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sábado, 25 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY






BORGES: LA MURALLA Y
LOS LIBROS, PARA CREER




Por José Pablo Descalzi (*)


Las "Obras Completas" de Jorge Luis Borges están publicadas en cuatro volúmenes. Esto es un testimonio. Como lo es indicar cuantas hojas o capítulos componen su finita extensión.
La lectura directa de sus escritos, sin embargo, puede dejar impresiones muy dispares y de extensiones insospechadas. Dependen, en mucho, del ánimo con que se avanza por los laberintos intelectuales que su pluma propone.
Certeza y expectativa. Es "Borges", sí, pero tengo para mí –y creo que puede compartirse– que tras su nombre se descubre belleza en la figuras que emplea; información en los datos que trasunta y un prístino y ocurrente razonamiento consecuente. Sin dudas se avizora profundidad en las reflexiones, pero también preguntas y más expectativas. ¿Sorpresa? Sí, basta empezar a leer para rendirse al impulso de ir hasta el párrafo final sin trashojar.
No es objeto de la presente aproximación el exhaustivo repertorio de sus logros, sino brindar impresiones, pinceladas subjetivas, quizás tan generales como azarosas.
En concreto no hay "una" línea, hay muchas para seguir. Poesía y ensayos, cuentos y relatos, conferencias y prólogos. Enumeración. Uno de sus recursos.
Seguramente hay más, mejores explicaciones de lo que Borges representó y representa. Este esquicio, breve, sucinto, es, se insiste, una descripción personal y limitada sobre la estrella en el firmamento de las palabras argentinas.
Veamos un ejemplo sobre la muralla y los libros. Debe tenerse presente que tal es el título con que Borges inaugura el libro "Otras inquisiciones" (1952), integrado al tomo II de las citadas "Obras Completas".
Y Borges dice:
"Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue el primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones -las quinientas o sescientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de su historia, es decir del pasado- procedieran de la misma persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó... Históricamente -agrega- no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Anibal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos y borró el sistema feudal; erigió una muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores. Quemar libros y erigir fortificaciones -concluye- es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en que obró..."
Luego formula el ensayo de explicación de esos hechos, del que tomaré algunas frases necesarias:
• todas las cosas quieren persistir en su ser.
• el emperador destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre.
• su virtud puede estar en la oposición de destruir y construir, en enorme escala.
• todas las formas tienen su virtud en sí mismas y no en su "contenido" conjetural.
Y cierra y rubrica con estas reflexiones:
"…todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético"
Ahora pienso, trato de olvidar las diferencias, y generalizo. Persistir, destruir, construir, enseñar; conciencia, virtud y conjetura, ¿qué quiere (puede) decirnos Borges con esta relación? Me parece que el hecho estético, la apreciación de la belleza de algo, si cabe, debe buscarse en el contenido conjetural de las formas, en lo que creemos que es o puede ser.
Cambio el orden: destruir, construir, conciencia, persistir, conjetura, enseñar y virtud. Y encuentro un mensaje oculto. Creo, quiero creer, que Borges a su modo nos revela el ciclo de la vida; desde la virtud de las formas, nos enseña lo que es o puede ser la sustancia...
Pongámoslo de esta manera: destruir la soledad hasta construir la unidad, consciente de las promesas compartidas y sin buscar soluciones a la continuidad. Puede decirse que sólo valorando estos acontecimientos, creo –quiero creer– que se impone la virtud.



(*) El autor es oriundo de la Provincia de La Pampa. Nació en el año 1969. Es abogado y cuenta con numerosas publicaciones en revistas nacionales especializadas. Escribe en su blog personal: http://jpdesc.blogspot.com . Actualmente está radicado en Trelew.




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viernes, 24 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY





ANÍBAL FORCADA

Por Alfredo Ismael Lama (*)



Alguien supo en las noches misteriosas
cabalgar este viento desbocado,
recorrer el chenque milenario,
recordando al Tehuelche antepasado.

Como arcilla y mar que junta cielo,
o petróleo y gas que no es venteado.
En el vientre temeroso de esta hembra
tu poesía trasnochada se ha grabado.

Comodoro fluía por tus venas,
como sangre vital, lo derramabas
y en la honda república de trépanos,
tu folklore noctámbulo cantabas.

Transformada en líricas vocales
desde un surco sideral se desprendía,
labrador de la noche patagónica,
tu semblanza de esta tierra dolorida.

Y ya ves... Yo me vuelvo a mi canto solitario,
no pretendo ni reunirme ni olvidarte,
no se unen quienes son la misma cosa,
ni se olvidan los que siempre fueron parte.






(*) Poeta comodorense. El autor dedicó este poema al conocido escritor y locutor Aníbal Forcada. El homenajeado, ya fallecido, fue autor, entre otras obras, de la letra de la canción “Más allá del Colorado”. También fue impulsor del Festival Austral del Folklore.



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miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL CUENTO DE HOY








AMANDA QUERIDA



Por Luis Alberto Jones (*)




