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domingo, 11 de octubre de 2020

LA NOTA DE HOY

 



MICRO-LITERATURA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En su último libro, “Gorriones de la noche”, el poeta riogalleguense Jorge Curinao ensaya el poema breve; asumiendo el riesgo de sintetizar su visión poética en el micro-verso de una sola oración o, a lo sumo,  en menos casos, de dos o tres. Por ejemplo: El mar es imitación del sueño que regresa. Resume así, en esa expresión minimalista, el fruto de su inspiración libre de ornamentos; secuencia lógica de la obra del vate que en sus anteriores creaciones trabajó sobre el poema en prosa, muchas veces en una versión corta. De esa manera fue podando, desbastando sus textos, hasta llegar a la forma más reducida y concentrada.


Tal brevedad en la prosa poética también se advierte en el libro “Música desconocida para viajes”, del escritor Christian Aliaga de Comodoro Rivadavia. En esa obra, los sitios de una diversa geografía, la mayoría de ellos enclavados en la Patagonia, dan pie a textos cortos llenos de poesía.


Pero también la narrativa adopta una faceta de concisión en la región, por parte de autores que persiguen desarrollar un argumento completo en la menor cantidad de palabras posible. Paulo Neo incursiona en el micro-cuento y el micro-relato con “Microficciones ilustradas”, cuyas imágenes son de Andrés Casciani; y “Amor sonámbulo y otros breves”. Ambos libros revelan la habitual tendencia del santacruceño a la brevedad; exhibida en muchos textos suyos.


Otro cultor del minimalismo literario es Pablo Lautaro, autor del Neuquén. En sus libros “Retratos” y “Alumbrando nostalgias”, muestra numerosos ejemplo de su intención por expresar con la menor cantidad de vocablos la idea que quiere volcar en el papel. Del último de esas obras es el relato corto “Alma”:


Se levantó medio aturdido, algo le punzaba en la sien, no lograba quitar de su cabeza la imagen visceral de Violeta sollozando perdón. Era él mismo quien yacía tendido en medio de un charco de sangre… No pudo hacer nada, el alma se había despedido de su cuerpo.


En general, muchos autores regionales prueban en alguna oportunidad el subgénero, sin hacerlo su dominio exclusivo. Por ejemplo, en su último libro, “La ciudad, después…”, Luis Ferrarassi incluye catorce micro-cuentos de tono fantástico; como “La vida alrededor”:


Los campos no están ahí, acá ni allá. Ya no galopo. No siento el aire soplando mis crines ni el viento intentando ganarme una carrera. Solo veo los mismos árboles y los mismos bancos y los mismos cielos. Solo son distintos los niños que me dan vida en una vuelta más.


Otra manifestación literaria breve es el aforismo, sentencia, refrán, palmaria o sentencias similares de formatos diversos, con su modalidad específica. A veces también la cita; aunque ésta, a diferencia de los anteriores que encierran su contenido en sí mismos, puede haber sido tomada dentro del contexto de un escrito más largo que completa su significado - de allí error frecuente que ocurre al descontextualizar una cita y usarla, incluso, en un sentido distinto al que el autor quiso darle. En la Patagonia, un literato que practicó el aforismo es Pablo Marrazzo, con sus “Palabras para mis hijos”. De esa obra es esta máxima titulada “Críticas”: No se debe criticar a los demás, pues sólo uno y a veces, conoce el verdadero peso de la cruz que lleva en sus hombros.


La poesía breve tiene una larga tradición a lo largo de la historia y la geografía mundial. Los dísticos griegos, los pareados españoles, los “haiku” japoneses – cultivados no solo por los autores nipones – y otras variantes similares, reflejan esta búsqueda de la mínima expresión y máxima concentración poética; que fue practicada por muchos y reconocidos escritores. También la narración breve fue objeto de la actividad creadora en todo tiempo y lugar; y qué no decir del apotegma en sus diversas variedades, cuyas primeras muestras vienen de la antigüedad clásica.


Por ello, parecería arriesgado afirmar que la brevedad literaria es una característica de la época actual. Mas no es desacertado decirlo. Ser sucinto es propio de estos días; y la Literatura breve, pese a sus remotos antecedentes, se lleva bien con los tiempos que corren. Señal del reinado de la cortedad, son los medios de difusión basados en la red. Aun cuando permiten publicar trabajos largos, potencian el texto minúsculo, la frase ingeniosa, la idea expresada en pocos vocablos.


