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viernes, 11 de octubre de 2019

EL POEMA DE HOY




EL LADO ESPESO

Por Cristian Aliaga (*)




De los trastos parte, porque estás,
una hendija de vapor blanco
como la imagen de la ropa que lucís por la noche.
Un poema es una desazón, pero una desazón alada.
Y porque estás, puede ser una amenaza
de eternidad.
El poder es tu alma pero tu cuerpo
es el lado espeso del espíritu.
Hasta rendidos a la evidencia
es posible recuperar el habla.
El cortinaje es deslumbrante
pero suele sofocarnos.
Aún así, preferimos las telas de alcurnia,
densas de terciopelo y tragedias antiguas.

En la misma función
somos amados y destruidos:

la tristeza termina cuando se acaba la alegría.




(*) Escritor comodorense. Tomado de su obra “No es el aura de Kant”, incluido en “Estrellas en el vidrio. Antología personal” (Editorial Colihue, Buenos Aires, 2002).



viernes, 4 de octubre de 2019

EL CUENTO DE HOY





A Cristina

IN LOVING MEMORY

Por Fernando Nelson (*)



–Debes ser paciente –dijo Mary Ann–. Figúrate nuestro amor como un fruto que debe cumplir las etapas de su maduración. El desborde de pasión que te impulsa también a mí me llega, pues soy mujer, pero debemos esperar la hora del fruto maduro, la inexorable llegada del tiempo que será nuestro.

–“Inexorable”–pensé– y mi espíritu se sacudió al repetir aquella palabra. Los nubarrones grises de mis presagios no eran sino el reflejo de ese cielo de invierno.

–Sé lo que piensas –dijo ella, tomándome la mano. Esforzó una sonrisa mientras hablábamos quietos, sentados en la arena de la costa, con los pies húmedos por la cercanía del mar-. Sé lo que piensas. Temes perderme sin haber conocido todo mi ser, pero… ¿no te basta saberme tuya aún no poseyéndome, o aceptar la realidad de este amor? Yo, en cambio, hallo la paz a tu lado en este sitio, donde cada tarde vemos morir, una a una, las olas que chocan contra el viejo espolón. ¿Es necesario, acaso, un juramento, una señal, una prenda, para convencerte de mis sentimientos?

La miré sin responder. La vi buscar algo en su ropa, y terminó tocando su cinta de terciopelo negro, que en delicado moño cerraba el cuello de su blusa. Clavó sus ojos oscuros en los míos y dijo:

–Esta cinta será nuestra señal. Nos veremos cada tarde, pero sólo cuando te entregue esta cinta, sólo entonces mi amor será total y eternamente tuyo. 

–Así será –musité, y cerrando los ojos, calmé con sus besos la ansiedad de mi boca.

Pero tristes eran los planes que el destino había guardado para nuestras vidas. Una tarde Mary Ann confesó haber tenido una persistente dolencia. Al otro día faltó a nuestra cita, y ese día la playa de las grandes rompientes, como nunca, fue gris, fue solitaria, y fue húmeda.

Mary Ann murió en octubre. Su vida se fue extinguiendo sin que nadie descubriera la naturaleza de su extraño mal. Yo estuve a su lado en el instante póstumo; yo sentí la última sacudida de su mano entre las mías; yo permanecí a su lado las interminables horas hasta que alguien me tomó de los hombros, alejándome de la adorada muerta.

Desde entonces no hubo amanecer ni crepúsculo. Mi cuarto era el único lugar soportable. No hacía allí otra cosa que recordar cada minuto, cada instante compartido junto a ella. Recordé los juegos telepáticos de esta mujer, que me enviaba mensajes cada noche y que yo recibía apenas quedaba a oscuras. Pero tales recuerdos, y otros que sobrecogían mi espíritu, terminaron atormentándome a tal punto, que fui convencido de la necesidad de un largo viaje para reponer mi salud.

Accedí sin entusiasmo, y antes de la partida hice un ramillete de flores que le dejaría esa tarde. Antes de que anocheciera me dirigí a su morada. Al llegar, al recorrer con mis ojos las letras de su lápida, me esforcé para recordarla como cada tarde la viera junto al mar. Cerré los ojos y procuré imaginar la amorosa voz de aquella a quien ya no tenía, y no sólo me parecía escucharla; hubiera jurado que su perfume inundaba mis sentidos. Resté importancia a la enfermiza obsesión por tenerla, por acariciar su piel, y me dejé sumergir en el más profundo éxtasis de su adorado recuerdo. Apreté más los párpados, y en movimiento frenético arrojé las flores sobre la tumba, y grité con desesperación el nombre de mi amada, y antes de que el eco se perdiera en el aire, algo cayó a mis pies y descubrí, al mirar, la cinta de terciopelo negro.





