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domingo, 15 de diciembre de 2019

LA NOTA DE HOY




DÍAS DE OCIO EN LAS PLAYAS DE LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





“El día de la “excursión” a Puerto Madryn era una de las fechas más esperadas del verano. Nos levantábamos muy temprano, antes de la salida del sol y la casa se llenaba de ruidos, de llamadas nerviosas y apresurados preparativos…Más tarde el atisbar la llanura ondulante del mar que devolvía multiplicado en cada suave vaivén de su inquieta superficie la imagen del sol espejado en sus aguas – “Ya estamos en Madryn, dada. ¿Dónde paramos?” – Pacientemente nuestro padre ordenaba el juvenil desorden y descendíamos nosotros y toda la abundante carga comestible de excursión bien planeada.

Zambullirse dentro del traje de baño y echar a correr al mar era una sola cosa, a chapotear en el agua, juntar caracoles y coloridas piedras, tenderse en la requemante arena que llenaba desbordante la playa, solamente contenida por la línea de fino encaje de la espuma – “vamos hasta el kaiser” -, - “quiero ir a las cuevas” – toda la impaciencia de agotar en un instante el programa de todo el día….Mediada la tarde, cuando el frescor de la brisa marina se abría paso hacia la tierra, preparábamos el regreso a casa, a la cual llegábamos rendidos de fatiga y sueño, en la media claridad de los entreluces del atardecer cuyos últimos soles avivaban los verdes de las copas de los álamos del Valle.”

Este fragmento del relato “Tiempo de verano de mi niñez”, de Gwen Adeline Griffiths de Vives (1), muestra una típica “excursión” de los descendientes de los colonos galeses radicados en el Valle del Chubut a la costa del mar, a principios de los años 30. Para aquellos labriegos, artesanos, comerciantes que trabajaban de sol a sol durante la mayor parte el tiempo, la posibilidad de distracción que ofrecía la cercana orilla del océano, era aprovechada tanto como se podía. Ya fuese un paseo a Puerto Madryn -como en el texto citado- o una salida hasta la más cercana Playa Unión, cada tanto los valletanos marchaban a gozar por un rato del agua salada, la brisa marina y la arena; lejos del calor canicular que calcinaba el Valle profundo.Esta costumbre que los pobladores traían de Europa, donde era común frecuentar “los baños”, venía desde mucho tiempo atrás; cuando la marcha hasta la costa se realizaba en carros a caballo y no en el cómodo automóvil o en el trencito de trocha angosta. Las “casillas” más antiguas de Playa Unión son anteriores a 1923, fecha de fundación de la villa balnearia.

De igual manera, los habitantes de Carmen de Patagones, Viedma y del Valle Inferior del Río Negro se dirigían, según narra el escritor viedmense Carlos Espinoza (2), al balneario próximo al desemboque del río; conocido también como “La Boca”, aunque su nombre oficial a partir de 1948 es “El Cóndor”. El topónimo recuerda un naufragio, al igual que sucede en Playa Unión.Los primeros en aprovechar esa playa con fines recreativos fueron los salesianos, que en 1887 concurrieron con los alumnos de su colegio en Viedma. También los inmigrantes italianos radicados en la zona, empezaron a utilizarla para esparcimiento; y en 1917 ya estaban emplazadas las “casillas” de Jacinto Massini y su cuñado Tomas Bagli. El impulso que el primero dio al sitio, hizo que su denominación original fuese“Villa Massini”.

Si bien en San Antonio Oeste hay balnearios locales, el sitio de veraneo por antonomasia desde el año 1925 es Las Grutas. La primera construcción “veraniega” fue un “bungalow” de 1938, según recuerda Josefina Arce de Ballen en su libro “Las Grutas” y Héctor Izco, en “San Antonio Oeste y el Mar… Origen y Destino”. El escritor Jorge Castañeda, en tanto, le dedica el poema “¡Qué linda que está Las Grutas!”:

“Con su blanca costanera / con su cielo en arrebol
Y la playa que se llena / cuando aprieta “la” calor”;

y una de sus “Crónicas”, la “Crónica de un poeta en Las Grutas”:

“Puedo decir como dijera Scalabrini Ortiz sobre Buenos Aires que “tengo ternuras mías en cada una de las calles del Balneario Las Grutas”… Llevo en mi corazón el Napostá de mi ciudad natal, las verdes alamedas de Valcheta y el mar azul del golfo de San Matías. ¿Qué más puedo pedir?”.

La playa de Comodoro Rivadavia es Rada Tilly; cuyo desarrollo turístico comienza, como en los casos anteriores, a inicios del siglo XX. La afluencia de vecinos para gozar de su arenilla blanca, hizo que se habilitase un tren que lo unía a la ciudad; clausurado luego de un desgraciado accidente. Como otros pueblos surgidos alrededor de un centro de veraneo, con el tiempo Rada Tilly se consolidó como núcleo urbano; pero manteniendo su espíritu de villa vacacional. Esto hace que muchas personas opten por pasar allí todo el año, incluyendo los inviernos de mar bravío y cielo nublado.

Tal situación es común al resto de los balnearios sureños, donde crece la población estable.Entre esos habitantes fijos figuran muchos escritores regionales, que hallan un ambiente propicio para su Arte. En el caso de Rada Tilly, es Angelina Coicaud de Covalschi quien lo hizo; lo que influyó para llevarla a ambientar tramos de sus últimas novelas en una localidad imaginaria; con escenarios parecidos a los de esa playa.

