EL PASAJERO INDESEABLE
Por
Fernando Nelson (*)
Es una criatura con el
cabello desgreñado,
largos dientes negros, brazos
que cuelgan
muy flacos a los costados; se dice que su
alarido puede, literalmente, helar la san-
gre en las venas de quienes
lo oigan…
H. Howells, Fragmento
de Cambrian S.
(1831), “The Cyoeraeth”
La muerte de mi compañero de cuarto
me convirtió, de pronto, en el heredero de unos libros amarillentos, de algunas
porcelanas que acaso no usaré nunca, y de unos cuadernos atiborrados de
anotaciones que llamaron mi atención. En ellos se cuenta la historia ocurrida a
bordo de una nave llegada a Golfo Nuevo, allá por mil ochocientos setenta. Lo
narrado por cierto es curioso, pero no soy el indicado para decidir sobre la
veracidad del relato, por fantástico que parezca. El escrito, lleno de
tachones, parece ser la traducción de un diario de viaje, y sospecho que tal
traducción fue realizada por mi compañero, el difunto.
Comienza diciendo:
“¡No debimos zarpar ese día! La
hembra del Cyoeraeth terminará por hundirnos en el océano. Ya hemos escuchado
con claridad, desde las tinieblas, sus terribles gemidos, sin que se adivine
qué parte del barco es su guarida, o cuál es el motivo que la impulsó a zarpar
con nosotros. Hemos podido - sin embargo- distinguir sus palabras:
¡Oh!,
fy ngnr, fy ngnr (mi esposo, mi esposo)
¿Hasta cuándo podremos soportar el
espanto que sus palabras provocan? ¡Nadie lo sabe! Todos aguardamos con ansia
la medianoche que nos indique su ausencia, aunque el fantasma no ha faltado a
la cita ni una sola vez. Y así ha ocurrido desde nuestra partida. Hay colonos
que optaron por la oración para conjurar a este enviado del Maligno. Otros
prefieren encerrarse para no oír sus lamentos. Nadie, sin embargo, está
dispuesto a aceptar su verdadero origen, y por lo tanto, se acordó hablar lo
menos posible de la presencia del espantoso ser.
He visto, durante el día, hombres
encubiertos buscando rastros de nuestro pasajero indeseable, cuya esencia
sobrenatural les impedirá atraparlo; ni siquiera podrán verlo, pues rehúye a
todo tipo de claridad o de luz.
Una noche, cuando la proa de nuestro
velero cortaba las aguas envuelto en la más negra oscuridad, se oyeron las doce
campanadas, y en ese instante el enviado del Demonio empezó a proferir sus
alaridos. Varios tripulantes nos congregamos en cubierta y, venciendo nuestro
miedo, caminamos buscándolo, armados de palos y cadenas. Por fin, en lo más
alto del palo mayor, entrevimos la agitación de su horrible figura. Era
evidente que terminaría enloqueciéndonos o (como aseguraban varios marineros)
hundiría nuestra embarcación antes de que avistáramos la costa. Pero después de
un rato, cual si fuera un espectro, desapareció. Esa vez la mayoría no pudo
conciliar el sueño, y durante el día, el temor y la incertidumbre abatió el
ánimo de todos. Una y otra vez nos preguntábamos, desconsolados: “¿Aparecerá
nuevamente en el mismo sitio? ¿Quién nos alejará de este destino? ¿Quién –para
ser más preciso- se atreverá a exorcizar al terrorífico ser?”. Por último, y
acaso se trate de lo más importante:
“¿Cuáles serán las palabras indicadas para el conjuro?”
Los riesgos de tal acción eran
mortales –reflexionábamos- y puesto que
el sol se ocultaba otra vez, nos consumía la impotencia y la desesperación.
Pero entonces, sin que nadie supiera de dónde, se acercó a nosotros un joven
diciendo que viajaba ilegalmente en el barco. Afirmó que, habiendo nacido en
Aberystwyth, conocía las palabras exactas que alejarían al fantasma. Se
arriesgaría a subir a condición de que lo admitiésemos como un tripulante más.
De inmediato aceptamos su propuesta, y el muchacho se alistó, asegurando que
las palabras debían pronunciarse mientras la criatura estuviera
corporizándose.
No sabíamos si aparecería en el
mismo lugar, pero avanzada como estaba la noche, el joven trepó la escalerilla
del mástil. Los demás observábamos en silencio, mientras llegaba a nuestros
oídos, como un signo de fatalidad, el golpeteo interminable de las olas
rompiéndose contra el casco de la nave. Nos apretujábamos unos contra otros,
temblando de pavor y de frío. Casi a medianoche los gemidos se escucharon, como
a través de una profunda caverna, en la dirección esperada. Vimos al joven
apurándose a llegar mientras nosotros, mudos de terror, advertimos los primeros
indicios de la aparición. Las campanadas de las doce ya se oían y el muchacho
no pronunciaba la frase salvadora. Nosotros mirábamos, impotentes, y unas
mujeres lloraron al ver allá arriba una escena que nos llenó de angustia: las
manos alargadas y lánguidas del fantasmal engendro atraparon al muchacho con
fuerza. Los chillidos sin duda lo aturdían, pero el joven pronunciaba las
palabras esforzándose por completar la frase. Hubo un forcejeo desesperado al
fin del cual, joven y fantasma cayeron del palo mayor, pero de una manera
lateral, no escuchándose la caída en el agua. Parecieron más bien perderse en
la oscuridad de la noche, sin que a partir de entonces tuviéramos noticias de
ellos, y sin que llegáramos a conocer, siquiera, el nombre de aquél que nos
había salvado.”
(*) Fernando Nelson, nacido en
Tucumán y actualmente radicado en Puán, provincia de Buenos Aires; pasó gran
parte de su vida en Rawson. Estando en el Valle inició una importante obra
literaria, que le llevó a obtener numerosos premios provinciales y nacionales;
entre ellos el primer premio del concurso de narrativa de la Universidad del
Sur de 1980, los premios en la categoría relato del Eisteddfod del Chubut de
los años 1981 y 1983, varios premios de la Dirección de Cultura del Chubut en
los certámenes provinciales y otros reconocimientos. Uno de sus relatos, “El
manuscrito de Sheffield”, figura en la antología “Cuentos de nuestra tierra”,
publicada por el Consejo Federal de Inversiones en 1982. Recientemente obtuvo
un premio en el concurso de la Biblioteca Berwyn, con su narración “El último
galope”. Ha publicado dos volúmenes de cuentos: “El retorno” y “Carta
encontrada en Plaza Irlanda”. En su obra se alterna el realismo mágico y la
fantasía, con los que desarrolló muchos temas patagónico; como en el cuento de
hoy, perteneciente a su libro “El Retorno”. También incursiona en el relato
intimista y psicológico.
1 comentario:
Excelente cuento. Lo leí por primera vez hace varios años. Desde entonces me quedó grabada la ominosa imagen del espantajo en la punta del mástil, clamando por su compañero, y la caída de hombre y espectro al mar obscuro; como unas de las mejores escenas que había leído en un relato fantástico, a la altura de los escritores más renombrados. Hablando con otros lectores del cuento, encontramos en él algo de Henry James o de Lovecraft; para otros se insinúa la sombra de Borges. Puede ser, porque un escritor es lo que son sus lecturas; pero en este cuento también se ve la marca propia y bien definida de Fernando Nelson, su particular estilo de descripciones vívidas y finales que pasman.
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