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lunes, 9 de febrero de 2015

EL POEMA DE HOY




(Poema sin título)

Por Nice Lotus (Luis Gorosito Heredia) (*)



Asomada al balcón de la Bahía
ríe la única calle de Ushuaia,
y son Tierra del Fuego y el mar indio
los carceleros de esta perla rara.

Ahora es el sol de oro que azulea
el mar sereno y la feraz montaña,
y resplandece en pastizales verdes
sobre una dulce beatitud aldeana:
en el azul del cielo, las redondas
nubes pasean por las nieves blancas,
aparece el picacho del Olivia
embanderado con la enseña patria,
y un acorde tenaz de Himnos lejanos
suena en las trompas de la Catarata.

Y ahora los gigantes se enfurruñan,
se esconde el sol y se derrumba el agua,
e impelidas del viento de las cumbres,
la nieve vuela y la neblina avanza.
Y la vida se muere,
y el espejo se empaña,
y la luz de los barcos tremeluce
en girones de sombras enredada.

¡Asomada al balcón de la bahía
sufre en silencio y soledad Ushuaia!

¡Pero otra vez el sol! Triunfal asoma
como un canto a la fe y a la esperanza.
Acaricia la calle, las casitas,
la alfombra de la nieve y de las aguas,
y penetra en la cárcel, en la pústula
del corazón de la progenie humana…

¡Pobres penados, que tan lejos vienen
a saber de belleza! La campana
de la Iglesia en medio del paisaje,
con su monótona voz, a todos habla,
y se van transformando, y lentamente
les va saliendo del sepulcro el alma…

¡Dulce Argentina Austral! ¡Tierra que pudo
ser suelo negro, pero es cumbre blanca!

Tiene armonía en el boscaje inmenso,
amapolas de sangre, y lontananza,
de toldos indios y rebaños claros,
y una bahía que es una almohada
con estrellas de mar y los diamantes
de la gran Cruz del Sur. La amó la Escuadra
con sus marinos y con sus cañones
que aquí se turnan para cortejarla.

¡Y nadie más! Los otros argentinos
olvidada la tienen en el mapa,
y hundida en las auroras boreales,
en el confín de la leyenda patria,
asomada al balcón de la Bahía,
sueña en un triunfo de belleza, Ushuaia.





(*) Sacerdote salesiano, autor del libro “Penínsulas del Cielo” (Editorial Centauro, 1947). Falleció hacia el año 1975. Este poema fue transcripto por Ricardo Horacio Caletti en su libro “La Literatura de Tierra del Fuego” (Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1975). Según cuenta el escritor, por consejo del padre Juan Esteban Belza consultó el libro de visitas de la Biblioteca Popular Sarmiento, de Ushuaia; y entre sus páginas halló la obra aquí reproducida, fechada el 18 de enero de 1936. Posteriormente profundizó en la historia de su autor, obteniendo la información que también se copia en esta breve reseña bio–bibliográfica.
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sábado, 7 de febrero de 2015

NUEVAS OBRAS RECIBIDAS




sin tapaduras (*)
des (a) nudando versos

de Juan José Moras




“Al esparcirnos, devolvemos al origen lo que ya fue.”

Palabras elegidas, entrelazadas, enhebradas unas con otras, formando un todo laboriosamente tejido. Sentí que dicen por ellas mismas. No necesitan alguien que las interprete, que las traduzca para otros, que se anteponga para decir lo que ya dicen.

Su autor ha diseñado un paisaje de texturas y urdimbres de tal manera que, sin intermediarios, entabla un diálogo con sus lectores para plasmarse singularmente en imágenes y situaciones.

Creo que este poemario no necesita prólogo, nada antes del decir de sus palabras. En su lugar Juan José Moras, autor que legítimamente ayuda a crecer y a promover encuentros, ha hecho un logos-en-pro de lectores, para propiciar ese contacto en procura de esparcir, compartir y extender.

Esto fue lo que me contaron sus palabras… de ellas es este espacio.

Élida Fernández



(*) ISBN  978-987-1846-72-6 - 1era. Ed. El Mono Armado – Buenos Aires, 2014.