Resulta así que analizar la micro - Literatura requiere considerar otro tono de la época: la noción de “efímero”. Gilles Lipovetsky, en su obra “El imperio de lo efímero”, relaciona este concepto con la moda; el gusto cambiante y pasajero por algo – y su pronto olvido –, tan común hoy en día. Cuando un escritor como los que se citaron en esta nota acorta sus textos para generar en el lector un efecto intenso, persigue lo breve, pero no lo efímero.



jueves, 1 de octubre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 



MANUSCRITO


Por Magdalena Pizzio (*)



– Te veo. ¿Qué haces aquí?

– Vine a despedirte.

– No te me pareces. ¡Estás tan impreciso!

– Es uno de los cambios. Ya aprenderás.

– ¡Ah! No sabía, ni siquiera que vendrías.

– Sólo esta vez. Tendrás mucho tiempo.

– ¿Siempre pasa? ¿Cómo un aviso?

– No. Algunos no lo saben nunca. Tú eres especial. Puedes escribir.

– ¡Vaya! Al menos sirve para algo, aunque sea así.


Lo vi entonces moverse como una espuma. Sin sombra. Sin luz. Y parado ante la ventana volvió su rostro.

– ¿Qué será de Lucrecia? –le pregunté.

– Ya se acostumbrará, todas lo hacen.

– Bien. Parece que lo terminé. ¿Qué debo hacer?

– Ya nada. Sólo déjalo cerca.


Las últimas luces anunciaban el crepúsculo y las cortinas se agitaron un momento, escapando de la brisa. Cuando ella entró al cuarto, sobre la cama yacía quieto, indiferente. No escuchó su grito ahogado, ni vio el horror de sus ojos…

Lucrecia levantó del suelo el manuscrito y lo hojeó. Leyó las últimas líneas: “…ni vio el horror de sus ojos mientras hablaba entusiasmado con su fantasma.”




(*) Escritora neuquina. El presente relato fue tomado de su libro “Caleidoscopio humano”,



sábado, 26 de septiembre de 2020

LOS POEMAS DE HOY


 


SONETOS


Por Javier Roberto González (*)


II


Arenas cuento en el umbral de un sueño

por no saber contar más que la arena:

si mi vigilia es aridez y es pena,

mi pena y mi aridez no las domeño;


pero en mis noches pongo tal empeño

que el cálculo entre sueños se me ordena,

y se me vuelve mi aridez ajena,

y se me antoja mi penar pequeño.


Si en ese umbral, amiga, te buscara

para jugar con vos la dulce escena

que acaso Dios nos dicta y nos depara,


si en ese umbral que te desencadena

mi dormida vigilia despertara

y me hiciera soñarte, enhorabuena…



VI


Cuando viene la noche a darme pena,

cuando muerde la sombra con su filo,

entre sombras y penas te cavilo

y se me va la noche en la faena


de cavilarte. Así se me serena

el alma bajo el manto de tu asilo,

y así mi larga noche la vigilo

junto a las ascuas de tu lumbre buena,


y así me invento que venís conmigo

para darme descanso y darme abrigo

y para dar razón y acabamiento


a los trabajos de esta vieja herida

con que ha dispuesto Dios hacer mi vida

mientras me sueño y sueño con tu adviento.



IX


Lejos estás para que los reflejos

de la palabra muda que te grita

con ecos de mis ecos y recita

taciturnos monólogos ya viejos


irrumpan por asalto en los espejos

donde tu luz me burla y deshabita

y en ellos dejen para siempre escrita

la pena de saber que ya estás lejos.


Fundir mis ojos y tus ojos quiero

sobre un espejo que me borre entero

cuando al mirarme en él tan solo vea


tus ojos abundantes y vacíos

que con mirarse solo ven los míos,

para que el mundo finalmente sea.






