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domingo, 19 de octubre de 2008

EN EL DIA DE LA MADRE

UN POEMA ALUSIVO:

En la espera*

Ella renace
en ese ser que crece.
Lo cobija en su seno.
Renueva su aliento.

Le cuenta sus sueños:
lo mece en silencio.
Se regalan la vida
que presienten en ellos.

La cálida caricia
que sostiene su mano
se apoya en el vientre.
Se va transformando.

Un rayo de luz
desafiante destella.
Sin prisa, sin pausa,
con desmedida fuerza.

Nace una sonrisa
fresca, profunda, sincera...
Hay brillo en sus ojos,
ternura en su mirada.

Es el resplandor de ese niño
que ya se apropió su alma.



*Olga Starzak

domingo, 12 de octubre de 2008

EL CUENTO DE HOY



EL HOMBRE DE HIELO
Por Enrique Jorge Martínez Llenas*

Debo comenzar aclarando que mi mente es la de un investigador, calculadora y fría, tanto como el objeto de mis estudios, el agua y sus cambiantes estados. Por eso siempre hasta el día de hoy me he resistido a creer que pudieran haber sucedido los hechos que voy a relatar a continuación, pues contradicen en forma abierta y notoria las leyes de la física, la más elemental razón y la palmaria evidencia de nuestros sentidos. Me enteré de los mismos leyendo unas memorias manuscritas que encontré en el Museo de La Plata, escritas alrededor de 1872 por un poco conocido explorador galés que se aventuró en la zona de los glaciares de la provincia de Santa Cruz, concretamente en el que luego fuera denominado Perito Moreno. Por otra documentación que hallé en el mismo museo, supe también que dichos sucesos le depararon tan graves consecuencias a su relator, que finalizó sus días internado en una institución para enfermos mentales. Stephen Jones, que tal era su nombre, había llegado a la Patagonia argentina como parte del primer contingente de colonos galeses en 1865. Imbuido de un espíritu aventurero potenciado por su juventud, se dedicó a viajar, reconocer y mapear la zona de la cordillera en compañía de algunos indios tehuelches que, al mismo tiempo que le prestaron su auxilio y conocimientos, le transmitieron oralmente las viejas leyendas de sus antepasados tsonekas, las que nuestro hombre registró meticulosamente en sus diarios. El galés viajaba en esa ocasión en compañía de un argentino que compartía con él el gusto por la exploración y la aventura, el inquieto y algo irascible capitán Julián Silva, retirado del ejército poco tiempo antes por causas un tanto imprecisas, que él mismo tampoco se ocupaba de dejar claramente establecidas, y que planeaba radicarse en alguna de las colonias que los galeses habían fundado en el sur, para así poder viajar por esos desconocidos territorios con más facilidad. Ambos formaban una buena pareja: combinaban el arrojo de Silva, en verdad algo excesivo en ocasiones, con la tenacidad y la capacidad de observación de Jones para registrar fielmente los acontecimientos y hallazgos de sus andanzas; se dice que el propio Perito Moreno tomó luego en cuenta éstos datos para su trabajo de delimitación de la frontera argentino-chilena. Sucedió, siempre según el relato de Jones, que estando cercanos al que hoy conocemos como glaciar Perito Moreno, se vieron obligados por una imprevista tormenta de nieve a hacer noche en unas cuevas a las que los guiaron los tehuelches, que ya desde tiempos remotos eran conocidas y utilizadas por la tribu durante las primaveras, en ocasión de sus migraciones anuales en busca de caza y sustento. Después de la comida, unas rebanadas de charque, galletas duras y queso, acompañadas por agua, los exploradores se sentaron alrededor del fuego que habían encendido, para tomar un trago del añejo whisky que siempre acostumbraba a llevar Jones, fuera adonde fuera. El capitán Silva bebió primero y luego le siguió el galés, que pasó la botella al veterano guía tehuelche, y éste a su vez a sus otros dos compañeros. Se sucedieron las rondas y la conversación se animó, pese a algunas dificultades en la comunicación, ya que los indios hablaban poco el español, ése no era tampoco el idioma nativo de Jones, aunque lo dominaba bastante bien, ya que además ninguno de los dos aventureros era muy conocedor de la lengua indígena. Sin embargo la buena voluntad y el alcohol hicieron lo suyo y lograron entenderse. Afuera, mientras tanto, en la oscura noche, el viento frío y la nieve castigaban la superficie de la tierra. Espoleado por el whisky el guía tomó la palabra y, con deliberada lentitud, para permitirles una mejor comprensión, les relató una vieja leyenda, la del Hombre de Hielo, que todos escucharon con atención, sobrecogidos por el efecto que producía sobre sus sentidos la combinación del fuego, el alcohol y los elementos desatados. Dijo el indio: «Elal nos ha transmitido su ancestral mandato: quienes se internen en el Ta-arr, el Hielo, deben hacerlo con su corazón puro y limpio, sin odios ni rencores, sólo dispuestos a amar y respetar a los espíritus de la nieve, la montaña, el viento y la foresta. Así Kóoch, el Creador, les permitirá estar en armonía con la naturaleza por él creada, y gozarán de paz y serenidad, como si fueran una más entre todas sus partes. Pero quienes entren con odio, enojo, envidia o maldad serán atrapados por el gran Hielo y sólo saldrán de su interior bajo la forma de Hombres de Hielo, como castigo a sus malas acciones». Un opresivo silencio, acentuado por el contraste con el agudo silbido del viento, parecía aplastar las paredes de roca de la cueva sobre los ateridos cuerpos de los viajeros, impidiéndoles respirar con soltura y naturalidad. Ambos exploradores se miraron entre sí, esbozando al principio una sonrisa trémula, que casi inmediatamente se transformó en una quizás algo exagerada risa, que los indios observaron sorprendidos, sin entender qué podría causar en esos dos hombres tal reacción ante una leyenda que hasta los niños de la tribu conocían y respetaban escrupulosamente. Finalmente, ellos también rieron para agradar a sus amigos y, luego de avivar un poco el fuego, se retiraron hacia el fondo de la cueva para dormir, lo que a su tiempo hicieron Jones y Silva. A la mañana siguiente el clima había resuelto volver a su estado normal para