EL CAMINO DE LOS RIFLEROS
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
La Colonia Galesa del Chubut se expandió hacia el oeste en forma abrupta. Luego de poblar el Valle Inferior, los colonos fundaron su siguiente establecimiento en la cordillera; a seiscientos kilómetros de la costa. Este “salto cuántico” se explica por la presencia, entre ambos puntos, de la meseta central chubutense; entorno desértico de clima extremo que no alentó, al principio, su ocupación.
Los primeros viajeros que atravesaron la planicie en el verano de 1883 a 1884, fueron los mártires Richard Davies, John Hughes y John Parry; junto con John Daniel Evans, el cuarto explorador que salvó la vida gracias a su caballo Malacara. Pero quienes allanaron en forma definitiva la vía entre el valle y las cumbres andinas son el Teniente Coronel Luis Jorge Fontana y los Rifleros. Su expedición recorrió gran parte del Territorio del Chubut entre octubre de 1885 y febrero de 1886. La empresa se describe en el “Viaje de exploración en la Patagonia austral”; de Fontana y en el “Diario de viaje de la expedición de los rifleros” de John Murray Thomas. Más tarde, dos escritores recordaron la gesta en sus obras de ficción: Carlos Ferrari con “El riflero de Ffos Halen” y Ángel Uranga en “Diario apócrifo de un riflero”.
Iniciada a partir de 1888 la colonización del Cwm Hyfryd desde Dyffryn Camwy por el mismo John Murray Thomas, aventura que dio lugar a otro “Diario” suyo, comienza un movimiento continuo de transeúntes entre ambos puntos. El periplo, conocido como “la larga travesía”, fue descripto por Eluned Morgan en su libro “Hacia los Andes”; y luego rememorado por Jorge Alberto Miglioli y Sergio Daniel Sepiurka en el volumen “Rocky Trip”.
Con el tiempo, la huella de carros marcó un trazado sobre el cual Arthur Hainge, siendo aún gobernador Fontana, construiría el primer camino. Hainge llevó en una libreta su “Diario”. Su publicación en una versión bilingüe inglés–castellano está prevista por su sobrina nieta, Nancy Humphreys; quien donó la libreta original al Museo del Molino Andes, en Trevelin.
A caballo de la estrada comienzan a establecerse las estancias; y más adelante, las estaciones de servicio y los paradores para el excursionista. Años después, el ripio dejó lugar al pavimento; y se pudo hacer en menos de un día el viaje que en su origen demandaba un mes.
El itinerario de los rifleros es cada tanto revivido por un grupo de entusiastas que quieren mantener viva una tradición valiosa para el acervo cultural regional; y lo hacen, como sus antecesores, a caballo. Pero en forma diaria, parte de su marcha es realizada por numerosos automovilistas, algunos con fines comerciales, otros familiares y muchos turísticos; que a veces no advierten la historia y la estupenda geografía implícita en la travesía mesetaria.
El moderno trazado, pavimentado en su totalidad, se desarrolla sobre las rutas nacionales 25, 40 y un tramo de la provincial 259. No respeta en forma exacta la senda de los rifleros ni la de los carros de los pioneros; sin embargo su trayecto permite evocar muchos momentos de esas epopeyas.
Partiendo de Rawson, atraviesa el valle y sube a la meseta frente a Dolavon. Acompañado por el derruido terraplén del Ferrocarril Central, pasa luego por Campamento Villegas, sitio del fortín de 1883, Las Chapas, el acceso al Dique Florentino Ameghino y Alto Las Plumas, punta de riel del tren. Por un cañadón en el cual se abre la huella hacia el monolito de los mártires de 1884, desciende a Las Plumas y cruza a la margen meridional del Chubut. A poco de andar aparece el Cañadón Carbón, mostrando la veta de perlita motivo de su nombre; y, más tarde, las formaciones rocosas que identifican al próximo pueblo: Los Altares. Continúa el camino entre altos farallones, por un lado; y el Chubut, que en esta zona justificaría la hipótesis de que su topónimo en lengua teushen significa “transparente”, por el otro.
Luego de ascender a la meseta, no por la ardua “subida rocosa” de los galeses sino por una fácil pendiente pavimentada, la carretera se interna en un paisaje mineral de tierras verdes, blancas y amarillas; y bloques de basalto negro. Llega así a Paso de Indios, en cercanías de donde se aparta la ruta 12 hacia Gorro Frigio y Piedra Parada; el rumbo original de los rifleros. Siguiendo por el asfalto vienen El Pajarito, Cajón de Ginebra Grande, Cajón de Ginebra Chico y Pampa de Agnia. Aquí la “ruta vieja” se separa, y continúa su viaje hacia Colán Conhué y Arroyo Pescado; donde los bandidos Evans y Wilson asesinaron en 1909 a Llwyd Ap Iwan, quien dirigía la sucursal local de La Mercantil.
Continuando en cambio, según el criterio de esta nota, por la “ruta nueva” (algunos aún la recuerdan así), se pasa por el paraje El Jume. Después de un tramo entre lomas, el panorama se abre; y a lo lejos se distinguen las primeras nieves. Unos kilómetros más y se arriba a Tecka. Este lugar, donde no hace mucho se instaló el mausoleo del cacique Inacayal, señala el ingreso a la precordillera. Los cerros se van haciendo más altos y cambia la vegetación. Pronto el trayecto se acerca al río Tecka, cuyas arboledas presagian la abundante fronda andina. De súbito, un cartel anuncia que empieza “la huella de los rifleros”. Se abre allí la ruta 17, que, tras el derrotero aproximado de la caravana en 1885, discurre por la laguna Cronómetro, la ladera sur del cerro Nahuel Pan y las rocas desde donde se avistó el Valle 16 de Octubre. Luego, dejando atrás la tumba del Malacara y la histórica Escuela 18, arriba a Trevelin.
Pero este artículo sigue por la ruta 40; por lo que, alejándose del Tecka, encara la cuesta del Arbolito. A unos kilómetros se ve la mole del Nahuel Pan, con su casquete blanco; en tanto los rieles del “Trochita” se acercan a la calzada y no la abandonan hasta el final. Y, poco después, enmarcada por los cerros Nahuel Pan y “21”, y el Cordón Asunción como telón de fondo, surge la ciudad de Esquel.
La rutina de un viaje habitual del mar a las montañas, hace perder de vista el paisaje circundante. Bueno estaría realizar este itinerario previa lectura de los libros citados al inicio de la nota; que agregarán valor al paseo. El camino de los rifleros reúne belleza natural, tradición histórica y referencias literarias. Así como lo transitaron los jinetes de Fontana, descubriendo paso a paso sus secretos, merece también una recorrida atenta por parte del viajero moderno; que de tal manera disfrutaría de muchos aspectos que, a causa de la celeridad abrumadora de la posmodernidad, permanecen ocultos a la vera de la ruta.