Juan José Moras nació en la ciudad de Morón, provincia de Buenos Aires, en diciembre de 1956. Licenciado en Química de profesión, durante toda su vida ha ido escribiendo palabras y poesías que iban cayendo sobre el primer papel que encontraba. Desde hace treinta años reside en la ciudad de Puerto Madryn. Este es su primer libro. Sin tapaduras.





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martes, 3 de febrero de 2015

EL RELATO DE HOY






La negra de la isla



Por Olga Starzak





        El miedo inunda sus ojos. Por unos instantes permanece en actitud de espera... Una espera que le duele, un silencio que la atraviesa, un dolor que ya es callo en su piel negra. No ha llegado a los cuarenta años y sin embargo imagino que son viejos en su mente los recuerdos violentos, tan viejos como su vida misma, tal vez más.

        La vi en el preciso instante en el que ella corrió al encuentro con la nada; tuve la intención de socorrerla. Una fuerza que también tiene que ver con el miedo, me detuvo. Y fue en ese vértice donde me sentí tan cerca y tan lejos de su mundo. A su lado corría, aunque no con la misma desesperación, una joven que imaginé su hija. 

        Recién entonces miré hacia el interior de la vivienda de donde las dos mujeres, impávidas, habían escapado. 

        No fue la precariedad lo que insinuó lo tétrico. No. Fueron los colores, las figuras... y hasta el olor que sin sentirse, podía percibir. Ventanas sin vidrios como una costumbre de ese caribe que en la franja isleña donde me encontraba, me enfrentaba a lo más bajo de la naturaleza humana: la pérdida de la dignidad. También, enseguida después, pensé que no se puede perder lo que nunca se tuvo. Me sentí confundida; el cuadro ante mis ojos me trajo a la realidad. No había puertas en esa estructura de quién sabe qué material, y si las había estaban demasiado abiertas como para verlas desde afuera. Lo que no podía pasar desapercibida era la oscuridad que encerraban las paredes. Y en el medio de esa oscuridad, cuando mis retinas se adaptaron, los vi. Primero fueron sus ojos, cuatro luces brillantes y movedizas. Después sus cuerpos pequeños que deambulaban sin sentido dentro de la vivienda, como ignorando lo que aquellas mujeres no ignoraban. 

        Una tenue luz se infiltraba desde el fondo del rancho. En esa penumbra distinguí la silueta de un hombre. Su piel brillaba. Fue acercándose y observé sus músculos endurecidos, la cabeza rapada y los dientes níveos. Alzó una mano a la altura de los hombros y entonces vi el machete que sostenía.

        Los niños le dieron paso y mi mirada ya no volvió a captarlos. Era evidente que no eran su presa.

Las dos mujeres, alertas pero petrificadas, volvieron sus cuerpos hacia el interior de esa casa galpón, de esa cueva choza que me negaba a creer que era una vivienda. Un sitio con mesa y bancos de caño, con catres vestidos con trapos y olor a miedo en sus habitantes.

       Ahí seguía el hombre; con su arma tomada ahora con ambas manos. Emitía sonidos indescifrables, guturales, amenazantes. 

       Quise esconderme pero ya me había visto. 

       Sentí que la impotencia me unía a esas mujeres. 

        La muerte andaba por allí.

       Los vecinos, eternamente sentados en las veredas de sus casas, como esperando la buenaventura de un dios que los rescatara del húmedo calor, ni siquiera giraron sus rostros hacia la escena que me atormentaba. Solo gritaron fuerte para que sus niños se alejaran y, por curiosidad o aburrimiento, no preguntaran nada.

        No sé si fue mi presencia o el grito agudo de la mujer más joven lo que retuvo al negro. Sí sé que por unos segundos sus ojos se posaron en los míos, aún tiesa en esa vereda de barro. 

       Lo vi huir hacia el fondo de la vivienda, desapareciendo del escenario del miedo. 

       Las mujeres, quizás encontrando sosiego en la luz exterior, en el andar despreocupado de los pocos transeúntes, o el los mudos testigos de la vecindad, se calmaron; y lentamente retrocedieron. 

       Una tregua de paz las aliviaba.

       A ellas... y a mí.