Paco en sus doce años de matrimonio suponía haber consolidado una familia junto a Teresa y su hija Amanda.
Pero poco a poco, como esos gajos de plantas que uno coloca en una maceta dejando en manos de la naturaleza su vida, sin aportar nada, y pasado un tiempo descubre que prospera francamente, tuvo una sensación análoga con la marcha de su pareja.
Su intuición, rasgo atribuido casi exclusivamente a la mujer, lo llevó ante el enfriamiento del trato de su esposa, a indagar en cada situación o persona las razones de la inesperada actitud.
Exacerbada la búsqueda por el tiempo percibió como la más sospechosa, la postura sutil y persistente de su pareja para con Mariano casado con Anita, la menor de sus cuñadas.
Una distracción consoladora dentro de estos pensamientos nefastos, era el entendimiento profundo con su hija. El recíproco cariño había tejido la relación y fortalecido los roles en una etapa especial en la vida de Amanda. Físicamente se parecía a su madre. Desde su complexión delgada hasta el tono y corte de pelo. Se diferenciaba no obstante, en sus intereses y metas. Ninguna era mejor que otra en tal sentido, simplemente distintas, como otras personas en edades, historias, anhelos.
Pero en la mente de Paco iba creciendo la certeza de la infidelidad, que como un tumor en su tamaño demandaba acortar tiempos antes que el daño arrasara todo. Ese todo único y rescatable para él era su hija.
La manera de resolverlo, lo sumía en una envolvente sensación rayana en lo intolerable. Ya no le importaba cómo ni las consecuencias. La vida de su esposa; inmolarse él inclusive. Todo sería válido para salvar a Amanda del conocimiento de tan oprobiosa situación.
Fue un viernes al regresar del trabajo. Al entrar a la casa, en el escritorio, sobre un lateral de la biblioteca, su cuñado observaba a su mujer trabajar en la computadora, con sus hombros encorvados sobre la máquina y la hermosa cabellera derramada sobre la espalda.
Como ajeno a él sintió que le brotaba un instinto carnicero impulsándolo con fiereza. Introdujo la mano derecha en el bolsillo externo del saco y pulsando la navaja la palpó desplegada. Caminó cuatro pasos y sacándola la clavó dos veces a la altura del pulmón derecho de la mujer.
La inesperada acción fue como si un rayo hubiese iluminado a los tres protagonistas creando un clima de fugaz asombro y opresión.
Luego lentamente cada uno fue cambiando su postura. El cuñado se enderezó mirando incierto a los otros. Paco retrocedió dejando caer el brazo al lado del cuerpo sin soltar el arma.
El abrumador silencio del lugar se rompió con el chillido de la silla que ocupaba la mujer girando hasta enfrentarlo. Respirando con agitación sus ojos permanecían abiertos en demasía, buscando afanosamente en esa última porción de vida, la explicación que el victimario aún no lograba metabolizar. Sólo alcanzó a percibir en forma brumosa la expresión de un hombre desbastado. La cabeza de la mujer se plegó lentamente hasta tocar con el mentón su pecho. En su estertor Amanda hizo girar su silla hacia uno y otro lado muy brevemente. Ese movimiento pendular se transformó en un imaginario “¡No!”.... Infinito y profundo, asociando a los hombres al sentir, en este simbolismo, que la navaja había acabado con los tres.


(*) De “In-formales” – Volumen de cuentos de su autoría.






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lunes, 20 de septiembre de 2010

REFLEXIONES SOBRE OTRO ENCUENTRO ANUAL EN SARMIENTO




XI FERIA DEL LIBRO Y LA CULTURA DE SARMIENTO



Por Julia Rita Chaktoura



Once años no transcurren sin dejar una impronta trascendente, cuando hay de por medio un acontecimiento cultural como es una feria del libro, lugar en el que –más allá del hecho estrictamente comercial– se producen encuentros, intercambios, novedades, descubrimientos...

Cuando un evento de esta naturaleza se produce en un pueblo del interior de una provincia patagónica, como es el Chubut, y además su realización se ve coronada con un éxito contundente, el acontecimiento se transforma en una fiesta de la cultura.

La XI Feria del Libro de Sarmiento, que se realizó entre el 10 y el 12 de setiembre, continúa gracias a un acto admirable de resistencia por parte de los organizadores y demuestra que en esa ciudad tienen un pacto intensamente afectivo con la lectura, con la educación y con las expresiones artísticas. Y eso habla muy bien de la gestión municipal que la sostiene y de quienes cada año, ponen todo su entusiasmo para realizarla.

Debo decir que me apenó la ausencia de las autoridades provinciales, particularmente de la Secretaría de Cultura, porque hubiera sido muy gratificante recibir un fuerte apoyo, en consideración al esfuerzo que requiere este tipo de eventos.

Como hacedora cultural, lucho, desde hace muchos años, por incorporar en los funcionarios públicos la percepción de que todo el dinero destinado a acciones de esta naturaleza no debe verse como un gasto, sino como una inversión puesta al servicio de la comunidad, una siembra que madura y se proyecta en logros estéticos que permiten desarrollar y acrecentar el perfil intelectual del pueblo. Lamentablemente, debo admitir que —en ese sentido— cuento en mi haber con más fracasos que éxitos.

Felizmente, la concurrencia masiva del público sarmientino, opacó otras ausencias y olvidos e hizo fortalecer la voluntad de quienes cada año vuelven a poner todo su esfuerzo en sostener las actividades culturales para el disfrute de la gente.


Los escritores regionales estamos infinitamente agradecidos cuando nos invitan a estas muestras literarias, que nos permiten mostrar nuestras obras, compartir con el público, debatir, dar conferencias, escuchar propuestas, tomar contacto con los chicos y los jóvenes, responder sus preguntas... porque ese es el motor que pone en marcha nuestra creatividad. Sin los lectores, nuestros textos quedarían guardados en un cajón del escritorio.

Todas las expresiones del arte estuvieron representadas en esos tres días festivos: literatura, teatro, plástica, canto, danza, música, humor gráfico, animé, títeres, artesanías... mediante artistas llegados de diversos puntos de la provincia y desde más lejos también, los que aportaron su creatividad para iluminar este encuentro vital entre los hacedores culturales y el público.

Un público abierto y participativo que, gracias a su concurrencia, esta Feria vuelve a reeditarse cada año y seguramente continuaremos disfrutando de ella, mucho tiempo más.