esa época del año, por lo que el grupo pudo continuar la marcha hasta aproximarse al pie de la inmensa muralla del glaciar. El suelo de roca, entre la pared de hielo, blanca y turquesa, y los árboles de la orilla del lago, estaba alisado por la erosión que había producido el avance y retroceso de la imponente masa del glaciar a lo largo de los siglos. El galés y el argentino estaban petrificados de asombro y admiración al pie de la gélida mole, de unos treinta metros de altura, que transpiraba gotas de agua y tenía tonalidades que, además del turquesa, iban del azul profundo al violáceo y que mostraba incluidas en su interior innumerables piedras redondeadas que habían sido atrapadas por el hielo en su desplazamiento. No podían dar crédito a sus propios ojos: era el espectáculo más hermoso que hubieran contemplado en lo que llevaban de vida. Decidieron acampar sobre la orilla, algo alejados del glaciar, para evitar que algún desprendimiento de hielo generara alguna ola que pudiera barrer con ellos y sus pocas pertenencias. Aquella fue la trágica noche en que se produjo la desgracia que alteró sus facultades mentales y persiguió a Jones por el resto de su vida. El manuscrito describe fielmente los hechos de los que fue testigo y da por supuestas algunas circunstancias que, si bien no le fue dado presenciarlas, pudieron haberse desarrollado tal y como las cuenta. Después de la comida, Silva, descubriendo al fin la faceta de su persona tan cuidadosamente ocultada, comenzó a beber más de la cuenta. Ya borracho, acusó a uno de los indios de haberle robado un cuchillo que tenía en mucho aprecio, por haberlo ganado en un torneo del ejército. El más viejo de los tehuelches defendió a su compañero, alegando que dicho cuchillo quizás se le hubiera extraviado en el camino, al saltar sobre un obstáculo, o cruzar un vado. Silva, mientras retenía la botella y continuaba bebiendo, comenzó a insultarlo y a gritarle de mal modo, lo que obligó a Jones a interponerse entre ellos para tratar de tranquilizar los ánimos y no perder el favor de los indios, su única posibilidad de salir con vida de esos remotos lugares. Cuando Silva vio eso, acusó a Jones de parcialidad y, ya fuera de sí, le asestó un violento puñetazo en la cara, que lo tumbó. Los tehuelches quedaron sorprendidos al ver la pelea entre los blancos pero, prudentemente, no intervinieron y se apartaron unos metros. Jones, sangrando por la nariz, logró incorporarse, pero ya Silva se había alejado corriendo del campamento. El galés aprovechó el momento para calmar a los indios, disculparse y asegurarles que su relación con ellos no corría peligro, que cumpliría cabalmente con todo lo convenido y que dejaran las cosas así, que ya el nuevo día traería la calma al espíritu del otro hombre blanco. Los tehuelches aceptaron sus excusas y se dispusieron a descansar, algo molestos pese a todo. Fue una larga, muy larga noche. Jones, inquieto, esperaba escuchar a Silva retornar al campamento, para hablar con él antes de que se encontrara con los indios, por lo que apenas consiguió dormir poco y con sobresaltos. Mientras tanto Silva se alejó cada vez más del grupo, corriendo como poseído y vociferando insultos, su sentido de la realidad totalmente alterado por el exceso de alcohol. La luz de la luna llena le permitía ver con bastante claridad. Subió por la pared de roca lateral del glaciar hasta llegar al hielo, en el que, con frecuentes resbalones, se internó gradualmente. Llegado casi al centro del glaciar patinó y cayó, deslizándose dentro de una profunda grieta. En la caída su pierna izquierda golpeó contra una saliente del hielo, y sintió un crujido que le hizo temer lo peor; pero el temor le duró poco, ya que anestesiado por la bebida como estaba, prácticamente no sintió dolor. Sólo cuando quiso ponerse de pie y descubrió que no podía, se percató del horrible ángulo que formaba la parte inferior de su pantorrilla. Quedó tumbado en el lugar, confuso, sin poder moverse y a la intemperie, por lo que bajo el efecto combinado del frío y de la bebida, finalmente se durmió. Por la mañana, viendo Jones que su compañero no había regresado, dispuso salir inmediatamente a buscarlo. Los tehuelches, duchos en el rastreo de presas, inmediatamente hallaron las huellas de Silva, que iban oscilando sin un rumbo definido, hasta que finalmente se internaban en el hielo del glaciar. Continuaron un trecho por la blanca e irregular superficie y vieron que el rastro se perdía en una grieta del hielo, en el fondo de la cual yacía un cuerpo. Lo que Jones detalló en su escrito sobre el hallazgo del cadáver es lo que a mí tanto como a él, a más de cien años de distancia y pese a todos los conocimientos que la ciencia ha acumulado en ese lapso, nos dejó anonadados. Según el relato, uno de los indios bajó con una cuerda hasta el fondo de la grieta. Cuando estuvo allí dio un grito desgarrador y comenzó a farfullar «Elal, Elal, Elal», lo que hizo que inmediatamente lo subieran. Su rostro estaba desencajado. Se dirigió al mayor de los tehuelches y le contó en su lengua, con expresiones de terror, lo que había visto. El indio jefe lo tranquilizó, se ató a la cuerda y bajó él mismo a la grieta, atando el cuerpo de Silva a otra soga para subirlo. Cuando el cadáver estuvo en la superficie Jones pudo constatar lo que fue la cosa más extraña e inexplicable que vio en toda su vida: el cuerpo de Silva era de hielo. Pero no de carne congelada, tal como los cuerpos que había visto en otras ocasiones, sino efectivamente de un hielo blanco y con tonalidades turquesa, igual que el del glaciar, y mostraba claramente definidas todas las venas, los pelos de una barba poco crecida y hasta los más mínimos detalles e irregularidades de la anatomía de Silva, incluso la herida de la fractura en la pierna izquierda, con el hueso saliente. Según cuenta, con letra imprecisa y temblorosa, en las últimas líneas de su relato, les resultó imposible llevar el cuerpo de regreso con ellos al poblado, pues se derritió irremisiblemente en el camino pese a todos los intentos por conservarlo. Del ex capitán sólo quedaron sus ropas, en medio de un charco de agua límpida.