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sábado, 31 de enero de 2015

LA NOTA DE HOY




EL POETA QUE VINO DEL VALLE PROFUNDO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Bajé las mesetas, me adentré en el llano,
quebrando la ausencia tornaba una tarde
de nuevo a mis lares.
Respiré profundo, canturrié contento
y en mis sentimientos,
y en mi alma toda,
se ensanchó la imagen del fecundo valle.

Versos con tanto sentimiento para cantar al Valle del Chubut como éstos, sólo pueden deberse a un hijo de la zona; alguien que haya nacido arraigado a la tierra negra de ese valle chacarero y profundo, que se despliega a medida de que el río se aleja de la costa y se remonta hacia sus nacientes, sorteando las angosturas entre las bardas. Tierra apta para que crezcan los árboles y los cultivos; y también propicia para que surjan los poetas.

Es en Dolavon donde, el 20 de noviembre de 1930, nació el autor del poema; una de las figuras emblemáticas de la Literatura Patagónica: Aurelio Salesky Ulibarri. Segundo hijo de una familia de nueve hermanos, pasó su infancia y adolescencia en un bucólico aunque laborioso ambiente rural. Poco antes de cumplir los diecisiete años, se marchó a Comodoro Rivadavia para trabajar en la empresa Astra. En esta época se afianza su pasión por los libros, que se había despertado muy temprano en su niñez. Se orienta a la temática filosófica. Entre sus autores preferidos se encuentran Lin Yutang, Benjamín Franklyn, Bertrand Russel y Samuel Smile.

Por profesión se dedica a la teneduría de libros, por vocación se inclina a las letras. Esta afición motiva que se lo designe bibliotecario de la localidad que lleva el nombre de la firma en la que trabajaba. Para ese entonces, sus primeros intentos literarios se plasman en una novela que, descontento con el resultado, habría quemado. Incursiona también en el periodismo, en los diarios “El Chubut” y “Noticias”, con notas, ensayos y artículos.

Al poco tiempo escribe “Prisionero”, un poemario de ochenta y cuatro obras sobre el amor, que es publicado en 1958 en Buenos Aires. Es un trabajo subjetivista, cuyo último poema, “In Memorian”, está dedicado a Gabriela Mistral. En 1961 da a luz a su segundo libro, “Trasuntos de la Vida”; ensayo filosófico cuya premisa es que los seres humanos pueden ser mejores, susceptibles de perfeccionarse. Como todos llevan dentro de sí la semilla para concretar ese ideal, debe ser su empeño el esforzarse en ser más útiles y buenos.

Su designación como editorialista de un magacín creado por sus compañeros de labor, llamado “Astra al día”, le permite ejercitarse en pequeños ensayos morales y críticos. También incorpora a la visión intimista de los primeros poemas una postura objetiva, consciente de la inmensa geografía patagónica que lo rodea.

Colabora un tiempo con el periódico “El Rivadavia”. En tanto, sus trabajos se publican en “Trépano Celeste”, órgano de la Peña Literaria de Comodoro Rivadavia fundada por Eduardo Gallegos; y en la reconocida revista “Argentina Austral”. En el año 1960, la empresa periodística propietaria de los periódicos chubutenses “Esquel” y “Jornada” le otorgó por sus méritos literarios la medalla de oro “Gobernador Fontana”.

Se aparta por un tiempo de la rutina diaria para escribir su novela “Rincones de Odio”, de 1963. Es una narración “de ideas”, que habla sobre la libertad, con un fondo costumbrista. Para esta época se inscribe en la Facultad de Idiomas de la Universidad de Córdoba; donde luego terminaría sus estudios como Profesor de Inglés. Colabora luego con la revista especializada “Sur”, fundada también por Eduardo Gallegos. Su apego por la historia lo conduce a realizar una serie de trabajos de investigación con motivo de los 100 años de la llegada de los galeses al Valle del Chubut, para la Asociación San David de Comodoro Rivadavia. Con el tiempo, este interés lo lleva a ser miembro fundador de la Junta de Estudios Históricos del Chubut, miembro de número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba y miembro fundador del Instituto de Estudios Históricos Roberto Levillier.

