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domingo, 9 de octubre de 2016

LA NOTA DE HOY





DE LOS BUQUES Y SUS NOMBRES


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Me gustan las fragatas, me gustan los veleros.
Me gustan los sonoros vocablos marineros
bauprés, obenque, jarcia, pañol, arboladura
bitácora, mesana, barlovento y amura.

(Juan Luis Gallardo, Las cosas)





Los nombres de los buques tienen algo de exótico y misterioso. Sugieren largos viajes y puertos lejanos; tormentas en altamar y costas remotas. No son ajenos en la originalidad al resto de la pintoresca jerga marinera; con su vocabulario rico y eufónico.

La Patagonia, de extensa faz oceánica, es visitada desde hace cinco siglos por navegantes de todas las latitudes; en bajeles que a veces dejan sus restos en estas playas, otras, tan sólo el nombre; y, en algunas ocasiones, ambos. Tanto el Balneario El Cóndor como la Playa Unión, aluden a sendos naufragios. Otros topónimos, recuerdo de navío más afortunados que sobrevivieron al temporal y la restinga, son Bahía Cracker, en alusión al barco británico que visitó la colonia galesa en abril de 1871, Puerto Deseado, que mienta la almiranta del corsario Cavendish, Canal de Beagle, en referencia al bergantín que llevó a Charles Darwin alrededor del mundo; y los montes antárticos Erebus y Terror, por los veleros de la expedición de James Ross.

Cada tanto ocurre a la inversa; las embarcaciones toman su denominación de los accidentes geográficos del sur. Es así que la Armada Argentina tiene, o tuvo, naves como el “Cabo de Hornos”, el “Bahía Paraíso” y el “Patagonia”; sobre el cual Sergio García Pedroche y Jorge Félix Núñez Padin escribieron un texto. Sucede lo mismo con los cruceros que la empresa alemana Hamburg Sud, entre 1922 y 1923, ordenó construir al astillero Blohm & Voss – el mismo para el que trabajaría Hans Castorp, el protagonista de “La Montaña Mágica” de Thomas Mann-; bautizados en honor de los cerros de Tierra del Fuego: “Monte Sarmiento”, “Monte Olivia”, “Monte Pascoal”, “Monte Rosa” y el malhadado “Monte Cervantes”.

La historia patagónica incluye la presencia de naos de renombre, como el clíper “Mimosa”, que trajo a los colonos galeses en 1865; el transporte “Villarino”, que repatrió los restos del General José de San Martín en 1875, y que luego navegó el mar austral y zozobró en cercanías de Camarones en 1899; o el cúter “Luisito”, construido por el Comandante Luis Piedrabuena y sus hombres, para regresar al continente luego de encallar en la Isla de los Estados en 1873.

Como es natural, la Literatura regional se hizo eco de la temática e introdujo estos apelativos en sus obras. Pueden citarse los libros “Mimosa. La vida y la época en que el barco navegó en Patagonia” de Susan Wilkinson, “El naufragio del Virgen de Rosario”, de Alfredo Lama, “Monte Cervantes y el Capitán Dreyer. Naufragio y muerte en el sur argentino”, de Adriana S. C. Pisani, “Monte Cervantes, carta y recuerdos del naufragio”, de Adrián Gustavo de Antueno Berisso, “Tras la Estela del Hoorn. Arqueología de un naufragio holandés en la Patagonia” y “El Naufragio de la HMS Swift”, de autores varios. Asencio Abeijón incluye un relato titulado “Incendio y naufragio del Presidente Roca”, en su volumen “El guanaco vencido”. También la ficción muestra sus ejemplos, como “Los náufragos del Jonathan” de Julio Verne. Caso especial constituye la novela “Patagonia”, de Henry James; triste historia a bordo de un buque que, pese a su designación, no navega en aguas meridionales sino en el Atlántico norte.

Sin embargo, hay un ejemplo más curioso en el que la región llega, a causa del tema de esta nota y con un tenue sesgo literario, al ámbito mundial. En la novela “Drácula” de Bram Stoker, publicada en 1897, el conde viaja a Inglaterra a bordo de la goleta “Démeter”. Al culminar el viaje, casi toda la tripulación ha desaparecido; sólo permanece el cadáver del capitán atado al timón. El filme “Drácula” de 1931, dirigido por Tod Browning y con Bela Lugosi en el papel del siniestro personaje, muestra esta infausta travesía. Para introducirla, aparece un cartel que indica con claridad: “Aboard the Vesta – bound for England”.