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sábado, 18 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY




IDENTIDAD




Por Ada Ortiz Ochoa (*)

A quien quiera saberlo, se lo cuento,
soy la tierra, el silencio, la impotencia,
el suelo agreste habitado por valientes,
por el viento, la escarcha y las nevadas.
¡Soy la vida!
Latiendo la negra hondura de mis noches,
las perlas gélidas de mis mañanas,
gritando las palabras silenciosa,
vagando la mirada en las mesadas.
Soy la tierra horadada por mineros,
brindando mis entrañas generosa,
también soy parte de mi patria,
tan rica, tan grande y soberana.
Soy las costas de playas solitarias,
soy mallines, salitrales y pinares,
el ñandú, los guanacos y pilquines.
Soy la “gente”
estirpe arisca que mantiene,
tenaz lucha a la par del inmigrante.
Soy leyenda, soy misterio y lejanía,
hembra esquiva, latente y codiciada,
especulación comercial de algunos necios,
tema infaltable y necesario
en mentirosas campañas partidarias.
Soy tierra tan lejana y de trasmano,
que no llegan beneficios, privilegios, ni justicia.
Soy la herencia y la memoria,
de hombres, mujeres y sus hijos,
que en el fuego de la lucha se han templado
y hoy se abrazan en arraigo patagónico.
Ya lo sabes,
soy la tierra de mapuche y tehuelches,
soy la mapu del sur del continente,
más al sur del olvido de los torpes,
más al sur del lugar de decisiones…
Hoy mis hijos me dicen Patagonia
y me nace…
un nudo de emoción en la garganta
……………….
a quien quiera saberlo, se lo cuento…
………………




(*) “Negrita”. Escritora de Sierra Grande, Río Negro.


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miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY



“Los galgos, los galgos” de Sara Gallardo


Por Olga Starzak




Alguien, alguna vez, me regaló un ejemplar de “Los galgos, los galgos”, la obra más lograda de la escritora argentina Sara Gallardo. Una novela que encierra en sí misma pura poesía, humor, pasión, ternura, ansias de poder y unas cuantas emociones más que, aunque parezcan no corresponderse en su esencia, son parte de la vida, y consagran a la autora revelando su intenso talento y su madurez literaria. No había leído nada de ella, hasta entonces, y sentí la necesidad -antes de emprender la lectura del libro en cuestión- de conocer algo acerca de sus orígenes, motivaciones, producciones, de su vida toda.
Así supe que, signada por una descendencia que la ubicaba en una clase social privilegiada (su tatarabuelo fue el general Mitre y su abuelo, el naturalista Ángel Gallardo), Sara había accedido a la lectura desde muy pequeña. Su narrativa, atravesada por sus propias experiencias de vida, sólo fue reconocida por la crítica literaria en los últimos tiempos; entendí que su condición de mujer había tenido mucho que ver con esto último. Me admiró comprobar que -desafiando esa condición- trabajó como columnista para revistas de renombre. Su voluntad de traspasar los límites impuestos por la sociedad de los años cincuenta y apostar a una escritura que para la época era sorprendente y deliberada, la ubicó en un sitio “respetable”. Escribir más allá que para un público lector femenino, adoptar en sus novelas la voz del narrador masculino, superar las temáticas que convocaban a la mujer… fueron las razones que la diferenciaron.
Con el tesón de las pocas mujeres que entonces han podido transgredir las normas impuestas por una sociedad injustamente machista, Sara Gallardo supo de divorcios y tuvo la necesidad de trabajar para atender la responsabilidad de ser madre de tres hijos.
Obnubilada por la vida que le había sido permitido gozar gracias a un padre dispuesto y transgresor, internalizó e hizo del campo de su familia su confín más amado, donde pudo identificarse con su propia historia de ascendientes gloriosos, dispuestos a no dejar flanquear sus fuerzas en pos de los ideales construidos.
Así, con estos pocos pero significativos conocimientos, emprendí la lectura de “Los galgos…”. Pero recién entonces comprendí cuánto su autora sabía de campos y bañados, de la tierra fértil y la belleza del cielo en los espacios campestres, de peones y largos caminos, y especialmente de la compañía y lealtad de los perros. De la presencia de los galgos en una tierra de pocos hombres y muchas necesidades. Y así, ambientada en el campo, con un lenguaje criollo, entre la tierra y el cielo, la autora crea a Julián, su narrador; un muchacho que hereda un campo y, a partir de allí, se producen un sinfín de desventuras. Lo primero que aparece es la decisión de ese hombre de mudarse al sitio legado como una forma de desafiarse en la vida, pero también en el amor. Un amor del que huirá como huye –después- del campo, cuando las circunstancias lo enfrentan a la realidad, y Julián debe decidir entre el trabajo como productor o la comodidad, entre el amor prohibido o la responsabilidad de una pareja.
Irrumpe en París, vive una vida que lo marea y a la vez le produce el vacío de los afectos, de la tierra suya, de los galgos amados: compañeros inseparables, sensibles, inteligentes y leales… mucho más allá de las actitudes de su amo.
Más tarde, el regreso. Julián y su frustrada vocación de ser poseedor de un establecimiento rural; Julián y el recuerdo de Lisa, la amante que trató de comprenderlo… Y los galgos, siempre los galgos, protagonistas inestimables de esta historia de desventuras y pasiones.
Los invito a que la lean, si desean disfrutar de muy buena literatura.



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sábado, 11 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY




DESCUBRIENDO A GORRÁIZ BELOQUI

(Segunda parte)



Por Jorge Eduardo Lenard VIVES





De esa manera supe un poco más de la vida de Gorráiz Beloqui, quien había estado en Coronel Suárez en la década del cincuenta. Al igual que mi padre, Héctor Dos Santos tenía presente la personalidad polémica de su colega; una forma de ser que lo llevó a separarse de la redacción de “El Imparcial” para fundar su propio periódico, “La Verdad”, de no muy larga vida. Tampoco fue muy prolongada la estadía del escritor en Coronel Suárez: tres o cuatro años, al cabo de los cuales se marchó de la ciudad con destino incierto.