A los libros ya publicados, agrega con los años sus otras obras: “Patagonia poética” (poesía, 1965), “Los frustrados” (novela, 1968), “Génesis de la sociedad chubutense” (historia, 1983), “El período hispánico en la Patagonia” (historia, 1984) y “Grandeza y miseria de la condición humana” (novela, 1995). Durante su feraz vida intervino en congresos, dictó conferencias y participó en diversas publicaciones, mayormente sobre la Patagonia y su historia. Obtuvo gran cantidad de premios literarios, entre ellos en el Eisteddfod del Chubut, en 1968 y 1984.



Este Escritor, con mayúscula, falleció en la ciudad de Córdoba el 25 de agosto de 1999. El título de la nota recuerda su faz de poeta; pero su figura se agiganta como novelista y ensayista. Y ensayista de filosofía, que no es poca cosa. Filosofía y Literatura van hermanadas por los caminos de la cultura; y allá las habrá encontrado nuestro poeta en su juventud; cuando transitaba por esas calles que trazan el damero colorido del valle, a las que cantó, añorando el regreso:

¡Son grandes las ansias!
¡Me llevan los ojos!
¡Mil sueños me acunan por las tierras buenas!
Blanquean los caminos,
los quietos caminos que cruzan el valle
u orillan su falda entre jarillales.




Nota: El autor agradece al escritor Gonzalo Salesky, hijo del poeta a quien dedicamos esta nota, los datos biográficos tan gentilmente aportados. Gonzalo es un escritor con una gran trayectoria y variados reconocimientos nacionales e internacionales, que honra la figura de su padre. Otra información proviene del literato comodorense Eduardo Gallegos, quien fuera prologuista y amigo de Aurelio Salesky Ulibarri.. Los versos reproducidos son del poema “Valle del Chubut”, que integra su libro “Patagonia Poética”.



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domingo, 25 de enero de 2015

NUEVAS OBRAS RECIBIDAS




RESCATANDO MATICES”, DE MARGARITA BORSELLA (*)




       La mejor manera de valorar la Literatura Patagónica es conociéndola. Sin embargo, aun es “Terra Incognita”; su descubrimiento es una deuda que las letras regionales se deben a sí mismas. Por eso el camino que recorre Margarita Borsella en su último libro, “Rescatando Matices”, traza una huella que tal vez otros transiten pronto. Buscando los hacedores de la cultura austral, la autora toma la figura de uno de sus principales escritores y lleva adelante su rescate. Es así que Donald Borsella, el inspirado creador de “El zorro Cifuentes”, “Las torres altas”, “La avutarda” y muchos otros títulos ya integrados al corpus literario regional, toma forma en las páginas de su nueva obra, prologada por Donald Thomas.

        Es difícil reconstruir la historia, aún la más reciente. El tiempo, muy pronto, pone una pátina que enmaraña la lectura del pasado. Margarita Borsella ya había experimentado ese inconveniente al escribir su propia autobiografía; que conocimos bajo el nombre de “Buenos Aires Chico. Despertar de Imágenes”. Si seguir los trazos de la propia infancia es intricado, ¡cuánto más arduo será buscar las huellas de la vida de otra persona! Aun cuando, como en este caso, sea un familiar directo. Donald no sólo es el sujeto del estudio de Margarita Borsella; es también su tío paterno.

       Incluso el parentesco, lejos de allanar la tarea, podría embrollarla aún más. Para la autora no son datos fríos los que obtiene; están llenos del afecto lógico que suscita el entorno familiar. Más aún cuando, además der lazos de consanguinidad, Donald contribuye a despertar la vocación de escribir en su sobrina; una razón más para sesgar la visión imparcial que permite la veraz recuperación del personaje. Sin embargo, Margarita logra superar el escollo; y, con un estilo ágil y ameno retrata de manera objetiva al escritor.

        Pero no sólo pinta al literato. En estas páginas vive Donald Borsella el hombre; con sus dudas, sus inquietudes, sus ilusiones, sus certezas… Un ser humano que brindó su vida a la sociedad, en los campos de la enseñanza, la cultura y la política; múltiple entrega que habla de un espíritu solidario y desinteresado. Presente en sus pensamientos y en sus expresiones más hondas e íntimas, se encuentra la percepción del verdadero artista; para quien la realidad no es un escenario en blanco y negro donde se dirimen cuestiones doctrinarias, sino una paleta multicolor que va adquiriendo sentido a medida que la vida fluye a través de ella.