(*) Escritor nacido en 1964 en la CABA, donde reside en la actualidad, pero fuertemente vinculado a la ciudad de Trelew, en la que cursó sus estudios primarios y secundarios e hizo sus primeras experiencias literarias en el género poético. Fue galardonado en tres oportunidades en el Eisteddfod de la Juventud (años 1980, 1981 y 1982) y en dos ocasiones en los Concursos Literarios de la Provincia del Chubut (años 1982 y 1983). También se dedicó al género dramático. Es autor de varias obras publicadas y estrenadas en salas de la CABA; entre otras “Dido y Eneas” (Teatro Cervantes, 1995), “Medea” (Teatro Colonial, 1989) y “La declaración de Electra” (Teatro Argentores, 1997). Es Doctor en Letras. Integra la Academia Argentina de Letras (sillón “Vicente Fidel López”) y es investigador del CONICET. Fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina entre 2012 y2018; y se desempeña como profesor de Literatura Española e Historia de la Lengua Española en la misma universidad. Fue profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Morón y profesor invitado en distintas universidades nacionales y del exterior. Es especialista en Filología Medieval. Entre su centenar de trabajos de investigación pueden citarse: “Patagonia – patagones: orígenes novelescos del nombre” (publicado por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia del Chubut, Rawson, 1999. Hay una reedición de la obra con el título “El nombre de la Patagonia: historia y ficción” como anexo a la Revista Chilena de Literatura de la Universidad Católica de Chile y otra de la Editorial universitaria chilena LOM, ambas del año 2019); un estudio comparativo entre el Quijote y el Martín Fierro llamado “Don Quijote y Martín Fierro: muerte y transfiguración del heroísmo” (Alcalá de Henares, España, 2016); “Plegaria y profecías. Formas del discurso religioso en Gonzalo de Berceo” (Buenos Aires, 2008); y “Los Milagros de Berceo: alegoría, alabanza, cosmos” (Buenos Aires, 2013).


viernes, 18 de septiembre de 2020

LOS POEMAS DE HOY

 



HOY: TRES POEMAS DE SOFIA GONZALEZ BONORINO (*)




ENIGMAS



HUMANA



Me abruman los colores. 

Demasiados duendes en el cielo,

demasiada vida.

Allá, los cuervos negros,

una canilla abierta,

olvidadas doctrinas,

amarillento polvo de trigales.

Moribunda espera hueca. 

En el sueño, se amontonan los duelos,

las sangrientas batallas,

la basura maloliente de los caños.

Un universo de espadas,

de carne enllamecida,

de almas azules congelándose en las nubes.

El secreto placer de las palabras

desgarrado por volcanes asesinos.

Aquí, siendo  cortina espesa 

                        lenguaje acorazado

acumulando años en la mente,

invadida de tiempo,

abandono el rojo, las hogueras crepitantes,

los arenosos viajes.

Aquí, siendo la cortina espesa

                          lenguaje acorazado

me abrazo al limitado espacio donde vivo,

                   al  calendario sucio,

                    al fluir inevitable del Destino.




NOSTALGIA



Suavemente

entre los dientes rotos de agonías

la nocturna muerte entre telones

grita sueños.

Y despierto.

Los colchones de botellas,

las esquinas,

cada espacio recortándose en tus huesos.

Sudoroso caballos. Empinadas piernas.

Odio, tu blanco cuerpo enamorado 

y me desbordó en cascadas,

en zumbido de mosquitos azulados,

en fronteras

en maderas piedra escarcha nochebuena.

Se me cae la tarde encima.

Me desgarra la luna con su cuerpo blanquecino.

Voy chapado con el rojo de mi sangre las ortigas.

Vientre a vientre con la espera.

Cara a cara,

soy cadáver 

y me envuelve la humedad 

                         la nostálgica humedad de tu destierro.




ADOREMOS AL SOL



Anestesiada arena.

La sal caliente de tu playa me vuelve  ocaso.

Las hogueras afiladas se van desparramando entre los 

                                                                                    médanos.

Metálicos espejos.

Se revierten las sombras.

Las llamas extasiadas descubren los rincones.

Es el mundo mi cuerpo hecho gigante.

Me reconozco en la tarde avejentado.

En cada arruga obelisco de viento y matorrales.

Son mis piernas los faros solitarios

que basados por las olas, noche a noche, se desgastan.

Idioma de cangrejos. Entre mis dedos la rocosa espera.

Vengan gitanos!

Adoremos al sol.

Una luminosa aguja de tejer le nace del ombligo.

