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lunes, 5 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY



RESONANCIAS


Por Carmen Nora Gutiérrez de Castellano (*)





Futalaufquen, resuena en mis oídos
la voz inmemorial de aquella raza,
la dueña de tus aguas y que hoy pasa
sumergida en el lago del olvido.

¿Es tu silencio un grito que se clava
como una lanza en descubierto pecho,
o es lamento de un pasado en acecho
que en tus aguas se purifica y lava?

Futalaufquen, me entrego a tu silencio
y a la voz mágica de tus ancestros,
soy una piedra más, tal vez el eco

de la roca y el árbol que te abraza,
soy sangre y sentimiento de la raza
que pronunció tu nombre en canto y rezo.




(*) Escritora de Puerto Madryn, donde vivió 27 años; radicada en Buenos Aires. De larga trayectoria en la docencia secundaria y terciaria, en actividades culturales y de promoción de la lectura y escritura en la provincia del Chubut. Actualmente coordina el Taller de Lectura y Escritura "Buen Ayre del Sur", en el Museo Roca de la CABA. Obtuvo varios premios literarios en Chubut (Certámenes Literarios Provinciales 1982; 1984; Escritores Inéditos -1987. Cuadernillo Ministerio Educación de la Nación 2006). Publicó el libro "Entre Escalones y Zapatos"; Chiviricocó (Lit. Infantil). El poema “Resonancias” obtuvo un premio del Certamen Literario Provincial - Chubut-1984.



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martes, 30 de diciembre de 2014

LA NOTA DE HOY

RESEÑAS






“IMITACIÓN DE LA FÁBULA”  (*)

De Antonio Dal Masetto





        Uno de los rasgos distintivos de esta encantadora novela es el recurso a la representación alegórica y a la prosa poética. Vito es el hombre maduro que reflexiona acerca de su lugar actual en el mundo, cuando la propia historia personal empieza a desdibujarse en los laberintos insondables de una memoria que parece flaquear. La ciudad y las prietas paredes del departamento se han vuelto estrechas, asfixiantes. Siente que “el espejo estalla”: es la antesala de un peregrinaje destinado a combatir esa angustia repentina. En un arresto juvenil, el protagonista añora la posibilidad de tener “su propia roca”, que parece “remota e invisible”. Solo puede salvarlo su imaginación. Entonces, ¿por qué no salir a buscarla?

       De tal manera, la travesía por el bosque patagónico y el propósito de trepar hasta la cumbre del cerro se convierten en fecundas metáforas de la existencia humana.

      Internarse en la floresta –símbolo enmarañado de los misterios, las encrucijadas, los miedos infantiles– plantea retos permanentes: allí es muy fácil perder el rumbo, y la tarea de reencontrarlo, azarosa. El camino está sembrado de situaciones sorpresivas, a veces desconcertantes. Cada una de ellas implica una prueba a superar. Ante estas disyuntivas, la madurez recurrirá a la prudencia; la juventud, en cambio, encarnada en una niña precozmente endurecida por las circunstancias, actuará a fuerza de impulsos intuitivos y toques de rebeldía. Al unir sus senderos, la experiencia y la vitalidad conjugan una combinación eficaz para ir venciendo todos los obstáculos.

      Con el correr de las horas, el regreso al bosque del pasado se va perfilando como una experiencia sanadora. La memoria –aquella que en las primeras páginas anunciaba estar en retirada– ahora es el hilo de Ariadna que alumbra el camino del viajero y, al evocar los nombres sonoros de la flora austral (“coihue, lenga, maitén, ñire, radal, canelo, mutisia, amancay, notro, pehuén, taique, raulí”), recobra toda su fuerza. Esa misma memoria sabrá orientar los pasos de Vito hasta el anhelado refugio de la cumbre, donde aún lo aguarda un desafío inesperado.

      Un tono de indisimulada nostalgia recorre estas páginas. Detrás del fascinante discurso del narrador, el autor no tiene reparos en traslucir su propia voz.  No olvidemos que Dal Masetto transitó una etapa de su vida en Bariloche. Quizás por eso esta obra sea la que en mayor medida nos revela la interioridad del escritor, las marcas de un éxodo iniciado en Italia, en plena infancia; ese periplo que, en el plano espiritual, parecería insinuarse como un viaje inconcluso.

      Y como toda fábula encierra una moraleja, hay aquí una invitación a meditar en “los compromisos no asumidos, tantos compromisos dejados atrás”, dejándonos una saludable enseñanza: nunca es tarde para afrontar las nuevas responsabilidades que el destino nos plantea.


C.D.F.


(*) Novela – 139 páginas – 1era. Edición -  ISBN 978-950-07-4971-8 – Ed. Sudamericana, Bs. As., 2014.