*Enrique Jorge Martinez Llenas (57) es médico cardiólogo y reside actualmente en Valencia, España, con su familia. Oriundo de Buenos Aires, ha vivido en Río Grande, Comodoro Rivadavia, Mar del Plata y Neuquén-Cipolletti, por lo que -asegura- la Patagonia le resulta no sólo conocida, sino muy entrañable. Otros trabajos literarios del autor pueden leerse en http://escribidor-diligente.blogspot.com, y en el blog del mismo nombre de http://www.escribirte.com.ar.

jueves, 9 de octubre de 2008

EL POEMA DE HOY



EN UN LUGAR DE MI PUEBLO*

“Trataré de estar siempre
en un “lugar de mi pueblo”.

Donde pueda escuchar
toda su danza.

Los arrullos del
pájaro en su nido.

El bramar de su viento
allá en la pampa.

Sus arpegios andantes
nota a nota

Al compás de su gente
Pueblo y Chacras

Y escribirle mis versos
con cariño.

Hasta el día
que no sienta más sus besos
ni sus cantos.

Y me quede sin palabras.”


Del libro “Desde un lugar de mi pueblo”, del poeta sarmientino Andrés Gómez. Homenajeado como “Poeta del pueblo” por la municipalidad de Sarmiento en 1997, es autor de varios libros de poemas. Rodolfo Montenegro, escritor de Río Mayo, lo llamó con justicia “Maestro de poetas del sur chubutense”.

sábado, 4 de octubre de 2008

LA NOTA DE HOY

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“Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez

Por Olga Starzak*



No hace tanto que leí Cien años de soledad. Debo decirlo, a mi criterio la novela de Gabriel García Márquez remite a la esencia y al objetivo mismo de la Literatura: la lengua al servicio de quien hace de ella una obra de arte, la estética al servicio de la creación, y el escritor experto al servicio del lector exigente. La pregunta que surge después de haber disfrutado de esta novela es si tendremos que resignarnos a la muerte de los Buendía como una forma de conformarnos con la desaparición de los “García Márquez”.
Hago esfuerzos por recordar contemporáneos que hayan escrito una obra de la magnitud de Cien años de soledad y no viene a mi mente ningún nombre. Hablo de obras escritas en nuestra lengua, claro. ¿O es que el arte sólo se aprecia en el ocaso del autor (en la mejor de las circunstancias), o después de su muerte? Esta variable que quizás sea válida en muchos casos no lo ha sido para Gabriel García Márquez porque, ya sabemos, antes de escribirla, sólo con unas cuantas páginas, algunos visionarios de las letras pudieron predecir su futuro.
Ahora bien ¿qué estado mental, de lucidez, intelectualidad, objetividad, imaginación y destreza técnica tiene que tener una persona para escribir una novela de casi cuatrocientas páginas sin dejar librado al azar un sólo párrafo? Cien años de soledad es un ir y venir de sucesos concatenados, de historias paralelas, de conexiones exactas… Y todo eso ocurre en un tiempo que el autor inaugura como tiempo real de los protagonistas, y los hace volver al pasado con la misma espontaneidad que en algún momento dice refiriéndose a Pilar Ternera: “Años antes, cuando cumplió los ciento cuarenta y cinco años…” . ¿Qué estado de desvinculación con sus personajes tuvo que lograr el autor para convertir a Úrsula (personaje que sobrepasa todas las fronteras de la saga), al final de su vida, en un juguete destinado al entretenimiento de los más chiquitos de la casa (¡un juguete propiamente dicho!); y a la hora de su muerte transmutarla en un ser que ocupaba “una cajita apenas más grande que la canastilla donde trajeron a Aureliano”?
Todo está permitido en Cien años…: lo inexistente, lo místico, lo imposible; la magia, lo esotérico, la leyenda; la ternura y la crudeza. Hasta el incesto. Esto último es un eje que va a estar presente, atravesándola, durante todo el desarrollo de la obra, desde las primeras páginas hasta las últimas: Úrsula y José Arcadio, Aureliano y Pilar Ternera (aunque esta última por ser su madre, lo evite), Aureliano José y Amaranta, Rebeca y José Arcadio (hermanos de crianza, aunque no de sangre), y muchos años después otro Aureliano Buendía y Amaranta Úrsula.
En tiempos de guerra García Márquez se permite narrar los hechos desde la pasión de los fanáticos, de la violencia sin límites y la muerte como tema central de toda la novela, tanto que prolonga, desafiándola, la vida de los personajes que elige y la inaugura en Macondo. No se cansa de imaginar y no le teme a lo inverosímil porque toda su obra es un conjunto de circunstancia que, hiladas, demuestran la profunda coherencia interna del relato. Desde José Arcadio, tendido al pie del castaño víctima de la locura, hasta Aureliano Babilonia, último de la estirpe, en su destino de descifrar los mensajes de la alquimia... Remedios elevándose en cuerpo y alma al cielo, Fernanda entregada a una operación quirúrgica espiritual, José Arcadio enajenado a su regreso de la vida con los gitanos, Melquíades y su resurrección y continuas apariciones, Petra Comes con su poder para fertilizar a los animales, Meme y su condición de boba, Aureliano y su mentira episcopal, Rebeca y su encierro eterno.
Podría seguir enumerando porque cada uno de los personajes es “el personaje”.
Y la novela, una obra maestra.
A quienes todavía no la leyeron, ¡los invito a disfrutarla!

*Escritora chubutense.


*Escritora chubutense.

domingo, 28 de septiembre de 2008

LA NOTA DE HOY






MITOS


Por Jorge E. VIVES*




La mitología de la Patagonia es exuberante. Desde Pigafetta en adelante los exploradores y viajeros que visitaron la región registraron las imaginativas leyendas aborígenes, mantenidas vivas por la tradición oral. A los mitos originales se fueron agregando otros, producto de la fusión de las creencias de los colonizadores con el acervo folklórico local. Con el tiempo la tarea de registro se fue haciendo más sistemática y científica, hasta finalmente quedar en manos de los especialistas: arqueólogos, etnólogos, antropólogos.

Una labor muy importante fue la realizada por el investigador neuquino Gregorio Álvarez quien en su libro “El tronco de oro”, al igual que hizo George Frazer en el texto de nombre parecido, registra en detalle aspectos del folklore de su provincia. En este documento de gran valor cultural cita, entre muchos mitos, una extensa lista de “duendes” y monstruos tales como la “encimera”, el “chilludo” y el “pilucho”. Otro de los seres fantásticos mencionados es el “cuero”, y su variante más aterradora, el “cuero uñudo”; una leyenda presente en toda cordillera patagónica.