En la actualidad, todas las poblaciones sobre el Atlántico al sur de Comodoro Rivadavia utilizan sus riberas como espacio de jolgorio. Aunque más no sea para tomar sol o contemplar el mar acompañado de unos mates, la visión del agua fundiéndose con el horizonte brinda reposo a quien recurre a la costa para vacar. Es que el ocio es una parte importante de la actividad humana. Saber descansar es casi una disciplina artística, como recuerdan el escritor español Noel Clarasó Daudí en “El arte de perder el tiempo” y Herman Hesse en sus ensayos cortos reunidos bajo el título “El arte del Ocio”. Y la Patagonia, con su extenso litoral marítimo, tiene muchos lugares para el solaz de sus habitantes.

Tantos kilómetros y kilómetros de costa hay, que al patagónico no deja de llamarle la atención esa tendencia a amucharse característica de algunas playas norteñas; aunque, por supuesto, el aumento de la población en la región lleva a que las costas australes muestren hoy en día una similar concurrencia. Ya pasaron los tiempos en que los sureños podían holgarse en solitarias y extensas playas; a las que tan acostumbrados estaban que, algunas veces, cuando aparecía en lontananza la vaga silueta de un pescador o de otra familia con su sombrilla - de la que apenas se distinguía, difusa, la colorida tela -, el que había llegado primero refunfuñaba: “¡No se puede estar tranquilo! ¡Ya vino gente!”.





(1) “Tiempo de verano de mi niñez”. Gwen Adeline Griffiths de Vives. “Cuentos de Nuestra Tierra (Premio CFI Letras 1983)” (Editorial Consejo Federal de Inversiones, Buenos Aires, 1985)

(2) “Un naufragio, los curas salesianos y los inmigrantes italianos en la historia del Balneario “El Cóndor”, por Carlos Espinosa, Publicado en http://www.telam.com.ar/notas/201412/89341-turismo-visitas-turistas-pasajeros-tren-avion-mar.php

(3) Por supuesto, el título de la nota pretende parafrasear el nombre del libro de William Henry Hudson, “Días de ocio en la Patagonia” (1870). Pero también es un recuerdo para “Días de ocio en el país de Yann”, cuento de Lord Dunsany de 1910.


miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA NOTA DE HOY




LOS BUSCADORES DEL LIBRO PATAGÓNICO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Buscar obras de Literatura Patagónica en las librerías de usados de Buenos Aires es una experiencia apasionante. Ya sea que la afición se practique en aquellos negocios especializadas que disponen incluso de catálogos y sectores específicos  donde se agrupan estos libros, como en los otros donde el preciado bien se encuentra entremezclado formando un abigarrado conjunto de diverso tenor, el buscador disfruta de una ocasión de júbilo ante un inesperado hallazgo.

Quien escribe estas líneas ha experimentado numerosos de esos momentos. Muchos libros de su biblioteca de temática y autores regionales, en realidad la mayoría, fueron extraídos de los estantes y mesas de alguno de esos locales, en barrios como San Telmo, Monserrat o el mismo centro de la ciudad. O también de los puestos de alguna de las ferias que se instalan al aire libre, como las de Plaza Rivadavia, Parque Centenario o Plaza Italia.

Porque si no se rescatan de una librería "de viejo"... ¿dónde se podrían conseguir textos como esos? Ya es difícil que se hagan primeras ediciones de las obras literarias patagónicas… mucho más arduo será que haya reediciones. Ello torna más apasionante la cacería, porque cada ejemplar adquiere las características de un espécimen único. Entre algunos títulos que fueron hallados por el autor de la presente nota, se recuerdan nombres como "Patagonia, región de la aurora" del padre Raúl Entraigas, "Los pájaros del lago" de Rodolfo Peña y "Los frutos agrios" de José Luis Gasulla. ¿Cómo hubieran podido hallarse estos volúmenes si no fuera en una librería de usados?

Algún literato podría pensar que el hecho de que un libro suyo se encuentre en uno de estos comercios es una especie de baldón; señal de que su dueño original lo descartó por la falta de calidad. Sin embargo, los motivos por los que un libro llega allí pueden ser varios; pero cuando salen es por una sola razón: porque encontraron su lector. Las librerías de lance son locales mágicos donde los libros se reciclan y obtienen una segunda, una tercera o una enésima vida. Además, ¿qué mayor recompensa para un escritor que compartir un espacio con los genios de la Literatura universal? Porque esas librerías, donde el criterio de calidad literaria es el implacable filtro del tiempo y no la moda o la publicidad, puede proporcionar tal alegría a las plumas más modestas.

Como este blog trata sobre Literatura Patagónica, se puso la atención en dicha variante de la escritura. Mas estas tiendas son también una permanente fuente de obras de las letras mundiales. Hallar un ejemplar de "En Rada" de Joris Karl Huysmans, de 1915, o las novelas completas de Bruce Marshall en una edición ilustrada de papel biblia, proporcionó una gran satisfacción a este cronista. 

Así, cada lector, rebuscando en heterogéneos montones, sabrá encontrar las obras que son de su gusto; y que tal vez nunca hubiera soñado leer si no fuera por esos reservorios de preciada creación artística. Claro que es de esperar que el aficionado no caiga, sin querer, en un sitio como el que describe Howard Phillips Lovecraft en su soneto "El Libro":

The place was dark and dusty and half-lost
In tangles of old alleys near the quays,
................
Small lozenges panes, obscured by smoke and frost,
Just shewed the books, in piles like twisted trees,
Rotting from floor to roof - congeries
Of crumbling elder lore at little cost.
..................
Then, looking for some seller old in craft,
I could find nothing but a voice that laughed.

Pero, salvo una contingencia como esa, el buscador de libros sólo va a encontrar sorpresivas alegrías durante sus expediciones. En su poema "Sherlock Holmes", Jorge Luis Borges dice:

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.

Sin pretender parafrasear al maestro, podríamos decir que rastrear una librería de usados para descubrir una valiosa obra literaria es otra de esas buenas costumbres que nos quedan.