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domingo, 28 de diciembre de 2014

EL POEMA DE HOY



DILUVIO

Por Gonzalo Salesky (*)



Una botella al mar, una plegaria…
es triste ver en qué me he convertido.
La sombra en los espejos, la espina en el ojal,
aquello que se lleva siempre dentro.

Un lápiz invisible o la tormenta
que encuentra su razón en el ocaso.
Allí, en la incertidumbre, te esperaré despierto,
sabiendo que me ignoras todavía.

Mi vida sin promesas se escapa
del lugar que ocupó desde hace tiempo.
Mi espíritu se queda sin aliento,
las ganas de volar pudieron más.

Hoy la distancia entierra hasta mi nombre
y al regresar parezco, más que nunca,
ese diluvio anunciado desde siempre,
aquella página que alguna vez fue tuya.




(*) Escritor nacido en 1978 en la ciudad de Córdoba. Estudió profesorado de matemática y trabaja como docente. Escribe poesía, teatro y narrativa. Publicó tres libros, titulados “2011” (poemas y cuentos, 2009), “Presagio de luz” (poemas, 2010) y “Ataraxia” (poemas y cuentos, 2011). Obtuvo distinciones en certámenes literarios de España, México, Venezuela, Argentina, Colombia, Estados Unidos y Australia. Su blog: http://gonzalosalesky.blogspot.com.ar. El poema “Diluvio” pertenece a su libro “Ataraxia”.

Además de la significativa calidad literaria de su extensa obra, por la que recibió numerosos reconocimientos; Gonzalo Salesky es presentado en Literasur por su particular relación con la Literatura regional: es hijo del escritor Aurelio Salesky Ulibarri; una de las principales figuras de las letras patagónicas.


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miércoles, 24 de diciembre de 2014

EL CUENTO DE HOY




ÉRAMOS FELICES

Por Pascual Marrazzo (*)




      Yo había estado jugando en la casa del Ernesto y luego junto con él, en lo del Tito. En las dos casas había preparativos para las fiestas, arbolito de Navidad, regalos y mucha comida, no entraba todo en las heladeras.

      Por eso que cuando llegué a mi casa la encontré rara, mi mamá todavía no había llegado de trabajar, como era Noche Buena iba a llegar tarde y yo tenía que retirar a la Teresa, mi hermana en lo de doña Tomasa, que como era la noche del niño Jesús, no la podía cuidar hasta tan tarde.

      Me pareció triste mi casa y no era que no tenía papá, sino que no tenía colores. Hasta el hule de la mesa estaba desteñido y no se le notaba el cuadrillée.
      Cuando fui a buscar a mi hermanita junté todas las flores que pude robar de los jardines, de esas que sobresalen para las veredas. Al volver las metí en una vieja botella de leche que hacía de florero. Ahora la casa tenía más color.

      La Teresa se había quedado dormida, así que aproveché para darle una mirada a nuestra heladera. Estaba la jarra de agua y en la puerta había tres huevos, “uno para cada uno” –me dije– y puse el agua a calentar en un tarro de duraznos, después los huevos, diez minutos y apagar. Mi mamá me lo había enseñado todo.

      Cuando ella llegó, yo ya los tenía pelados y había puesto la mesa. Tendrían que ver ustedes como se puso cuando vio las flores. Traía una bolsa de pan, un poco húmedo porque siempre le daban el del día anterior, pero esta vez era mucho y venía con una sorpresa, eran dos botellas de “naranjín”. Mi mamá peló unos dientes de ajo y los puso en un sartén con aceite, cortó el pan en rebanadas y lo comenzó a freír, después lo puso en una fuente y le rayó los huevos que había cocinado yo.

      Qué rico que comimos esa Noche Buena, y con “naranjín”...




(*) Escritor de Cipolletti.


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lunes, 22 de diciembre de 2014

LOS POEMAS DE HOY



POEMAS DEL LIBRO “CACTUS”

Por Jorge Curinao (*)



PAISAJE

A veces
a mí también me quisieron.
Era verano
y un pájaro golpeaba desde afuera.


PLAYA

Mi voluntad de ser traiciona al día.
Estoy parado al fondo de la noche.
Hay pobres atando sogas,


HECHIZO

La muerte se sienta al lado
y me dice:
te ves como recién nacido.


BALADA DEL BUEY SOLO

Me recuerdo saliendo por los desiertos
y encontrando rostros que no eran míos
rostros que no fui
¿cómo no pude acostumbrarme a los rostros?
¿cómo no pude acostumbrarme al paisaje?
debí ser fuerte como un sueño de metal
para que no se duerma la espera
para decir una frase verdadera
para decirme un canto como un animal
quiero decir:
la casa ya no es grande
los niños no están
necesariamente no están
en este instante
es más terrible la belleza del mundo
así
sin fantasmas que alimentar
sin sueños cayendo en el desierto
sin ventanas
rostros de mí.




(*) Escritor de Río Gallegos.
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