EN ASUNCIÓN
VENCIÓ LA NOVIA RUSA
Por Nadine Alemán (*)
Me gustan las milanesas pero desconfío
de los lugares de paso desde que Avalle encontró catorce cucarachas y la cara
de una laucha en el aceite usado que retiraba para hacer biodiesel. Qué
vergüenza llevarme a la escuela en la catramina esa.
Marcelo prefiero ir caminando, los
chicos me siguen por el olor a fritanga.
––¡Bueno, nena, pero te siguen…!
Es tan alto en volumen de la tele. No
hay ISO 2001 que cambie esa costumbre en este país. Y el ministro bigotudo
diciendo que las raptadas se van con algún novio, que lo sigue internacional,
que pim y que pam. Buscan a las que realmente se van con algún novio, las que
se pierden con aros de perlas y tienen el pelo finito; lacio.
Qué extraña paz encuentra la gente en
estos lugares, a ningún camionero le caen mal los dos huevos fritos con cebolla
y el tremendo pedazo de carne recalentada a las seis de la tarde. Nadie patalea
porque hay una barata Raft y no la primerísima Sprite. Antes con suerte, había
una Gini de pomelo, medio tibia. Y con ese medio litro aguanten hasta
Neuquén, faltan trescientos kilómetros no más.
Nunca pudimos sacarle a papá la idea de
que comer bien es comer mucho. Paquetón de fideos, paquetón de galletitas
molidas. Vamos a La posta del camionero que ahí se come bien, chicas, pidan
ciervo que acá es barato.
––Basta, Lucho, eso no es ciervo, eso es
guanaco, no vayamos a enfermar a las nenas, y no me macanees a mí que yo estuve
tres años en la capital y sé de comida…
–Ustedes tienen el problema de muchas,
Marga: son pobres y pretenciosas.
Y seguíamos camino con los
amortiguadores vencidos y la tierra insistiendo en la caja de la F100. Después
claro: portazo y vómito, portazo y vómito, hasta tener la suerte de encontrar
algún arroyo para enjuagarse la boca.
“Rosa M deja a José B. porque te arranco
los pelo. Sandra C”. La dudosa privacidad del baño público entrena igualmente
la mano de la denuncia indiscreta. Me dijo Anita que en España se avivaron y
ponen publicidad en la puerta del baño, del lado de adentro, para que la gente
no escriba grafitis.
Tengo granos y picaduras en las piernas,
no me gusta apoyarme en los inodoros, y más al norte, hay letrinas.
(¿Por qué no me miras bien, playero?)
Una rusa flacucha se escapó de la trata
en Asunción, y el ministro de bigotes dice que si no se escapaba, en la
frontera con Argentina el personal se hubiese dado cuenta. ¿De qué se
van a dar cuenta? Si las viejas trafican pavadas y estos no levantan un
corpiño en una valija por vergüenza. Así
cualquiera. Es cuestión de poner medias y bombachas sucias arriba y abajo podés
poner lo que quieras.
Lo mejor es que esta chica cuente sus
historia en un libro… si, financiado por el Fondo Editorial de Cucucho para que la gente se
entere y se cuide, así jamás este delito alcanza este país.
Esto no es pollo, a mí no me engañan,
esto es jote, un jote cazado con el tranquilo acierto de una gomera entrenada.
Pero jote. Y ese frasco no tiene jabalí a veinte pesos es chancho turístico no
más.
El clavo no marca la puerta, o el barniz
incoherente que no me deja escribir.
“Soy María C. me llevan a…”, dale clavo
infeliz, grabá. Que la próxima sea una chica con celular por Dios, una
universitaria, una con miedo, una solidaria.
Para qué el portapapel higiénico. Para
qué el barniz insistente en la puerta. Por qué Sandra C pudo marcar la puerta
con su mensaje inútil y yo no puedo. Por qué tengo el brazo así por Dios. Por
qué no entra nadie.
Qué espera un tipo que acepta una piba
raptada, drogada en una cama sucia de paso y paso y paso.
Tengo cuatro minutos.
La banderola de la libertad incierta me
grita un balazo seguro. Por lo menos mi última declaración va a quedar marcada.
En el paredón trasero de la estación de servicio. Rojo fuga.
(*)
Escritora de Esquel. Este cuento está tomado de su libro “El cura y la sucia”
(Editorial La Fábrica de Libros, Buenos Aires, 2011).
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