Ahí parecían desaparecer sus rastros. Sin embargo, en el ejemplar de “Huroneadas” había una dedicatoria del autor a mi padre fechada en 1959; es decir, que Gorráiz Beloqui aun vivía hacia ese año. ¿Cómo seguir la investigación? Recurrí entonces a Internet; y obtuve datos que me permitieron conocerlo mejor. Además de publicar muchos artículos de historia patagónica para la revista Argentina Austral desde 1953 a 1967 (entre ellos “Esbozos de Río Pico y del Lago Winter”, “Contemplación de la aventura de los primeros colonizadores del Chubut”, “Exploradores, arrieros y pobladores”, “José de San Martín: la tercera colonia chubutense”, “Amagos de guerra en los Toldos del Jenua”, “Fundación de la colonia bóer o Escalante”, “La expedición de la Compañía de Rifleros del Chubut”, “Exploración y transformación del Oeste. Los primeros 30 años” y “Colonización galesa”), había editado varios libros como “Crónicas del Tandil de ayer” (1978),Del Claromecó al Aysén” (1936), “Historia de Tres Arroyos: indios, fronteras, combates, fundaciones, censos” (1935), “Tandil a través de un siglo: reseña geográfica, histórica, económica y administrativa” (1923); y “Comodoro Rivadavia” (1918).

Obtuve esta información de la página web de una biblioteca. En Internet, a veces no se presta atención “dónde” está navegando. En este caso, sin saber muy bien por qué, supuse que se trataba de un lugar remoto; cosa que lamentaba ya que este último libro – “Comodoro Rivadavia” -, parecía prometedor. Entonces identifiqué la biblioteca: era la “Bernardino Rivadavia”, de Bahía Blanca; ciudad en la que, a la sazón, me encontraba. Fui al lugar y ubiqué los libros de Gorráiz Beloqui. Además de hojear el folleto en el que describe el Comodoro Rivadavia de principios del siglo XX, encontré su biografía: nacido en Laprida, provincia de Buenos Aires, a fines del siglo XIX, murió en Claypole, en la misma provincia, en 1976. Su infancia y juventud transcurrieron en Tandil; desde allí partió temprano para la Patagonia, lugar de “especial atractivo de sus inquietudes”, donde desarrolló “una vasta labor” y recogió “una rica experiencia que luego tradujo en su obra”, según nos informa su biógrafo Daniel Pérez. En 1923 gana el primer premio del Concurso Histórico de Tandil, entre 1926 y 1936 fue Director de la Biblioteca Pública “Domingo F. Sarmiento”, de Tres Arroyos (época en que lo conoció mi padre); en 1975 es incorporado como miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tandil. Por fin el escritor fantasma, intuido, vislumbrado, se había corporizado. Concluida mi labor casi detectivesca, podía dejar descansar en paz a don Ramón Gorráiz Beloqui.

Esta historia puede parecer muy personal. Cierto es que tiene mucho de recuerdo íntimo; pero también persigue dos objetivos concretos. Uno de ellos es rescatar la figura de Gorráiz Beloqui; un escritor enlazado con la Patagonia que, aún lejos de ella, vuelve recurrentemente a esos paisajes, a los que sin dudas se siente ligado. Sin embargo, es casi un desconocido en las letras de nuestra región. Con esa ambición propia de nuestros días de ser los primeros – cuando no los únicos – en “algo”, olvidamos a menudo a quienes nos antecedieron; los que pusieron su granito de arena para dar lugar a esta maravillosa manifestación artística que es la literatura patagónica.

El otro objetivo es ejemplificar nuevamente cómo las historias se entraman al estilo de los hilos de un tapiz; y las casualidades dejan de serlo, para pasar a ser causalidades. Un ejemplo más del modo en que la información se itera; y de cómo, partiendo de la letra inicial, de a poco podemos desandar el bustrófedon; hasta dilucidar un hecho del pasado que al principio nos parecía irremediablemente difuminado por la niebla del tiempo.




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jueves, 9 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY






DESCUBRIENDO A GORRÁIZ BELOQUI
(Primera parte)


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES






Por lo general, intento escribir mis artículos de tal manera que el lector pueda juzgar por sí mismo el asunto tratado, sin comprometerlo con mis opiniones. Pero en esta nota me veo obligado a modificar la costumbre, ya que su tema se convirtió en un desafío personal. Surgió a lo largo de ocasionales y dispersas lecturas; y rondó a mi alrededor, como reclamando mi atención. Finalmente lo logró: al presentarse como un enigma cuya solución requería interpretar las pistas que, una a una, iban apareciendo, azuzó mi curiosidad.

Todo empezó hace un par de años. Mientras reunía datos sobre la literatura regional tropecé con un trabajo de Leonor María Piñero, “Ensayo de Historia Literaria Patagónica”, publicado por la revista Argentina Austral. La documentada reseña mencionaba, entre otros escritores chubutenses, a “Ramón Gorráiz Beloqui, quien en 1914 actuaba como periodista en Comodoro Rivadavia, autor de simpáticas notas sobre el pasado patagónico”. El apellido Gorráiz Beloqui, de inmediato, me trajo un recuerdo. Alguna vez mi padre comentó que durante su niñez en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, había oficiado de ayudante en la sección infantil de la biblioteca del pueblo. Responsable de designarlo en ese puesto fue el bibliotecario, quien era, además, periodista en el diario local; allí redactaba artículos sobre distintos tópicos, más tarde reunidos en un libro llamado “Huroneadas”. El Zenódoto de Éfeso tresarroyense no era otro que Ramón Gorráiz Beloqui.

