TEATRO
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
El teatro,
como género literario, es obra escrita; pero también escenificación. Aunque son
aspectos inseparables, este artículo sólo habla de la faz creativa en la
dramática patagónica. Es trabajo de entendidos reseñar la tarea de actores y
directores en la región; como en el completo tratado “Historia del Teatro
Argentino en las provincias”, dirigido por Osvaldo Pellettieri (*).
En
su “Taller Literario” virtual, la escritora y aficionada a la actuación teatral
Olga Starzak, cita -de otra fuente- que
los textos dramáticos se comunican con la representación actoral; siendo la
lectura individual una forma de representación. Tal aserto fundamenta que se
considere a un dramaturgo el escritor cumbre de la Literatura inglesa.
Shakespeare, además, introdujo en su obra una traza patagónica; al hacer
declarar al Calibán de “La tempestad”, que el dios de su madre era la deidad
tehuelche Setebos.
Este temprano ingreso de la Patagonia en el género
dramático, parece haberle dado en la zona un impulso fructífero. El coronel
Manuel Olascoaga, precursor de la Literatura sureña y gobernador del Neuquén
entre 1884 y 1891, creó varias piezas teatrales. Según Álvaro Yunque escribió
“...con el seudónimo “Mapuche”, novelas como “El sargento Claro”, “La lanza del
montonero”, “Criollos históricos”, “Los últimos cautivos”, “El brujo de las
cordilleras” y, para el teatro, (...) “Facundo”, “Patria”, “Crispín”,
“Liú-Huinca”, “El gran reformador” y “El gobierno de los locos ...”.
Otro cultor del teatro neuquino fue
Gregorio Álvarez, reconocido investigador del folklore austral; que dejó las
piezas “Baigorrita” y “Pehuén Mapu”. En los últimos años, la provincia dio
varios nombres a la dramaturgia; como Hugo Saccoccia (“Modelo de madre
para recortar y armar”); Alejandro Finzi (“Benigar”), Lili
Muñoz (“La pasto verde”) y Carol Yordanoff (“Malahuella”). Osvaldo Calafati
reseñó estos antecedentes para el trabajo de Pellettieri; pero también, junto a
Azucena Ascheri, escribió su propia “Historia del teatro de Neuquén”.
Pasando a Río Negro, en la actualidad
podemos citar a Luisa Calcumil (“Es bueno mirarse en su propia sombra”),
Alberto Brandi (“Pequeñas rutinas”), Juan Raúl Rithner (“La aldea de Refasí”),
Gerardo Pennini (“Un cielorraso lleno de rabanitos”), Carolina Sorín (“El
apetito”) y Oscar Benito; que también fue el recopilador de piezas patagónicas
para el libro “Dramaturgos de la Patagonia argentina” (**). Quien incursionó en
las tablas como actor fue Elías Chucair; registró su afición en el libro “Teatro
vocacional”.
En
los capítulos del ensayo de Pellettieri dedicados al Chubut, Cecilia Perea
registra un dato de 1951; cuando en Trelew se llevó a escena “Historia de la
colonización del Valle del Chubut”, escrita por autores locales. Más
recientemente, otro chubutense dedicado a la dramática fue Roy Centeno
Humphreys; con sus obras “El campeón”, “Tengo que casar a mi mujer” y “Seis
albóndigas y un pijama”. También lo hace Juan Carlos Moisés, desde Sarmiento,
con creaciones como “La casa vieja” o “El Tragaluz”; Alberto
Antonio Romero, de Esquel, con “Primavera o la danza de las flores”; y Fernando
Nelson (ahora en Puan) con “El ensayo” y varias comedias.
Marcela
Arpes y Alicia Atienza, nuevamente en el libro de Pellettieri, señalan que las
primeras piezas dramáticas de Santa Cruz son de 1910, año en que unos
aficionados de Río Gallegos escenificaron dos obras de escritores vernáculos:
“Vía Crucis de un matrimonio”, de José Basualdo y “República”, de Miró. En
tanto, hacia 1921, en Puerto Deseado se menciona a Wilson Del Valle como autor
local de “Lección provechosa”. Actualmente encontramos a Aníbal Albornoz Ávila,
entre cuyos trabajos pueden citarse “Las amanecidas del fiordo Caupolicán” y “La flor torrentosa”; y a Manuel Sarmentero con “Pórtico del cielo”.
En
su “Historia del Teatro Argentino” (***), Beatriz Seibel menciona que el
“hain”, rito de iniciación ona en el que intervienen personajes como Short,
Xalpen y Olum, es una expresión teatral. Este lejano precedente se prolonga en
la obra de los autores actuales de Tierra del Fuego; como Eduardo Bonafede
(“Las goletas”) y Adelmar Elchiry (“Ya camina”). La zona también atrajo a dos
escritores chilenos: Francisco Coloane, con su única pieza teatral “La tierra
del fuego se apaga”; y Gastón Salvatore - quién escribe en idioma alemán -, con
“Feuerland”.
Es imposible condensar, en este breve
texto, el desarrollo del género teatral en la Patagonia. Pero, al menos, el
resumen permite afirmar que la dramaturgia tiene un lugar importante en la
Literatura regional. A partir de los datos iniciales, algún experto aprovechará
la riqueza de un tema apenas enunciado; y recuperará el nombre, ahora ignorado,
de los autores dramáticos sobre los que cayó el telón del olvido.
(*) “Historia del Teatro Argentino
en las provincias”. Volúmenes I y II. Grupo de Estudios de Teatro Argentino e
Iberoamericano” de la UBA, dirigido por Osvaldo Pellettieri. Galerna –
Instituto Nacional del Teatro, Buenos Aires, 2006.
(**) “Dramaturgos de la Patagonia argentina”. Oscar Benito (et al.). Argentores,
Bs As, 2007.
(***)“Historia del Teatro Argentino. Desde los rituales hasta 1930”.
Beatriz Seibel. Corregidor, Bs As, 2006.
Nota: el autor
agradece la inestimable y desinteresada colaboración de la señora Susana Calero, del Instituto Nacional del Teatro;
que brindó un generoso aporte documental a la nota. También a Solange
Kolesnikewicz, por el préstamo de material bibliográfico.
1 comentario:
Volviendo a la costumbre de hacer auto-comentarios, quería agregar unas líneas para remarcar la colaboración amplia y desinteresada que me brindó para escribir esta nota los miembros del Instituto Nacional del Teatro, en la persona de la señora Teresa Calero y de otros de sus integrantes con quienes tome contacto cuando concurrí a sus instalaciones. El ambiente que encontré allí me pareció el proverbial entre la gente de teatro, abierto y solidario con quienes se acercan a ese mundo tan especial, tanto para quienes lo viven desde adentro como para quienes lo contemplamos desde afuera.
Aprovecho para agregar un tema conceptual. Si bien es la forma de introducir uno de los temas dentro de la nota, en realidad parecería que rito y Literatura divergen. Es interesante considerar la aclaración de Rafael Llopis en su artículo “M. R. James o el apogeo del fantasma”, que obra de prólogo de las “Trece historias de fantasmas” de M. R. James, Alianza Editorial, Madrid, 1973; dónde dice: “Los cuentos de miedo constituyen una expresión de lo numinoso cuando ya no se cree en su existencia objetiva. En tales circunstancias, lo numinoso – que es pura vivencia, pura subjetividad – se expresa en un plano estético, donde implícitamente se reconoce su inexistencia objetiva...” Un punto sumamente importante de considerar al analizar la Literatura
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