Nota: los fragmentos de poemas  reproducidos fueron tomados de los libros “Hongos de Yuggoth” de H.P. Lovecraft (Ed Diada, CABA, 2015. Traducción de Luis Benítez); y “Los Conjurados” de J. L. Borges (Alianza Editorial, Madrid, 1985),



martes, 15 de octubre de 2019

LA NOTA DE HOY




LAS PALABRAS Y LAS COMIDAS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Gastronomía literaria o Literatura gastronómica. De cualquier lado que se vea el asunto, es habitual que las letras se ocupen de ese fenómeno cultural que son las comidas, en especial las típicas de una determinada región... como es también usual que, ante una sabrosa vianda, el elogio sea "¡Esta comida es un poema!" (Para ser más gráficos, puede acompañarse con la expresión corporal de satisfacción del comisario Montalbano, esa genial creación del escritor Andrea Camilleri interpretada para la pantalla por Luca Zingaretti, ante los "arancini" de Adelina o unos "cannoli" bien hechos).

Si bien en la actualidad la televisión ha popularizado el turismo y las prácticas culinarias, siempre su significado e importancia estuvo presente en el sentir de los grupos humanos. Es así que muchas veces los escritores dedicaron sus páginas a la descripción de los platos característicos de distintos lugares. Resulta imposible no mencionar aquí la versión de la receta del Budín de Sussex que detalla Michael Burt en "El caso de las trompetas celestiales", o el libro "Las recetas de Carvalho" de Manuel Vázquez Montalbán, compendio de los fragmentos literarios que reseñan las comidas del detective gallego.

Tampoco se puede obviar la referencia a los menús; como el austero de Don Quijote que hace Cervantes, o el más elaborado de Leopold Bloom expuesto por James Joyce. Y también se debe recordar que, muchas veces, las cocinas típicas se hacen palabra por sí mismas a través de los recetarios específicos; los que en forma usual agregan contenidos culturales de diverso tenor (histórico, geográfico, artístico), enriqueciendo la visión coquinaria.

Esta relación entre la buena mesa y las letras se da también en la Patagonia, comarca que ofrece una variedad de platos propios reflejados en su Literatura. Entre las manifestaciones más típicas está el asado de cordero. Uno de sus principales difusores es Francis Mallmann, quien, además de chef, es un escritor de exquisita prosa que ha glosado este plato junto con muchos otros, en sus libros "Mallmann en llamas", "Tierra de fuegos" y "Siete Fuegos". De este último se toma una pequeña muestra de su estilo: "La casa de mi niñez estaba sobre un risco que daba al Lago Moreno, en la Patagonia, donde las cumbres nevadas de los Andes lo dominan todo... En aquella casa, el fuego era una presencia constante para los dos hermanos y para mí, y los recuerdos de aquel hogar aún me definen". Y más adelante: "Si quisiéramos encontrar un lugar que fuera el verdadero corazón agreste de la Argentina, sería la Patagonia. Aunque he vivido en todo el país, me considero hijo de la Patagonia".

Otra variedad alimenticia oriunda del sur es la basada en los mariscos y pescados del extenso litoral marítimo. En todas las localidades costeras alguna cantina siempre ofrece frutos del mar, como mejillones, pulpo, vieiras... variedad que llega a su exquisitez en la centolla de los canales fueguinos. Y es Carlos Pedro Vairo quien en su magnífico libro "Cocina Patagónica y Fueguina" describe varias recetas en base a ese gigantesco y sabroso crustáceo. Pero Vairo además menciona una gran cantidad de manjares patagónicos; e introduce otros aspectos de interés, como sucedidos, testimonios de antiguos pobladores de la región y referencias a la Historia y Geografía. Para resaltar esa particularidad, en la introducción dice: "Es así como a través de los platos, a veces comiendo o ayudando a prepararlos, fueron saliendo anécdotas, costumbres y distintos datos que nos brindan los mejores panoramas de la región, desde la vida cotidiana, la de los héroes de todos los días".

Una tercera variante es la comida cuyos ingredientes son la carne de caza, la trucha, los frutos rojos y el chocolate, yantares con reminiscencias del invierno, de la nieve y los bosques, típica de la región cordillerana con epicentro en Bariloche. Fue una residente de esa ciudad, Ruth Von Ellrichshausen, quien en siete libros plasmó una gran variedad de recetas de comidas. Aunque variadas, en ellas se prioriza el empleo de esos componentes de montaña. Son esos títulos "Mi colección privada", "Secretos culinarios", "Nuevas recetas de El Casco para las cuatro estaciones", "Cien nuevas y exquisitas recetas del hotel El Casco", "Diviértete cocinando", "Comidas con amor y chispa para dos " y “El Casco y yo”, donde además de las menciones a la cocina relata anécdotas del hotel que fundó con su marido Alfred a orillas del Nahuel Huapi.

Y una más de las tradiciones culinarias típicas de la Patagonia es la cocina galesa del Valle del Chubut y del Cwm Hyfryd, rica sobre todo en pastelería. Las casas de té de Gaiman, con sus variadas tortas, pica bach, scones, teisen blat, bara menyn (ambos caseros), sin olvidar el toque salado con los sándwiches de miga y el queso, y, por supuesto la aromática y colorida infusión, son una muestra de su vigencia; la que se ha plasmado en recetarios como “Recopilación de recetas típicas de la Colonia Galesa del Chubut", de Norma Noemí Thomas de Thomas; un volumen bilingüe editado por “El Regional” y traducido al inglés por Liliana Maltempo. Allí menciona las recetas para la diod fain (cerveza de raíz) y siete recetas de teisen ddu (torta negra). Antecesor de este recetario, es el artesanal que publicó alguna vez la Capilla Tabernacl de Trelew; cuya particularidad es que en cada receta figura el nombre de quien la aportó. Se encuentran allí las recetas del bara brith y del bara llechwan. No podía faltar una receta de la teisen ddu, la ambrosía de esta cocina.

