LA SALAMANCA Y EL LABERINTO
Por Jorge Castañeda (*)
El tema del laberinto en la
cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia ha sido ya
estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno de los indicios según el
doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”, es decir guardas, que
ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de aspecto ornamental.
Muy características de este estilo son ciertas figuras de trazo interminable,
que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos de cierta clase,
conocida por los especialistas como “caminos perdidos”.
Pero mucho tiempo antes (tal
vez un par de milenios) era conocido también el “estilo de pisadas”, figuras
grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también estaban emparentadas
con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo especialmente el de Creta
con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso que se atreva a merodear
sus intricados vericuetos.
Se sabe que en síntesis el
laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que el camino tortuoso que
deben recorrer los espíritus de los difuntos para alcanzar el destino final del
“más allá”, el mundo de los muertos que les permitirá reunirse con sus
antepasados.
La dificultad –escribe
Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la dificultad para alcanzar
ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave riesgo: el de que los
portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella”.
Ese “camino difícil” es
reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de muchas clases. Implica
generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a un juicio y un
“Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares, muchas veces
una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una barca (la
barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de “guardianes
del “paso difícil”.
Entre los tehuelches esa
figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que significaría “la que
gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”, indudablemente femenina.
Por eso los investigadores
afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son verdaderos laberintos)
están vinculados como un salvoconducto para no extraviarse en el “camino
perdido” y así poder acceder al paraíso, porque quienes no tenían esa señal
eran arrojados al mar.
Tanto el tatuaje, como los
estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los giros en los
guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir “el merodeo”
para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por esto las ofrendas con
las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y aún las mujeres del
difunto eran sepultados en los chenques
para acompañarlo en “ese trance difícil”, rito comparable con otras culturas
clásicas como la egipcia.
El investigador
estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder demostrar que
ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o sea de caminos
perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a “tramas
genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el “espíritu
guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa misma idea laberíntica
está presente en las sepulturas (chenques y pirámides) con una “idea que es
universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo espíritu hubo de remontar
la espiral mítica representada por su mole, el “paso difícil” que habría de
llevarlo al Mas Allá”.
En el ameno libro de
Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de Río Negro, “Apuntes
de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea del laberinto pero
esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del Gualicho, célebre por la
descripción de varios viajeros y por haber sido el hábitat del legendario
Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con todo su misterio y
embrujo.
Expresa Mazzulli al hacer
una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una madeja de hilo
bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo el recorrido que
realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la leyenda nos daba que la
salamanca era un complejo de salas, recovecos y galerías, algunas tan estrechas
que era necesario arrastrarse para poder pasar de un lado al otro”.
¿Otra vez el significado del
laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho? Era la misma un
“pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida “terminaban por
enloquecerse allí adentro?
¡Y cuántas similitudes con
el famoso laberinto de Creta!
Pero sin duda el dato más
llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero cuando supo afirmar al
ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a entrar en la cueva, te vas a
encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar por entre medio de ellos.
Más adelante te vas a encontrar con dos toros peleando, y también tenes que
pasar entre medio de ellos, con decisión y coraje, che. Y por último –expresaba
Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas peleando. Vos tenés que encarar y
pasar entre los dos animales, llegar a una “sala”, la cual es atendida por unos
tipos de aspecto raro que te van a preguntar cuál es tu deseo de poder
salamanquero. Y cuando salís de allí, ya salís con el poder”.
¡Sorprendente! No solo
aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia con el
clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los pumas
totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde encontrar
la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de coraje”.
Solo resta entonces encontrar
nuevos indicios sobre el interesante tema del laberinto en la cultura de los
pueblos pre existentes, los cuales al decir de Manuel Scorza “aún viajan del
mito a la realidad”.
(*)
Escritor de Valcheta (Río Negro)
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