Por su parte el escritor y estudioso santacruceño Mario Echeverría Baleta realizó una tarea similar con la mitología tsoneka; reuniendo el fruto de su trabajo en varios libros: “Joiuen Tsoneka (Leyendas tehuelches)” y “Cuentan los chonkes” son algunos de sus títulos. En la cosmogonía de este pueblo se destacan las figuras de Kóoch, creador del universo y la vida y Elal, el héroe civilizador. También aparece el “Gualicho”, espíritu dañino similar a los mencionados por Álvarez en su obra.

Esta mitología, constituida en base a los mitos cosmogónicos, supersticiones, creencias populares y leyendas producto de la simbiosis de elementos locales con el agregado de tradiciones culturales de diversos lugares del mundo (como la referida a la Ciudad de los Césares o a los monstruos “tipo plesiosaurio”), no solamente se reflejó en las recopilaciones de los especialistas, sino también en la narrativa de ficción.

Tiempo atrás se señaló en esta página que la figura del dios patagón Settebos, a través de la pluma de Pigafetta, fue tomada para sus obras literarias primero por Shakespeare y luego por Browning. Desde ese primer antecedente muchas otras menciones a monstruos y mitos patagónicos han quedado registradas en la narrativa. Un ejemplo reciente de la presencia de la mitología como fuente inspiradora es la novela “El Lago” de la escritora rionegrina Paola Kaufmann, que obtuvo el premio Planeta 2005.

El tema de la obra ronda en torno a la criatura misteriosa que Martín Sheffield dijo haber visto en una laguna próxima a Epuyén; aunque a partir de ese punto inicial se desarrolla una novela de trama compleja e intimista. El argumento del plesiosaurio es tomado también por Jorge Honik, escritor de El Bolsón, en “Gondwana”; una historia mencionada con anterioridad en este blog.

Por su parte Elías Chucair, referente obligado de todo escritor patagónico, dedica un cuento a otro mito. “El trauco chico”, así se llama el relato, trata sobre el “trauco”, un duende de la mitología del sur de Chile emparentado con los estudiados por Gregorio Álvarez. Esta temática no es ajena a don Elías, que en muchas de sus obras hacer referencia a las creencias y supersticiones del sur.

Una cita un tanto curiosa es motivada por la introducción de una leyenda patagónica en la novela “Magia Blanca”, de Eduardo Gudiño Kieffer. Si bien fuera de la región, ya que el argumento se desarrolla en Las Leñas, Mendoza; uno de los ejes de la obra es la búsqueda por parte de uno de sus personajes de la mítica Ciudad de los Césares, también llamada Trapalanda; a la que en 1936 el escritor chileno Manuel Rojas dedicara una novela.

Los ejemplos citados en este artículo son pocos a fin de evitar extenderlo demasiado; pero la presencia de contenidos mitológicos en las letras patagónicas es abundante. Sin embargo, a pesar su profuso empleo, estos mitos pueden seguir siendo una fuente de inspiración para los escritores regionales. En la literatura universal existen muchas obras maestras que se apoyan en las creencias y leyendas tradicionales. La riqueza de nuestra mitología sureña la hace, sin duda, terreno feraz para la creación literaria.

*Escritor y poeta chubutense.

viernes, 26 de septiembre de 2008

NUESTRO MÁS SINCERO AGRADECIMIENTO




El equipo de Literasur desea expresar su agradecimiento a Raúl Horacio Comes, un hombre sencillamente fuera de lo común, que de manera totalmente desinteresada, con su reconocida pasión por todas las expresiones culturales de la Patagonia, puso al servicio de nuestro proyecto -y por ende, de nuestros lectores- no tan sólo sus conocimientos técnicos, sino también su sentido de la estética, su capacidad intelectual y su criterio práctico para el rediseño de nuestra página web Literasur.

Con reconocida vocación y un esfuerzo meritorio y constante, Raúl Comes viene brindándole al país y al mundo entero un sitio web – Vistas del Valle - que realza y difunde las bellezas naturales de nuestra región, matizando su enorme panoplia de imágenes con la más variada información acerca del quehacer cultural de nuestro medio.

No conforme con eso, nuestro querido amigo restó horas a su propio quehacer para ayudarnos a mejorar la calidad estética de la página que estamos edificando, en nuestro intento de brindar desde la red una muestra actualizada de la literatura patagónica y de sus hacedores.

Nuestro más sincero agradecimiento a Raúl, en la seguridad de que juntos seguiremos transitando el camino del arte en sus múltiples manifestaciones, desde este lugar austral que acorta sus distancias con el mundo a través del excitante entramado de Internet.

El equipo de Literasur

*Raúl Comes es autor de Vistas del valle

jueves, 25 de septiembre de 2008

NOTICIAS CULTURALES


LA ASOCIACION SAN DAVID de TRELEW nos anuncia:

Ciclo de Conciertos

Prosiguiendo con el CICLO DE CONCIERTOS organizados por nuestra Institución informamos que el próximo Viernes 26 de Septiembre a las 19,30hs. podremos disfrutar de la CAMERATA PATAGONIA.

Interpretarán obras clásicas y del barroco de A. Vivaldi, G. P. Telemann , E. Grieg y Fischer. La presentación se llevará a cabo en nuestras instalaciones de San Martín y Belgrano-1er.Piso- de TRELEW.

La CAMERATA PATAGONIA, integrada por Ana Pomar y Susana Quilaqueo (violín), Javier Murillo (viola y violín), Darío Del Falco (violonchelo) y Paula Caviglia (flauta traversa) iniciaron sus actuaciones a principios del año 2006, en un concierto llevado a cabo en nuestra Asociación. Con posterioridad efectuaron diversas presentaciones en la zona con singular éxito. Es de destacar que sus integrantes son profesores de las Orquestas Infanto Junveniles de Trelew y Puerto Madryn.

