“POBRE
MARIPOSA” (*), DE MÓNICA SOAVE
“Pobre Mariposa” comienza
súbitamente, con un multicolor estallido de tierras exóticas, inusuales, como advirtiendo
que su itinerario proseguirá por paisajes inesperados y extraños. Y es así,
Pero esos paisajes, más que territorios geográficos, son regiones espirituales,
sitios inopinados en el interior de sus personajes, mujeres y hombres; que se
van presentando como una sucesión de fotografías, fascinante y a la vez
motivadora de disímiles estados de ánimo.
Recorrer sus páginas es como
subirse a una “montaña rusa”. Sus inesperadas variaciones argumentales, asombrarán
al lector que pretenda asistir a un relato de moroso discurrir en el entorno apacible
de esos hogares tranquilos de barrios quietos, descriptos con nostálgica
precisión por Mónica Soave; con cretonas sobre las mesas y olor a lavanda en
los cajones de cómodas y roperos, muebles de madera barnizados de tintes
obscuros y cuartos tenuemente iluminados por la luz difusa del exterior, filtrada
a través de cortinas traslucidas.
La historia de vida de cuatro
mujeres - Remedios, Estela, Teresa y Celina –, representantes de otras tantas
generaciones, se mueve al compás de la crónica de la Argentina; desde los años finales
de la organización nacional, pasando por el flujo migratorio de principios del
siglo XX y las sucesivas luchas políticas que sacudieron al país, hasta llegar
a la actualidad; época en que las inquietudes de un mundo globalizado diluyen
las fronteras y permiten recuperar el ayer perdido. Y al lado de cada mujer, un
hombre; o dos, en el caso de Celina: Camilo, Emils – el enigmático Emils -,
Lucio; y Marcos y Román. Hombres impulsivos, idealistas, luchadores; pero
también llenos de dudas y extremos; compañeros hechos a medida, según dice la
autora, “de estas mujeres - solas, fuertes, ¡por Dios, qué fortaleza! - desafinadas”.
La novela está conformada por
retazos, por la unión de diversas narraciones contenidas en cuadernos de todo
tipo; finos y gruesos, con tapas de hule negro o de cartulina colorida, anillados
con resortes o abrochados con grampas por su lomo... Sin embargo, como se da
cuenta Lara, principal relatora de
los hechos que pueblan sus hojas, son “letras en distintos fragmentos de la
historia, pero, dentro del desorden, dentro del caos, distingo como un hilo
conductor que, casi siempre, dibuja las mismas y eternas soledades e
indecisiones”.
Lara trata de organizarlas, pero
fracasa: “He intentado, desde que Celina se fue, desde que
empecé con este disparatado trabajo que me pidió, ordenar a los cuadernos por
fechas, sistematizarlos por autoras, por colores de cubiertas, pero es
imposible. Absolutamente irrealizable. Hasta he desistido de acomodar los
papeles sueltos que aparecen entre las hojas o detrás de las tapas y que ya
leeré en algún momento. En algún otro momento. Creo a esta altura que he
elegido, definitivo, al azar”. Y eso tal vez sea porque la vida no es una
ordenada sucesión de causas y efectos, sino que se desenvuelve en forma aleatoria
y errática: “me da
la impresión” -dice Lara-
“es más, tengo casi la certeza, de que los hechos en la vida de esa Celina de
mediados de los 70 responden a la mera casualidad, que no parecen ser el
resultado de ninguna voluntad, de ninguna decisión. Ella sólo acompañaba al
curso natural de la vida misma -yo
lo sé-,
a su eterno discurrir”.
En la obra, junto con el
desarrollo de los vaivenes políticos del país, se encabalga un testimonio cultural
que muestra, en especial a través de las referencias musicales, la variación de
los tiempos. También la Literatura tiene un lugar en sus páginas, por cuanto es
la vocación de escritora de Celina la que motiva a Lara a hurgar en las
memorias familiares, buscando el tema para un cuento. Se advierte, además, en
la mención de diversos literatos; en particular de Ana Lahitte, a cuya poesía
la novela rinde tributo.
Su estilo no
sólo es ameno y ágil, sino que sus frases son como piedras preciosas que Mónica
Soave pulió una por una, para luego unirlas y formar el relato. Los numerosos
personajes obligan a una lectura atenta; pero son identificables, con
personalidades definidas que se reconocen en sus actos. Y no sobra ninguno;
cada actor ocupa su lugar en ese tablero de ajedrez en el que se disponen como
piezas, para representar la alegoría sobre la condición humana que es la obra.
Su título tiene algo de enigma, develado
al promediar el volumen. “Pobre mariposa” es la canción que Teresa y Lucio
bailaban los domingos al atardecer en la glorieta:
“Pobre mariposa,
esperando bajo las flores.
Pobre mariposa,
pues ella lo amaba tanto
que los momentos
se hacen horas
las horas se
hacen años; y ella aun sonríe entre las lágrimas.
Ella murmura
suavemente: la luna y yo sabemos que él será fiel,
estoy segura de
que volverá,
pero si no
vuelve, sólo tengo que morir, pobre mariposa.”
Pero pobre mariposa es también
Teresa, a quien cortaron sus alas; según descubre la libre e implacable tía Delfina.
Y Remedios, cuyo marido sigue a su lado, pero tan ausente como si se hubiese
marchado lejos. Y Estela, que muere esperando el regreso del misterioso Emils.
Y Celina, que pese a su fortaleza sonríe entre lágrimas; y no espera que Román
vuelva sino, simplemente, que no se vaya.
El final es sorpresivo y
bellamente trágico. Dejémoslo así; que la incógnita de sus últimas páginas agregue
un motivo más para leer este magnífico libro. Un libro que, al igual que la existencia
misma, se desliza sinuoso entre meandros, buscando justificarse en un acto
supremo; ese instante único, ese punto culminante, que para Celina se produce
justo a último momento, en esa confitería de la vieja Riga donde la llevó la
corriente tumultuosa de su vida.
J. E. L. V.
(*)
“Pobre Mariposa”, por Mónica Soave. Editorial Umbrales, Buenos Aires, 2014
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