        Sin dudas, la presencia de Donald Borsella en el ámbito cultural sureño, es de una enorme importancia, que trascendió su Chubut natal. También superó esa intangible barrera constituida por el río Colorado, porque fue uno de los primeros escritores del sur difundidos a nivel nacional. 

       Pertenece a una época pionera de la escritura austral, los años 70 y 80 del siglo pasado. Cuando Donald comenzó a escribir, no eran muchas las plumas que lo hacían en estos parajes; y menos aun las que tenían ciertas posibilidades de ser conocidas allende el ámbito local. Recién comenzaban a surgir en el ambiente cultural, en forma aislada y súbita, como las marcas de las primeras gotas de lluvia que resaltan sobre el suelo reseco de la meseta. Cierto es que ya existían algunas presencias anteriores; pero eran escasas, solitarias.

        Una de las características de ese grupo de escritores es la plena introducción de la narrativa de ficción en la zona. Hasta entonces, la Patagonia había entusiasmado por su historia y su geografía al género didáctico. También la poesía mostraba su preeminencia, ya que parecía adecuarse a la belleza indómita que irradiaba la región. Pero estos artistas toman el paisaje humano y natural de la zona; y lo utilizan para desarrollar argumentos imaginarios en tono de relato. Incluso ensayan un subgénero poco usual hasta entonces en estos lares: el cuento. De allí que la mayor parte de la obra de Donald Borsella se ubique en esta variante.

       Otra característica de estos literatos, es el hecho de haber sido numen para muchos jóvenes que recién se iniciaban en el arte de la palabra escrita; quienes hallaron en sus mentores la guía para seguir adelante. Su legado sigue dando frutos en la actualidad.

        “No se quiere lo que no se conoce”. Este trillado dicho, como todas las máximas surgidas del sentido común conservadas en el acervo cultural de la sociedad, muestra una verdad a veces no tan obvia. La Literatura Patagónica no goza aun del reconocimiento merecido. Mucho se está haciendo últimamente por difundirla; y mucho queda por hacer. Conocer a los escritores que contribuyeron a conformar un conjunto de obras que pueden fundamentar la real existencia de una Literatura regional, con sus rasgos específicos y diferenciados respecto a otras zonas del país, permite profundizar en el estudio de nuestra cultura sureña. Ese es uno de los méritos del libro y su autora.

       Pero otra de sus virtudes es el hecho de constituir un justo homenaje a una de las figuras señeras de la historia provincial reciente. Es cierto que, como dije antes, el tiempo pone una pátina sobre el pasado. Pero también es verdad que actúa como un cedazo, que separa lo permanente de lo efímero, lo banal de lo trascendente. Cuando el paso de los años use su tamiz, con seguridad el nombre de Donald Borsella quedará retenido entre el de los escritores patagónicos clásicos; cuyas creaciones serán siempre objeto de atención por parte de las futuras generaciones de lectores.


J.E.L.V.



(*) “Rescatando Matices”, Margarita Borsella, Umbrales Ediciones, CABA, 2014.

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jueves, 22 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY




LA MAÑANA


Por Nadine Aleman (*)




Nació la mañana sin ti.

Abrí las ventanas.

Esperé de la brisa fresca
tu aroma profundo.
Y tan lejano.

Nadie llega.
No hay sorpresa no hay abrazos.

Cumplo las horas
negando la melancolía
que de preferencia no habita
en días luminosos.

Yo te espero siempre.

Con los ojos puestos
en la calle.






(*) Escritora de Esquel. Esta poesía fue tomada de su libro “Letal Intensidad”. (Editorial Pol, San Martin, 2009)





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viernes, 16 de enero de 2015

LA NOTA DE HOY



EDMUNDO DANIEL JÍOS


Por Margarita Borsella (*)



El 17 de febrero del año 1938, en un ranchito de adobe de Río Chico, un pintoresco pueblo rionegrino atravesado por las vías de La Trochita, venía al mundo Edmundo Daniel Jíos. Hijo de Lía —nativa— y de Aristocles —un griego a quien la devastada Europa después de la primera guerra mundial no había logrado vencer sus sueños y cruzó el océano para transformarse en pionero de la  construcción de ese trencito patagónico—.