Invitamos cordialmente a esta nueva presentación de la CAMERATA PATAGONIA.

martes, 23 de septiembre de 2008

DESDE SARMIENTO

Nos escribe: Mirta Jodor




EL DÍA DESPUÉS

La 9º Feria del libro y la Cultura y II Binacional



Desde el 12 al 14 de Setiembre vivimos nuestra 9ª Feria organizada por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Sarmiento y el apoyo incondicional de poetas y escritores sarmientinos: Andrés Gómez, Juan Carlos Moisés, Eva Gómez, Ida Chaura, Ida Oporto, Inés Luna Torres, Lorenzo Sánchez, Luis Coronado, Gustavo Calderón y Mercedes Britos.
Y la gran ausencia de la poetisa y amiga IRIS LIGO, quien no estuvo fisicamente, se nos adelantó camino a la eternidad, pero quedó en sus poemas iluminados de paz, generosidad y simpleza tierna, y en el corazón de sus pares.
Un cartel rezaba IRIS PRESENTE y nuestras lágrimas descubrían su presencia en el aire.

Este escrito se aleja de un informe institucional, ya que circunstancialmente me desempeño en la Dirección de Cultura y formo parte de la organización, es simplemente un escrito desde el corazón de alguien que escribe y vive la Feria con deleite, apuro, horas de insomnio, y felicidad.

Y este año agregué a esos sentimientos la tristeza que oprime el corazón al perderla a Ud, querida Iris, querida amiga, querida segunda mamá...querida poetisa...
Cuántos momentos compartidos, tardes nubladas de invierno iluminadas por el sol de su presencia....cuántas conversaciones, confidencias, música y esos poemas mágicos que leíamos....Mi orfandad... el día después de la feria me acorrala, a quién le cuento hoy las perlitas de la feria, quién me pone la oreja y se ríe de mis comentarios, a quién escucho diciéndome Mirta, vos podés...! y vas a salir adelante...
Me quedaron sus piedras, los libros, sus infinitos regalos, pequeños grandes tesoros....
Sus miedos aferrándose de mi terquedad para seguir caminando.
Iris, la Dama de la Poesía, según Rodolfo Montenegro, escritor de Río Mayo. Y las lágrimas de emoción.
Iris, la señora que cambiaba cada lugar al que asistía, desde esa bondad sincera.
Iris mi norte, mi pedacito de infancia, mi corazón quebrado....y ese sentimiento único de sentirla en el aire rodeándome con sus increíbles abrazos.
Hasta luego. dulce hada de la poesía. Un último deseo: por favor venga a mis sueños, necesito contarle aún muchas cosas.
Mirta Jodor.

HOY SE HA IDO

PERO NO ES ASI



LA SIENTO EN EL AIRE TIBIO

DE LA FUTURA PRIMAVERA



EN EL CANTO DE LOS PAJAROS

EN SUS PLANTAS

EN SUS PIEDRAS

EN SUS POEMAS QUE LEO Y RELEO

EN CADA VERSO ACARICIADO

DE LAGRIMAS,



EN MI CORAZON QUE LLORA

EN EL PERFUME SUAVE

DE ESA VOZ QUE AMABA TANTO….



FUE MI AMIGA DEL ALMA

MI CONFIDENTE

EL GENEROSO ABRAZO QUE ME

HACIA SENTIRME NIÑA DE NUEVO,



EL REFUGIO DE MIS POESIAS

LA MUSICA QUE AMBAS DISFRUTABAMOS

AHORA EN UNA ORFANDAD

QUE AUN NO DIMENSIONO VAGO RUMBO

A OTRO DIA,

EXTRAÑANDO A UN ANGEL

QUE DIOS PUSO EN MI CAMINO

PARA LLENAR DE AMOR A MIS HIJOS

A MI MISMA….

SIENTO QUE UD NO SE HA IDO

AHORA ME ACARICIA EL PELO

HABLANDOME AL OIDO.


Mirta Jodor
Sarmiento
(Chubut)




domingo, 21 de septiembre de 2008

¡FELIZ DÍA DE LA PRIMAVERA!



Primavera de 2008


Para quienes vivimos en la Patagonia, la primavera -aunque a veces caprichosa y tardía- tiene un significado particular. Responde a una espera y a una necesidad, a una época del año que nuestra mente y nuestro cuerpo reclaman, y al fin de otra que marca la despedida de días largos y fríos. Personalmente ambas me atraen, por causas diferentes e iguales motivos: vivir cada día junto a mis afectos más caros, aceptando lo que la naturaleza, sin pedirme nada a cambio, me regala. Pero la primavera, claro, tiene sus urgencias… ese “no sé qué” que hace que nuestras energías tengan esa carga adicional que nos posibilita SENTIR de modo diferente.

En primavera el sol del mediodía es el amigo fiel que se hace presente cada día pero pronto nos abandona, dejándonos un resabio de nostalgia y la esperanza de un próximo encuentro que, además -estamos seguros- acontecerá. Es ese amanecer de luz intensa y gorriones en nuestras ventanas… de brotes muy verdes en los rosales y flores diminutas en los frutales.

La primavera en Patagonia nos trae atardeceres que a veces presagian algunas mañanas con heladas tardías.

Septiembre es el mes que nos seduce y a la vez se muestra un tanto egoísta, que nos busca y buscamos, del que presumimos apropiarnos pero pronto nos desafía a una prolongación del invierno terco y afanoso, que penetra en nuestras pieles y parece querer perpetuarse.

La primavera es un amor eterno que nada puede hacer para que lo olvidemos.

Nuestro clima pocas veces nos permite, como en el norte del país, ocupar plazas y parques, chacras y campos en este día de septiembre. El aire fresco nos invita aún al calor artificial, y la primavera llega entre mangas largas y piyamas, ventanas cerradas y mantas.

Desde aquel picnic de estudiantes de la década del ochenta hasta estos encuentros de los adolescentes de hoy, que se suceden entre cuatro paredes y unas cuántas cervezas, han pasado muchas décadas. Mucho ha cambiado, inclusive las condiciones atmosféricas, pero el fervor de la sangre es el mismo, siempre. Y lo que nuestras ansias proclaman es el advenimiento de una estación que, más cálida, nos invite a vivenciar los escenarios más atractivos de nuestra existencia. Los colores y las formas se alteran, los aromas y los sentidos se intensifican. ¡Somos nosotros, pero a la vez somos otros! Somos aquellos que potenciados por la fuerza divina del sol que nos alumbra desde otra faz, que nos calienta desde otro ángulo, se insinúa con su fuerza descomunal… Descubrimos año a año el sentido más excitante y maravilloso de la vida; conjugados por dos fuerzas tan reales como poderosas: la de la naturaleza y la de las emociones humanas. Ambas parecen haber sido creadas con idénticos fines. Una al servicio de la otra… Coexistiendo en el espacio y en el tiempo que les ha tocado vivir. Entonces, colores y alegrías se entrelazan, formas y emociones se compensan, sentidos y sentimientos se acoplan en un devenir que hemos de llamar vivencias. Es entonces cuando es posible preguntarse: ¿Hay algo más gratificante a nuestro olfato que el aroma a rosas?, ¿más luminoso a los ojos que la luz del sol?, ¿más provocativo que un pétalo en el mundo de las texturas?¿Puede el murmullo del viento apagar los trinos de una calandria?¿Cómo olvidar el tiempo sin gustar el aroma al presente?