Por eso, para terminar esta nota con tanto sabor, el cronista quiere dejar la receta de la torta negra, según una de sus versiones: Se quema media taza de azúcar y se agrega un vaso de cognac. A esto se mezcla una taza de sultanas y dos tazas de fruta confitada. Se deja macerar toda la noche. Luego se mezclan tres tazas de harina, una cucharada de bicarbonato y otra de cremor tártaro; a lo que se añade una pizca de sal, dos cucharadas de cacao y especias a gusto. Aparte se bate la manteca, con otra media taza de azúcar, tres huevos, más un bol de ingredientes secos. Por último, mezclar bien y cocinar en el horno tres horas, a fuego lento.

Tal vez algún lector recuerde ahora las prevenciones de Michael Burt al describir la preparación del Budín de Sussex, cuando dice "Si usted me pregunta ahora en qué punto intervienen los huevos y el coñac de contrabando, me veré obligado a replicar que este es un secreto que por ley y por tradición sólo puede ser desvelado por labios oriundos de Sussex directamente a oídos oriundos también de Sussex." Puede entonces pensar que en la anterior receta falta algún ingrediente secreto, que asegura el éxito… mas el cronista le asegura que no. Las reposteras del Chubut prefieren que se haga una buena teisen ddu a que, por falta de información, se la prepare mal y se eche por tierra la bien ganada fama de la torta negra.




Dedicada al asador que los domingos en Playa Unión hace una obra de arte combinando sabores y aromas; como el escritor combina palabras y el pintor colores y formas.



jueves, 19 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY






A MÍ ME GUSTAN LAS BARRACAS


Por Jorge Castañeda (*)



A mí me gustan las barracas. Pero esas de la tercera acepción del Diccionario de la Lengua Española que se definen en América como “edificios en que se depositan cueros, lanas, maderas, cereales y otros efectos destinados al tráfico”.

Esas que hacen acopio de frutos del país. Amplias, con portones de chapa corredizos, mampostería de ladrillos a la vista, sin ventanas y con el piso enlucido de cemento con las juntas de dilatación tomadas.

Si yo fuera el dueño les pondría nombres de fantasía acordes a la zona en que están ubicadas como “Viento Andino”, “Línea Sur”; o si no con reminiscencias del país de aquellos acopiadores pioneros que vinieron de países del oriente como “La Flor de Siria”, “Los Cedros del Líbano” o como aquel español que la bautizó con el nombre de su pueblo natal, allende en la Madre Patria: “Barraca Arboleas”.

Me gustan las barracas y observar las tareas especializadas de los clasificadores de lana, ver las estibas de los fardos de polietileno de 220 a 300 kilogramos de peso, como una montaña blanca de vellones prietos. Observar como se aparta la barriga (de precio inferior); como se teme a lana picada con sarna; como se aprecia un buen lote para hacer el calado. Porque como en todas las cosas de la vida hay lanas y lanas, de finuras y rindes distintos.

Me gustan las barracas. Mirar la precisión inapelable de la báscula con su pesado pilón que es atraído por la fuerza de gravedad; la prensa hidráulica con su motor eléctrico y cajón con rieles. Admirar la pericia de los trabajadores para cargar el camión donde los bultos son elevados por la pluma y acomodados con los ganchos.

Me gustan las barracas. Controlar como se hace el romaneo, cuyo nombre viene de la romana, a la cual como dice el refrán nunca hay que cargar. Ver como se pelan los cueros cuando tienen algo de lana, como se secan, como se salan. Saber que si están cortados valen menos. Los de vacuno, los de capón, los de cordero, los de equino, los de cabra; cada uno con su precio distinto.

Me gustan las barracas. Acopiar pieles de zorro. Los grises, grandes y chicos; los colorados, de primera y de segunda; bien estaqueados para que no desmerezcan. Y comprar pluma y cerda, frutos livianos de los campos patagónicos.

Pero prefiero el pelo de cabra con su blancura leve; eso sí: sin puntas amarillas porque vale mucho menos.

Me gustan las barracas. Con su olor característico y acre como a campo abierto. Con el trajinar de los obreros que conocen el oficio de memoria. Riqueza estibada y clasificada bajo el techo parabólico esperando los camiones para ir a otros destinos.

El escritorio, corazón de la barraca, me gusta menos, pero es imprescindible para todo buen negocio. Papeles, formularios, precios, fluctuaciones conforme al mercado mundial, certificados, burocracia, transferencias, fluctuaciones de la economía y del tipo de cambio, acoso del fisco y cuántas otras yerbas más.

Me gustan las barracas y por eso pido prosperidad para todos. Para el productor que siempre sufre, para el acopiador paciente, para el exportador que confía en el país y también para mí, aunque solo me compre un buen suéter, producto final de tanto ajetreo.



(*) Escritor de Valcheta.







miércoles, 11 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY

Gentileza de vistasdelvalle.com.ar



TRELEW

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



No hay un sólo Trelew. Hay muchos Trelew; hay tantos como habitantes tiene la ciudad, pues cada uno de sus moradores tiene una particular visión del lugar donde vive. A su vez, cada uno de ellos recuerda, en forma sucesiva, otros distintos Trelew: el de su infancia, el de su juventud, el de su madurez… Sería tarea imposible reunir todas esas miradas para obtener una única imagen del lugar y tratar de reflejar tal pintura multicolor en esta breve nota.

También hay un Trelew comercial, siempre vigente; y un Trelew ferroviario, ya desaparecido. Un Trelew chacarero, un Trelew de barracas y estancias cercanas, un Trelew industrial, un Trelew turístico hotelero y gastronómico, un Trelew de vida nocturna, un Trelew de escuelas, colegios y facultades, un Trelew cultural. Entre todas las variantes que pueden surgir al contemplar la urbe desde una perspectiva artística, se hace patente la existencia del Trelew literario. Y como esta hoja trata sobre Literatura, esa versión de Trelew es un buen punto para detenerse.

