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martes, 20 de octubre de 2009

EL CUENTO DE HOY




La expectativa

Por Alejandro Javier Panizzi



Se habrían hecho con él los objetos que le fueron negados.

No fue de carpintero ni de escultor o artesano. Ni de una obra cualquiera, de una insignificante.

Todas las cosas erigidas por la gente lo descartaron. No clavó confesionarios, ataúdes ni manos de redentores.

No cumplió con su sino, ni lo hará jamás.

Fue fabricado lejos, con madera de los montes Vosgos, en Alsacia-Lorena y con acero de la tierra de los primeros navegantes que irrumpieron en toda Europa occidental. Incluso, llegaron hasta el continente que le fue asignado.

Acaso tenga el sabor del metal oxidado.

Fue fabricado, vendido y comprado, sólo para ser detentado. Lo prestaron, pero nunca fue devuelto. Se lo incluyó, con descuido, como parásito fútil de un acervo insignificante.

Estuvo, desde entonces, en ese hogar y nunca produjo nada. Sus golpes tuvieron un mero destino: clavos, frutos secos y otras minucias.

Dentro de la casona los niños, a veces, lo usaban para jugar. Fuera de eso, siempre así, ocioso, indolente, ineficaz, humillado de reacción propia.

No odia.

En esa casa se oficiaron siete velatorios, la conmemoración funesta de siete muertes. Entre tanto él, permanecía olvidado e indiferente: el desprecio en ambas direcciones.

Años de descanso vano, en el patético caserón, cuya única sobreviviente anhela la muerte por vejez.

La anciana, la que alguna vez fue la menor y hoy es la única, aguarda el final con paciencia decadente. Espera, imperturbable, como él.

Ella tampoco cumplirá su designio de muerte serena.

Su dueña lo olvidó. Ella, en la casa y él, en una caja con otras herramientas, en la misma casa.

Hay, en ese cajón corroído y marginado, otros objetos que impiden cerrarlo: picaportes de puertas que ya no existen, canillas, tornillos, pinzas, una foto, mechas y otro martillo más pequeño y precario. Se apretujan en silencio, se cohabitan impasibles.

La vieja lo ignora o lo desdeña. Es mutuo.

Por fin, alguien se aferró de su mango de preciosa madera. Lo indultó de su caja oxidada, lo hizo menear con movimiento trémulo y lo condujo hasta el dormitorio.

Su cabeza de acero sueco se estrelló contra la frente de la mujer dormida. Se humedeció, pero no rehúsa su sorpresiva utilidad, no la repele. No sabía que era suficiente para matar.

Ahora yace. No fue capaz de fabricar, reparar, ni erigir obras o esculturas.

Fuerzas desconocidas y el encadenamiento fatal de los sucesos le impidieron acatar su cometido, la obligación moral de toda herramienta.

Él no lo ignora. Se arrellana, otra vez, ocioso y cubierta su cabeza de herrumbre y sangre seca, en un depósito judicial, junto a pistolas, objetos robados y puñales.

Sabe, inerte, que no cumplirá su destino de constructor, no.

Y espera.








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viernes, 16 de octubre de 2009

EL POEMA DE HOY


ABRIDOR DE SURCOS

de Rubén Héctor Ferrari*




Quizás te envidio un poco

el tiempo que has vivido,

sencillo pionero.

Y me ubico, irreverente, en esa época

de sublimes empresas y de sueños,

cabalgando en ilusiones

de nostalgias que fueron...

Es tu mundo callado el que yo busco

porque anhelo la esencia de tu sino

como el viajero que advierte su retraso

sin poder alcanzar lo que ya ha sido.

Me has dejado el sabor de tu aventura

en señales de surcos,

en rumores de acequias

y labradíos de trigo.

Pero estás siempre más allá

de la punta de mi arado

orientado hacia el sur

de tus pasos sin ruido.

Y añoro el momento que atrapaste

en el instante justo

de otros designios...

Adivino tu mano creadora del ladrillo,

el fogón de tu casa

y la risa de tus hijos.

Y te veo concebir tus palas

y tus mesas largas

y tus velas de sebo

y tu confiado silbo...

Te presiento cultivando en himnos

el mañana desde el que yo vuelvo

para añorar los muros

y las calles anchas

de tu mismo pueblo.