Apresemos la noche con los dientes.

Desgarrémosla entera. Que no quede en la tierra

                                                                             su esqueleto.

Luna blanca. Novia ensangrentada:

Adoremos al sol.





(*) Narradora y poeta. Reconoce con afecto su amor por la Patagonia. Publicó la trilogía de novelas Las Cruces (2000), La Quema (2003), El escritorio (2006). En 2015 apareció su novela Mi cliente. Colaboró en diferentes medios como Artinf, Tokonoma, Diario Jornada (Trelew, Chubut),  No-retornable, Escritores del Mundo, Palabras Amarillas, Libros Peligrosos, y otros. Fue curadora de  Tolstói 100 años, realizado con el apoyo de la Universidad de San Martín  (Biblioteca Nacional, 2010), y  de la Semana Tsvietáieva (Biblioteca Nacional, 2011).

sábado, 12 de septiembre de 2020

LA NOTA DE HOY

 




LIBROS RAROS, NARRACIONES EXTRAÑAS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives







La acepción más común del término “raro” en la Literatura, se refiere al libro que, por alguna característica peculiar, se hace deseable a las apetencias del bibliófilo. Por ejemplo, ciertas primeras ediciones, ejemplares autografiados por autores famosos, volúmenes de impresión inusual. Los negocios especializados suelen poner en sus reclamos “libros raros, antiguos y agotados”, haciendo alusión a esta particularidad.


Sin embargo, en el mundo de las letras la palabra tiene también otro significado. En 1896, Rubén Darío publicó la primera edición de un ensayo titulado “Los Raros”. Reunía sus comentarios sobre una serie de escritores cuya obra él valoraba y que —en ese momento— no eran tan conocidos por el gran público. En el concepto del vate, se entiende por “raro” un autor y su producción.


Pero el crítico literario Luis Gregorich, en un artículo de 1979 (*), da al adjetivo una tercera connotación. Ubica en esta categoría, a la que tilda de personal y subjetiva, los libros que un lector incorpora a su biblioteca “porque le gustan”; sin poder precisar el motivo de tal preferencia. Se trata de ejemplares de distinta clase, de autores ignotos o reconocidos. El comentarista pone, a modo de ejemplo, la novela “La obra de arte desconocida” de Balzac. Con similar criterio, se podría clasificar así a la narración “La búsqueda del infinito” del mismo autor; que trata sobre la pesquisa de la piedra filosofal por un anacrónico alquimista del siglo XIX. En su “Canon occidental”, Harold Bloom habla de la “extrañeza” exhibida por ciertos libros, que los hace agradables aun sin entenderse bien la causa; un rasgo que él relaciona con su vigencia como “obras maestras”.


Aunque existe una definición más; que incluso origina una tipología dentro de la Literatura, casi con carácter de género. Se trata de aquellas creaciones que son “raras”, o “extrañas”, por lo insólito de su argumento; aspecto que muchas veces se refleja en su estructura. Son “raras” algunas obras de escritores renombrados, como Kafka, Machen, Villiers de L´Isle Adams. Y hay, asimismo, libros “raros” de autores “raros”, en el sentido que tomó el bardo nicaragüense: “Allá lejos” de Joris Karl Huysman, “El libro del juicio final” de Leo Perutz, “En Nadar Dos Pájaros” de Flann O´Brien.


Se trata de textos cuyas tramas son inquietantes y muestran un entrecruzamiento de ámbitos que atrae y sorprende. En general, combinan realidad y fantasía, entreverando lo natural y lo sobrenatural —este último rasgo, más implícito que explícito—, de forma que exige al lector discernir cuando está en un mundo y cuando en el otro. También hay presente una técnica de escritura que más que describir, sugiere; y, sobre todo, obliga a interpretar el contenido. El lector enfrenta, de manera continua, incógnitas sobre el sentido de lo que sucede. Además, el texto presenta una conformación distintiva que, entre otros rasgos, intercala alusiones a mitos y leyendas, signos de saberes ocultos, apelaciones a ideas misteriosas. Tal singularidad hace que en general adopten el formato de la novela, la “nouvelle” o el cuento largo. Esos tres factores —mezcla de realidad y fantasía, estilo que deja entrever más que explicar y estructura que enlaza la trama con referencias legendarias parecerían ser los que generan el atractivo de las obras incluidas en esta categoría.