La fundación del “Pueblo de Luis” en 1884, tardía en relación a los otros poblados del Valle, se compensó con la pujanza que pronto adquirió por su condición de estación final del tren y cruce de caminos. Su historia de permanente desarrollo fue descripta en los cinco tomos de “Trelew. Un Desafío Patagónico”, de Matthew Henry Jones; quien si bien profundiza en el período de 1865 a 1943, avanza en algunos temas hasta el presente. Este texto constituye, sin dudas, una de las más importantes obras literarias locales.

La condición que le valió en algún momento el mote de “la ciudad más progresista del sur argentino”, hizo que atrajera una numerosa población; incluyendo a muchos de los que ya habitaban el Valle. Por ejemplo, Lewis Jones, en cuyo homenaje luce su topónimo, quien pasó sus últimos días aquí y fue sepultado en 1904 el cementerio de la Capilla Moriah. En esos años funda “Y Drafod” y lo edita en una imprenta de la localidad; hasta que le cede el control a su hija Eluned Morgan en 1893. Hacia 1898, Jones publica su obra "Una nueva Gales en Sudamérica"; por lo que puede suponerse que al menos parte de ella fue escrita en Trelew.

Pero no es el único escritor local de esa época; ya que a los entusiastas que publicaban artículos de distinto tenor en “Y Drafod”, deben sumarse quienes comenzaban a competir en los Eisteddfod; cuya sede se estableció oportunamente en la ciudad. Los poemas premiados con los numerosos Sillones Bárdicos y Coronas de Plata entregados a sus plumas vernáculas, forman parte del acervo cultural trelewense.

Con el tiempo, fruto de su pujanza, la “Punta de Rieles” recibió una numerosa afluencia de inmigrantes de diversos orígenes que se agregaron a los primeros galeses; como así también de muchos migrantes internos provenientes del norte del país. En las primeras décadas del siglo XX, uno de ellos, profesor en el Colegio Nacional, se convertiría en un literato sureño: Orestes Trespailhié; quien escribe las novelas “Los Tchenques” de 1933, “Ofelia” de 1934 y otras obras. Más tarde se muda a Puerto Madryn, donde falleció. Allí una arteria lleva su nombre como homenaje.

De a poco fueron surgiendo poetas, como Irma Hughes, Lily Paterson y Claudia Romero; creadoras de relatos, como Gwen Adeline Griffiths de Vives. Fue hogar de Edi Jones, recordado por sus fotografías pero también autor  o coautor de algunos libros, de Clemente Dumrauf, responsable de cerca de veinte ensayos de Historia regional, de Donald Borsella, una de las plumas más conocidas de la Patagonia, de Oscar Camilo Vives, cuyos numerosos cuentos fueron premiados en diversos certámenes. Fue aquí donde el doctor Vicente Ugo compuso varios de sus poemas, muchos de ellos en forma de soneto, antes de volver a radicarse al norte; y es el sitio donde Manuel Porcel de Peralta residió y escribió hasta el final de su vida.

(El lector sabrá perdonar que el cronista sólo cite a escritores locales ya fallecidos. En la actualidad, Trelew tiene una vasta vida literaria, con autores de gran calidad artística. Pero no osa mencionar sus nombres para no cometer, por un error involuntario, la imperdonable injusticia de olvidar alguno).

Volviendo a la premisa inicial de este artículo, es decir, los muchos rostros que presenta Trelew, se barrunta que a los ojos del observador la localidad aparece como la mezcla de todas esas visiones, entrelazadas, superpuestas, dispersas, amontonadas… Cuando viniendo del norte o del sur se baja al Valle que la resguarda como el engarce a una gema, se ve una única población, homogénea, uniforme. No se distingue esa diversidad multifacética; sólo advertida cuando se empieza a caminar sus veredas.

Por supuesto, entre las múltiples perspectivas está la personal de este escriba; que tiene valor tan sólo para él. Es un Trelew inmovilizado a fines de los setenta, cuando dejó el terruño para vivir otros rumbos. Claro que uno siempre retorna a los lugares donde fue feliz. Cada regreso es volver a disfrutar el lar; pero la mirada atraviesa un filtro del color de aquellos años y busca encontrar, como en un pasatiempo, las similitudes y diferencias con lo que conoció. Ya no está Apolo XI, ni Gong Gú ni La Reina; tampoco está el canal de la calle Inmigrantes, ni el patio de tierra de la Escuela 5 con sus eucaliptus, ni el Recreo Socino… Otros negocios a tono con la época, y nuevas plazas y plazoletas, y edificios de varios pisos, los reemplazan.

Año tras año se advierten los cambios, a veces sutiles, a veces contundentes; pero al mismo tiempo el viajero reconoce que, aunque distinta, es la misma ciudad. Siguen erguidos los mismos álamos que delimitan las chacras en sus afueras, sigue deslizándose el mismo río pardo y moroso bajo el puente Hendre, siguen las mismas bardas blancas cortando el horizonte con sus líneas rectas. Y, sobre todo, sigue siendo ese mismo Trelew que alguna vez se eligió para vivir; y al cual el exiliado quiere al fin regresar para ya no marcharse.




jueves, 22 de agosto de 2019

LA NOTA DE HOY




LUCIO RAMOS OTERO Y EL ENFADO COMO NUMEN

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Román Lucio Ramos Otero pertenecía a una conocida familia de Buenos Aires. A fines del siglo XIX decidió iniciar una explotación ganadera en la cordillera del norte chubutense. Encontrándose en esa zona, el 31 de marzo de 1911 fue secuestrado, junto con su peón José Manuel Quintanilla, por los norteamericanos Robert Evans y William Wilson; y el argentino Mansel “Yake” Gibbon. Los cautivos fueron encerrados en un rústico calabozo de troncos en el bosque, de donde se escaparon el 27 de abril. El rescate de 125.000 pesos exigido por los bandoleros no se pagó; aunque mientras estuvo prisionero su estancia de Corcovado fue saqueada. Más tarde, una partida de la Policía Fronteriza, acompañada de la víctima, encontró la improvisada cárcel de la espesura; lo que corroboró sus declaraciones. Al tiempo esa fuerza policial abatió en un enfrentamiento a los dos estadounidenses; en tanto “Yake” pudo sobrevivir y evitar la captura.

