CENIZAS
Por Ana Elisa Medina (*)
Un olor a azufre golpeaba las narices. El
sol estaba quieto. Algunas nubes lo tapaban de vez en cuando. El suelo empezó a
temblar. Había una revolución. Puja de poderes y desplazamientos de las placas
tectónicas del Pacífico y Atlántico. Anónimamente, en silencio, se mueven en
las profundidades. Así, como en el cielo, esporádicas y fugaces escaramuzas nos
juegan los astros. Así los volcanes liberan sus energías cuando algunas de
estas placas le hacen "cosquillas" a sus bolsas magmáticas, y se
ponen "eróticos", escupiendo su "semen".
El hombre de Los Antiguos abrió la puerta y entró la
ceniza deslizándose como serpiente.
Salió al campo a ver el ganado. Todo era
un manto uniforme. En el horizonte nubes azules, grises y blanquecinas venían
enroscándose por el oeste. Eran nubes de tormentas.
Las ovejas estaban muertas, algunas
boqueaban tapadas por la ceniza, apenas algún hocico asomaba a la superficie.
Sus pasos se hundían hasta las rodillas.
Los bebederos ya no existían. Casi no se divisaban los alambrados
semisepultados.
Volvía hacia el casco de la estancia
cuando un remolino de cenizas lo envolvió. Sacó su pañuelo y cubrió la mitad de su rostro para poder avanzar. Era difícil respirar.
Todo a su paso estaba muerto: avutardas,
liebres, zorros, pájaros, teros, guanacos, avestruces...
Había escuchado que las erupciones
volcánicas ocurren en etapas de glaciación o desglaciación.
Escuchó cómo repercutía en la columna
vertebral rocosa el trueno apagado y vio un enorme cono que se elevaba desde el
volcán Hudson.
El penacho de partículas era transportado
por los vientos dispersando la lluvia de cenizas por todas partes.
El vómito de la tierra tapaba todo ser
viviente.
El hombre se había alejado mucho. Su
caballo pisó un hoyo y quedó quebrado. Alivió el dolor del animal pegándole un
tiro en la cabeza.
Cada paso que daba le costaba más y más.
Llegó casi sin aliento a su casa y llamó a su mujer.
Le respondió el silencio. El piso, sillas, mesas, todo cubierto de cenizas.
La boca reseca, sus labios quebrados
pronunciaron un nombre, casi un grito.
La mujer yacía muerta en el piso de la cocina con un
sudario de cenizas.
El hombre quiso respirar, apenas llegó a
tocar la mano de su esposa y su corazón dejó de latir.
Afuera, las cenizas
embretadas seguían lloviendo sobre los campos.
(*) Escritora nacida en Resistencia, Chaco; radicada desde 1979 en Río Gallegos. Socia Fundadora de la SADE Filial Río Gallegos en 1984; a la que luego presidió, entre 1989 y 1995. Ha tenido una destacada actuación en el campo de la cultura, tanto a nivel provincial como nacional e internacional. Es autora, entre otras obras, de los poemarios “Versos del Pueblo”, “Ansiedad” y “Ser con...”; de los volúmenes de cuentos “Cuentos del Norte y del Sur”, “Otros cuentos”, “Ansiedad de hombre” y “Santa Cruz en Llamas” (de donde se tomó el cuento publicado en el blog el día de hoy); la novela “Ana de Resi”; y los ensayos “Vida y obra del Dr Mario Cástulo Paradelo”, “Historia del Poder Judicial de Santa Cruz. Territorio y Provincia” y “Breve Historia del Chaco. También publicó notas en periódicos y revistas. Realizó varios programas radiales y un de televisión de carácter cultural. Obtuvo numerosos premios literarios y participó como jurado en varios concursos. Fue funcionaria provincial en el área de la cultura en dos oportunidades (la última vez, como Secretaria de Cultura).
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