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lunes, 22 de diciembre de 2014

LOS POEMAS DE HOY



POEMAS DEL LIBRO “CACTUS”

Por Jorge Curinao (*)



PAISAJE

A veces
a mí también me quisieron.
Era verano
y un pájaro golpeaba desde afuera.


PLAYA

Mi voluntad de ser traiciona al día.
Estoy parado al fondo de la noche.
Hay pobres atando sogas,


HECHIZO

La muerte se sienta al lado
y me dice:
te ves como recién nacido.


BALADA DEL BUEY SOLO

Me recuerdo saliendo por los desiertos
y encontrando rostros que no eran míos
rostros que no fui
¿cómo no pude acostumbrarme a los rostros?
¿cómo no pude acostumbrarme al paisaje?
debí ser fuerte como un sueño de metal
para que no se duerma la espera
para decir una frase verdadera
para decirme un canto como un animal
quiero decir:
la casa ya no es grande
los niños no están
necesariamente no están
en este instante
es más terrible la belleza del mundo
así
sin fantasmas que alimentar
sin sueños cayendo en el desierto
sin ventanas
rostros de mí.




(*) Escritor de Río Gallegos.
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jueves, 18 de diciembre de 2014

EL POEMA DE HOY




CANTATA DE LOS DOS PUENTES


Por Sergio Pravaz (*)




Como en el año diecisiete, cuando sonaron los cañones de octubre
rompiendo allá en la Rusia lejana el cuerno de los zares,

así arribaste a esta tierra del coirón que medita a la vera del camino,
del piche que rastrea la huella del milagro,
o del guanaco que barre la osamenta de los que estuvieron
en la gran batalla que oscureció el ánimo de las piedras;

también del ñandú y de la mara, corredores célebres
cuyos tendones envidia el mismo dios del viento.

A estos parajes viniste esquivando el expediente
y el largo masticar del polvo en el camino.

Tu propósito de puro hierro hizo latir el corazón de la necesidad
para que tu carga de metal, que como un viejo saurio le ruge
a los colores del paisaje, monte su canto grave.

Como en aquel año que llegaste para suplantar a tu padre
cuyo dominio fue esa noble madera elegida por Griffiths el poeta,
a la que un choque de agua asestó en su corazón,
en su centro más visible y duro el golpe definitivo
para forjar en la retina una noción de tragedia.
Ese madero que como un alimento vagó por las calles del mundo
al amparo de las mujeres en la oscuridad de los muelles del idioma,
detrás de unos ojos que durante la luna ciega acecharon
al que vino en barco buscando un aire más liviano,
fatigosamente humano,

apenas entrevisto en el alto fuego de la incertidumbre, o en el sueño que
cuando cierra su puño obliga a la marcha forzosa del soldado que sin serlo,
sé es en la vida.

Madera que alumbró una gloria fugaz porque el agua así lo quiso
cuando se tragó los gruesos tarugos, los firmes cuadros del sostén,
el poder incalculable del tirante y hasta el sonoro grito del pulmón
más escondido del pilote.

El nivel y la garlopa nada pudieron, tampoco la regla ni la escuadra,
como nada pudo el temblor del carpintero dibujando
pájaros, números de agua, canciones y geometrías
en aquel año noventa y nueve del alud.

Su propio Jordán tuvo el noble tablón que pudo ser guitarra,
mesa, puerta o banco nacido de árbol ilustre,

pero fuiste rey entre los puentes, castigado, abatido,
sin piedad derrumbado por fatalidad y no por bala.

Con él se fue el tránsito para que todo tráfico lícito deje de serlo
y sea nuevamente el silencio, un temor, una vigilia contenida
sobre la hondonada del antiguo cauce.

Y así el desabrigo se anunció para cada rincón de la meseta
hasta el lugar donde las martinetas apenas pisan, llorando su vuelo
extraviado en los tiempos del diluvio.

Ah, pero al fin llegaste puro metal de saurio encadenado,
para ser clavado a tu cruz aunque te negaran el nombre
ochenta y cuatro veces,

y aun así fuiste de recto caminar entre los pueblos, imaginario
que clava horizonte, identidad, certeza.

A la hora en que los tamariscos soplan sus flautas de pan
y el movimiento retoma la calma de la sangre, hay dos puentes
que maduran todo lo hermoso que de ellos la memoria nos entrega.