La experiencia influyó tanto en la vida de Ramos Otero que decidió describirla con detalle en cuatro tomos cuya prolija edición pagó él mismo: “Son cosas de la vida, dijo Yake” en 1911, “La Policía de Tecka o la Comandita” y “La expedición mayor que se haya hecho a la cordillera del Chubut para agarrar a tres bandidos”, ambos de 1912; y el último volumen, “Para evitar el escándalo”, de 1915, que no pudo ser consultado para esta nota. Pero el disparador que lo llevó a escribir los gruesos textos -de más de cien páginas al menos cada uno de los tres primeros- fue la necesidad de defenderse ante la actitud de diversos funcionarios y medios de prensa que pusieron en duda su versión y hablaron de un autosecuestro.

Por ello, el autor introduce su obra con la cita "Il reste toujours quelque chose de la calomnie", paráfrasis de la frase “Calomniez, calomniez, il en restera toujours quelque chose” (Calumnia, calumnia, siempre quedará algo)*, que Pierre-Agustin de Beaumarchais pone en boca de su personaje Don Basilio en la pieza teatral “El Barbero de Sevilla”, de 1775. Pero ya en 1623, Francis Bacon en su clásico estudio “De la dignificación y el progreso de las ciencias”, había afirmado: “Como suelen decir: ¡Vamos! Calumnia audaz, siempre queda algo”.

Los libros de Ramos Otero reúnen una serie de recortes periodísticos relacionados con el tema, provenientes de los diarios “La Patria degli Italiani”, “La Prensa”, “La Nación”, “La Argentina”, “La Tribuna” y otros. También se copian diversos telegramas oficiales y privados; y uno de los tomos está ilustrado con las dos fotos de “Yake” reproducidas numerosas veces. El resto de las páginas se encuentran cubiertas por el exhaustivo y a veces taquigráfico informe del damnificado, que reseña el secuestro, la fuga, la expedición que hace la policía para dar con los bandidos y las secuelas del episodio; con un estilo del cual da idea este corto párrafo, descriptivo del momento de su captura:

"El inglés flaco saco un piolin i me ato las manos atras poniéndome la izquierda abajo y la derecha arriba que me dolía. Lo mismo hizo con el peón.
Sacó el que parecía jefe, el grueso, una soguita, un tiento grueso bien sobado i nos acopló a los dos de cada pescuezo (a mi i al peon) a distancia de un metro."

También sirve de ejemplo el siguiente breve diálogo que el hacendado mantiene con María, la mujer del encargado del puesto donde arriba luego de su huida; quien al principio no lo había reconocido:
“-¡Ah, patrón! No lo había conocido.
-Sí, señora. Me agarraron los bandidos norteamericanos y anoche me escapé.
-Bien había soñado el mellizo (así llama a su esposo) que el patrón no había muerto”.

Las páginas de Ramos Otero tienen un indudable valor como registro histórico de los hechos ocurridos. Pero, ¿qué interés ofrece desde el punto de vista literario? En principio, los volúmenes pueden catalogarse dentro del género didáctico. La minuciosa narración en primera persona de lo sucedido, insertan al trabajo en la hoy en día denominada “Literatura del yo”; de la cual se habló varias veces en este blog.

Sin embargo, no se trata de una autobiografía, pues sólo enfoca un momento de la vida del individuo. Sería, entonces, una “memoria” sobre el lance vivido; relatada desde el punto de vista del principal protagonista. Tal visión coincide con las enseñanzas de Wilhelm Dilthet respecto a que un texto personal permite entender mejor el pasado; cuando pertenece a un contemporáneo de los hechos ocurridos. Pero también requiere que el narrador adscriba al “pacto autobiográfico” de Philippe Lejeune, porque el lector debe poder confiar en la verosimilitud de los datos brindados.

¿Transforma una obra de estas características a su autor en un escritor? ¿Permite la saga de sus desventuras convertir a Ramos Otero en un literato en condiciones de unirse a las letras regionales? Al animarse a volcar al papel sus pensamientos y sentimientos, el estanciero demuestra una inclinación hacia la escritura. Por otro lado, la causa que lo lleva a redactar su obra también fue el estro de autores de renombre. Es la indignación, el enojo, lo que mueve a Emile Zola a escribir "Yo acuso". Claro que ese texto se integra como una parte menor al conjunto de su abundante creación. Al igual que sucede con Zola, el enfado motiva a Ramos Otero a tomar la pluma; aunque, lejos de la copiosa y artística producción del francés, se limita a redactar esos cuatro volúmenes de testimonio y denuncia.

Por su contribución al estudio de la historia local bien podrían tales libros integrarse al acervo de la Literatura regional. Sin embargo, con los escasos antecedentes expuestos en esta nota, no parecería posible defender la incorporación de su autor al parnaso patagónico; pero sí se aprecia que amerita, al menos, su recuerdo en estas páginas dedicadas a las letras sureñas.