¿Hay en la Literatura Patagónica narraciones “raras”, en tal sentido? Este cronista entiende que existen varias ficciones sureñas que reúnen las características citadas. Una de ellas es “Gondwana”, del bolsonense Jorge Honik; cuento largo apto para figurar en las antologías del género. El protagonista, un viajante de comercio, ve su gira de negocios inopinadamente cruzada por los rastros de una Patagonia fabulosa; y pierde la noción de lo real y lo irreal.


Otro autor de El Bolsón tiene un relato donde un grupo de científicos se enfrenta con una leyenda, en el cual fantasía y realidad se confunden; y queda en el lector elegir cuál prevalece. Se trata de “El kollon”, de Jorge Rubén Sánchez. Por su parte, la nouvelle “Tons”, de Carlos Nuss de Comodoro Rivadavia, toma personajes cotidianos, un operario del petróleo y un psicólogo, inmersos en una situación fantástica que desdibuja los límites entre las dos dimensiones.


En los tres casos mencionados, las obras transcurren en un ambiente patagónico; con elementos relacionados con temas de la mitología sureña: el plesiosauro habitante de los lagos andinos, el kollon, las divinidades kenk. Sin embargo, hay obras de igual índole pertenecientes a otros autores de la zona, verbigracia, “Visiones desde la Torre” del trelewense Carlos Ferrari, cuyo escenario es más inusual.


Al ver, con ejemplos de la calidad de los anteriores, la riqueza de la Literatura austral; surge una duda. ¿No resultaría conveniente tomar el concepto de “los raros” de Rubén Darío y escribir una obra donde se reseñe a los virtuosos, pero poco difundidos, escritores patagónicos? A lo mejor no sería mala idea. Tal vez podría ser una especie de profecía que se auto-cumpliese. Porque más allá que la pluma del poeta los realzó, los nombres reunidos en su trabajo ganaron por sí solos su propia fama: Lautréamont, Martí, Verlaine, Ibsen...


¡Quién sabe! Quizás una obra así contribuiría a que los “raros” escritores patagónicos tuvieran todo el reconocimiento que merecen.




(*) Artículo “Los raros”. Revista “Libros elegidos” (Ed Atlántida), Nro 33, marzo de 1979. Pag 59.


lunes, 7 de septiembre de 2020

EL CUENTO DE HOY


 

VIEJO HOTEL


Por Fernando Nelson (*)




Llegar al viejo hotel del empedrado, observar desde la esquina su fachada sin revoque, fue siempre una experiencia notable. Inducía en mí la reiteración de una vaga tristeza, de una tristeza dulzona y antigua, de la que nunca quise escapar. Por ello, tal vez, cada invierno volvía al viejo hotel; y acaso por eso, no busqué una explicación a cada cosa —probablemente extraña— que acompañaba mi arribo: la casualidad de los días de lluvia, el rostro sombrío y mudo del anciano conserje, la ausencia de algún otro viajero.


La habitación número doce acudió a la cita, una vez más. Su ventana (podía recordarlo) deparaba la perspectiva de la calle gris desembocando, a lo lejos, en la estación.


El pesado llavero en mi mano, la valija de cartón rígido, el gemido de la escalera al subir, no eran sino un prolijo calco de la llave de otros años, de los mismos pasos, de los mismos inviernos…


No quise pensar. Siempre había recorrido ese pasillo con la mente libre, como queriendo prepararme para el reencuentro con esa habitación que sabía demasiadas cosas. Giré la llave y abrí despacio. De a poco, con resignación, la puerta me dejó ver el piso de madera, y sobre él, la cama grande con su frazada bordó. “Nada cambió”, pensé “ni el olor a humedad y a pasado”.


Quedé inmóvil en el vano de la puerta, obligándome a la reconstrucción del único perfume que eludía el olvido, impaciente por llenar ese silencio con el sonido de los tacos finos de unos pasos de mujer y con la voz grave y pretérita de Ethel hablándome detrás del humo de sus cigarrillos de amapola. Al recordarla volvieron, como cada año, sus profundos ojos negros, hundidos en la penumbra pintada de azul de sus párpados; volvió su rostro inexpresivo y anguloso, su nariz respingada y aquellos finos labios carmesí; volvieron sus manos blancas y delgadas, y las uñas pintadas del exacto color del “rouge”. Por último, rescaté la imagen completa de Ethel, sentada en la única silla del cuarto, con las piernas cruzadas, provocadora, observándome sin soltar el cigarrillo.