Siendo Edmundo muy pequeño, la familia se trasladó a El Maitén para continuar trabajando en el ferrocarril. Es allí donde cursa sus estudios primarios en la Escuela N° 149 y despierta su interés por la lectura, alentado por el maestro Donald Borsella. Ya en su adolescencia, el escritor Don Elías Chucair —de sangre árabe pero que supo fraternizar con el indio y el criollo que poblaba la zona de Jacobacci—, impulsó a su pasión por la escritura, la cual se caracteriza por romper el mito de la monotonía de un interior silenciado al cual resignifica a través de la voz de sus habitantes que se eternizan en los escritos; lo que hace que las historias de su pueblo transformen a El Maitén en un pueblo de historias.

Desde los 14 años Edmundo supo del yugo del trabajo. Fue transportista de áridos en un carro tirado por bueyes, peón de ladrillero en donde pisaba barro con caballos, peón de carneador en un matadero, peón de albañil, hasta que en 1959 ingresó al ferrocarril como fogonista en La Trochita y a partir de 1970 comienza su profesión, que ejerce por 22 años, como conductor de las locomotoras. Luego de ello abrió una Pizzería en el centro de El Maitén, que por más de 20 años fue un lugar de encuentro de amigos que daban paso a las diferentes manifestaciones culturales de la región.

El Ministerio de Gobierno de la Provincia del Chubut lo convocó como Director de Asuntos Poblacionales, en donde tuvo la responsabilidad de afianzar vínculos con los pobladores originarios de las comunas rurales de Gan Gan, Gastre y Aldea Epulef. En El Maitén durante seis años fue animador de las primeras Fiestas del Tren a Vapor, y administrativo de la agencia PAMI, donde ejerció una importante labor social teniendo en cuenta las necesidades de las comunidades aborígenes de la región, estrechando lazos culturales entre ellos; la que ahondó su incursión en la escritura.

Y así es como Edmundo, heredero de esa sangre que surge de mixturar en un crisol la sabiduría griega con la picardía criolla, se convierte en “un apasionado por las historias de la gente común, de anécdotas cotidianas y recuerdos a que a veces tocan el límite de lo inverosímil”, como diría su hija Mariela al escribirle en la contratapa de “El Baúl de los Recuerdos”, su primer libro. Uno de sus primeros trabajos literarios fue “Un amor de tiempo adentro” —historia testimonial de una familia araucana—, presentado a un certamen literario organizado por PAMI Nación, en donde obtuvo una mención especial.



Su cuento “La Francisca”, ya publicado en esta página, obtuvo el Primer Premio Comarcal y Segundo Premio en el Certamen “Gonzalo Delfino” de la localidad de Gaiman. Posteriormente escribió la obra “Desalojo en la Vuelta del Río”, que por sus connotaciones sociales tuvo un fuerte impacto en la comunidad maitenense. Y en el 2012 aparece su libro “El Baúl de los Recuerdos”; que el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de Epuyén, mediante Declaración N° 24/2012, declara de Interés Cultural, Educativo y Social, en tanto el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de El Maitén, por Declaración N° 06/ 2013, declara de Interés Cultural, Social y Legislativo,

 “... este trabajo literario nació con la finalidad de rescatar en él lo acontecido en El Maitén y sus alrededores, para que no se diluya en el tiempo el recuerdo de aquellos pioneros que con su sacrificio hicieron posible este presente pleno de comodidades que ellos no tuvieron. Un escritor con oficio, exhibiría en un trabajo como este la organización y las correcciones que una buena obra literaria debe tener. Yo, además de ser autodidacta sin formación académica, soy un rebelde de la literatura. No logro escribir más de dos páginas seguidas siguiendo un orden cronológico de lugares, hechos o acontecimientos. Me excuso de no poder llevar un orden preciso, pero el contenido tan disímil de todo lo que expreso me lo dificulta, ya a veces me lo imposibilita. Reseñas biográficas y pequeñas historias de tiempos dispares conviven dentro de este baúl. Pero así es como los vientos cordilleranos me acercaron los recuerdos, y así es como dejo que los mismos vientos los lleven hasta ustedes, amigos lectores...”, decía este hombre apasionado por la vida y por las historias de la gente común, en quienes supo bucear en el fondo de sus almas para llenar este baúl de emociones de todo un pueblo; este baúl que si bien fue su primer libro presentado, por esas cosas de la vida también ha sido el último ya que hace sólo unos días se ha encontrado con la muerte.