Agradecimientos: El autor quiere agradecer a la Sra. Verónica Halliday de Ferrari el haber motivado esta nota y luego darle impulso, merced a su incansable búsqueda de valiosa bibliografía patagónica y a su habitual generosidad de comentar sus hallazgos a los interesados. También quiere agradecer al personal de la Biblioteca Agustín Álvarez de Trelew, por su amabilidad y buena predisposición al permitir consultar el material para esta nota, en un momento en que estaban ocupados afrontando otras tareas administrativas. Su cortés actitud permitió que este cronista, que debía viajar varios kilómetros para consultar nuevamente el material, pudiese cumplir su cometido en ese momento.


viernes, 16 de agosto de 2019

LA NOTA DE HOY




“EL ROJO”, UN CUENTO DE JACK LONDON (*)

Carlos Dante Ferrari


Acabo de leer un cuento que perdurará en mi memoria durante mucho tiempo. Decir que se trata del “mejor cuento” de London sería arbitrario y probablemente inexacto, ya que no existe un parámetro objetivo para efectuar esa “medición de calidad”. En todo caso a cada lector individual, como soberano absoluto de su subjetividad, le cabe afirmar con legítimo derecho que tal o cual texto es su favorito dentro de una determinada serie. Y bien: este es el que a mí más me gustó del volumen.

¿Qué es “El Rojo”? Obviamente no lo revelaré, ya que forma parte esencial de la tensión del relato. El asunto está relacionado con un fenómeno extraordinario: según el narrador, los navegantes que circundaban las islas Salomón solían oír en cierta bahía una música de origen desconocido. Era un sonido sobrenatural, intenso, bellísimo: “…poderoso como un trueno, melodioso como una campana de oro…” “…con una intensidad de volumen tal que parecía destinada a oídos allende los estrechos confines del sistema solar”.

Esto es lo que decide al protagonista, llamado Bassett, a incursionar en la isla para investigar la fuente de ese sonido tan portentoso. Y en ese cometido es donde comenzarán las vicisitudes del personaje, al caer prisionero de una tribu consagrada a la custodia de “El Rojo”. El lector tomará noticia de esas tribulaciones en un marco sobrecogedor: prisionero del hechicero de la tribu, Bassett entabla poco a poco un trabajoso diálogo con su carcelero, mientras sortea los vaivenes de las fiebres selváticas y de la debilidad física. También le tocará soportar el indeseado asedio de Balatta, una nativa muy enamoradiza, capaz de correr grandes riesgos e impensables sacrificios para conquistar su amor.

Hasta aquí lo que se puede contar sin quitarle al lector ni un ápice del goce que sentirá al leer esta historia, donde Jack London muestra una vez más su talento y su imaginación portentosa.

A esto último quiero referirme ahora. Creo que el autor todavía no ha obtenido el debido reconocimiento que su literatura merece dentro del Canon literario universal. Nacido en San Francisco (USA) en 1876 con el nombre de John Griffith Chaney, más tarde adoptó el apellido de su padrastro para trascender a la fama como Jack London. A los siete años de edad ya era un ávido lector. Con solo 16 años se embarcó hacia Japón y al regresar a su país, al año siguiente, después de trabajar en duros oficios, terminó por convertirse en un vagabundo, condición que lo llevó a estar preso durante un mes en Buffalo (NY). Luego cursó estudios en Oakland y en California, aunque no obtuvo ningún título académico, por lo que debemos considerarlo un autodidacta. No es mi intención relatar las múltiples facetas de una vida aventurera, de por sí apasionante, sino poner énfasis en su capacidad intelectual, en su erudición –sin duda lograda por una copiosa lectura–  y en su maravilloso don creativo, tres factores que lo caracterizaron durante la corta vida que le tocó en suerte. London escribió cerca de 30 novelas, varios ensayos, innumerables relatos, artículos periodísticos y hasta una obra de teatro. Y todo esto, en sus breves 40 años de existencia.

Alguien podrá decir que una producción numerosa no es por sí sola reveladora de calidad literaria. Pues en este caso se conjugan ambas virtudes. Y si no, pregúntenle a los millones de lectores que durante varias generaciones han venido deleitándose con obras maestras como “Colmillo Blanco”, “La llamada de lo salvaje”, “Martin Eden”, “El lobo de mar”, “El valle de la luna”, “Jerry de las Islas” y otros títulos memorables.

Pero hay algo más que quiero destacar acerca del autor, y es su sorprendente mirada anticipatoria. London tuvo la capacidad de imaginar hechos y circunstancias que en su época –comienzos del siglo XX– eran poco menos que impensables. El cuento del título, sin ir más lejos, revela su intuición acerca de los grandes secretos y múltiples interrogantes que todavía encierra el Cosmos para los humanos. Además, cuando leemos sus relatos, algunos fechados en siglos futuros, advertimos que desde el punto de vista político supo imaginar, por ejemplo, problemas internacionales que hoy comienzan a perfilarse con asombrosa exactitud; entre ellos, la conversión de China en una superpotencia económica y expansionista. Lo mismo sucede con algunos descubrimientos tecnológicos –un recurso narrativo que por momentos lo equipara con Verne– y con tácticas bélicas por entonces insospechadas, como la guerra química. Al propio tiempo, desde el punto de vista social, nadie mejor que él pudo construir relatos donde el sometimiento de una capa social por otra más poderosa desencadena conflictos económicos y acciones gremiales que ponen a las comunidades en vilo. 

Es que London era socialista. Pero no uno cualquiera, sino un militante leal a sus convicciones, idealista y a la vez propositivo. Un luchador, un hacedor, un creador auténtico. Pienso que sus obras no deberían faltar en ninguna biblioteca.