Allí, de pie en el umbral, musité el nombre amado y entré. Dos vueltas de llave me aislaron en el ámbito al que yo me esforzaba en volver; era como si ese cuarto permitiera la reiteración de una historia en la que Ethel y yo éramos los únicos protagonistas. Avancé con lentitud. El olor a desinfectante me llegó al ver las paredes amarillas del baño, las canillas de bronce (como de costumbre la de la ducha goteaba), el vaso presuntamente ascético invertido sobre el botiquín. Pensé en mi impotencia para soportar esa cíclica repetición de imágenes y de recuerdos, tristísimos. Por eso observé cada cosa como acariciándola, mientras el sabor amargo de la despedida subía por mi pecho.


Desde la ventana se veía la línea de árboles sin pájaros bordeando la calle del empedrado; y al final, el humo denso de un tren detenido en la estación. Abrí la valija y tomé una vez más el vestido blanco de Ethel, el de la última noche, y renacieron entonces las imágenes de aquella inexplicable discusión que nos había ofuscado hasta el insulto, hasta la irreparable ofensa, hasta la humillación degradante de los gritos.


En silencio saqué el vestido y las otras cosas; ya no cabría en adelante la crueldad de aquellos recuerdos, mis fuerzas se habían consumido en ese sobrevivir indeseado.


Acomodé sobre la cama el vestido, e instintivamente repetí los pasos de Ethel —acaso también sus lágrimas— y, como ella, entré al baño donde me encerré y comencé a atar el mismo cinto del caño elevado de la ducha.






(*) Escritor chubutense; radicado actualmente en Puán (Buenos Aires). Este cuento fue premiado en el Certamen Literario Provincial del Chubut, año 1983.


domingo, 30 de agosto de 2020

EL POEMA DE HOY


 


(Primer soneto de “Tres Sonetos del Sur”)


Por Vicente Antonio Ugo (*)





Razón de lo que canto, claro anhelo,

que se conmueve frente a mi destino;

yo voy a ti, como el mejor camino,

bajo la amplia bóveda del cielo.


A veces presiento que me inclino

con raíces frutales hacia el suelo;

(tú me comprendes, es el desconsuelo,

de saber que la tierra es mi destino).


Sur, razón del canto, en ti se asoma,

el sortilegio inmemorial del hombre,

que siente como el cielo se desploma


Sólo este verde que retrata el llanto

y este amor que comienza con tu nombre,

son las riberas que me doy y canto.






Escritor chubutense. El tríptico “Tres Sonetos del Sur”, al que pertenece este poema, fue premiado en el Certamen Literario Provincial del Chubut, año 1982.

lunes, 24 de agosto de 2020

LA NOTA DE HOY

 


AL LECTOR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




“Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.


La frase de Jorge Luis Borges, si bien manida, es una adecuada manera de iniciar esta nota. Porque su merecida fama de aficionado a la lectura es el motivo por el cual se estableció el día 24 de agosto como “Día del Lector”; recordando su nacimiento ocurrido en igual fecha del año 1899. Muchas veces, estas páginas se dirigieron a resaltar la figura de los escritores. Cabe ahora recordar a esa otra punta del fenómeno literario; sin cuya existencia vanos serían los esfuerzos de los autores, por virtuosos que sean. ¿De qué valen carillas y carillas llenas de palabras, si no hay quien, leyéndolas, las disfrute? ¿Dónde irían a parar las inspiradas creaciones de los bardos? ¿Al cajón de sastre, al baúl de los recuerdos, al ropero de la pieza del fondo…? El arte del literato se completa y se transforma en Literatura, cuando otra persona abre las páginas de un libro y revive en su interior los pensamientos y sentimientos que habitan en el texto.