Fui entonces a la biblioteca familiar; y, rebuscando, hallé el ejemplar de “Huroneadas” que recordaba haber visto. Sin dudas, la pluma de Gorraiz Beloqui, como había descripto Leonor Piñero, era “simpática”. Y aguda. Sabía retratar personas y pintar paisajes con trazos nítidos, en los cuales aparecía un dejo de humor. El libro reunía muchas notas sobre Tres Arroyos y zonas aledañas. Pero los tres artículos finales tenían una temática diferente: versaban sobre la provincia de Neuquén. Y allí, un dato importante. Discutiendo sobre la etimología del topónimo “Zapala”, Gorráiz Beloqui manifestaba: “Yo me había basado en la explicación que me diera cierto tehuelche chubutense con quien conversé en el puerto de Comodoro Rivadavia, hace ya unos cuantos años”. Por boca del periodista se confirmaba su presencia en la Patagonia. De a poco iba aclarándose la figura borrosa del escritor; dejaba de ser un simple nombre escuchado al vuelo para transformarse en un actor de la literatura patagónica. Por el momento, inmerso en otras investigaciones, dejé de lado el tema; prometiéndome que alguna vez lo estudiaría en detalle.

Meses más tarde revolvía nuevamente los atiborrados estantes de mi biblioteca cuando, entre una pila de folletos de tapas grises, en su mayoría publicaciones del Museo de La Plata sobre temas de arqueología patagónica, encontré un librito que concitó mi atención. Se llamaba “Esquel y otros motivos sudoccidentales”. Su autor: Ramón Gorráiz Beloqui. Esta nueva muestra de la afición por la temática sureña del ubicuo autor, consistía en pintorescos bocetos de varias localidades chubutenses (Esquel, El Maitén, Cholila, Epuyen, Trevelín, Tecka, Gobernador Costa, Río Pico, José de San Martín, La Herrería), vistas a mitad del siglo pasado. El escritor definía así su obra: “De Esquel y otras localidades es este film periodístico, esta serie de motivos remanentes de otros más extensos ya empleados en diversas crónicas”.

El libro no informaba sobre el editor ni el año de publicación. Afortunadamente alguien había escrito a mano, en la portada, una previsora nota: “El Imparcial, Coronel Suárez, 1950”. Enseguida relacioné el nombre de esa próspera localidad bonaerense con una de mis primeras colaboraciones en este blog: “Intermezzo bonaerense”, una nota dedicada a describir la presencia de algunas familias galesas, provenientes de la colonia del Chubut, en su fundación. Estudiando aquel tema había conocido al autor de un exhaustivo libro sobre la historia de Coronel Suárez: Héctor Dos Santos. Durante muchos años el señor Dos Santos fue periodista en esa ciudad; precisamente, en el diario “El Imparcial”. Recordarlo y contactarme con don Héctor fue una sola cosa. Le pregunté entonces por Gorráiz Beloqui, con el temor de todo investigador de ver desbaratada su hipótesis. Pero la respuesta fue mejor que la esperada. “¿Gorráiz Beloqui? Trabajaba en el escritorio al lado del mío”.

Si el amable lector me sigue teniendo paciencia, esta nota continuará...


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lunes, 6 de septiembre de 2010

EL CUENTO DE HOY




MUSEO DE GOTAS (*)



Por Juan B. VALLÉS




El edificio era todo blanco y como estaba al final de una bajada por la que corría el agua de la lluvia, se lo notaba desde lejos. Su blancura contrastaba con la vegetación achaparrada que lo rodeaba por tres de sus irregulares lados. También con el azul del mar que se confundía con el cielo límpido y formaban el telón de fondo por el cuarto lado.
Como suspendido en el espacio, pasé de la altura mesetaria a casi el nivel del mar.
Sin trámites ni abono de entradas, de pronto estaba yo ahí.
Comencé a caminar por una galería recta que transcurría hasta casi perderse en el artificial horizonte. Su techo era liso, del mismo material que las paredes y el piso, y totalmente blanco. No pude descubrir la fuente de la luz, sólo que todo estaba iluminado sin variaciones.
Tan sólo una pared, que imaginé la que daba al exterior, poseía aberturas y éstas no eran uniformes.
Lo primero que observé, a modo de ventana, fue un parabrisas de automóvil sobre el que resbalaban gotas de agua enjabonadas y que inútilmente trataban de secar dos escobillas. Desdibujado por el agua, atrás se veía el azul intenso del mar o el cielo.


Más adelante un hueco con todos los lados desiguales dejaba ver un ambiente cuyo destino se intuía. Eran gotas amontonadas cuando caían líquidas y se iban secando rápidamente sobre el candelabro de una sala mortuoria.
En la siguiente parada una vidriera con forma de ojo mostraba unas pocas gotas de sudor de rostros de obreros. Hoy estaban incoloras pero dicen que hay días que toman el color negro de las minas de carbón que visitó Van Gogh.
Encontré, luego, una ventana exactamente igual a la de la Université de Paris sobre el Boulevard Mariscal Fuch en el que gasté tiempos de juventud para educarme, y sin buscarlo encontré el amor verdadero. Unas gotas de lluvia de la ciudad otoñal, en una tarde fría, me transmitían –no sé de qué modo- un amor correspondido. Podía saborear el salobre gusto de las acuosas esferas, tan parecido a las lágrimas.
En otro exhibidor, unas gotas de vidrio ya frías y con forma de caireles, transparentes y reflexivos de luz de luna o de sol, meditaban acerca de su origen, creyendo por momentos venir de un salón de baile principesco y en otros de un comedor de una casa de clase media.
Luego, delante del visitante, se ponían unas pocas gotas extraídas del pañuelo de un reo escuchando el veredicto final. La adrenalina atraviesa el vidrio y la huelo sin querer hacerlo.
Se muestran, seguidamente, gotas unidas como hermanas, a través de tiempos más cercanos a la eternidad que a mi condición de hombre, formando estalactitas. Caen como lanzas invertidas dispuestas a perforar la distancia entre el piso y el techo de la caverna oscura y húmeda.


