CUANDO LA LECTURA ESCOLAR ERA UN ASUNTO SERIO
Por Carlos Dante Ferrari
Un feliz hallazgo en la
biblioteca de mi esposa me conecta con un pasado no tan remoto, aunque sí
envidiable. Se trata de un libro de lectura destinado a alumnos de 5º y 6º grados
de la escuela primaria.
“¿Alguno de ustedes ha
leído algún texto de Nicolás Avellaneda? ¿O del General San Martín? ¿O de La
Rochefoucauld? ¿Algo de la pluma de Domingo F. Sarmiento? ¿De Amado Nervo? ¿De
José Mármol? ¿Y de Daudet, Michelet o de Bossuet? ¿De Edmundo De Amicis? ¿O de
Gómez Carrillo? ¿Algo de Tolstoi? ¿Algún fragmento de El Quijote? ¿Algún poema
de Enrique Rodó, Rubén Darío, de Almafuerte o de Olegario Víctor Andrade?”
“¿Alguien sabe decirme
quién fue Benjamín Franklin? ¿Y Mariano Moreno? ¿Juan B. Alberdi? ¿Beethoven?
¿Pericles? ¿Napoleón? ¿Marco Aurelio?”
A fines de la década
del ´30, la mayoría de los chicos argentinos de entre 11 y 13 años habría
podido responder a estas preguntas en forma afirmativa.
Se trata del libro
titulado “Cien lecturas” (Editorial PLI, Buenos Aires, 1935), preparado por I.
Mario Flores —Director de Escuela Primaria de la Capital Federal— y José Mazzanti —Inspector Técnico de Escuelas
Primarias de la Capital Federal—. El libro era distribuido en forma gratuita
por la División Suministros del Consejo Nacional de Educación y estaba
destinado a iniciar a los escolares de nuestro país en el saludable hábito de
la lectura.
En sus 250 páginas
podemos encontrar una cuidada selección de temas y de textos variados, que
abordan breves biografías de personajes famosos, relatos y poemas de autores
consagrados, fábulas, lecciones morales y reseñas destinadas a explicar
nociones de cultura general (las aves, los romanos, la moneda, las montañas, la
libertad de imprenta, las bellas artes, la abeja, los árboles,
la maternidad, el ferrocarril, las libertades civiles ante la
Constitución; entre muchas otras materias).
El prólogo expresa un
desiderátum del que hoy mismo podríamos hacer una bandera en alto. He aquí
algunos párrafos. “Nuestro criterio es que
la lectura, en los grados superiores, además de la función particular
que le atañe, debe ser un auxiliar
constante de las materias que son objeto de la enseñanza diaria (…) Dicha
lectura (…) agregará nuevas ideas a las que el niño acaba de recibir; pero
ideas encaradas bajo otros aspectos, ya sea por lo pintoresco, ya sea por la
generalización que encierra. Es evidente que la enseñanza logrará así su máximo
provecho (…) Se notará que algunas lecturas
son más bien sugestivas, en función de narraciones truncadas, a fin de que el
niño se interese por conocer mayores detalles sobre un hombre o sobre un hecho,
y nazca en él el afán de instruirse, es decir, de leer”.
Al hojear las páginas
de la obra hallamos gratas sorpresas. Van a continuación algunos ejemplos.
Bajo el título
“Honradez cívica”, podemos encontrar la carta que José de San Martín le dirigió
al Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina el
30/10/1839, en la que declinaba el
ofrecimiento de ser nombrado como ministro plenipotenciario ante el gobierno de
la República del Perú. Las razones expuestas por nuestro héroe nacional harían
sonrojar hoy al más honesto de nuestros políticos.
En “Las virtudes de mi
madre”, Domingo Faustino Sarmiento desgrana tiernos recuerdos de su infancia
sanjuanina y resalta las calidades maternas, texto que cierra con estas líneas:
“Careciendo de pan para su boca; huérfana de escolar cultura, pudo humillar a
la sabiduría. Lo que soy es por ella; y soy la menor de sus obras.”
En “Afianzar la
justicia” (págs. 178/9) se leen conceptos como estos: “(…) para afianzar la
justicia en los pueblos no basta que existan leyes sabias y magistrados
prudentes; es necesario, sobre todo, que los ciudadanos tengan la costumbre de
acatar aquellas, más que por el temor a sus sanciones, por el convencimiento de
su virtud y por el respeto que inspira la prudencia de quienes las dictan y la
rectitud de quienes las aplican (…) La obediencia a las leyes se obtiene por la
educación, que aconseja el respeto a los bienes y a los derechos ajenos. Por
eso, solamente en los pueblos cultos puede ser la justicia una conquista social
efectiva (…) La historia nos enseña que
en las naciones poco civilizadas, donde no existe el respeto a las leyes, reina
el desorden y el malestar, porque nadie se siente seguro ni en su vida ni en
sus bienes.”
Los poemas, los
relatos, las lecciones morales son imperdibles. Cualquier adulto de hoy los
leería con toda fruición. Y cuando un alumno se topaba con alguna palabra
desconocida, el maestro le proponía que la buscara en el diccionario; un método
infalible para aprender su significado y memorizarlo para siempre.
Al fin llegamos a la
lectura número 100, que cierra la obra. Lleva por título “Se necesita un
muchacho” y dice así:
“Se necesita un
muchacho valiente y bondadoso; que no tenga miedo de decir la verdad, que no
mienta por nada ni por nadie; que quiera y respete a sus padres, a sus
hermanos, a sus amigos; que sea capaz de decir no y mantenerlo y decir sí
y cumplirlo; que esté resuelto a no fumar jamás y a no tener vicio alguno; que
prefiera estar en su casa ocupado en tareas útiles a andar vagando por las
calles; que pueda llevar la frente alta, por ser incapaz de cometer actos
indignos; que concurra asiduamente a la escuela; que se sienta orgulloso de ser
argentino y que, por serlo, cumpla honradamente con todos sus deberes en la
vida; que sepa labrar su independencia económica por el trabajo honrado, para
poder gozar de la libertad política y moral, ya que los hombre pobres y
necesitados tienen que depender de los demás y verse sometidos a la voluntad
ajena; que sepa respetar las leyes y que sea justo.
La Patria necesita
siempre a ese muchacho y lo necesita con urgencia”.
Les dejamos a ustedes meditar las reflexiones
que puedan haber despertado estos textos escolares de antaño y las
comparaciones con nuestra realidad actual.
Nosotros ya lo hemos
hecho; con no poca tristeza.