(*) Escritor de Rawson. Este poema fue publicado recientemente en el blog “Crónica Literaria”, dirigido por Marcelino Alvarado (http://www.cronicaliteraria.com.ar).

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lunes, 15 de diciembre de 2014

EL CUENTO DE HOY





EL VIOLÍN DE DON ÁNGEL

Por Hugo Covaro (*)



    Llegando a Tecka nos encontramos con la nieve. Había amanecido nublado y el mal tiempo amenazaba desde un cielo encapotado. Una quietud sospechosa volvía torpe el vuelo de los pájaros y en los árboles desnudos inadvertidas vibraciones denunciaban el sosiego que suele preceder a la tormenta. La jornada, extrañamente tibia, transcurría envuelta en las somnolencias que el invierno impone a todas sus criaturas; letargo que mantiene el pulso de la vida a media asta, a medio sol, en una semimuerte apenas desmentida por diminutos latidos. Todo parece demorarse entonces, en una paciencia perezosamente diáfana.

    Y el caminante -ajeno a todas las anunciaciones- mira y percibe el paisaje desde la desmemoria, desde un líquido murmullo de deshielo, desde el asombro de ser tocado por el humus que sueltan los ángeles más altos.

En eterno regreso, el frío recluta pequeñas historias en levas que incorpora sin resistencia a todos los fogones campesinos. Desde una falsa analogía, el frío y las historias, que no son como son sino como el viajero las recuerda, parecen hermanarse. Perpleja, la memoria deja pasar desorientados días. Es el tiempo de la larga noche, la dura estación de las escarchas. Afuera, otra piel insensibiliza los sentidos, aísla el corazón, hiberna el sueño. Enferma de intemperie, lamiéndose como un perro las heridas, la tierra volverá a curarse sola. Con tempranos estremecimientos, el otoño ya había anunciado a sus duendes despiertos que se acababa el vino, que adormecidos y huérfanos de luz deberían esperar la nueva primavera para celebrar el advenimiento de la música.

    Paramos en Putrachoique para estirar las piernas, orinar cerca del pequeño cauce y darle un respiro al motor antes de retomar el rumbo hacia la cordillera. Cuando dejamos atrás Gobernador Costa aparecieron las primeras gotas. Mínimas briznas que dejaban en el parabrisas livianas semillas que parecían escapadas de un colosal panadero. Con el andar la fina llovizna se convirtió en nevada.

    Marchábamos en silencio, aletargados por el sonar parejo del jeep trepando mesetas seguidas por interminables pampas, abiertas al medio por el camino que la nieve uniformaba entre banquinas inestables. Estaqueados por postes y varillas, los alambrados engrosaban estiradas bordonas. Hasta donde se dejaba ver, el coironal mantenía encendidas sus velas amarillas y el monte bajo soportaba, como acurrucado, el azogue del temporal. Recién pintados caballos mezclaban sus pelajes de invierno dando ancas a la ventisca, y en bandadas, las corraleras rayaban el aire con finos trazos de grafito.

    De cuando en cuando, algún viajero cruzaba aquella soledad sin límites. Aparecía como un punto oscuro en ese horizonte inseguro y se agrandaba lentamente, hasta convertirse en una sombra que nos pasaba peligrosamente cerca. Las huellas dejadas copiaban la línea de los postes del viejo telégrafo, amojonando con inútiles picas la ruta invisible. En esos mástiles, los aguiluchos izaban la tarde con la redonda y negra luna de sus nidos ondeando entre los cables.

    Existe una extraña ambigüedad en el paisaje. Al caer, la nieve parece oscurecerlo todo. Una atmósfera densa ensucia con grises el desierto y es apenas un parpadeo el espacio que media entre los ojos y la nada, breve ceguera que ocurre y desaparece en ese territorio sin orillas. Sin embargo, desde esa ceniza, desde esa sal demorada en la memoria de remotos cataclismos, una claridad de vidrio esfuma la cerrazón. Es como si una fosforescencia oculta en cada copo frotara su pedernal de hielo antes de morir fagocitada por el frío.

    Al salir de una curva alcanzamos a ver al viejo 3CV estacionado en la banquina.

    Estaba junto a un sauce – de esos que crecen a la vera del camino- que parecía protegerlo alzando desde su tronco recio desguarnecidos ramajes. Abajo, separado por una fina lonja de playa, el río sólo era un rumor oscuro.