Por fin la siguiente vidriera muestra unas gotas de tinta negra caídas sobre una hoja de papel blanco como caen las hojas de los castaños sobre la sureña calle donde vivo. Aquellas se deben al temblor de una mano con infinitas arrugas añosas. Unos pueden pensar que estaba redactando el testamento de sus bienes terrenales. Otros, algo referido al amor.
Me encontré, de pronto, en una sala de paredes altas, mucho más que las de la galería, donde sentía más el silencio que el blanco o la luz y comprendí que era un lugar de meditación. El silencio llegó a dolerme y me sentí desamparado.
Pasado este ambiente ingresé a un pasillo ancho que elocuentemente llevaba a la salida. A un costado apareció un microscopio varias veces agrandado y mirando por el ocular vi que en el portaobjeto había un vidrio con diversas manchas de múltiples tonos rojizos, Un cartel me informó que eran gotas de sangre recogidas de diversos tiempos y lugares del mundo. Algunas eran de esclavos, otras de generales victoriosos, de adolescentes revolucionarios las menos, y varias más, todas con un detalle que observé que era imposible distinguir cuál correspondía a cada uno.
Más adelante había una lágrima sola como suspendida del alto techo por hilos invisibles. Era la de un bebé que sabía a inocencia y era imposible descifrar si era de un niño blanco, negro o amarillo.
Ya llegando a la puerta una larga rama exhibía, en su parte superior, un hermoso capullo de rosa coronado por una gota de rocío eterna y fresca.
Debí pasar por un lugar en el que caían del techo racimos de gotas en distintos materiales: vidrio, agua, líquidos de variados colores. Entendí que no existían gotas de madera ni de fuego. Cuantiosas pequeñas gotas descendían desde el cielorraso y golpeaban objetos diversos asincrónicamente.
Busqué la salida y me preparé para trepar la cuesta. Inicié la ascensión y no pude dejar de dar vuelta la cabeza para observar el mar que me llamaba con un ruido ronco y persistente. Entonces descubrí millones de gotas que en la cresta de una ola se dejaban llevar por el viento mientras refractaban rayos de luz fugaces. Pensé en qué gotas dejaré yo en este museo al que todos, obligadamente, debemos aportar.
Esperé volver en otro sueño, aunque sé que éstos son caprichosos ingobernables.


(*) Del volumen de cuentos “Desde el Sur esquina Viento”



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miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY



Faro austral



Por Diego M. Antón (*)




Braceando sueños dispersos,
realidades ponen a flote
pretextos complejos.
Negado reflejos del mar.

Océanos, llantos inmensos,
tempestades encierro.
Recuerdo del mar.

Deseos… volver a empezar,
navego ante intentos,
oleajes viajeros.
Al pasar.

Humedad en la piel,
juego sus juegos
costas ocasionales.
Deseos para no olvidar.

Es que ella... se ahoga en mis soledades.
Yo, naufrago ante sus silencios causales.

Siempre recuerdos...
Lágrimas de sal.



(*) Poeta trelewense


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sábado, 28 de agosto de 2010

EL CUENTO DE HOY


Los niños no existían



Por Héctor Roldán (*)



Los niños no existían. Nadie los veía retozar en las laderas verdes de aquellas lejanas colinas. Nadie los veía deslizarse en sus carros de maderas, cuesta abajo, gritando alborozados, alzando los brazos, riendo a carcajadas que se mezclaban con la brisa primaveral, con el gorjeo de los pájaros. Sombras errantes, juguetonas y coloridas que se recortaban suavemente en las gratas sinuosidades del paisaje. Solo yo los veía, solo yo observaba como sus barriletes remontaban al cielo sacudiendo sus largas colas, agitando sus cabezas solemnes de dragones chinos. Nunca sentí miedo de sus presencias y esperaba con ardorosa paciencia aquella hora de la tarde cuando el sol recostaba sus rayos y el fresco aroma del río hacia estremecer las flores.

Aparecían sobre la ladera oscura de la colina, la que el sol ya había abandonado. El pasto de un húmedo verde oscuro se agitaba y arremolinaba por la brisa. Y entre las ondulaciones del aquel tapiz, repentinamente, surgían sus cuerpos lanzados en una carrera hacia la cima. A veces se detenían a desenterrar tímidos cascarudos, a patear hormigueros, a cazar temerosos cuises. Eran crueles con aquellos pequeños animales. Las mariposas huían y las que caían en sus fantásticas manos dejaban el polvo de sus alas en sus dedos traviesos.

Ya en la cima, bajo los resplandores del último sol, comenzaban sus juegos y encendían sus fogatas bailando al son de una canción que jamás escuché. Todo parecía una película muda, sus sombras recortándose en el oscuro azul del cielo donde remolinos de nubes rojas aumentaban la sensación de un fuego dionisiaco, alimentado por extrañas y frágiles criaturas. Eran tres niños y dos niñas, de largas trenzas una y las otras de doradas cabelleras que alborotaban en la cima como candelas encendidas. Debían ser bellas, debían reír, debían ser profundas como un océano pues ellas ordenaban los juegos como un ritual. Brujitas saltarinas.

Los niños se encargaban de alimentar el fuego, arrojando en él ramas de abedules, piñas que estallaban como granadas haciendo volar a dormidas torcazas, a nocturnos somorgujos. Ese sonido podía oírlo, como podía también oler el dulzón perfume de los insectos sacrificados en esa pira. Me preguntaba si eran cazadores de algo más que inocentes bichos.

En ocasiones, se detenían y, por un intenso instante, me observaban. Quietos, inmóviles sobre el borde de la colina, en la frontera del mundo. Detrás, el sol se hundía en un agonizante horizonte. Juraría que a pesar de la distancia, podía ver el brillo de sus ojos. No sabría si alegre o siniestro. Sólo el brillo plateado en el iris de aquellos fantasmas, reflejo especular de las estrellas que nacían a mis espaldas. Después salía una intensa luna y se desvanecían.