La primavera es y será siempre una pasión que tiene protagonismo en todos los actos de amor… porque se perciben mágicos e imaginarios violines, las rosas emanan su aroma más intenso, los sauces lloran el canto más prolongado y los cerezos descubren los tonos más rosados.

Más allá del calendario, la primavera es HOY.

¡Feliz día!

A todos.

Olga Starzak

21 de septiembre de 2008

lunes, 8 de septiembre de 2008

LA NOTA DE HOY



AMARGA PATAGONIA

Por Jorge E. VIVES*


En un reportaje que recientemente realizó Sandra Pien a Alejandro Winograd, autor de “Patagonia. Mitos y realidades”, el escritor define su obra como “un libro feliz”; por contraposición a otros textos que, en su opinión, tienen una visión “melancólica” de la región patagónica. La presencia de estos dos puntos de vista diferentes en la literatura del sur merece una breve reflexión.

La densidad y la profundidad emocional del ambiente sureño – su paisaje y su gente -, hizo que muchos escritores, sobre todo en las épocas iniciales de la literatura patagónica, se volcasen a pintarlo con trazos trágicos, ásperos. Varios de esos autores no habían nacido en la región; la conocían por referencias o circunstanciales viajes. A los rasgos románticos que confería la lejanía se agregaban la rigurosidad del clima, la devastadora soledad de los enormes y yermos espacios; y la personalidad férrea que los seres humanos que la poblaban debían tener para enfrentar esas condiciones extremas.

Entre la frondosa bibliografía patagónica, muchas veces olvidada pese a su indudable valor literario, se pueden rescatar dos novelas que se insertan en esa imagen acerba de la Patagonia: “Lago Argentino”, de Juan Goyanarte, y “La amargura de la Patagonia”, de Rubén Darío hijo.

Al prologar la novela de Goyanarte, Ezequiel Martínez Estrada dice que es “una historia cuyos protagonistas no son los hombres, sino las fuerzas naturales de un pedazo inhabitable del mundo que resiste a la invasión de seres, de edades y climas más recientes”. A lo largo de la obra se desgrana la vida de pionero de Martín Arteche; de sus venturas, que son pocas; y de sus desventuras, que son muchas; y que al finalizar la novela se amontonan como los témpanos del lago y se precipitan con el ruido de un glaciar que rompe. Durante el tiempo que transcurre en su estancia al fondo del Lago Argentino soporta penurias de todo tipo para llevar adelante su emprendimiento, lidiando con la naturaleza y con las pasiones de los seres humanos que lo acompañan.

Por su parte, Rubén Darío y Contreras, hijo del “príncipe de la letras castellanas” y su primera mujer, Rafaela Contreras, obtuvo los datos para su novela en forma personal, radicándose por un tiempo en el sur de nuestro país a principios del siglo veinte. Allí cuenta una dramática historia ambientada en el imaginario puerto santacruceño de Poncial, dominado por el caudillo local Damián Trejo a quien se enfrenta Olaf Felstad, un médico noruego. Al igual que en el caso de “Lago Argentino”, el final es duro e implacable; y la descripción del paisaje, tanto del natural como el humano, refuerzan la cualidad que el autor atribuye en su título a la región. Por ejemplo, describiendo los sentimientos de un recién llegado a la Patagonia dice “El viajero experimentaba una creciente e inexplicable desazón, una tristeza que lo obligaba a recordar que poco a poco iba alejándose de la civilización para internarse en un terreno desconocido y muy escasamente habitado”.

En ambas obras existen puntos en común: paisajes desolados, climas rigurosos, seres humanos rudos y decididos, situaciones violentas donde rige la ley del más fuerte. Esta visión es entendible. Un espectador que años atrás observara la región con ánimos de artista, no podía dejar de sentirse subyugado tanto por lo inexorable de la meteorología y del terreno como por la firmeza de los personajes que se movían en ese escenario; una implacabilidad que los hermanaba con las fuerzas naturales de las que eran parte y que podía ser fácilmente interpretada, en muchos casos, como crueldad. Pese a que los tiempos han cambiado y las condiciones de vida se suavizaron, dicha manera de entender la Patagonia se prolonga en la actualidad. En el recuerdo inconsciente del literato queda como un regusto esa vaga sensación de tragedia y desazón.

Pero también es comprensible que otros autores busquen una imagen más amable de la región, sin hacerle perder sus rasgos característicos. Una lectura de la realidad que, basada en las cualidades humanas de los habitantes y en la belleza de los escenarios naturales, intente mostrar un rostro “agraciado” de la zona.

Es la existencia de ambas visiones, tan válida una como la otra, la que dará riqueza y variedad a la literatura sureña. Por eso resulta positivo que los dos puntos de vista, el “feliz” y el “melancólico”, el “dulce” y el “amargo”, coexistan y tengan escritores que los representen... y lectores que los disfruten.



*Escritor chubutense


jueves, 4 de septiembre de 2008

EL CUENTO DE HOY





MARCIAL

Por Gerardo Robert*




Cuando la figura se recortó por segunda vez sobre la puerta de dos hojas de la cocina, Germán se levantó pausadamente del pringoso banquito de madera situado al lado del fogón y sin decir palabra alguna, se quedó parado a espaldas de Francisco, que en ese momento pegaba el grito de ¡Falta envido! y se quedaba atento a los gestos de sus contrarios, mientras su compañero sonreía. El truco los convocaba antes del churrasco que se desgrasaba frente al fuego y los cinco amigos, todos ellos gente de campo, vecinos de la zona de Santa Elena, compartían la fraternal estancia en el puesto de Marcial Puebla.

