DE LOS BUQUES Y SUS NOMBRES
Por
Jorge Eduardo Lenard Vives
Me gustan las fragatas, me gustan los veleros.
Me gustan los sonoros vocablos marineros
bauprés, obenque, jarcia, pañol, arboladura
bitácora, mesana, barlovento y amura.
(Juan Luis Gallardo, Las cosas)
Los nombres de los buques tienen algo de
exótico y misterioso. Sugieren largos viajes y puertos lejanos; tormentas en
altamar y costas remotas. No son ajenos en la originalidad al resto de la
pintoresca jerga marinera; con su vocabulario rico y eufónico.
La Patagonia, de extensa faz oceánica, es
visitada desde hace cinco siglos por navegantes de todas las latitudes; en
bajeles que a veces dejan sus restos en estas playas, otras, tan sólo el
nombre; y, en algunas ocasiones, ambos. Tanto el Balneario El Cóndor como la
Playa Unión, aluden a sendos naufragios. Otros topónimos, recuerdo de navío más
afortunados que sobrevivieron al temporal y la restinga, son Bahía Cracker, en
alusión al barco británico que visitó la colonia galesa en abril de 1871,
Puerto Deseado, que mienta la almiranta del corsario Cavendish, Canal de
Beagle, en referencia al bergantín que llevó a Charles Darwin alrededor del
mundo; y los montes antárticos Erebus y Terror, por los veleros de la
expedición de James Ross.
Cada tanto ocurre a la inversa; las
embarcaciones toman su denominación de los accidentes geográficos del sur. Es
así que la Armada Argentina tiene, o tuvo, naves como el “Cabo de Hornos”, el
“Bahía Paraíso” y el “Patagonia”; sobre el cual Sergio García Pedroche y Jorge
Félix Núñez Padin escribieron un texto. Sucede lo mismo con los cruceros que la
empresa alemana Hamburg Sud, entre 1922 y 1923, ordenó construir al astillero
Blohm & Voss – el mismo para el que trabajaría Hans Castorp, el
protagonista de “La Montaña Mágica” de Thomas Mann-; bautizados en honor de los
cerros de Tierra del Fuego: “Monte Sarmiento”, “Monte Olivia”, “Monte Pascoal”,
“Monte Rosa” y el malhadado “Monte Cervantes”.
La historia patagónica incluye la
presencia de naos de renombre, como el clíper “Mimosa”, que trajo a los colonos
galeses en 1865; el transporte “Villarino”, que repatrió los restos del General
José de San Martín en 1875, y que luego navegó el mar austral y zozobró en
cercanías de Camarones en 1899; o el cúter “Luisito”, construido por el
Comandante Luis Piedrabuena y sus hombres, para regresar al continente luego de
encallar en la Isla de los Estados en 1873.
Como es natural, la Literatura regional
se hizo eco de la temática e introdujo estos apelativos en sus obras. Pueden
citarse los libros “Mimosa. La vida y la época en que el barco navegó en
Patagonia” de Susan Wilkinson, “El naufragio del Virgen de Rosario”, de Alfredo
Lama, “Monte Cervantes y el Capitán Dreyer. Naufragio y muerte en el sur
argentino”, de Adriana S. C. Pisani, “Monte Cervantes, carta y recuerdos del
naufragio”, de Adrián Gustavo de Antueno Berisso, “Tras la Estela del Hoorn.
Arqueología de un naufragio holandés en la Patagonia” y “El Naufragio de la HMS
Swift”, de autores varios. Asencio Abeijón incluye un relato titulado “Incendio
y naufragio del Presidente Roca”, en su volumen “El guanaco vencido”. También
la ficción muestra sus ejemplos, como “Los náufragos del Jonathan” de Julio
Verne. Caso especial constituye la novela “Patagonia”, de Henry James; triste
historia a bordo de un buque que, pese a su designación, no navega en aguas
meridionales sino en el Atlántico norte.
Sin embargo, hay un ejemplo más curioso
en el que la región llega, a causa del tema de esta nota y con un tenue sesgo
literario, al ámbito mundial. En la novela “Drácula” de Bram Stoker, publicada
en 1897, el conde viaja a Inglaterra a bordo de la goleta “Démeter”. Al
culminar el viaje, casi toda la tripulación ha desaparecido; sólo permanece el
cadáver del capitán atado al timón. El filme “Drácula” de 1931, dirigido por
Tod Browning y con Bela Lugosi en el papel del siniestro personaje, muestra esta
infausta travesía. Para introducirla, aparece un cartel que indica con
claridad: “Aboard the Vesta – bound for England”.
La película se aleja del libro con este
rótulo; si bien ambas diosas terminan siendo hermanas. Démeter era la diosa
griega de la agricultura y la fecundidad (la Ceres latina); en tanto Vesta era
la diosa romana de la fidelidad y el fuego del hogar (Hestia en los mitos
helénicos). Pero, como dice Charles Fort al introducir el “Libro de los
Condenados”, “todo iría bien, todo sería admisible…”, es decir, el dato no
sería destacable, si no fuera que también se llamaba “Vesta” el vapor que en
1886 llevó un contingente de inmigrantes desde Gales al Chubut.
¿Por qué el director nombró de tan
distinta manera al lúgubre bastimento? Podría haber alguna explicación
hermética respecto a la simbología de las dos deidades; aspecto que sería tal
vez sólo del dominio de un pequeño grupo de iniciados. Aunque también podría
existir una interpretación más simple: que Tod Browning conociese una
embarcación denominada “Vesta”, quizás la misma que trajo a los colonos de
1886; y quiso evocarla en su filme. Sea como sea, la mención introduce una vaga
e inesperada remembranza de la Patagonia entre los cuadros de un clásico
universal del cine de terror.
Nota: El dato sobre el
nombre de Bahía Cracker está en el interesante y bien informado blog “Bahía Sin
Fondo” de Patricio Donato (http://bahiasinfondo.blogspot.com.ar)