(*) Escritor santacruceño, radicado en Buenos Aires. Este cuento fue incluido en su libro "El espectro de las cosas", editado por “Rúcula libros”.



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miércoles, 25 de agosto de 2010

LA NOTA DE HOY



HE ELEGIDO EL FONDO



Por Olga E. Cuenca


He elegido el fondo. Ha sido una tarea relativamente fácil. No era tan así unos meses atrás. En aquellos días las letras brincaban en agradable desorden. Eran muchas las palabras que esperaban por ellas. Venía luego la ardua tarea de encontrar el marco que las acompañara.

Llevo minutos mirando la tela. Descubro su trama hecha de finos hilos virtuales que se acomodan, unos horizontal y otros, verticalmente. La concentración hace que por momentos aparezcan sombreados y pálidos campos sobre el lienzo.
La mirada se conforma con esa visión luminosa.
Dónde estoy yo? Dónde?
En qué lugar de este cuerpo quieto me oculto?

Inspiro. Parpadeo. Las piernas se afirman sobre la alfombra y hacen girar levemente la butaca. Las manos se acercan al teclado.
Espacio. Espacio... Una larga tecla para el silencio.

Sin aviso, como si se tratara de una conversación nunca interrumpida, la pregunta sucede: cómo soltar tantas emociones?
Las heridas cicatrizan. Las caricias ... pasan?

Sufro de un anegamiento de recuerdos. Las vertientes que encausan mis días traen vívidos momentos del pasado. Son los horarios, los cuartos, las personas, las palabras, los aromas,
la luz en el ángulo exacto en que se talló un hecho de la infancia; la foto que sobrevoló la adolescencia en blanco y negro y casi se desdibujó entre los palos de un arco en Valcheta y bajo el águila de Las Chapas, cuando el viento era niño para Mario y para Esther que ni soñaban con ser abuelos.

Es extraño. Hay preguntas para las que no quiero hallar respuestas. Un sacudón las traslada a otra orilla.

Creo que empiezo a entender ...
Napa por napa ... Soy tierra ... una pizca de ella. Decantando la sal.
Soy parte de aquella que hoy llena de burbujas el rosal.



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sábado, 21 de agosto de 2010

LA NOTA DE HOY




SIERRA GRANDE




Por Jorge Eduardo Lenard VIVES



Arrebujada en la falda de la cuchilla rocosa que le da nombre, Sierra Grande sorprende al viajero como un oasis engastado en la estepa. Su verdor se percibe en las arboledas que, pintorescamente anómalas, contrastan con el paisaje circundante; y también en la pujanza mostrada por el comercio, la hotelería, el quehacer cotidiano. Aunque orgullosa de su condición de enclave humano en la meseta, tiene vocación costera: desde las transitadas calles parece percibirse el sordo ruido del mar; que runrunea al rozar las playas de arenas doradas, apenas unos kilómetros al Este.
No poca historia tiene la ciudad. Más que centenaria, pues exhibe como fecha fundacional la del establecimiento del Juzgado de Paz en 1903, su vida fue signada por el hallazgo de la valiosa hematita en el subsuelo de sus montes peñascosos; semejantes en la distancia al dorso de un saurio antediluviano. Esta circunstancia, ocurrida en 1944, la hizo notoria en el ámbito nacional. Pero Sierra Grande es mucho más que eso.
Sierra Grande tiene algo de caravanserrallo; pero es a la vez como una hurí que llama al caminante para que se aposente y repose. Es como un pionero patagónico: fuerte, decidido y tenaz. A Sierra Grande se la debe describir con una poesía mineral como sus entrañas, fragante como los jarillales que la rodean, rumorosa como el ponto cercano. Cuando llega la noche, vista de lejos, es un espejo enmarcado en la profunda obscuridad circundante: sus luces eléctricas parecen el reflejo de las estrellas del domo celeste que la cubre.
Tal ciudad, por fuerza, debe tener sus personalísimas expresiones culturales. A poco de internarse en el casco urbano, se arriba a uno de los centros donde se manifiesta la actividad literaria: la Biblioteca Popular “Manuel Novillo”, llamada así en homenaje al descubridor de la riqueza férrea. Como toda institución de ese tipo, tiene por objetivo promover la lectura; y, dado que la buena lectura trae como consecuencia la buena escritura, allí se puede tomar el primer contacto con los creadores locales. Que son muchos, y de calidad.
Uno de ellos es el fallecido Julio Sodero, autor de “Un hombre canta”; una selección de setenta y tres poemas que se refieren a la Patagonia, al trabajo, a la naturaleza humana. Minero, hijo adoptivo de la ciudad, su obra tiene un hondo contenido espiritual.
Otra escritora local es Ada Ortiz Ochoa, autora de tres obras publicadas (“Esperá que te cuento”, “Esperá que te cuento II - Sueño Patagónico” y“Palabras de Otoño”), una cuarta (“Después... será un mañana”) que se presentará próximamente; y varias en espera. Poeta y narradora; merecedora de numerosos premios y editora de dos revistas literarias (“Verbonautas” y “El Timonel”), desde las cuales difundió la creación artística regional, pero también la universal. Integra el Grupo de Escritores Independientes “Avefénix”, que conformó a partir de octubre de 2003 junto con los escritores Elisabet Sanza, Beatriz Karam, Luján Siguero y Carlos Olmedo.
Uniendo a esos nombres los de Raquel Osorio de Roldán (ya fallecida); y de Juan Galarza, José Iglesias y Miguel Ángel Palferro, se tiene un panorama, incompleto, por cierto, de lo amplio que resulta el espectro literario local. Lo que no debe llamar la atención, porque es lógico que medre la Literatura al cobijo de un paisaje inspirador como éste, donde la sierra intenta abrazar al cielo y al océano. Las obras con que, día a día, los autores vecinales enriquecen el acervo artístico de la ciudad, son los retoños de una nueva arboleda; que se agrega a las que ya luce Sierra Grande para adornarla aún más.

