DESARRAIGO EN EL DESARRAIGO
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
El desarraigo, palabra compañera de la emigración, siempre inspiró a la Literatura; y no podía ser menos en la Argentina, país de extrañamiento. Las migraciones internas, dentro de las fronteras de un estado, provocan desasosiego. Sin embargo, esos horizontes no son “tan lejanos”; puede haber separación afectiva, pero existe continuidad jurídica, de lenguaje e historia, que dan sensación de seguridad al migrante y mitiga las saudades. En cambio, si el éxodo es allende los límites políticos de la patria, el desarraigo se presenta en toda su crudeza. Sumando las dos situaciones, los inmigrantes que llegados a su nuevo hogar permanecen en él un tiempo y luego deciden probar suerte en otro lugar, surge una hipérbole de la migración; un doble desgarro emocional. Es el desarraigo en el desarraigo.
La Colonia Galesa del Chubut presenta muchos ejemplos de esta diáspora duplicada. Desde el principio, algunos de sus integrantes no dudaron en buscar mejor fortuna en otros sitios. Los primeros deben haber sido los colonos que fueron a poblar la boca del Río Negro, en proximidades de Carmen de Patagones; episodio que atesora la historia maragata. A lo largo de la vida de la Colonia, individuos aislados o familias partieron hacia otros lugares de la nación, como la Colonia Pájaro Blanco en Santa Fe, o a otras naciones. Por ejemplo, Canadá y Australia.
Sin embargo, las primeras emigraciones masivas se producen a partir de 1884, cuando quedó expedito y reconocido el camino a la cordillera. El poblamiento del Cwm Hyfryd está relatado en varias obras, como “1902” y “Trevelin” de Jorge Fiori y Gustavo de Vera, “El valle 16 de octubre y su plebiscito” de Virgilio González; y “Hacia los Andes”, de Eluned Morgan.
La segunda gran emigración desde la Colonia fue en 1886, hacia Sauce Corto; luego llamado Coronel Suárez. Ya hablamos de ella tiempo atrás, en el artículo “Intermezzo bonaerense”. La describe en detalle una publicación del Museo Camwy, realizada por Tegai Roberts; en tanto el periodista, escritor e historiador Horacio Dos Santos le dedica un capítulo de su obra “120 años en la historia de Coronel Suárez”.
Con respecto a la colonización de Sarmiento por los galeses, el tercer movimiento en orden cronológico, es un episodio menos tratado por la Literatura. Las primeras familias galesas se asientan en la región de los lagos hacia 1898. En 1902 había dieciocho grupos familiares en la zona, once de los cuales eran de origen galés.
Y cuarta fue la emigración que llevó a un numeroso grupo de colonos a la Isla de Choele Choel y sitios aledaños del Alto Valle, a partir de 1902; proceso descripto en forma exhaustiva por Dora Martínez de Gorla, en su ensayo “La colonización del riego en las zonas tributarias de los ríos Negro, Neuquen, Limay y Colorado”. La autora alaba a los galeses. Entre otras cosas dice: “... el ingeniero Owen y sus galeses... se perpetuarían en la historia de la Isla Grande de Choele Choel, como los grandes constructores de canales, cuyas obras fueron las únicas que por muchos años sirvieron a la irrigación de las parcelas agrícolas...”
Se dice que Carmen de Patagones es “madre de ciudades”, pues de allí salieron varias expediciones a fundar sendas poblaciones. Igual podemos decir de la Colonia Galesa del Valle del Chubut; origen de -al menos- cuatro núcleos urbanos. Pero el objeto de esta nota no es desarrollar un tema geopolítico, sino indagar en la psicología de esos colonos que se alejaron de su patria, arribaron a una nueva tierra para radicarse; y allí, a pesar del “hiraeth” que por cierto los acongojaría, tuvieron ánimos para seguir viajando en busca de su lugar en el mundo.
Este proceso no es privativo de la historia chubutense ni patagónica. El desarraigo está en las bases del ser humano. Porque... ¿qué es la historia de la humanidad sino una perpetua emigración? Que comenzó hace cien mil años, cuando unas bandas de homo sapiens dejaron su terruño, África, para poblar el Medio Oriente. Allí, vaya a saberse por qué, se separaron. Tal vez unos persiguieron el sol hacia el poniente; otros lo buscaron hacia el levante. A los primeros, al cabo de un tiempo, los detuvo la orilla de un mar; y allí se asentaron, morando esa gran península generación tras generación; acumulando un acervo cultural enriquecido con el paso del tiempo. Los otros continuaron caminando.
Llegaron al Asia... y siguieron marchando. Arribaron al estrecho de Behring, que atravesaron a pie... y persistieron en su marcha. Ahora hacia el sur, la única dirección que les permitía esa tierra ahusada a la que habían llegado, rodeada por océanos. Se desgajaron en el camino; pero unos grupos llegaron, por fin, al extremo más austral, casi donde se había refugiado el hielo de las glaciaciones. Y allí, doce mil años después, los volvieron a encontrar sus congéneres - aquello de los que se apartaran milenios atrás - que ya dominaban la técnica de navegar las masas de agua entre los continentes.
Fue un reencuentro de hermanos. Pues es esa, y no otra, la maravillosa historia de la humanidad.