    Aminoramos la marcha hasta casi detenernos, miramos los vidrios empañados y seguimos, pero alguna sombra o un resplandor contenido por ese encierro misterioso nos hizo volver. Cuando abrimos la puerta, el hombre del violín, como sorprendido, nos contemplaba en silencio.

    Disculpe...¿necesita algo?
    —No...muchas gracias...
    — Pensamos que tal vez...
  —Estoy bien. Gracias. No se preocupen muchachos. Me gusta tocar el violín mientras nieva. Es sólo eso...gracias.
    Con una sonrisa nos despidió y cerró la puerta. Por el espejo retrovisor veíamos cómo el pequeño vehículo desaparecía.
    —¿Sabés quién era?
    —No.
    —Tocayo mío, además de músico y buen escritor.
    —¡Mirá!... ¿Cómo se llama?
   —Ángel...Ángel... ¿cómo era?... bueno....ahora no me sale el apellido... una familia muy conocida, che.... casi todos artistas... ya me voy a acordar...

    A la diestra de la ruta, hasta donde la nieve dejaba leer, un letrero informaba el desvío hacia Colán Conhué. En la monotonía de ese paisaje sin relieves la voz del hombre del violín nos llegaba deformada, monocorde, como el eco que la plagiaba desde las ruinas de un sueño...

   “...en esta región, hadas y duendes tejen melodías con retazos de vientos... bajan de cordilleras azules hasta el abrigo de los valles ... garabatean escrituras cuando los cóndores esparcen por el cielo sus papeles quemados... se enredan como cintas de colores en los árboles... flotan en el río y el agua se las lleva en breves camalotes de espuma dorada... canciones mágicas esperando un oído,  unas manos y un espíritu sin los apuros del hombre de estos días... alguien con tiempo para detenerse a escuchar... a copiar sin disimulo el eterno canto de la tierra”...

    Al principio imaginamos virutas de brisas filtrándose por los intersticios de la puerta. De a ratos desaparecía para volver con más fuerza, como si a su sonoridad la manejaran los avatares del camino. Una reminiscencia desconocida, exótica, que perecía hecha con trozos de todas las canciones del mundo, nos invadía. Viajamos en silencio, con esa singular sensibilidad que tienen los ciegos para sentir la música, como si la más antigua canción nos arrullara desde el poco conocido origen de las cosas.

    Cuando despertamos, el Nahuelpán mostraba entre nubes ralas el óxido de sus laderas escaldadas. Los sonidos ordinarios regresaban a sitios que había liberado aquella mágica repetición de notas.

   Atrás, detenido en el camino y en el tiempo, el hombre del violín guardaba su crisálida de viento. Como una metáfora del agua, se iba para volver en el sortilegio de nuevas epifanías.




(*) Escritor comodorense. Este cuento fue tomado de su libro “Pequeñas historias del frío”, edición 2010.


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domingo, 7 de diciembre de 2014

EL POEMA DE HOY




AGUA

Por Silvia Sánchez (*)



Agua tumba
acallada.
Plasto líquido
quieto.
Espejismo.
Celda mitológica.
Mojo mis pies en el lago
y las pieles de todos
hunden los dedos en el frío.
Todos tiritan.
Me aquieto
y las olas pequeñas me bordan
la matriz universal
en el tobillo.
El agua se instala en mis poros
y me nutre
los poros cuencos
rebalsan
y las voces de todos
en el lago matricial
cantan.
Agua
un algoritmo de mi especie.



(*) Escritora de General Roca. Su blog http://sanchezsilvia.blogspot.com.ar/


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miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL POEMA DE HOY




De “signo del fin de los tiempos”

Por Ramón Minieri (*)




la decadencia
de los grandes hoteles
se consuma en minúsculas

hongos furtivos
suben
al asfalto
de las tapicerías
desafilan corceles
oriflamas

y los espejos se desmayan
tísicos
de humedad
por la espalda

ah
rendición de las palmas
doblegadas
bajo el polvo
en sus tiestos

ya
ni ángel
ni portero
ni mujer
las agita

pero
no esperen estallidos
esto
que llaman final
es descomienzo




(*) Escritor de Río Colorado. De su “Libro de los últimos días”, Río Colorado, 2010.

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