Y toco las tapas gastadas

de tu vieja Biblia

buscando los olores

del sudor labriego

y la esencia

de tus mismos sueños...

Advierto así mi demora en el tiempo

y tu hora lejana

y mi afán sin remedio.

Por eso envidio un poco tu ocasión,

pionero;

por ser el inspirado abridor

de surcos

y de riegos.

*Rubén H. Ferrari Doyle (Gaiman - Chubut) es Profesor en Letras (UNPSJB) y miembro del Gorsedd del Chubut.









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miércoles, 14 de octubre de 2009

EL CUENTO DE HOY

HOMENAJE A JUAN B. VALLÉS, A UN MES DE SU FALLECIMIENTO


Silencioso, como su andar, Juan fue despidiéndose del aire marino, de su amado estudio en la planta alta de su casa en la costa, seguramente de cada uno de sus libros…, aquellos que atesoraba con infinita pasión. Juan caminó las orillas de su playa, imaginó Xavea en una costa lejana, se emocionó con cada nieto, admiró a Borges… Se detuvo a observar, con el mismo afán en su emoción, tanto el gesto surcando el rostro del dolor como la amplia sonrisa del labriego al recoger de su tierra el fruto gestado. El privilegio de su amistad me enorgullece, su recuerdo me insta a rememorar de él su sonrisa más perfecta, su mano siempre tendida, la claridad en su mirada… El mañana sin Juan es eso y son sus versos, aquellos publicados y también los otros, los cuentos que más amaba, sus infinitos borradores… aquellas novelas que aún esperan; y este cuento… solo un retazo de la obra literaria de Juan Bautista Vallés.
A un mes de su partida

Con profundo dolor

Olga Starzak





Refugiados



Habían caminado todo el día. No recordaban cuándo el sol iluminó la tierra. Sí, veían, cómo estaba por dejarla.
Sentían los pies cansados, hinchados, la boca hacía sentir su sequedad, pegando la lengua sobre el paladar. Y las encías clamaban por algo líquido. Ya la sed había tapado el hambre que era ya tanta que ni las tripas protestaban. Un hombre y un niño seguían la marcha al ritmo de la caravana para no quedar solos, aislados, que era la última etapa de este castigo. El último abandono de la raza humana. Unas veces se tomaban de la mano, otras caminaban juntos, siempre uno al lado del otro. La tierra era dura, más bien agrietada y con un follaje escaso que tímidamente aparecía sobre el suelo.
Pero podía ser tierra colorada, arcillosa; o bien pantanosa e insaciable. La superficie podía ser de arenas sueltas o sólidas y las plantas tupidas como en la selva, o con la ausencia inacabable del desierto.
El escenario es igual, es intrascendente cuando el drama lleva a las orillas del horror. Que estas veces coincide con los límites del hombre mordiendo, casi, a las bestias.
El humano cubre todo de su propio horror.
Como no importa mucho la tierra, el escenario, los decorados térreos, tampoco importa el nombre. Estos lugares pueden llamarse Vietnam, Corea, Filipinas, Europa, América, África, o Kosovo. El nombre es solo una estación en este andar empapado en miedo.
Próximos a ellos otros tienen la oportunidad de morir y matar. Son los que elaboran odios y los descargan. Los que pelean, sabiendo o no por qué. Los que tienen alguna actividad en este juego por alguien desencadenado. Son los Caín buscando su Abel.
Algunos son empujados de aquí a allá, por razones tan superiores que nunca entenderán. A veces por armas amenazantes, otras por elementos indomables como el agua y el fuego, las sequías y los vientos. La sangre y los miedos, el hambre y la sed. Comienzan a estar tras ellos con uniformes exteriores y mentales. Los azuzan, los apuran, los empujan.
Es una larga columna de buscadores de refugio, que repta siguiendo las desigualdades de la tierra. Una columna que se pierde y que puede ser una víbora fugitiva o un cordón umbilical tratando de asirse al género humano.
Esta es la fila visible, compuesta de cuerpos. Por sobre ella hay otra invisible que son las almas que corresponden a esos cuerpos y que están prestas a abandonarlos.
Cae el sol, que indiferente cumplió su ciclo diurno y la caravana se detiene.
Son miles de miserables inmersos en situaciones paridas por otros hombres. Sin destino, sin información, sin bienes, sin documentos, sin otra cosa cierta más que tratar de vivir. Como sea, pero respirar.
Es la última condición de vivos que mantienen.
Avanzan un hombre y un niño. Unas veces se toman de la mano, otras caminan juntos, siempre uno al lado del otro.
Sobre una piedra más o menos grande el mayor de los dos se sienta. mira el cielo para no mirar en derredor. Hay algo aún de azul en la limpia perspectiva del firmamento y es mejor que pasear la mirada por la caravana de la miseria y el espanto.
Casi a sus pies se sienta el chiquillo, negra su cara y también sus manos.
Él sí observa la procesión, si bien le parece cada día un poco más siniestra.
De pronto se miran a los ojos. El abuelo sabe que el nieto quiere comida, agua, descanso, seguridad. Nada que él le pueda dar.
Y entonces unas lágrimas van cayendo lentamente por el rostro lleno de arrugas, como queriendo hacerse canal en la piel avejentada. Y solloza y llora ya abiertamente porque la desesperación y la impotencia le roban hasta el último pedazo de dignidad que es ocultar su llanto.
Llora aunque sabe que las lágrimas no le hacen dar frutos a la tierra y pocas veces a los corazones.
El niño también llora cuando ve que el anciano lo hace. Quizás le dieron ganas a él también. Y nada le cuesta hacerlo a cara descubierta, porque aún la vergüenza no le ha llegado. Llora por su madre y su hermana que no sabe dónde están; por su padre al que alguien robó una pala de la mano y en ella colocó un fusil.
Por el abuelo fuerte que ahora se desploma.
Por el sol que ilumina todo, menos oscuridades íntimas que nos dominan y nos hace engendrar estos hechos.
Llora por nuestra condición de humanos, crueles hasta con nosotros mismos.
Llora por los que lloran y por los que hacen llorar.
Llora por nosotros.
Por todos.

