VAPOR "RÍO LIMAY"
MARINEROS DE AGUA DULCE
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
“Marinero de agua dulce”. Esta expresión se usa a veces en forma peyorativa. Sin embargo, en la Patagonia pueden recordarse avezados marinos para quienes la navegación fluvial fue parte importante de sus experiencias. El comandante Luis Piedra Buena, como maragato de ley, hizo sus primeras armas en el “Río de los Sauces”; según cuentan sus biógrafos Raul Entraigas en “Piedra Buena, caballero del mar”, Arnoldo Canclini en “Comandante Piedra Buena, su tierra y su tiempo” y Vicente Cimmino en “Piedra Buena. Un prócer desconocido y olvidado”. Y en el apogeo de su labor de custodio de la soberanía, amarra su buque en la isla Pavón; cuarenta kilómetros adentro del río Santa Cruz.
Surcar los cursos y los espejos de agua patagónicos siempre fue tentador para exploradores y pobladores; y la Literatura regional estuvo pronta a atestiguar estos esfuerzos. El río Negro fue el primero en ser navegado por Basilio Villarino en 1792, recuerda el escritor Jorge Castañeda en la nota “Los nautas del Río Negro”. Su diario de bitácora fue incluido por Pedro de Angelis en la “Colección de viages y expediciones à los campos de Buenos Aires y a las costas de Patagonia”.
Fundado el Fuerte de Carmen de Patagones, se transformó en un puerto notable para la región. Con el tiempo fue punto de partida para la segunda expedición que remontó el Curú Leuvú: la de Nicolás Descalzi, en 1833, durante la campaña del brigadier Juan Manuel de Rosas. En la obra “La Armada en la conquista del desierto” describe esa proeza el historiador especializado Enrique González Lonzieme; quién cuenta también que años más tarde se asignó el vapor “Choele Choel” para el cabotaje del río.
Hacia 1872, lo reemplaza un nuevo buque, el “Río Negro”, a órdenes de Martín Guerrico. Durante la Campaña al Desierto de 1879, Guerrico acompaña a las tropas del General Roca con el barco a ruedas “Triunfo”. Luego de esa tarea arriba a la zona otro bajel, el “Río Neuquén”. Al mando del teniente coronel Erasmo Obligado, las tres naves apoyan las expediciones terrestres realizadas en 1880 y 1881. Siendo jefe de la flotilla el teniente Eduardo O´Connor, en 1883 llega por vía fluvial al lago Nahuel Huapi. Pero esa es otra historia, que se contará unos párrafos más adelante.
Para esta época, los buques mencionados formaban la “Escuadrilla del Río Negro”, con asiento en Carmen de Patagones. A esos vaporcitos se agrega luego el “Río Limay”; mientras que su gemelo, el “Teuco”, se anexa años más tarde. Los buques dieron gran ayuda durante la inundación de 1899. Y la saga siguió, como se verá luego…
El Colorado, río símbolo de la región, fue también reconocido en su delta por el piloto Villarino hacia 1780. Más tarde fue surcado con dos botes, en todo el trecho utilizable, por Guillermo Bathurst; marino inglés que acompañó la expedición de Rosas. Tenía similar misión respecto a este curso que la de Descalzi para el Negro. Limitado por su magro caudal, no tiene muchos antecedentes náuticos más.
Pero el correntoso Santa Cruz sí permitió la navegación. Fue remontado por primera vez en 1834 por el almirante Fitz Roy, sin alcanzar el lago donde nace, con tres balleneras de la fragata “Beagle”. En 1873, el teniente de marina Valentín Feilberg, a bordo de una chalupa de la goleta “Chubut”, llegó hasta su naciente. En 1877, el perito Francisco Moreno realizó el viaje en una falúa, junto con el teniente Carlos Moyano; y reconoció, y bautizó, al lago Argentino. Luego de varios estudios hidrológicos, en 1938 y 1941 Eugenio Richard hizo sendos viajes desde Buenos Aires hasta el lago, en las motonaves “Santa Cruz” y “La Soberana”.
Por su escasa profundidad, el río Gallegos es poco utilizable. Sin embargo, tiene un puerto en la ciudad, treinta kilómetros dentro de la ría; donde a principios de la década del 50 comenzó a embarcarse el carbón de Río Turbio. Dado que la diferencia de mareas hacía necesario varar para poder cargar, lo operaban buques de tipo especial. Entre ellos se puede nombrar las naves “Teniente de Navío Del Castillo”, “Río Turbio”, “Río Gallegos”, “Capitán Panigadi”, “San Nicolás”; y el remolcador “Enrique”, abandonado en la costa desde 1983.
