ÉRAMOS
FELICES
Por Pascual Marrazzo
(*)
Yo había estado jugando en la casa del
Ernesto y luego junto con él, en lo del Tito. En las dos casas había
preparativos para las fiestas, arbolito de Navidad, regalos y mucha comida, no
entraba todo en las heladeras.
Por eso que cuando llegué a mi casa la
encontré rara, mi mamá todavía no había llegado de trabajar, como era Noche
Buena iba a llegar tarde y yo tenía que retirar a la Teresa, mi hermana en lo
de doña Tomasa, que como era la noche del niño Jesús, no la podía cuidar hasta
tan tarde.
Me pareció triste mi casa y no era que no
tenía papá, sino que no tenía colores. Hasta el hule de la mesa estaba
desteñido y no se le notaba el cuadrillée.
Cuando fui a buscar a mi hermanita junté
todas las flores que pude robar de los jardines, de esas que sobresalen para
las veredas. Al volver las metí en una vieja botella de leche que hacía de
florero. Ahora la casa tenía más color.
La Teresa se había quedado dormida, así
que aproveché para darle una mirada a nuestra heladera. Estaba la jarra de agua
y en la puerta había tres huevos, “uno para cada uno” –me dije– y puse el agua
a calentar en un tarro de duraznos, después los huevos, diez minutos y apagar.
Mi mamá me lo había enseñado todo.
Cuando ella llegó, yo ya los tenía pelados
y había puesto la mesa. Tendrían que ver ustedes como se puso cuando vio las
flores. Traía una bolsa de pan, un poco húmedo porque siempre le daban el del
día anterior, pero esta vez era mucho y venía con una sorpresa, eran dos
botellas de “naranjín”. Mi mamá peló unos dientes de ajo y los puso en un
sartén con aceite, cortó el pan en rebanadas y lo comenzó a freír, después lo
puso en una fuente y le rayó los huevos que había cocinado yo.
Qué rico que comimos esa Noche Buena, y
con “naranjín”...
(*)
Escritor de Cipolletti.
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