Nota: el autor quiere agradecer la excelente atención que recibió por parte de ese grupo de amigos que forman “Negrita” Ortiz Ochoa, Betty Karam, Luján Siguero y Carlitos Olmedo, integrantes de “Avefénix”. Su gentileza y buena predisposición permitió la redacción de esta nota. Una característica de los escritores serranos, es que hacen un provechoso uso de Internet para difundir sus obras. Se pueden visitar sus blogs:
lahijadelalagrima-eli.blogspot.com (Elisabet Sanza),
misalasalviento.blogspot.com (Beatriz Karam),
lacariciaprohibida. blogspot.com (Lujan Siguero).
Negrita Díaz Ochoa mantiene varios, con distinto contenido:
escritorapatagonica.blogspot.com,
eltimonelvirtual.blogspot.com,
cordobarionegro.blogspot.com,
sierragrandemilugar. blogspot.com y
eltallercitodeavefenix.blogspot.com



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martes, 17 de agosto de 2010

EL CUENTO DE HOY




Fátima



Por Olga Starzak



Después de su inminente viudez, Fátima creyó que se sentiría liberada. Jamás había querido al hombre que le habían impuesto por esposo pero, lo que era mucho peor, no sospechaba el tormento que le tocaría vivir a su lado.
Celoso y agresivo, el hombre no escatimaba esfuerzos para hacerle comprender que ella era de su propiedad. Todo lo que la mujer hacía, decía o deseaba era juzgado duramente por él, y la aprobación dependía de sus caprichos. Lo que su marido no podría controlar nunca eran sus pensamientos y sus sentimientos. En la soledad de su cuarto, soñaba con la libertad y era consciente de que esto era un imposible. Huir -quizás- sería la única alternativa, pero los riesgos la aterraban.
De pronto la vida la sorprendió.
La noticia de la enfermedad incurable contraída por Mahed la enfrentaban a una contrariedad de sensaciones que se agolpaban en la mente, confundiéndola cada vez más. No le deseaba la muerte, aunque sabía que era la única forma de reencontrarse con la vida.
El sufrimiento del hombre le devolvía, a veces, la piedad. Sin embargo, no tardaba en aparecer el resentimiento. La larga agonía lo había convertido en un ser aún más hostil. Cuando sus fuerzas o su lucidez se lo permitían, acusaba a la mujer de su desdicha. Creía que la peste que lo castigaba era consecuencia del desprecio y la indiferencia femenina, o de algún maleficio al que ella habría recurrido con el fin de deshacerse de él.
Acostumbrada a los maltratos físicos y verbales, ignoraba su actitud y se compadecía de él.
Mientras tanto, esperaba el desenlace.

Ahogada por crecientes carencias económicas se dirigió a las autoridades con el fin de buscar ayuda. Allí conoció a un miembro del alto tribunal islámico que –presente en Nigeria para contribuir a preservar los derechos humanos de las mujeres de esa tierra- no tardó en seducirla. Sin medir las consecuencias, agobiada por una vida sacrificada y por la crueldad a la que diariamente era sometida, se dejó llevar por sus impulsos y cometió el pecado que, meses más tarde, la sentenciaría.
Se apoyó en creencias recibidas de su madre y de su abuela para no engendrar un niño de su adulterio. Las mismas que le habían dado resultado en el intento por no tener un hijo del hombre que detestaba. Así, recurriendo a duchas vaginales con agua caliente, lavando con sal, vinagre o limón sus genitales después del acto prohibido y aferrándose a amuletos, creía que estaba salvado el riesgo de hacer pública su deslealtad.
Suponía que de esta manera salvaría su vida.

Mientras Mahed daba los últimos suspiros y su implacable corazón se lentificaba, Fátima descansaba en los brazos del hombre que le devolvía la identidad de mujer y la hacía vibrar con su pasión.

El mismo día que el marido murió, ella comprobó su estado de gravidez. Desesperada y convencida de que era la forma más certera para provocar un aborto, llegó a consumir el agua con la que había aseado el cadáver. A nadie podría convencer que la paternidad le correspondía a su esposo.
Cuando su cuerpo, aún erizado por las manos hábiles de su amante comenzó a ensancharse, ya no pudo esconder su estado. Y pronto los familiares del fallecido la acusaron ante el tribunal supremo.
El hombre que la había poseído, prometiéndole amor y protección, negó haber tenido relaciones íntimas con la –ahora- viuda y fue inmediatamente absuelto.
Fátima fue condenada a la lapidación. El hecho se concretaría el día después de que el bebé dejara el pecho materno.
Así, acosada por la sociedad y encerrada en un lugar para mujeres delincuentes, esperaba que un milagro la dejara disfrutar del niño que se movía en sus entrañas. El mismo niño que le daba fuerzas para luchar, para borrar de su mente el rencor hacia el hombre que denegara su responsabilidad de padre, dejándola sola y acuciada.

La parió en una sala gris y descuidada. Sintió el cálido cuerpo de la chiquita, pegajoso y hambriento, sobre sus hinchados pechos. La amó con una intensidad desconocida. Y no pudo prometerle que no la abandonaría.
Aunque el mundo enteró bregó por su salvación, el fallo del tribunal fue indiscutible.
En la mañana del día en que Magda cumplía nueve meses, a su madre la trasladaron al campo de concentración. Enterrada hasta la cintura en la tierra enlodada, esperó la acción de la ignorancia y la injusticia.



Los miembros del alto tribunal islámico presenciarían complacidos la ejecución.
Centenares de hombres esperaban, ansiosos, su turno. Uno por uno arrojaron, despiadados, las piedras que la lacerarían hasta matarla.
Gritos e insultos. Más gritos e insultos. Odio y más odio. Hombres convertidos en bestias, hombres convertidos en hienas.
Y ella… sacudida en temblores apocalípticos.





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