La película se aleja del libro con este rótulo; si bien ambas diosas terminan siendo hermanas. Démeter era la diosa griega de la agricultura y la fecundidad (la Ceres latina); en tanto Vesta era la diosa romana de la fidelidad y el fuego del hogar (Hestia en los mitos helénicos). Pero, como dice Charles Fort al introducir el “Libro de los Condenados”, “todo iría bien, todo sería admisible…”, es decir, el dato no sería destacable, si no fuera que también se llamaba “Vesta” el vapor que en 1886 llevó un contingente de inmigrantes desde Gales al Chubut.

¿Por qué el director nombró de tan distinta manera al lúgubre bastimento? Podría haber alguna explicación hermética respecto a la simbología de las dos deidades; aspecto que sería tal vez sólo del dominio de un pequeño grupo de iniciados. Aunque también podría existir una interpretación más simple: que Tod Browning conociese una embarcación denominada “Vesta”, quizás la misma que trajo a los colonos de 1886; y quiso evocarla en su filme. Sea como sea, la mención introduce una vaga e inesperada remembranza de la Patagonia entre los cuadros de un clásico universal del cine de terror.





Nota: El dato sobre el nombre de Bahía Cracker está en el interesante y bien informado blog “Bahía Sin Fondo” de Patricio Donato (http://bahiasinfondo.blogspot.com.ar)


lunes, 3 de octubre de 2016

EL RELATO DE HOY




CRONICA DE UN POETA EN VALCHETA

Por Jorge Castañeda (*)




Me levanto bien temprano con el ánimo dispuesto. Desayuno frugal: cada tres días té negro sin azúcar y al cuarto café con tostadas. La lectura de los diarios me dispone para comenzar el nuevo día. Si el tiempo está lindo voy a mi trabajo caminando. Busco la sombra de los árboles mientras los ligustros y aromos sahúman la mañana como un incienso pagano. Si está el turno de riego, el agua que corre por las acequias se incorpora a mi bienestar porque predispone mi ánimo con su bucólica frescura y su rumor sediento de huertas y jardines.
Los vecinos me saludan por la calle con un don Jorge y “se me acercan con su montón de cosas y yo las acaricio” como dice la letra del tango “Viejo Discepolín” de Homero Manzi.
Voy sintiendo la presencia del arroyo y de los árboles de la ribera. Y desde sus asentamientos habituales o desde el aire hay graznidos alborotados porque se saluda mi paso con salva de loradas. Es que ellos me conocen y yo también. A veces de puro traviesos quieren participar bulliciosos y parlanchines en mi salida diaria del programa radial “Agua Fresca”. Yo los dejo porque a veces los loros son compañeros de nuestra soledad y hasta converso con ellos y les aconsejo que pasen un buen día si hacer mucho desastre en los cables y los sembrados. Y ellos entienden porque saben que los quiero.
Según los pronósticos y eso “ya se siente”, hoy va a apretar la canícula. El bochorno del día pondrá su proa hacia altas temperaturas. Algunas rachas como espejismos levantarán sus vahos de la calzada. Y uno buscará después del almuerzo el frescor del dormitorio para el solaz de la lectura y de la siesta reparadora y asaz servicial.
El sol redondo de la tarde calcina y languidece las támaras de los árboles y las flores de los jardines. Todo se dormita y achaparra. Una gran lasitud espera el crepúsculo para regar si la presión del agua en los atanores lo permite.
Yo conforme a su procedencia he bautizado con nombres a mis plantas de interiores y del minúsculo jardín que poco puedo atender. Hasta los árboles de mi casa tienen apelativos familiares. Mi aguaribay se llama “Don Memo”, mi granada “Nahuel”, y algunas de mis plantas “Soy del Sur” y “Pelito”. Y cuando yo les hablo se ponen contentas.
En la noche como buen descendiente de árabes me gusta tener algún amigo de invitado a la mesa. Y algunos manjares para el buen “yantar”.
Miro algo de televisión en el canal “a” o los programas que me gustan. Y luego las horas de lectura donde alterno entre cinco o seis libros que leo a la vez, según el buen consejo y tino de mi amigo Juan Carlos Irízar, que de eso sabe mucho.
Por supuesto que me gusta bañarme y ponerme ropa limpia. Debo mencionar a Irma, mi compañera de vida, que entiende y sobrelleva mis locuras con un estoicismo que es digno de imitar. Sin ella no sería nadie.
También suelo repetirme algunos refranes que me gustan como ese de andar “a los palos con las águilas y a las patadas con los pichones” y otros de mi repertorio que tanto me divierten.
Ya pasada la medianoche me dispongo a dormir. Trato de hurtarle a mi mundo onírico algún número para ganar en la quiniela, pero es en vano. Casi nunca sucede.
Los párpados cansados se me cierran y mientras encomiendo a Dios mi sueño pienso: mañana será otro día y ya no me acuerdo de nada.



