DÍAS DE OCIO EN LAS PLAYAS DE LA PATAGONIA
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
“El día de la “excursión” a Puerto Madryn era una de las fechas más esperadas del verano. Nos levantábamos muy temprano, antes de la salida del sol y la casa se llenaba de ruidos, de llamadas nerviosas y apresurados preparativos…Más tarde el atisbar la llanura ondulante del mar que devolvía multiplicado en cada suave vaivén de su inquieta superficie la imagen del sol espejado en sus aguas – “Ya estamos en Madryn, dada. ¿Dónde paramos?” – Pacientemente nuestro padre ordenaba el juvenil desorden y descendíamos nosotros y toda la abundante carga comestible de excursión bien planeada.
Zambullirse dentro del traje de baño y echar a correr al mar era una sola cosa, a chapotear en el agua, juntar caracoles y coloridas piedras, tenderse en la requemante arena que llenaba desbordante la playa, solamente contenida por la línea de fino encaje de la espuma – “vamos hasta el kaiser” -, - “quiero ir a las cuevas” – toda la impaciencia de agotar en un instante el programa de todo el día….Mediada la tarde, cuando el frescor de la brisa marina se abría paso hacia la tierra, preparábamos el regreso a casa, a la cual llegábamos rendidos de fatiga y sueño, en la media claridad de los entreluces del atardecer cuyos últimos soles avivaban los verdes de las copas de los álamos del Valle.”
Este fragmento del relato “Tiempo de verano de mi niñez”, de Gwen Adeline Griffiths de Vives (1), muestra una típica “excursión” de los descendientes de los colonos galeses radicados en el Valle del Chubut a la costa del mar, a principios de los años 30. Para aquellos labriegos, artesanos, comerciantes que trabajaban de sol a sol durante la mayor parte el tiempo, la posibilidad de distracción que ofrecía la cercana orilla del océano, era aprovechada tanto como se podía. Ya fuese un paseo a Puerto Madryn -como en el texto citado- o una salida hasta la más cercana Playa Unión, cada tanto los valletanos marchaban a gozar por un rato del agua salada, la brisa marina y la arena; lejos del calor canicular que calcinaba el Valle profundo.Esta costumbre que los pobladores traían de Europa, donde era común frecuentar “los baños”, venía desde mucho tiempo atrás; cuando la marcha hasta la costa se realizaba en carros a caballo y no en el cómodo automóvil o en el trencito de trocha angosta. Las “casillas” más antiguas de Playa Unión son anteriores a 1923, fecha de fundación de la villa balnearia.
De igual manera, los habitantes de Carmen de Patagones, Viedma y del Valle Inferior del Río Negro se dirigían, según narra el escritor viedmense Carlos Espinoza (2), al balneario próximo al desemboque del río; conocido también como “La Boca”, aunque su nombre oficial a partir de 1948 es “El Cóndor”. El topónimo recuerda un naufragio, al igual que sucede en Playa Unión.Los primeros en aprovechar esa playa con fines recreativos fueron los salesianos, que en 1887 concurrieron con los alumnos de su colegio en Viedma. También los inmigrantes italianos radicados en la zona, empezaron a utilizarla para esparcimiento; y en 1917 ya estaban emplazadas las “casillas” de Jacinto Massini y su cuñado Tomas Bagli. El impulso que el primero dio al sitio, hizo que su denominación original fuese“Villa Massini”.
Si bien en San Antonio Oeste hay balnearios locales, el sitio de veraneo por antonomasia desde el año 1925 es Las Grutas. La primera construcción “veraniega” fue un “bungalow” de 1938, según recuerda Josefina Arce de Ballen en su libro “Las Grutas” y Héctor Izco, en “San Antonio Oeste y el Mar… Origen y Destino”. El escritor Jorge Castañeda, en tanto, le dedica el poema “¡Qué linda que está Las Grutas!”:
“Con su blanca costanera / con su cielo en arrebol
Y la playa que se llena / cuando aprieta “la” calor”;
y una de sus “Crónicas”, la “Crónica de un poeta en Las Grutas”:
“Puedo decir como dijera Scalabrini Ortiz sobre Buenos Aires que “tengo ternuras mías en cada una de las calles del Balneario Las Grutas”… Llevo en mi corazón el Napostá de mi ciudad natal, las verdes alamedas de Valcheta y el mar azul del golfo de San Matías. ¿Qué más puedo pedir?”.
La playa de Comodoro Rivadavia es Rada Tilly; cuyo desarrollo turístico comienza, como en los casos anteriores, a inicios del siglo XX. La afluencia de vecinos para gozar de su arenilla blanca, hizo que se habilitase un tren que lo unía a la ciudad; clausurado luego de un desgraciado accidente. Como otros pueblos surgidos alrededor de un centro de veraneo, con el tiempo Rada Tilly se consolidó como núcleo urbano; pero manteniendo su espíritu de villa vacacional. Esto hace que muchas personas opten por pasar allí todo el año, incluyendo los inviernos de mar bravío y cielo nublado.
Tal situación es común al resto de los balnearios sureños, donde crece la población estable.Entre esos habitantes fijos figuran muchos escritores regionales, que hallan un ambiente propicio para su Arte. En el caso de Rada Tilly, es Angelina Coicaud de Covalschi quien lo hizo; lo que influyó para llevarla a ambientar tramos de sus últimas novelas en una localidad imaginaria; con escenarios parecidos a los de esa playa.
En la actualidad, todas las poblaciones sobre el Atlántico al sur de Comodoro Rivadavia utilizan sus riberas como espacio de jolgorio. Aunque más no sea para tomar sol o contemplar el mar acompañado de unos mates, la visión del agua fundiéndose con el horizonte brinda reposo a quien recurre a la costa para vacar. Es que el ocio es una parte importante de la actividad humana. Saber descansar es casi una disciplina artística, como recuerdan el escritor español Noel Clarasó Daudí en “El arte de perder el tiempo” y Herman Hesse en sus ensayos cortos reunidos bajo el título “El arte del Ocio”. Y la Patagonia, con su extenso litoral marítimo, tiene muchos lugares para el solaz de sus habitantes.
Tantos kilómetros y kilómetros de costa hay, que al patagónico no deja de llamarle la atención esa tendencia a amucharse característica de algunas playas norteñas; aunque, por supuesto, el aumento de la población en la región lleva a que las costas australes muestren hoy en día una similar concurrencia. Ya pasaron los tiempos en que los sureños podían holgarse en solitarias y extensas playas; a las que tan acostumbrados estaban que, algunas veces, cuando aparecía en lontananza la vaga silueta de un pescador o de otra familia con su sombrilla - de la que apenas se distinguía, difusa, la colorida tela -, el que había llegado primero refunfuñaba: “¡No se puede estar tranquilo! ¡Ya vino gente!”.
(1) “Tiempo de verano de mi niñez”. Gwen Adeline Griffiths de Vives. “Cuentos de Nuestra Tierra (Premio CFI Letras 1983)” (Editorial Consejo Federal de Inversiones, Buenos Aires, 1985)
(2) “Un naufragio, los curas salesianos y los inmigrantes italianos en la historia del Balneario “El Cóndor”, por Carlos Espinosa, Publicado en http://www.telam.com.ar/notas/201412/89341-turismo-visitas-turistas-pasajeros-tren-avion-mar.php
(3) Por supuesto, el título de la nota pretende parafrasear el nombre del libro de William Henry Hudson, “Días de ocio en la Patagonia” (1870). Pero también es un recuerdo para “Días de ocio en el país de Yann”, cuento de Lord Dunsany de 1910.
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