BORGES Y LA PATAGONIA
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
“Amigo Bianchi: he nacido el año 1900 en Buenos Aires, en la entraña
de la ciudad (calle Tucumán esquina Esmeralda). He viajado por Inglaterra,
España, Portugal, Villa Urquiza, Montevideo, el Chubut y San Nicolás de los
Arroyos...”
Así comienza Jorge Luis
Borges la carta que en 1925 dirige a Alfredo Bianchi, director de la revista
“Nosotros”; publicación en la que colabora. Esta frase es la punta del hilo que
permite dilucidar el origen del poema “Jardín”, escrito por el autor de “El
Aleph” en “Yacimientos del Chubut, 1922” e incluido en su primer libro, “Fervor
de Buenos Aires”; una madeja que ya fue desovillada por la renombrada escritora
chubutense Angelina Covalschi en la tercera edición, corregida y aumentada, de
“La novela de Borges”. Allí agrega el capítulo “El viaje a Comodoro Rivadavia”; donde
narra, en forma de ficción pero apoyada en los datos históricos pertinentes, la
tournée familiar de los Borges por la zona en el verano de 1921.
Enlazando su prosa con
los versos de “Jardín”, toma el que dice “... el triste mar de
inútiles verdores”, para poner en boca de Borges, cuando abandona esa “tierra
de leyendas” al cabo de varias semanas, esta opinión: “...el mar me
pareció otro. Ese mar, el mar de Valery, “el mar, el mar, el mar siempre
empezando” estaba quieto. No sé por qué sentí que era un mar triste”.
El poema en sí requiere algunas consideraciones. En
principio, es una de las primeras apariciones de un tema que lo seguiría a lo
largo de su vida: el jardín, como espacio físico y metafórico, que surge en
varios momentos de su obra. Por ejemplo, en el cuento “El jardín de los
senderos que se bifurcan”. Por otro lado, no habla aquí de los domésticos
parterres porteños, sino de un vergel muy especial, rodeado de un entorno
agreste que despierta su sensibilidad. Lo dibuja con trazos impresionistas y,
contrariando a los zoilos del paisajismo, mienta el yerto escenario: “Lo
asedian vanamente / los estériles cerros silenciosos / que apresuran la noche
con su sombra”.
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Otro punto a tener en cuenta: refrenda
el poema con el lugar y la fecha donde lo escribió, un procedimiento que emplea
en contadas oportunidades. Tan escasas que inclusive han sido objeto de
estudio. La fuente de inspiración debe haber influido mucho en el espíritu de
Borges para que haya dejado una constancia tan precisa de ella. ¿Algo más? Sí,
que el poema sobrevivió a las podas que Borges realizaba en las sucesivas
ediciones de sus obras; pese a ser una pieza anómala en un libro consagrado a
Buenos Aires. Sin dudas, tenía un sentido especial para el escritor.
Borges vuelve a recordar
el sur argentino en los dos poemas que dedica a las Malvinas. Sin embargo, son
producto de un contexto totalmente distinto; en ellos hace hincapié en la faz
humana del tema y deja de lado el paisaje, salvo alguna breve referencia a su
condición nívea. En “Juan López. John Ward” dice al pasar: “Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen”; en tanto en
“Milonga para un soldado”, su protagonista “vio lo que
nunca había visto/ la nieve y los arenales”. Esos versos recuerdan a otros
de “Jardín”: “sitiados por
jadeantes singladuras / y por las leguas de temporal y de arena”.
Pero existe
un documento que da un dato preciso de la relación de Borges con la Patagonia.
Se trata de la extensa interviú que Paul Theorux efectúa al escritor, durante
su estadía en Buenos Aires previa a la excursión a bordo del “Trochita”. Borges
habla sobre diversos asuntos; y en varias oportunidades se extraña de la
ansiedad de su entrevistador por visitar la Patagonia. Finalmente, a instancias
de éste, explica el motivo de su actitud: “Es un lugar desolado. Un lugar muy
desolador”. ¿Es el recuerdo que quedó de su juventud? Sus palabras parecen ser
repetidas años más tarde por Jean Baudrillard. “Conozco Australia y el desierto
norteamericano, pero presiento que la Patagonia es la desolación de las
desolaciones”, dice el filósofo en el reportaje que le hacen Pablo Chacon y
Jorge Fondebrider en 1996 para el diario Clarín.
Cuando comencé a escribir esta nota creí que pronto
encontraría material para redactarla. Supuse que indagar en el motivo que llevó
a Borges a incluir un poema dedicado a la Patagonia en un libro que, él mismo
confiesa, homenajea a su ciudad de Buenos Aires, sería atrayente para los
estudiosos. Pero no fue así. El silencio y el desinterés rodeaban el asunto.
Hasta que leí la novela de Angelina Covalschi, que investiga el suceso, lo
relata con plástica prosa; y lo divulga entre los lectores. El episodio
patagónico de Borges fue ignorado por la mayoría de sus biógrafos; autores,
según se dice, de una bibliografía casi tan numerosa como la dedicada a
Shakespeare. Tenía que ser una escritora patagónica quien lo rescatara del
olvido.
Nota: Agradezco a la Sra. Angelina Covalschi, autora entre otras obras de “La
novela de Borges”, “Monsieur el rey” y “Las dunas”, el gentil aporte de la
información imprescindible para redactar la nota. También a Carlos Ferrari,
cuyo comentario al artículo “Un mundo en el que Trelew no existiría” dio pie al
presente trabajo. Por su parte, la Sra. Margarita Borsella, autora de
una autobiografía premiada en el concurso de la Biblioteca Berwyn de Gaiman y
en un concurso internacional en México, se interesó por el tema, promovió su
estudio y obtuvo datos de mucho valor para ampliar estas líneas.
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