Juan Bautista Vallés Desde el Sur esquina Viento Biblioteca Popular Agustín Álvarez - Trelew Chubut - 2004







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viernes, 9 de octubre de 2009

LA NOTA DE HOY



UN GAUCHO PATAGÓNICO EN LOS TIEMPOS DEL FORD T

Por Jorge Gabriel Robert

El Ford T modelo 21 zigzagueaba por la actual ruta 1 con destino a Camarones. Por el costado izquierdo, las Islas Blancas bordeadas de espumante blanco sus riberas, muestran las primeras aves migratorias marinas, en una algarabía de gritos, intercambiando picotones a diestra y siniestra con las amas de casa, las gaviotas. Buscan un lugar para su nido y sus pichones.

En la costa, las aves más pequeñas, pájaros de tierra llegados de un largo viaje; el chorlo, la corralera, preparan sus nidos en la parte alta donde el color de sus huevitos se confunde con el fino canto rodado, haciéndose invisible para el hombre y quizás otros predadores que gustan ese manjar. Sin embargo algunos polluelos ya han roto su casita y, confundidos en el incipiente prado verde con flores a la vera del camino, corren por el sendero sinuoso hecho por los carros de entonces. El Ford T modelo 21, detiene su marcha a cada instante, preocupado el conductor, evitando pisar alguno de los inocentes y casi invisibles nuevos habitantes que, una vez en condiciones su plumado cuerpecito, regresarán con sus progenitores a su lugar de origen.


Un sol de primavera va proyectando sombras sobre el mar que parece de aceite por la quietud, mientras se va tiñendo de azul oscuro; las aves de la Isla continúan con sus gritos, activando la pesca en el cardumen de pejerrey que se acerca. En el camino, el Ford T se ha detenido; un hombre de mal aspecto solicita ser transportado hasta el pueblo donde se ven brillar las primeras luces. A juzgar por los atuendos que lleva en su hombro, no hay duda, es un linyera.
El chofer, que no va solo, hace subir en la cajita de atrás a su compañera, su esposa que se sienta junto a sus dos hijos, una nena y un varón menor. El inoportuno personaje es invitado a subir junto al chofer, quien una vez en el poblado, se dirige a la comisaría, habla con el comisario para que esa noche hospede por ahí a su improvisado pasajero, ofreciendo a la vez algún dinero para el gasto de comida. Al día siguiente cambia un neumático pinchado, carga en el comercio un cajón de nafta (2 latas de 18 litros), con letras grabadas a fuego que dicen: MADE IN UNITED STATES OF AMERICA, algunos víveres y con su familia vuelve al hogar por el mismo camino, hacia un establecimiento ganadero que fundaron sus padres en puerto Santa Elena. Pero, ¿quién era el atribulado personaje que evitó pisar un pichón de pájaro y que en su coche, lleno de familia permitió subir a un vagabundo tan solo por tratarse de un ser humano? Era tan solo un gaucho. Un gaucho de bombacha, botas y cuchillo en la cintura, pero no hijo de aborigen y español como se solía reconocer al gaucho, sino hijo de inmigrantes franceses que llegaron muy jóvenes a Argentina y se casaron. Él era el primer hijo de seis que completaron la familia. Y además, era mi padre. Yo, el más pequeño que iba en la cajita del Ford T con mamá y hermanita.


