CRONICA
DE UN POETA EN VALCHETA
Por Jorge
Castañeda (*)
Me
levanto bien temprano con el ánimo dispuesto. Desayuno frugal: cada tres días
té negro sin azúcar y al cuarto café con tostadas. La lectura de los diarios me
dispone para comenzar el nuevo día. Si el tiempo está lindo voy a mi trabajo
caminando. Busco la sombra de los árboles mientras los ligustros y aromos
sahúman la mañana como un incienso pagano. Si está el turno de riego, el agua
que corre por las acequias se incorpora a mi bienestar porque predispone mi
ánimo con su bucólica frescura y su rumor sediento de huertas y jardines.
Los
vecinos me saludan por la calle con un don Jorge y “se me acercan con su montón
de cosas y yo las acaricio” como dice la letra del tango “Viejo Discepolín” de
Homero Manzi.
Voy
sintiendo la presencia del arroyo y de los árboles de la ribera. Y desde sus
asentamientos habituales o desde el aire hay graznidos alborotados porque se
saluda mi paso con salva de loradas. Es que ellos me conocen y yo también. A
veces de puro traviesos quieren participar bulliciosos y parlanchines en mi
salida diaria del programa radial “Agua Fresca”. Yo los dejo porque a veces los
loros son compañeros de nuestra soledad y hasta converso con ellos y les
aconsejo que pasen un buen día si hacer mucho desastre en los cables y los
sembrados. Y ellos entienden porque saben que los quiero.
Según
los pronósticos y eso “ya se siente”, hoy va a apretar la canícula. El bochorno
del día pondrá su proa hacia altas temperaturas. Algunas rachas como espejismos
levantarán sus vahos de la calzada. Y uno buscará después del almuerzo el
frescor del dormitorio para el solaz de la lectura y de la siesta reparadora y
asaz servicial.
El
sol redondo de la tarde calcina y languidece las támaras de los árboles y las
flores de los jardines. Todo se dormita y achaparra. Una gran lasitud espera el
crepúsculo para regar si la presión del agua en los atanores lo permite.
Yo
conforme a su procedencia he bautizado con nombres a mis plantas de interiores
y del minúsculo jardín que poco puedo atender. Hasta los árboles de mi casa
tienen apelativos familiares. Mi aguaribay se llama “Don Memo”, mi granada
“Nahuel”, y algunas de mis plantas “Soy del Sur” y “Pelito”. Y cuando yo les
hablo se ponen contentas.
En
la noche como buen descendiente de árabes me gusta tener algún amigo de
invitado a la mesa. Y algunos manjares para el buen “yantar”.
Miro
algo de televisión en el canal “a” o los programas que me gustan. Y luego las
horas de lectura donde alterno entre cinco o seis libros que leo a la vez,
según el buen consejo y tino de mi amigo Juan Carlos Irízar, que de eso sabe
mucho.
Por
supuesto que me gusta bañarme y ponerme ropa limpia. Debo mencionar a Irma, mi
compañera de vida, que entiende y sobrelleva mis locuras con un estoicismo que
es digno de imitar. Sin ella no sería nadie.
También
suelo repetirme algunos refranes que me gustan como ese de andar “a los palos
con las águilas y a las patadas con los pichones” y otros de mi repertorio que
tanto me divierten.
Ya
pasada la medianoche me dispongo a dormir. Trato de hurtarle a mi mundo onírico
algún número para ganar en la quiniela, pero es en vano. Casi nunca sucede.
Los
párpados cansados se me cierran y mientras encomiendo a Dios mi sueño pienso:
mañana será otro día y ya no me acuerdo de nada.
(*)
Escritor de Valcheta.
1 comentario:
¡Querido Jorge, cómo amas a tu espléndida Valcheta! La vistes de palabras que salen solo de un corazón enamorado. Podemos "ver a Don Jorge" saludando a cada paso, a la acequia, a los pastos que amigables se inclinan a tu paso, les regalas miradas y sentimientos que dejan saludos y caricias a tu caminata pueblerina. ¡Gracias Jorge, amiguito de letras y sentires! ¡Gracias Literasur por esta sana bonanza que nos une en palabras y nos hace hermanos de corazón! Un gran abrazo de Ada Ortiz Ochoa (Negrita, la de Sierra Grande)
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