Pero antes de seguir con estas palabras, se aclara que, siguiendo un uso común del lenguaje cotidiano, el presente artículo se aparta un tanto de lo normado por la Real Academia Española. En el diccionario de la RAE (*), el término “lector” se define así: “1. adj. Que lee o tiene el hábito de leer”, sin el usual “u.t.c.s.” o “u.m.c.s.”. En esta nota se lo empleará con el sentido de “persona que lee o tiene el hábito de leer”; es decir, como sustantivo, en referencia a un ente con existencia propia. También, abusando de la analogía, se usará un sinónimo poco común, “leedor”, cuyo significado según la RAE es “1. Adj. desus. Lector (que lee). Era u.t.c.s.”. Tal vez sea desusado, pero un término con tanto contenido —y presencia en la escritura— como “lector”, bien merece un sinónimo.


En su obra “El Defensor”, el escritor español Pedro Salinas dedica una de sus “defensas” a la lectura; y, por ende, al lector. Encendido elogio de los leedores, marca algunos escollos que los tiempos actuales presentan para ellos. Uno de estos puntos se refiere a la conveniente soledad que requiere la lectura; a veces difícil de conseguir en las urbes modernas. Pone el caso del sujeto al que un día vio leyendo en el subterráneo. El individuo sostenía en una mano un tomo de Plotino; y con la otra se tomaba del manillar colgante. Rodeado del numeroso pasaje que lo empujaba en las subidas y bajadas, y a merced de los vaivenes producto de la inercia y de los rolidos del vagón, el lector se mantenía impertérrito, sumergido en la compañía que su libro le ofrecía; aislado de todos en medio de la gente. Aunque como muy bien dice Salinas:


“… la soledad del lector es más aparente que verdadera, y sólo puede llamarse soledad si se piensa en la compañía de coetáneos, de prójimos de carne y hueso. Entre los variados matices de la situación de soledad, ése del que lee tienta a la curiosidad. Porque representa a un estado intermedio entre el estar solo y acompañado; se está solo sin estarlo y es viva contradicción entre una apariencia y una realidad”.


A esta imagen engañosa del leedor soledoso se refiere también Quevedo, en el soneto que con posterioridad fue titulado “Desde la torre” por los editores:


Retirado en la paz de estos desiertos

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.


Cierto es que un leedor no sólo disfruta la obra de literatos fenecidos, sino también la de autores contemporáneos. Pero las palabras de Quevedo revelan dos ítems interesantes. Primero, que quien lee tiene el don de “oír” la voz del escritor con sus ojos. Segundo, que tiene otro don: el de dar inmortalidad a un autor —menudo don—, porque cada vez que abre un libro, aunque su creador haya muerto siglos atrás, en ese momento está tan vivo como cuando lo escribió.


Se dedica estos párrafos finales a los lectores patagónicos. Al igual que se denomina “escritor patagónico” al que viva —o haya vivido— en la Patagonia, cualquiera sea el tema que sus textos toquen; al decir “lector patagónico” se hablaría de aquel que reside en la zona, no de quien lea sólo escritores patagónicos. Aunque, por supuesto, también los lea. Es más: no sería desatinado sugerir que es probable que los libros de autores patagónicos sean leídos mayormente por leedores de la misma región.


Acceder a las obras de los literatos australes es difícil para muchos aficionados a las letras del resto del territorio nacional; y así se ven privados del placer de disfrutar de creaciones con una remarcable calidad literaria, fruto de un importante grupo de escritores nacionales que alza su voz desde el sur. La existencia de esos lectores, los que leen libros de autores patagónicos en cualquier región del país, o del mundo, donde residan, son la razón de ser de la Literatura Patagónica. Vaya para ellos el presente tributo y, a la par, un caluroso agradecimiento.




(*) Versión digital “en línea” del sitio de la Real Academia Española (https://rae.es). Consultado el 03/08/2020 a las 16.22 horas.


sábado, 15 de agosto de 2020

EL MICRORRELATO DE HOY

 


LO QUE QUEDÓ


Por Luis Eduardo Ferrarassi (*)






Solo el viento sopla, cerrando y abriendo y cerrando y abriendo las puertas de los autos abandonados, haciendo parecer que las personas salen en sus coches para ir al trabajo o de compras. Sólo el viento sopla y mueve los árboles, haciendo entrechocar sus ramas que suenan a aplausos, pasos y el arrastrar de pies de niños caminando a la escuela. Solo el viento sopla, haciendo que sus soplidos suenen a susurros y charlas de vecinos que se encuentran en viejas despensas. Solo el viento sopla, haciendo que cadenas oxidadas se rocen y las desvencijadas hamacas se bamboleen, haciendo que antiguas plazas se llenen de una penumbrosa alegría. Solo el viento sopla, moviendo cajas y botellas y latas y bolsas de basura, haciendo que esos molestos perros abandonados vuelvan a las calles a husmear y buscar algo qué comer. Solo el viento sopla. Solo el viento es la única vida.