La mesa rectangular, ubicada en el centro de la cocina, daba una de sus cabeceras hacia la puerta de salida al patio, construida de madera tosca y con dos hojas anchas y horizontales, como se acostumbraba por entonces en la edificación rural. De esta forma mantenían si era necesario una amplia entrada de luz y aire dejando abierta la hoja superior, y cerraban igualmente el acceso a los perros, animales de corral o alimañas con la hoja inferior, que cubría la mitad del vano. Por otra parte, por su fragilidad y dificultades de transporte, no resultaba sencillo por entonces el uso de vidrios.
Estaba anocheciendo y la jornada los había entretenido hasta tarde en los corrales, curando a mano las frecuentes picaduras de sarna de la hacienda. De paso, cada uno apartaba las ovejas de su señal que pudieran haberse entreverado con la majada de “Los Tamariscos” como consecuencia de la lógica precariedad de los alambrados.
Pensaban hacer noche y al día siguiente, temprano, rumbear para las casas con la punta de animales propios que cada uno hubiera apartado.
Hacía ya dos días que Marcial se había ido, de a caballo, hasta Trelew, distante 40 leguas, con el propósito de cobrar algunos pesos que le quedaban de la última esquila y comprar algunos fardos de pasto, forrajes para los caballos a mantención y vicios varios para pasar el invierno. Seguramente ya estaba en el valle.
Montaba el tostado malacara y llevó el lobuno de Olsen, por buen cabresteador, como pilchero, buscando así aliviar los animales y traer las cosas más urgentes. También lo acompañaba el Cantor, extraño nombre que le había puesto a su fiel perrito ovejero. Porque según él, sonaba fuerte y se escuchaba de lejos.
Las 32 de Francisco sobraron para que allí mismo concluyera el partido así que los hombres se levantaron, acomodándose para el asado. Germán, que estaba de pie, asomó su medio cuerpo para afuera de la puerta que daba al patio y miró hacia ambos lados. Sin hacer gesto alguno volvió, se acercó al fogón y levantó el asador plantando el churrasco casi en el medio de la cocina. -¡Peguenlé che, que se enfría! dijo, y tomando un trozo de galleta seca encaró el costillar haciendo un tajo en la verija crujiente. A pesar de que recién comenzaba el otoño la noche estaba fresca, y el viento del sur insinuaba la aproximación de escarchas tempranas.
Y Guillermo? Preguntó el vasco antes de empezar a comer.
No sé, andaba por el galpón. Contestó alguien.
En ese momento Guillermo Acosta, mensual de Marcial Puebla que había quedado al cuidado del puesto, entraba por la puerta lateral de la cocina que daba a la pieza del medio y que la separaba de la tercera y última pieza del rancho, donde él dormía. Hombre callado y de gesto huraño, se incorporó a los comensales sin palabra alguna, acomodándose en una especie de taburete hecho con un tronco de tamarisco y una tapa de barril como asiento.



El maragato cortó dos costillas del medio y recogiendo la salmuera, se ubicó en el banquito humoso del que un rato antes se había levantado Germán. Pegó un tajo y al llevárselo a la boca levantó la vista, haciendo un gesto de cargada sorpresa al ver pasar rápida la figura de lo que le pareció un hombre, por el vano de la media puerta que permanecía abierta.
- Y eso? Preguntó en voz alta y con manifiesta inquietud, al tiempo que se enderezaba dando un paso hacia adelante. Germán se dio cuenta y dijo con voz espesa y opaca:
-Yo lo vi hace un rato. Dos veces. Y me pareció Marcial.
Se miraron unos a otros y el tuerto Juan, casi con sorna, les recordó que a esa hora seguramente el dueño del lugar estaría en algún piringundín de Trelew.
Esos hombres ásperos y paradójicamente serenos, no eran precisamente propensos a las actitudes timoratas, pero de todas formas guardaban un recelo agudo e irrefrenable por esos fenómenos que les desdibujaban sus certezas. De todas formas salieron al patio, justo en el momento en que un ñacurutú emitía su aciago graznido y efectuaba un vuelo bajo que consolidó la insondable oscuridad de la noche ya plena.
Y se conmovieron. Capaces de jugarse la vida contra un batallón sin más pertrechos que su talero, la idea de la muerte, así, como sujeto, los sumía en un sentimiento de indefensión casi niña que se asimilaba marcadamente al miedo. Y el conocido lechuzón sureño, en determinados momentos, sugería premoniciones desventuradas.
Concluyeron la comida en silencio. Acosta se retiró enseguida y los cinco vecinos quedaron conversando sobre la actividad a desarrollar por cada uno al día siguiente. Pero como si hubieran convenido un pacto silencioso, no se habló más del reciente episodio. El vasco Arregui preparó unos mates que compartió con Germán y un rato después se fueron a dormir. Tres de ellos lo hicieron en las camas que había en la pieza de Marcial y los otros dos tiraron sus pilchas en el galpón chico, al costado del patio.
Por la mañana, después de churrasquear, rumbearon para los corrales y el torido de los perros les avisó que venía alguien. En efecto Walker, del campo vecino, llegaba en la vagoneta a buscar el carnero que le había prestado Marcial y que ya era tiempo de echar a la majada. Se saludaron sin mayor vehemencia, con madura cordialidad, y les comentó que el día anterior había llegado a su casa el turco Amado, pionero mercachifle que regularmente aparecía ofreciendo todo tipo de chucherías generalmente innecesarias, junto a soluciones prontas a las necesidades del poblador y a las ilusiones de muchachas en edad de acicalarse. Se movilizaba desde hacía ya algunos años en un camioncito Ford T que según él, era capaz de cualquier hazaña en las subidas más empinadas o en los barriales mas difíciles. El turco era afable y dicharachero, con esa natural picardía para el negocio sano que le aseguraba puertas abiertas y retornos esperados.
-No sabés si después viene para este lado? , quiso saber Francisco.
-Sí, seguro. Respondió Walker. -Viene del lado de Trelew, así que hasta Bustamante no para. Dice que en la oficina de Correo de Dos Pozos se encontró con Marcial, que ya estaba saliendo para Trelew.
Esa sola mención recordó a los presentes el episodio vivido la noche anterior, pero más allá de contraer el ceño o cambiar alguna mirada, nadie habló. Solo Juan, que no había visto nada extraño por estar de espaldas a la puerta, esbozó una sonrisa socarrona.
Antes de las diez de la mañana, todos habían emprendido el regreso hacia sus respectivos establecimientos, en yunta o de a uno, según conviniera al rumbo que debían seguir. Solo quedó el puestero Guillermo Acosta, empecinado en reparar con escasas artes y menos herramientas la puerta de la manga de aparte, que se había desvencijado en los últimos trabajos.
20 días después, Marcial Puebla llegó de regreso, pasando por lo de Walker. Era casi mediodía de una jornada apacible y cálida, Venía contento. Por el descanso, por la cobranza y por las compras realizadas. Además venía contento con la vida, que le había regalado ese privilegio de pelearla desde el lugar que tanto quería y en el que la sentía tan plena, mas allá del clima, las escaseces y la soledad.
Se quedó a comer un suculento guiso que había preparado la buena de Doña Ercilia, le hizo el gasto con varias empinadas a la bota de clarete, charló sobre su viaje y lo que estaba creciendo Trelew, y a las 5 de la tarde ya estaba en Los Tamariscos. Su casa.
Lo recibió el peón, parco como de costumbre. Le ayudó a descargar el pilchero y acomodar las cosas, mientras lo ponía al tanto escuetamente de todo lo acontecido en su ausencia, que se había extendido en el tiempo más de lo previsto.
Después de tomar mate, se sentó en la cocina a acomodar sus papeles, boletas de compras y anotaciones varias. Se consideraba un hombre ordenado con sus cuentas y compromisos. Había cobrado, si, unos buenos pesos, pero la compra de víveres y forrajes que pronto le traería Fermín en el camión, lo habían dejado casi tecleando.
-Y bueno – se dijo. -Mientras las lanuditas sigan pariendo está todo bien.
Ya caía la tarde. Salió al patio y al hacerlo, entornó la hoja inferior de la puerta para que no entraran las gallinas que andaban picoteando entre los coirones. Anduvo trajinando por los corrales y galpones como reconociendo el estado en que encontraba sus modestas pertenencias y después de dar una vuelta hasta el bebedero, volvió al rancho.
Cuando pasó frente a la puerta, Acosta, apoyado en el marco de la abertura que separaba la cocina de la pieza del medio gatilló la carabina y la bala se incrustó detrás de la oreja derecha de Marcial.
El acta dice que Marcial Puebla murió a las siete y media de la tarde del 19 de Abril de 1932. Sus vecinos y amigos Germán, Francisco, Alberto y el vasco Arregui, tuvieron siempre la certidumbre de que la muerte había ocurrido en el anochecer del 30 de marzo.