(*) Escritor de Valcheta.


sábado, 24 de septiembre de 2016

EL RELATO DE HOY





RELATO 8

Por Hugo Covaro (*)




     En este páramo, que presta su soledad añosa, el hombre de sal ejercita sus oficios. Lánguidos chiveros. Sogueros de lentos mediodías. Chulengueadores. Rastreadores de pumas. Hacheros de monte bajo. Juntadores de lana mortecina. Tejedoras de matras dolorosamente hermosas. Mujeres silenciosas con hechura de barro. Abuelos cavilosos con la piel de alfarerías.

     Rufino Nahuelquir era zorrero.

     En sus ojos neblinosos de lejanías, se podían ver todos los salares. Pisándose la sombra, encorvado, partiendo en dos la paz de los picaderos, andaba tras el rastro de los zorros, quemado de inviernos. Con las trampas sobre el hombro, aparecía de los cañadones como salido de la tierra. Era un viento inmemorial que olía al incienso resinoso de los molles silbadores.

     El tiempo, detenido en sus harapos, dormía su índole de pájaro resguardando su corazón de tinaja.

     –Tenés que elegir güen sitio –me decía–. En lo posible bajo una mata grande así podés atar el alambre de la trampa. Que tenga matas también a los costaos, así el zorro tiene que dentrar a la juerza y de frente. Hacé un pocito en la arena y colocala con la traba puesta. Ponele un papel encima y, despacio, andá echándole tierra hasta taparla. Pasale una rama pa’ borrar los rastros. Dispués venite arrastrando una osamenta un largo trecho y colgale, un poco adelante, el cebo bien amarrao a una buena mata. Pa’ que el ladino no disconfíe, hacé fuego cerca y oriná donde hiciste campamento.

     La salina, con su antigua memoria de mar, lo veía regresar de revisar las trampas, como quién va del silencio al olvido.

     –Si hay un ñerrí trampeao, no le tengas miedo a los gruñidos que pega. Que los perros lo empaquen a puro ladrido, pero que no lo muerdan. Vos arrimate con el palo y tratá de pegarle en el hocico. Si le das justo cae seco, de seguro. Ahí nomás cuerialo y estaquialo bien tirante. Eso sí, cambiá de sitio la trampa...los zorros olfatean el olor a sangre y le arisquean...

     Todos los rumbos de la sal tienen las pisadas de sus alpargatas. Tal vez un día de éstos, casi viento, salga a borrar los rastros de los zorreros, antes que la muerte le ponga la mirada de agua. Entonces, juntos, veremos crecer la tierra como un vientre, en el sitio donde bajan los dioses indios. Será para el tiempo de los días largos. La calandria, parada sobre la rama más florida, cantará su ausencia con el pecho embarrado de crepúsculo.





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. Este relato fue tomado de su libro “Luna de los salares”. (1985)

lunes, 19 de septiembre de 2016

LOS POEMAS DE HOY


TRES POEMAS BREVES DE JUAN CARLOS MOISÉS (*)







EL QUERIDO


Según el último censo
nacional,
mi pueblito, el querido,
el natal, tiene más o menos la misma
cantidad de habitantes
que cuarenta años atrás;
eso porque no contaron árboles,
sueños, pajaritos, nubes, aguaceros,
todo lo que respira
y queda para siempre.



HAY UNAS CUANTAS PALABRAS


Hay unas cuantas palabras
que quisiera reunir.
Haciendo cálculos
creo que me llevaría
toda una vida reunirlas.
Les debo ese poema.




LAS MIGAJAS


Me dirás
que las migajas que quedan
en el mantel después del desayuno
hay que arrojarlas
en la bolsa de residuos
y no como acabo de hacer
al desparramar todos los minúsculos
desperdicios de pan en el patio,
delante de la puerta,
porque me gusta ver después
a pajaritos que vienen por ellos
en bandada,
sintiéndome por un instante
el ensayo doméstico de aquél
que según lo previsto
algún día vendrá a repartir
los panes verdaderos.





(*) Extraídos del volumen de poesía titulado “Animal Teórico” – Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2004.