Respecto al río Chubut, si bien el pecio surto años atrás bajo el Puente del Poeta testimoniaba algún intento de empleo comercial, su uso fue recreativo. Así lo evidenciaron las recordadas “carreras de balsas” de los 70´ en su tramo inferior. Tal faceta deportiva tiene su antecedente en una excursión que en el verano de 1959 / 1960, unió El Maitén con Puerto Rawson. A bordo de las canoas “Tammy” y “Trapial Leufú” iban Elvio Hughes, Roberto Martínez Fidel Russ y Néstor Linder Jones. Éste último escribió el diario de viaje, publicado más tarde, junto con algunos relatos y poemas, por Julieta Prada; con el nombre de “Remando sueños”.
Otro pionero del remo en el sur fue Werner Schad; quien recorrió muchos de los cauces patagónicos. Entre 1980 y 1992 describió sus experiencias en los libros “Cruzando los Andes en canoa”, “En canoa por ríos patagónicos”, “Los ríos más australes de la tierra” y “Por ríos y rápidos de la Patagonia”.
Por su lado, casi todos los grandes lagos de la Patagonia posibilitaron la navegación. El que muestra una historia náutica más abundante es el Nahuel Huapi; a partir del arribo al lago de O´Connor con su lancha “Modesta Victoria”; cuya gesta narra Juan Lucio Almeida en la obra “Modesta Victoria”. Luego vinieron los vapores “Cóndor” y “Patagonia”; y más tarde la célebre motonave “Modesta Victoria”, construida en 1937 por encargo de la Dirección de Parques Nacionales. Uno de sus capitanes, Carlos Ariel Solari, relató la crónica de las naves homónimas en "Las Modestas del Nahuel Huapi".
El escritor de Río Gallegos Carlos Beecher, describe el barco “Andes”, de Ulrick Clasen, que desde los años 20´ navegó el lago Buenos Aires y su continuación en Chile, el General Carrera. La autora chilena Danka Ivanoff Wellmann rescata en su libro “Lago General Carrera. Temporales de sueños” la crónica de la embarcación. Otra nave empleada allí fue la lancha de hierro a vapor exhibida en Perito Moreno; usada por José Pallavicini, auxiliar de la Comisión de Límites en 1897 y 1898. Menciona la nave Andreas Madsen en el libro "Bocetos de la Patagonia Vieja"; y su historia figura en la serie de notas “Arqueología marítima en el lago Buenos Aires” de Guido Andrés Seidel.
Por su parte el majestuoso lago Argentino, recorrido por primera vez por el perito Moreno, es objeto en la actualidad del turismo acuático. Desde esta visión literaria se debe recordar la presencia de un barco de ficción: el vaporcito “Augusto”, con el que el pionero Martín Arteche lleva las ovejas y vituallas hasta su estancia “Los Témpanos”; en la novela “Lago Argentino” de Julio Goyanarte.
El último registro de la presencia significativa de medios navales en el río Negro es de 1910. Ese año se retiran los buques que componían la escuadra para ser destinados a los caudalosos ríos de la Mesopotamia; salvo el Teuco, que sigue prestando servicios en la zona un tiempo más. Era su momento de mayor esplendor, ya que contaba con seis navíos; incluyendo tres modernos barcos incorporados hacia 1900. ¿Sabe por ventura el lector como se llamaban esas naves? No, no llevaban el nombre de “Presidente Roca”, quien a la sazón gobernaba el país en el momento de su compra, ni de algunos de sus familiares o de miembros del gabinete. Se llamaban “Namuncurá”, “Sayhueque” e “Inacayal”; en homenaje a tres de los bravos caciques con los que hasta pocos años atrás se habían mantenido violentos enfrentamientos.
Nota: las notas “Arqueología marítima en el lago Buenos Aires” de Guido Andrés Seidel están publicadas en la página web “Historia y Arqueología Marítima” (http://www.histarmar.com.ar). Carlos Beecher publica sus artículos en el diario “La Opinión Austral” de Río Gallegos. La nota “Los nautas del Río Negro” de Jorge Castañeda fue publicada en el diario “Río Negro”.