(*) El cuento “El Rojo” integra el volumen titulado “Los Favoritos de Midas y otros cuentos”, Editorial Anaya, España.

domingo, 4 de agosto de 2019

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“EL REY DEL AZAR” DE ANGELINA COICAUD - COVALSCHI (*)


Para degustar por completo la esencia intrínseca de "El rey del Azar", la más reciente novela de Angelina Coicaud - Covalschi, hay que llegar al final; faena que gracias a la agilidad que la autora brinda al texto mediante los capítulos cortos, las frases breves y el lenguaje llano, no es engorrosa sino, por el contrario, muy placentera. Su remate es abrupto y se resuelve en una sola línea; pero se preanuncia, con una alteración del ritmo de la narración, desde las últimas cinco o seis páginas. En esas hojas se suceden las revelaciones, algunas explícitas, otras sugeridas, que aportan la información necesaria, oculta hasta ese momento, para redondear el relato.

Aunque parezca un oxímoron, la novela tiene dos protagonistas, José y Vicente, Vicente y José. Se conocen desde la infancia. Uno de ellos, José, tiene éxito en los negocios y adquiere fama, poder, dinero; en tanto el otro, Vicente, se transforma en su ladero y confidente; y pelecha a su costado. Sobre esta pareja de personajes son posibles múltiples interpretaciones y parecería que la autora juega con todas ellas. Quien descubre uno de esos puntos de vista es Rubén Eduardo Gómez, autor del excelente “posfacio” que cierra el ejemplar. Según el comentarista “… en definitiva no es la historia de José sino la de Vicente que, como la de muchos, suelen crecer a la sombra de aquellos que sí tienen notoriedad”.

La estupenda tarea de Angelina fue decodificar la tortuosa personalidad de Vicente, del segundón; porque la de José, directa, llana, allende los vericuetos normales de toda psiquis, es más fácil de entender. La actitud de Vicente en su relación con José adquiere una multiplicidad de facetas que va y viene de la admiración a un odio callado, ronco… A medida que avanza la obra, se descubre cómo, acuciado por esta ambivalencia, Vicente busca identificarse con su exitoso compañero de andanzas; y termina haciéndolo mediante una literal metamorfosis, una transformación incluso física, que lo lleva al desenlace inesperado.

La autora sabe mucho de psicología. Por eso el retrato de la personalidad de Vicente es preciso y, con seguridad, fidedigno en relación a la constitución anímica de los individuos que presentan este tipo de comportamiento. También es rigurosa la descripción de la relación entre ambos compinches. Si bien se los tilda de “amigos”, no presentan un verdadero vínculo de ese tipo. Siempre hay pendiente una tirantez y un tácito reconocimiento de que en realidad son competidores; y cada uno se cree superior al otro. José lo expresa con sus actitudes. Vicente, obligado por la imposibilidad de manipular al otro, lo demuestra con sus pensamientos; que se precipitan a medida de que se acerca el final. Por ejemplo, en este párrafo Vicente muestra su convicción de ser utilizado por su presunto benefactor:

“Vuelve a colocarse los auriculares. Es su modo de informar que se retira a su mundo. ¿Por qué me habrá elegido? Lleva la mitad de la vida formándome. ¿Será una de sus apuestas? Quizá fui un nombre en un pliego de licitación y aquí quedé, estampado para siempre.”

En tanto, en el siguiente fragmento, se descubre su doble faz; ninguna de cuyas caras es auténtica; ya que no es ni líder ni liderado, sino un apostador solitario que busca ganar su juego:

“Sé exactamente cuándo debo callar. Con José se juega a dos puntas. Por un lado hacerle creer que me encamino hacia el liderazgo, visualizo metas y me preparo para hacer crecer la organización. Por otra parte, lo tranquilizo con la idea de que es el único líder. Nadie, ni siquiera su fiel croupier, le haría sombra.”

A los libros hay que leerlos completos, desde la dedicatoria, en este caso de orden familiar; pues por algo el autor quiere dar a conocer esa intimidad que ha formado parte de su proceso creativo. También hay que detenerse en las citas introductorias al inicio del volumen. La frase elegida por la autora, de George Steiner, dice “El paisaje de la realidad es provisorio”. Su enunciado da pie para el breve exordio que incluye a continuación: “Villa Gaviotas es el nombre de fantasía de una ciudad pequeña. Aquí las historias de sus vecinos trasfunden su débil realidad con brotes de fantasía. “El Rey del Azar” camina esta realidad provisoria”.

La autora quiere así remarcar que la obra se trata de “una novela de ficción”. Más allá de algunas similitudes con la vida real, es un producto de la imaginación; con tan sólo una amortiguada presencia, un reflejo atenuado, de las vicisitudes de alguna localidad que existe y sirve de marco a la historia. Es importante la aclaración, porque la ambigüedad generada por la información virtual que circula actualmente por la red, que demasiadas veces mezcla fantasía y realidad, mentira y verdad, podría inducir a que algún lector desprevenido tome por cierto lo que es pura inventiva de la escritora para entretener o hacer meditar sobre la complejidad de las relaciones humanas.

Impreso por Vela al Viento, el volumen tiene imagen de tapa de Alejandro González. La edición es muy cuidada. En una de sus solapas podemos leer que esta novela es la décima de la autora; a lo que se suman sus dos primeras obras: un poemario y un volumen de cuentos. Tal corpus habla de una sólida carrera literaria, no sólo por la cantidad de creaciones de peso, sino por la calidad artística de ellas; que agregan valor a la Literatura Patagónica. El texto que motiva esta nota es un ejemplo de esa valiosa obra. Se comenta que la autora se encuentra por estos días dedicada a la creación de otra novela, que sería llamativa y de fuste. Después de leer “El Rey del Azar”, sin dudas el lector esperará con ansias esa nueva obra de Coicaud - Covalschi; para continuar disfrutando de su escritura, intimista y reflexiva, motivadora y atrayente.





(*) Angelina Coicaud - Covalschi. “El Rey del Azar” (Ediciones Vela al Viento, Comodoro Rivadavia, 2019).