Si bien una gran amistad lo unía a mi padre y a mi tío, recién después de 48 años lo he vuelto a ver, teniendo dos largas charlas; una en El Maitén y otra en Trelew. En una de ellas, presagiando tal vez que sus largas enfermedades le jugarían una mala pasada, y diciéndome que al hacer un balance de su vida debía reconocer que lo que tenía en su haber superaba ampliamente a lo que sus actitudes le hicieran merecedor, me entregó un poema pidiéndome que lo diera a conocer... Lo había escrito una tarde de julio de 1979 sobre una mesa de la pizzería El Obelisco de Esquel, y me lo dio en el otoño del 2013...

Dios
Yo sentía que existías,
no sabía en qué forma ni en qué espacios.
No intentaba encontrarte
porque hacerlo
era comprometer mi vida, mi existencia,
mi libertad, (o libertinaje).
Y a pesar de los vicios y placeres
en que se revolcaba mi locura,
mi enfermedad de sexo, de inmundicia,
mi tortura en tu imagen se calmaba.
Te encontraba en mis hijos, en la luna
reflejándose pura en un arroyo
y en la nieve que cubre las montañas.
Te veía en el rostro de mi esposa
descansando feliz sobra la almohada
después de haberme dado el fruto de la vida,
recibiendo de mí ¿solo la nada?...
Te encontraba... y negaba tu existencia
de mi nada hacia afuera.
Porque cuando el dolor me atormentaba,
¡con qué fervor a solas te rezaba!...
Y no era hipocresía. Tú lo sabes;
aunque al siguiente instante te olvidara.
Y descendí al infierno, a sus entrañas.
Encontré a Lucifer, Satanás, ¿cómo se llama?...
En fin, jugué lo poco de valor que me quedaba.
Y no sé si gané, o fue una aflojada,
que me hizo el diablo para destrozarme
definitivamente el Alma.
No importa DIOS... yo te sigo buscando,
con desesperación, como se aferra
a una madera el náufrago cuando además del mar, no tiene nada.
Ayúdame Señor, Dios infinito,
por mi esposa, por mis hijos, por mi mismo.
Hoy te grito desde el fondo de este abismo
¡Ayúdame Señor... Te necesito!

Seguramente ya estará con Él, junto a otros escritores patagónicos.



(*) Escritora de Trelew.



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martes, 13 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY




UN NUEVO AÑO


                                          Por Ester Faride Matar (*)





Alguien se quedó en la orilla del mar
ofreciendo recuerdos.
Pintando con rouge las palabras dispersas,
símbolo sin fuego con aroma a madrugadas.
Entonces intenté…
Intenté regalarte un verano
con sueños de poeta y un concierto
que me devuelve la vida milagrosa.
Tú te encuentras ahí y yo me encuentro.
Hemos bebido con sudores los pasos del ayer
y nuestra piel sedienta se despoja de las lágrimas.
Estamos envolviendo los dolores
para arrojarlos a las aguas que se marchan.
Nadie hace ruido y se estremecen tus manos
y las mías se enlazan sin piedad.
Esta felicidad es tan distinta
que se disfraza con colores diferentes
y motivos desiguales.
Se diluye el calendario en su último día
y la esperanza extiende sus brazos al poniente
y no hay penas que se aniden en la mente
ni desconsuelos en busca de consuelos.
Gritar nuestro amor es la variante por donde pasa el silencio
en pos de un futuro con futuro
que lo atrape…
Lo atrape…




(*) Escritora nacida en Sierra Grande, radicada en Viedma.

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