(*) Escritor chubutense, radicado actualmente en Puán. Cuento tomado de su libro “El Retorno” (2da edición).




sábado, 28 de septiembre de 2019

EL POEMA DE HOY





VIAJERO

de Rubén Héctor Ferrari




Hoy paseé por las riberas
del viejo río Chubut
antiguo amigo tehuelche
en estas tierras del Sur.
Los mimbrales de la orilla
y el cauce de eterno andar
me dijeron que la vida
es un constante pasar.
Yo me detuve un momento
-un instante, nada más-
pero las aguas ligeras
dijeron ¡debes andar!





miércoles, 25 de septiembre de 2019

EL POEMA DE HOY





                             TRES POEMAS
Por Jorge Curinao (*)




TAN SEPTIEMBRE

En el puerto
las lloviznas despiden pañuelos.

Qué fue del abandono
ahora que examinamos el fuego
pudiente
irónico.

Que fue del fuego
acaso dos luces nomás
de tanto caminar.

No.
Nadie sabe de la muerte.


CONTEMPLACIONES

Perderme en tus ojos
es contemplar la rama sobre el río.

¿Y si fueran tus ojos mirando el mar?


BARQUITOS DE PAPEL

Arrojar piedras
en la esquina del adiós.

Llorar abrazos
como si fueran los últimos.

El juego consiste en no perder
por eso piden otra vuelta.



(*) Poeta santacruceño. Tomado de su libro “Sábanas de viento” (Edición del autor, Río Gallegos, 2006)




jueves, 19 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY






A MÍ ME GUSTAN LAS BARRACAS


Por Jorge Castañeda (*)



A mí me gustan las barracas. Pero esas de la tercera acepción del Diccionario de la Lengua Española que se definen en América como “edificios en que se depositan cueros, lanas, maderas, cereales y otros efectos destinados al tráfico”.

Esas que hacen acopio de frutos del país. Amplias, con portones de chapa corredizos, mampostería de ladrillos a la vista, sin ventanas y con el piso enlucido de cemento con las juntas de dilatación tomadas.

Si yo fuera el dueño les pondría nombres de fantasía acordes a la zona en que están ubicadas como “Viento Andino”, “Línea Sur”; o si no con reminiscencias del país de aquellos acopiadores pioneros que vinieron de países del oriente como “La Flor de Siria”, “Los Cedros del Líbano” o como aquel español que la bautizó con el nombre de su pueblo natal, allende en la Madre Patria: “Barraca Arboleas”.

Me gustan las barracas y observar las tareas especializadas de los clasificadores de lana, ver las estibas de los fardos de polietileno de 220 a 300 kilogramos de peso, como una montaña blanca de vellones prietos. Observar como se aparta la barriga (de precio inferior); como se teme a lana picada con sarna; como se aprecia un buen lote para hacer el calado. Porque como en todas las cosas de la vida hay lanas y lanas, de finuras y rindes distintos.

Me gustan las barracas. Mirar la precisión inapelable de la báscula con su pesado pilón que es atraído por la fuerza de gravedad; la prensa hidráulica con su motor eléctrico y cajón con rieles. Admirar la pericia de los trabajadores para cargar el camión donde los bultos son elevados por la pluma y acomodados con los ganchos.

Me gustan las barracas. Controlar como se hace el romaneo, cuyo nombre viene de la romana, a la cual como dice el refrán nunca hay que cargar. Ver como se pelan los cueros cuando tienen algo de lana, como se secan, como se salan. Saber que si están cortados valen menos. Los de vacuno, los de capón, los de cordero, los de equino, los de cabra; cada uno con su precio distinto.

Me gustan las barracas. Acopiar pieles de zorro. Los grises, grandes y chicos; los colorados, de primera y de segunda; bien estaqueados para que no desmerezcan. Y comprar pluma y cerda, frutos livianos de los campos patagónicos.

Pero prefiero el pelo de cabra con su blancura leve; eso sí: sin puntas amarillas porque vale mucho menos.

Me gustan las barracas. Con su olor característico y acre como a campo abierto. Con el trajinar de los obreros que conocen el oficio de memoria. Riqueza estibada y clasificada bajo el techo parabólico esperando los camiones para ir a otros destinos.

El escritorio, corazón de la barraca, me gusta menos, pero es imprescindible para todo buen negocio. Papeles, formularios, precios, fluctuaciones conforme al mercado mundial, certificados, burocracia, transferencias, fluctuaciones de la economía y del tipo de cambio, acoso del fisco y cuántas otras yerbas más.

Me gustan las barracas y por eso pido prosperidad para todos. Para el productor que siempre sufre, para el acopiador paciente, para el exportador que confía en el país y también para mí, aunque solo me compre un buen suéter, producto final de tanto ajetreo.



(*) Escritor de Valcheta.