El regreso no es igual porque debe cortar campo, o campo traviesa lejos de la ribera, donde pululan los pichones de aquellas pequeñas aves migratorias a que aludimos y que arrastran sus alitas contra el piso en actitud amenazante, enfrentando esa mole ruidosa que para ellas sería el Ford T mod. 21, con su poderoso motor.
En la estancia, varios vecinos festejan alborozados la llegada del único vehículo a motor que les ayudará a distribuir rollos de alambre, entre los campos recién poblados y en plena colonización.
El cuidado de hacienda lanar en campo abierto significa un esfuerzo sobrehumano y es necesario alambrar. Nuestro gaucho, a quien los vecinos llaman “el maragato” por haber nacido en Carmen
de Patagones, les sonríe mientras rodea el fogón y el asado de capón con que lo esperan. Cuenta el viajero que debió destrampar un gato montés que alguien cazó por su piel.


El Ford T mod. 21 ya está listo para llevar a la ruta a varios “buscadores de oro”, no de las minas, sino de la ribera del mar, pues suponen que de acuerdo a los vetustos mapas que poseen, hay un tesoro enterrado por piratas perseguidos y es necesario encontrarlo. El gaucho, o el maragato como quisieran llamarlo, o el matemático, cuando cubica el bañadero de todos los vecinos a efectos de aplicar el antisárnico adecuado en el agua, o el filántropo, cuando acepta en la mesa familiar a los buscadores de oro, hombres de baja catadura; muchos, escorias de las cárceles chilenas que fueron librados a combatir en la guerra del pacífico en 1876, siempre prontos a desenvainar la navaja, pero hambrientos y atentos a la hospitalidad bíblica del gaucho en su morada.
La dignidad, la hospitalidad y el apoyo moral hacia su coterráneo, fueron valores que el gaucho brindó como aporte a la civilización rápida de esta Patagonia que elegimos para vivir.








miércoles, 7 de octubre de 2009

CARTELERA CULTURAL



Carmen Larraburu expone en Alto Río Senguer

En el marco de la III Feria del Libro organizada por la Biblioteca Popular “Dr. Enrique Perea” y la Escuela Nº 106 del Senguer (Chubut) cuyo lema es diversidad cultural.

Sábado 10 de octubre a las 15, 00 hs:

Apertura del Aula 1: Muestra de Pinturas

Serie: “Ecos de los Centauros " / Serie:”Desde el Puerto de Rawson" /Serie Ilustrada: "Sueño de Tomón" Charla con los asistentes sobre el origen del trabajo artístico: El caballo y el sueño criollo - El Puerto y su paisaje - El Mudai y la poción de los pueblos. (Sueño de Tomón ) - Se aceptan preguntas.



Expositora de Playa Unión en la ciudad de Mar del Plata

En el marco del 5to. Encuentro Cultural de Mar del Plata 2009 inaugura muestra pictórica el 14 de octubre a las 20 horas la pintora Carmen Larraburu, en la sede de la Asociación de Empleados de Casinos Provinciales en la ciudad de Mar del Plata.

El evento cultural se llevará a cabo entre los días 14 de octubre hasta el 1º de noviembre. Los padrinos culturales son la Sra. L. Peretz y Sr. Carlos Rottemberg .

Las exposiciones y espectáculos artísticos se realizarán en las salas de exposiciones. Cuentan con 10 sedes culturales, entrada libre y gratuita.

Participan artistas de varias latitudes, nacionales e internacionales. Son varias las disciplinas que conjugan esta fiesta cultural.