(*) Escritor de Río Gallegos. Este micro-relato fue tomado de su libro “La ciudad, después…” (Edición digital del autor, Río Gallegos, 2020).


lunes, 10 de agosto de 2020

EL ADIÓS A UN AMIGO

 


GERARDO ROBERT, EL HOMBRE DEL "SUR-SUR"

(IN MEMORIAM)



Lo conocí en un festival folklórico en Comodoro Rivadavia, allá por el año 1968. Él y Aníbal Forcada, conductores del encuentro, se sacaban chispas en el amistoso duelo criollo de florearse con poesías y palabras desde el escenario.

Tenía una presencia imponente. Su manera de plantarse frente al público, su potente voz de barítono, la cadencia de su fraseo, el hábil manejo de las pausas, tenían la inmediata virtud de concitar la atención del oyente.

Recitaba como pocos. No solo textos ajenos, sino también los propios. Porque además de todo, Gerardo era un poeta exquisito. Su inspiración conseguía interpretar con toda fidelidad el ambiente campestre, volcar con las palabras más exactas y adecuadas las cosas de la tierra y de su gente. De la gente del “Sur-Sur”, como él solía decir, para diferenciar el abuso del nombre de ese punto cardinal con que muchos pretendían aludir solo a la parte meridional de la Provincia de Buenos Aires.

En su fuero íntimo nunca dejó de ser un “hombre de campo”. Amaba las costumbres criollas y trataba de replicarlas aun en los ambientes más alejados. Durante la etapa de su vida en San Martín (Prov. de Bs. As.) el patio de su casa era escenario de encuentros con amigos donde JAMÁS faltaba un guitarra, un fuego encendido y su destreza de asador consumado.

Y amaba a Camarones, su pueblo natal. Lo nombraba siempre con orgullo, como quien nombra a su Patria. Y es que era su “patria chica”, el sitio adonde decidió regresar para vivir los últimos años de su vida.

Por otra parte, Gerardo hacía de la amistad un culto sacrosanto. Sus amigos casi siempre tenían vínculos con la música, la poesía y las costumbres tradicionales. En su generosa costumbre de agasajarlos, llegaba a organizar encuentros supernumerarios, donde a veces casi no alcanzaban las sillas, ni las guitarras, ni el tiempo necesario para que todos los amigos tuvieran ocasión de tributar sus voces a esas reuniones siempre memorables.



La vida nos regaló la fortuna de reunirlos a él y al querídisimo “Lalo” Sheffield, de quien ya he hablado tantas veces. Juntos, eran una gloria. La guitarra y el canto tenían entonces su momento más intenso, más sublime. Los dos conocían al dedillo el campo, el interior profundo del Chubut, los hábitos, las alegrías, el humor y el sufrimiento de sus humildes habitantes. Todas esas vivencias florecían en  forma de anécdotas, en recuerdos, en canto y en poesía.

Además, era un lector exigente. Ese aspecto nos brindó un motivo adicional de disfrute y algunas historias personales que en otra ocasión contaremos.

Ahora solo queremos hacer un alto en la huella para recordarlo. Se fue esta madrugada, mientras dormía, sostenido por un gran amor familiar. Estaba necesitando un descanso después de galopear con bravura al dolor físico y sostener la monta sin caerse. Uno quisiera tenerlo aquí, de pie, por mucho más tiempo, pero era injusto que siguiera sufriendo así, en forma innecesaria.

Ya volverá a Camarones, a grupas del viento del Sur-Sur, para descansar finalmente en paz, en su pueblo tan amado.

Cada vez que desenfundemos la guitarra, te sentiremos allí, con nosotros, al pie del fogón.

Un abrazo grande, inmenso, mi querido amigo. Q.E.P.D.



C.D.F.