N. del A.: El Establecimiento “Los Tamariscos”, que ocupaba un lote fiscal, quedó abandonado desde entonces. Las tierras se anexaron años después a un establecimiento vecino y el rancho, que desde entonces se llama “El puesto del finao’ Marcial”, aún permanece casi oculto por los árboles, derruido y rodeado de un halo de supersticiones y misterio. Según los más incrédulos, al comienzo de la noche se escucha indefectiblemente el graznido del ñacurutú, aún cuando no se lo ve nunca.

*Escritor chubutense.

lunes, 1 de septiembre de 2008

LA NOTA DE HOY



El microrrelato: una narración con identidad propia


Olga STARZAK*



Como un punto definido en el universo literario surgen ya en la Edad Media -sin nombres ni conceptualizaciones que aboguen o desvirtúen su existencia- los cuentos cortos, o cortísimos. Una construcción sintáctica que nace por la necesidad de lo conciso, y poco después nos seduce por su compleción y nos inquieta por su vacuidad. Historias que carentes de medida, enumeración de palabras, frases o formas, responden a un único patrón: el del placer estético. Ese relato de pasión, muerte, condena, dolor o amor... que ordena unas pocas acciones, menos personajes, un nudo disimulado y un desenlace que, aunque no explícito, se imagina; y envuelve al lector en el sagrado acto de emocionarse con la emoción ajena.

No quiero entrar, al menos no en esta breve referencia a los microrrelatos, en ninguna clasificación. No importa si se trata de cuentos cortos, breves, brevísimos o minicuentos. Se trata de reconocer en ellos la esbeltez de la palabra, la magia de mostrar en un acto el espectáculo, la osadía de dejarse llevar hacia lo desconocido, el desafío de descifrar lo no dicho, la virtud de elegir de qué modo hacerlo...

Ya escribieron microrrelatos, en el siglo pasado, Ramón Gómez de Serna en España, Kafka en Alemania, Huidobro en América... (hay quienes sostienen que lo son también las parábolas de Jesús). Sería una falta de consideración no mencionar también a Monterroso, Borges o Cortázar; o no referirme a Anderson Imbert, a Shua, o Brasca... Hay muchísimos y destacados precursores y seguidores en el gran abanico que conforma esta innovación en el mundo de las letras.

¿Qué escritor -o quien intente serlo- no ensayó alguna vez con el cuento breve o la mini ficción? O no lo cautivó esa estructura acotada que se sucede con la fuerza descomunal del rayo, se desarrolla en la fugacidad y se agota en el éxtasis?

¿Quién no se desafió, valiéndose solo de una intención, muchas veces de la agudeza, a veces de la parodia, en ocasiones de la ironía... a condensar en unas pocas líneas, la vida toda?

En lo personal creo que el microrrelato es a la prosa lo que el haiku es a la poesía. El título cobra relevancia como en ningún otro género, y la mayoría de las veces forma parte del contenido. Dice lo que puede y calla lo que quiere. Se vale tanto de la reflexión, del aforismo, la observación de la realidad, la imagen literaria o el intertexto... No tiene límites imaginativos, no cae preso de ninguna temática. Y aunque juega a definir su extensión (que es en el arte definir lo indefinible), el poema oriental tiene en su dimensión concreta, una norma que lo caracteriza. Pero ambos se valen de la brevedad para expresarse.

Ahora me pregunto, ¿hay acaso formas para que, recurriendo a las palabras, los hombres puedan manifestar sus infinitas emociones? Es entonces cuando es indispensable rendirle culto a las palabras en su multiplicidad de opciones, en su diversidad de géneros; y elegir siempre aquella con la que nos sintamos más identificados. Sin olvidar que, a veces, un silencio también cuenta una historia.

Pero eso es otro tema.

*Escritora chubutense