figura en la obra “Centenario de Río Gallegos (1885-1985)”, dirigida por Juan Ballinou).

La Cartografía Patagónica es muy rica. Como se indicó varias veces en este blog, los primeros bosquejos de la región figuran en los portulanos de Caverio y Kunstmann II, de 1502. Aparece allí, a los 45 grados de latitud sur, el imaginario río Cananor; registro realizado por la expedición de Américo Vespucio de ese año. No son los únicos documentos que grafican tales costas. Según el investigador Roberto Levillier, son varios los planisferios desde 1502 a 1590 que representan la zona. Entre ellos están el de Waldseemüller de 1507, quien sería el primero en usar el nombre de “América” para el Nuevo Continente; y el de Diego Ribeiro de 1527, que ya refleja los hallazgos de la circunnavegación de Magallanes.

A principios del siglo XVII se imprimen en los Países Bajos una serie de mapas denominados “Fretum Magallanicum” o “Magellanicum” (“Estrecho de Magallanes” en latín) que fueron verdaderas obras de Arte - porque la cartografía puede ser un Arte –; como el de Jodocus Hondius de 1602 o el de Petrus Bertius, hacia la misma época. Basados en los viajes de los diversos exploradores que habían visitado el Estrecho, reproducen sólo ese accidente con un profundo detalle.

Con el avance de los descubrimientos geográficos y también con el de la técnica topográfica, estos documentos van adquiriendo más fidelidad. Sin embargo, los que muestran la Patagonia mantienen durante mucho tiempo ciertos pintorescos detalles de sitios inexistentes; como el “lago Tehuel” o el “Canal San Sebastián”. Por ejemplo, el plano del norteamericano Anthony Finley de 1827, el Atlas del inglés James Playfair de 1814; y la cartografía que John Reid publicó en Nueva York en 1796, semejante a la editada con anterioridad en Londres por William Winterbotham. 

La Patagonia fue objeto en el país de un variado relevamiento parcial, para ilustrar ciertos textos específicos. Sin embargo, ya en 1869 el mapa de Pablo Emilio Coni mostraba a la Argentina completa, incluyendo la Patagonia. En 1901 vio la luz en Buenos Aires el primer “Atlas del plano catastral de la República Argentina” de Carlos de Chapeaurouge. Allí figuran los croquis de algunas ciudades; como el caso de Rawson, graficada en el marco del familiar damero de las chacras del Valle Inferior del río Chubut. La representación del territorio nacional de Pablo Ludwig, de 1914, ofrece un cuidadoso dibujo de todas las provincias; incluyendo las sureñas.

En 1954, el Instituto Geográfico Militar, o IGM, publica el mapa oficial de la República Argentina. Este organismo, cuyos antecedentes se remontan al año 1879, venía desarrollando desde 1941, a partir de la sanción de la “Ley de la Carta”, la tarea de realizar “el levantamiento topográfico de todo el territorio de la Nación”. En 2010, el Instituto Geográfico Nacional, nueva denominación del antiguo IGM, edita el mapa bicontinental del país; en el cual el sector antártico argentino tiene la misma escala que el americano. Pero tales obras “modernas” ya dejan de lado la concepción artística, para lograr la precisión. Su corolario natural son los “Sistemas de Información Geográficos” y los gráficos de tres dimensiones que, junto con ese chozno del astrolabio, el GPS, no ceden demasiado lugar a la quimera.

Para el aficionado a estas fuentes de información geodésica, familiarizado con cotas y curvas de nivel, con cuadrículas y coordenadas, con símbolos y leyendas, contemplar uno de esos documentos gráficos se torna tan apasionante como solazarse con un texto literario. Recorrer los dibujos que relevan el suelo y toparse con su nombre, provoca en el lector, si conoce el lugar, el recuerdo de haber estado allí; y si no lo conoce, la curiosidad por verlo. Esto sigue sucediendo en la actualidad, pese a la moderna tecnología satelital y digital, al observar planos de lugares exóticos. Pero también los de sitios conocidos. Como pasa en la Patagonia, cuando leyendo una carta topográfica se encuentra un nombre sonoro o misterioso, o el de un lugar apartado y poco visitado; como los peñascos “Las Furias del Este” o el cerro “La Roca del Tiempo”. Los mapas despiertan la imaginación, pero para leerlos hay que tener imaginación.



Comentario:
La red muestra muchos sitios donde los aficionados a la cartografía patagónica pueden obtener material. Una de esas páginas es la excelente “Bahía Sin Fondo”, donde figura una interesate recopilación cartográfica regional y los “links” a numerosas colecciones de mapas.